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Recial

versión On-line ISSN 2718-658X

Recial vol.14 no.23 Córdoba jul. 2023  Epub 30-Jun-2023

http://dx.doi.org/10.53971/2718.658x.v14.n23.41230 

Tema Libre

Ángel Guido, rector de la Universidad Nacional del Litoral (1948-1950): la pregunta por la emancipación en algunos de sus textos olvidados. Texto anexo: Discurso de Ángel Guido, (1948). La nueva universidad. Universidad, 20 (fragmento)

Ángel Guido, rector of the Universidad Nacional del Litoral (1948-1950): Exploring the Quest for Emancipation in his Overlooked Texts. Attached text: Speech by Ángel Guido, (1948). The new university. Universidad, 20 (fragment)

María Florencia Antequera1  2 
http://orcid.org/0000-0003-4945-7872

1 Universidad Nacional de Cuyo

2 Universidad Nacional de Rosario, Argentina, mfantequera@hotmail.com

Resumen

Algunos textos olvidados -esto es, poco o nulamente transitados por la crítica-, discursos proferidos por el arquitecto e ingeniero Ángel Guido (Rosario, 1896-1960) con motivo de su asunción como rector de la Universidad Nacional del Litoral (1948-1950) y un ramillete de materiales provenientes de sus disquisiciones estéticas, históricas y artísticas, sirven para examinar un interrogante fructífero -por productivo y recurrente- en su escritura y en su ideal americanista: la búsqueda de la emancipación. En efecto, al poner en diálogo materiales heteróclitos de su producción intelectual de fines de la década del cuarenta -textos y algunas imágenes- entendemos que estas textualidades de diverso registro y calibre bien pueden echar luz no solo sobre su singular búsqueda de un arte emancipado, sino que también pueden contribuir a bosquejar sus poco conocidos vínculos con el peronismo y, de este modo, ampliar aquello que se entiende por obra intelectual de Guido, auscultar un inexplorado episodio de la vida cultural de la primera mitad del siglo veinte en Argentina.

Palabras clave: Ángel Guido; discursos; universidad; peronismo; emancipación

Abstract

From some forgotten texts by the architect and engineer Ángel Guido (Rosario, 1896-1960), including discourses as rector of the Universidad Nacional del Litoral (1948-1950) and some materials from his aesthetic, historical and artistic disquisitions, we discuss a productive and recurrent question in his writing and in his Americanist ideal: the pursuit of emancipation. Through the juxtaposition of diverse materials from his intellectual production of the late 1940s -texts and some images- we understand that these textualities may illuminate his singular search for an emancipated art and his links with Peronism. Furthermore, this paper sheds light on an unexplored episode in the cultural landscape of Argentina in the first half of the twentieth century, thus expanding our understanding of Guido's intellectual contributions.

Key words: Ángel Guido; discourses; university; Peronism; emancipation

Introducción

El proceso que concluyó con la designación del arquitecto e ingeniero Ángel Guido (Rosario, 1896-1960) como rector de la Universidad Nacional del Litoral fue de una celeridad tan arrolladora que su referente intelectual, el escritor Ricardo Rojas (San Miguel de Tucumán, 1882 - Buenos Aires, 1957) llegó a molestarse por no haberse enterado, sino con el hecho consumado. Lo sabemos por las cartas intercambiadas1 con motivo de ese acontecimiento. Entre 1925 y 1955, Guido y Rojas urdieron un intenso de trocar correspondencia que da cuenta, en primer término, de una fuerte y sostenida amistad a través de los años: son ochenta piezas documentales que delinean un vínculo de afecto y admiración de Guido por Rojas (Antequera, 2019, 2020a, 2020b) y denotan las preocupaciones intelectuales compartidas. La correspondencia privada contribuye a expresar asuntos que no pertenecen solo al ámbito estrecho de lo íntimo, lo que muestra la connivencia de la carta y el universo intelectual de la cultura (Bouvet, 2006, p. 16; Antequera, 2019). En efecto, esta correspondencia intelectual (Brezzo, 2018) exhibe que ambos letrados estaban hermanados por un ideario común atravesado por la pregunta por lo americano.

Rojas, como expresa María Rosa Lojo, estaba “en busca de la Historia perdida” (Lojo, 2011, p. 17): se proponía desarrollar un programa intelectual integral en torno a la construcción de una tradición sustentada en su idea de nacionalidad (Pulfer, 2010, p. 18). Era un nacionalista cívico, laico, pacifista (Cattaruzza, 2007, p. 46) e historicista de raigambre romántica que volvía sobre el pasado aborigen, colonial y federal con eje en el ‘espíritu de la tierra’, en un movimiento simultáneo y paralelo al que estaba realizando la Nueva Escuela Histórica liderada por Emilio Ravignani, con quien compartió el desarrollo político y el itinerario intelectual (Pulfer, 2010, p. 22).

Guido, por su parte, conocía muy bien La restauración nacionalista, publicado en 1909; Rojas ya lo había seleccionado para su dream team, como reza un pasaje de su Eurindia: ensayo de estética sobre las culturas americanas de 1924:

Varios son los artistas argentinos que han emprendido ya la nueva verdad: Ángel Guido, Noel y Greslebin, en arquitectura; Bermúdez, Quirós y Fader, en pintura; Williams, Forte y De Rogatis, en música; para no citar sino los más notorios, y sin olvidar a numerosos novelistas, poetas, colegas y dramaturgos. Entre ellos, Luis Perlotti, el escultor, ha entrado en el sendero de ‘Eurindia’, que yo creo el verdadero (Rojas, 1951, p. 155).

Algunos años más tarde, en 1930, el arquitecto escribió Eurindia en la arquitectura americana para rubricar la admiración frente al legado prehispánico que impulsó la búsqueda de lo nacional en lo americano anterior a la conquista. La idea de nación que comparten, entonces, hunde sus raíces en un proceso de transculturación entre el elemento indígena (en el sufijo, -india) y el legado español (en el prefijo, eur-). Ese mismo año, Rojas le dedicó su Silabario de la Decoración Americana y Guido respondió:

Su constante recuerdo en esta labor sobre inquietudes tan queridas fue bien un presente de fe para mis preocupaciones y por muy feliz coincidencia llegó a mis manos, más que su recuerdo, su obra, La decoración americana con su cálida y cordial dedicatoria para fiesta de mis entusiasmos. (Instituto de investigaciones del Museo Casa Ricardo Rojas. Correspondencia R. Rojas- Á. Guido, Rosario, 6 de mayo de 1930).

Durante más de tres décadas, Guido y Rojas aunaron esfuerzos en torno a innumerables proyectos. En efecto, ese nacionalismo cultural que los aguijoneaba se concretó en aquello que hemos denominado la pasión por Eurindia, un modo de entender el arte (y la arquitectura) que hace de la fusión -este es el término destacado por Guido- entre el elemento europeo y el legado indígena, su razón de ser y su horizonte de expectativa (Antequera, 2017, 2020a, 2020b). Una de las iniciativas conjuntas, por ejemplo, fue la construcción de la morada de Rojas en la ciudad de Buenos Aires -entre 1925 y 1927- bajo una gramática neocolonial donde el arquitecto y proyectista fue Guido. Este maridaje entre el sustrato indígena y el elemento europeo acrisoló la mirada y cimentó una lectura singular que se materializó en la práctica proyectual arquitectónica. Otro afán conjunto fue la puesta en escena en 1939 del drama quechua Ollantay2 escrito por Rojas, que contó con Guido para los bocetos para la escenografía.

En trabajos anteriores (Antequera, 2019, 2020a), pudimos explorar la matriz epistolar de la correspondencia inédita, las reliquias autobiográficas y los tópicos que fulguran en ese intenso intercambio. Intentamos la reconstrucción de la conversación a dos voces, en el ida y vuelta del correo, pero solo contamos con las cartas que envió Guido por la pulsión archivística de Rojas3. Algunos de los tópicos que, insistentes, tañen en las misivas son los proyectos comunes, las confesiones personales del discípulo al querido maestro, y las reflexiones sobre el arte americano; también el pedido de consejo o de intercesión (Antequera, 2020c). En una carta fechada el 10 de junio de 1948, y a raíz de su designación como rector, Guido le dice a Rojas (Fig. 1):

¡Cómo he esperado su carta! ¡Cómo me llegó a entristecer su silencio! Tuve casi la certeza que detrás de ese su silencio había una amargura y, posiblemente, una desilusión. No conocía Ud. mi querido maestro, nada del proceso rapidísimo de mi nombramiento de Rector. Tampoco estaba Ud. enterado de la dignidad del ofrecimiento y de igual dignidad, creo, en la aceptación del cargo. Por ello, se me antojaba que Ud. -tan digno, tan maestro de conducta- llegó a dudar de su discípulo. En esta dolorida patria nuestra de hoy, donde pareciera que la ingratitud y el interés personal constituyen verdaderas instituciones, la desilusión puede alcanzar hasta a los hombres más cercanos a nuestro corazón. De esta lastimadura sufrí, querido amigo, durante los días de su silencio. Ya se podrá imaginar la satisfacción mía al sentir su carta tan bella, tan noble, tan afectuosa, tan de maestro como todo lo suyo. (Instituto de investigaciones del Museo Casa Ricardo Rojas. Correspondencia R. Rojas- Á. Guido, Rosario, 10 de junio de 1948).

Fuente: Instituto de Investigaciones del Museo Casa Ricardo Rojas

Figura 1 Carta de ÁngelGuido a Ricardo Rojas del 10 de junio de 1948  

El cargo al frente del rectorado de la UNL4 solo duró un breve lapso en la intensa vida del arquitecto, hasta el 30 de septiembre de 1950. Fue designado por un decreto del Poder Ejecutivo con fecha de 20 de abril de 19485. Cabe destacar que con la Ley n.° 13.031, Perón había desplazado el cogobierno -elemento central de la reforma de 1918-, y designaba por decreto a los rectores, aunque se intentaban incorporar algunas cuestiones de esa tradición reformista; en particular, los aspectos de la promoción social del estudiante como la relación universidad-sociedad, entre otras (Torres, Rossetti y Suban, 2004; también, Sigal, 2002; Fiorucci, 2007 y 2011). Pero esos dos años y cinco meses significaron no solo una cierta radicalización de las posiciones político-ideológicas de Guido, sino también un acercamiento tangible con el peronismo6 que hemos podido constatar, gracias a materiales documentales recientemente hallados. En rigor, nos interesa analizar algunas piezas escriturarias de este período, algunos de sus discursos rectorales -discursos performativos en el sentido que postula Jacques Derrida (2002) en su texto La universidad sin condición- que bien pueden dialogar con parte de su obra publicada, como trataremos de demostrar en las siguientes páginas.

De alguna manera, bregamos por ampliar los márgenes de lo que se entiende por obra de Ángel Guido al poner en diálogo textos y textualidades de diferente índole, de diverso registro y calibre y con disímiles destinatarios; nos referimos a cartas personales, discursos proferidos en una situación comunicativa particular -la asunción del rectorado- e indagaciones en torno a la historia del arte y la arquitectura americanos donde se manifiesta el desvelo por una cultura y un arte emancipados, es decir, liberados de tiranías extranjerizantes y cosmopolitas.

Conviene subrayar ahora, en una primera aproximación, que Ángel Guido fue un intelectual cuya proficua labor tuvo múltiples aristas. Fue docente universitario por más de treinta años y uno de los fundadores de la carrera de Arquitectura en la sede Rosario de la Universidad Nacional del Litoral (de ahora en más, UNL) en los albores de la década del veinte del siglo pasado. También fue dibujante y profesor titular de Historia del Arte en el Profesorado Nacional de Dibujo de Rosario. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires ocupó el cargo de profesor adjunto de Historia del Arte. Asimismo, fue profesor titular de Estética e Historia del Arte en la Escuela Superior de Bellas Artes de Rosario. Sostuvo una militancia nacionalista incólume desde la práctica proyectual concreta: la mansión Fracassi (1925) y la ya aludida casa de Rojas (1927, hoy Museo Casa Ricardo Rojas7), por citar solo dos, son parte de sendos paisajes urbanos y operan como faros euríndicos en la ciudad de Rosario, la primera, y en Buenos Aires, la segunda (Antequera, 2015; 2017; 2020a; 2020b).

Mediante incisivos escritos sobre historia del arte y la arquitectura y como un intelectual de fuste en las arenas públicas8, tradujo los postulados de Rojas que fueron discutidos en las cartas, verdaderas arenas culturales (Gorelik, 2016) desde donde realiza relecturas propias en clave de su disciplina, la arquitectura, como experto. Sin embargo, es fundamentalmente recordado como mentor del Monumento Nacional a la Bandera, obra arquitectónica inaugurada en 1957, lugar de memoria (Nora, 1984/2008) que innumerables desasosiegos y alegrías le procuró en dos décadas de trabajo9.

Al asumir como rector a fines de la década del cuarenta, ya cargaba en su haber con un Doctorado Honoris Causa en Bellas Artes, distinción otorgada por la University of Southern California (1933) en su viaje a EEUU con motivo de la beca Guggenheim (Antequera, 2020c) y con el título de Profesor Honoris Causa de la Universidad de Guayaquil (1945).

Algunos de sus libros son: Orientación espiritual de la arquitectura en América (1927); el ya mencionado Eurindia en la arquitectura americana (1930); La machinolatrie de Le Corbusier (1930, en francés); Redescubrimiento de América en el arte (1941); Supremacía del espíritu en el arte (1949); La arquitectura mestiza en las riberas del Titikaka (escrito en 1952 y publicado por la Academia Nacional de Bellas Artes en 1956), cuyos títulos ya preanuncian una toma de posición americanista. Además, escribió la novela La ciudad del puerto petrificado (1956) y el poemario Caballitos de ciudad (1922).

Fue un hijo legítimo de la Reforma universitaria de 1918 y discurrió sobre el perfil de esa institución en comunicaciones editadas, entre otras, por la revista Universidad de la UNL, órgano oficial de difusión y publicación de las actividades de dicha institución10 y, en particular, de un grupo profesoral-dirigente, tratándose de un colectivo intelectual-profesional que gestionaba, editaba y participaba de manera activa en sus páginas (Escobar, 2022, p. 161). También propulsó instituciones gremiales, educativas, culturales y museísticas11, como el Museo Histórico Julio Marc (Rosario).

En resumidas cuentas, podríamos sostener que Guido desplegó una sólida trayectoria académica y profesional aquilatada también por intervenciones en la prensa gráfica, la escritura de textos literarios, la práctica proyectual concreta y una activa presencia en los claustros universitarios. Esas múltiples facetas, abigarradas en su itinerario intelectual, hacen que su obra -artística, proyectual-arquitectónica, teórica, académica- se pueda expandir más allá de los estrictos límites locales y/o regionales.

Aceptar este cargo de rector en la UNL significó, por un lado, la cimentación de un programa con objetivos manifiestos y metas claras de gestión en un contexto de avance del peronismo en las casas de estudio de educación superior12 y, por otra parte, más en clave personal, renovó sus bríos para la batalla intelectual, al expresar la radicalización de algunas de sus consignas nacionalistas más controvertidas, como intentaremos desarrollar. En última instancia, el rectorado se constituyó en otra tribuna privilegiada desde donde proferir su credo nacionalista.

El ejercicio crítico que aquí proponemos incluye la exhumación de inéditos y la recuperación de textos no reeditados, que transcribimos para ponerlos al alcance de los lectores, en el marco de una tarea de largo aliento que venimos desarrollando. En esta dirección entonces, nos aventuramos a revisar qué entiende Guido por emancipación (Laclau, 1996)13, cuáles son los alcances de este entresijo en su obra; de igual modo, queremos ahondar en su poco transitado vínculo con el peronismo. Dicho en otros términos, bregamos por entrever, en los intersticios de su apasionada escritura, esquirlas de continuidades y rupturas de un pensamiento nacionalista que hizo del aquí y ahora de la participación académico-universitaria un modo de situarse frente a los requerimientos del presente de la enunciación.

Paralelamente en este período, analizó otra vertiente de la emancipación, la supremacía del espíritu en el arte a través de dos artistas singulares: uno, el español Francisco de Goya (1746-1828), pintor que padecía sordera​; el otro, el Aleijadinho (1730-1814), nacido en Brasil, famoso escultor mulato y mineiro que contrajera lepra. Estos dos artistas-arquetipo, al confluir en aquello que dio en llamar estética de lo torturado, le sirvieron para explicar esa otra cara de la emancipación, aquella ligada al espíritu en el arte, la cual intentaremos examinar en la segunda parte de esta comunicación.

Dos talantes de la emancipación entonces -uno más de carácter político, otro de índole artístico- son abordados por el arquitecto en el mismo momento. Esta es su condición de intelectual que hace pública su palabra y que intenta incidir en las aguas turbulentas de dos campos: el político-universitario y el artístico. Todo ello en conjunto emerge e intenta cimentarse en una nueva clave de lectura: aquella que sigue las huellas de aquel que “oye lo que se dice y que permanece olvidado, tras lo que se ha dicho, en aquello que se escucha” (Antelo, 2021).

Guido con Ivanissevich

Casi nada sabemos de los entretelones de la propuesta que convirtió a Guido en rector. Su primogénita, la novelista Beatriz Guido (1922-1988), esboza dos poco probables elucubraciones, según cuenta la escritora Angélica Gorodischer: una primera recoge que la razón de su rectorado se resumiría en un modo de asegurarse fondos para el megaproyecto del Monumento a la Bandera. Por su antiperonismo furioso14, a Beatriz le resultaba difícil aceptar que su padre hubiera tenido un cargo de tanto relieve en ese gobierno. Según la segunda opción, más arriesgada aún, algunos peronistas lo habrían amenazado con poner una estatua de Evita en el Monumento a la Bandera si él no aceptaba el ofrecimiento (Cfr. Gorodischer, en Mucci, 2015, p. 15).

Por su parte, en las cartas privadas cuyo destinatario es el fundador de la primera cátedra de literatura argentina, Guido solo apunta que ha sido una súbita propuesta y una más repentina aún aceptación. Sin embargo, aquello que sí sabemos cabalmente es que aprovechó cada intervención pública como rector para dejar constancia de las ideas nacionalistas que venía madurando al calor de su vida universitaria en la UNL como docente titular de las cátedras Arquitectura II e Historia de la Arquitectura en la Fac. de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales Aplicadas a la Industria (facultad de la que otrora dependía la carrera de Arquitectura)15.

Fuente: El orden, 4 de mayo de 1948.

Figura 2 Nota periodística con motivo de la asunción de Ángel Guido como rector de la UNL. 

Rápido de reflejos -convengamos que siempre detentó una retórica muy cuidada y directa, que no daba lugar ni a grises ni a medias tintas-, este mojón en su vida académico-institucional no sería por cierto una excepción. En su discurso de asunción16 (Fig. 2) del 3 de mayo de 1948, planteó una serie de directrices y objetivos programáticos, muy en consonancia con los discursos proferidos entre 1946 y 1949 por J. D. Perón (Riccono, 2015; Altamirano, 2001): en primer término, no dudó en definir su labor como de “pacificación definitiva de la Universidad” (Guido, 1948, p. 8). Asimismo, propuso a los claustros: “reajuste funcional de la enseñanza técnica, incrementación de la producción científica, enérgico impulso a la cultura humanista y acomodación al pathos social presentísimo” (1948b, p. 7)17. De alguna manera, este es el programa de gestión que guiará su paso por el rectorado (Fig. 3).

Fuente: Welti, 2019, p. 150.

Figura 3 Plan trienal de sincronización universitaria con la realidad argentina, americana y universal. Gestión como rector al frente de la Universidad Nacional del Litoral.  

Fragmentos del encendido discurso luego serán recogidos y estampados bajo el título de “La nueva universidad”, en las páginas del número 20 de la revista Universidad (1948) (Fig. 4 y 5), órgano de difusión de la labor académica de la UNL. De allí recogemos que el acto público de asunción se realizó en el imponente paraninfo, en la ciudad de Santa Fe, y que contó con la presencia del médico cirujano devenido Secretario de Educación de la Nación de Juan D. Perón, el Dr. Oscar Ivanissevich (1895-1976)18. De familia croata, nacionalista y católico, Ivanissevich -caro en la búsqueda de arquetipos- exaltó en su pieza de oratoria la figura de Guido como un ejemplo moral e intelectual para la juventud.

Figura 4 Portada del número 20 de la revista Universidad.  

Figura 5 Primera página del discurso inaugural. 

Al parecer, esta era la primera vez que ambos compartían el protagonismo excluyente en una actividad pública. Ivanissevich precedió a Guido en el uso de la palabra. Resumió la nueva etapa de la universidad como una “regeneración moral”19. En su intervención destacó:

El pueblo sustituyó a los universitarios y les señaló el camino de la verdad. En ese camino estamos ahora apoyados por los más humildes que aspiran a darnos una universidad, más modesta, más representativa del pueblo, es decir, más argentina y más humana. Una universidad en la que se trabaje con alegría y salud moral. Sin el veneno de la política y sin la ansiedad anormal de exhibir al público, la sabiduría (Ivanissevich, 1948, p. 10).

Ya había expresado Perón (1946) sus inquietudes en torno a la regeneración moral de esa “institución enferma”, dos años antes en el teatro Municipal, frente a un nutrido auditorio de estudiantes universitarios20:

La universidad es como un enfermo grave al que es necesario curar: su curación como la de todos los enfermos requiere dos factores primordiales: la propia resistencia del cuerpo y la creación de autodefensas fisiológicas y la actuación de un médico de cabecera. El gobierno será el médico de la universidad. (Perón, en Riccono, 2015) [Cursivas agregadas]

Según el sociólogo Guido Riccono (2015, p. 24), al analizar los discursos del líder del movimiento peronista se podría caracterizar a “la universidad como una institución en crisis -al igual que la nación- producto de la politización de sus componentes y del alejamiento de sus objetivos con respecto a las necesidades de la sociedad”. Como explica la historiadora Guillermina Giorgieff (2011, pp. 3-4), Perón interpela a los intelectuales en calidad de forjadores de un ordenamiento simbólico y de los valores fundacionales de una sociedad.

Como se ve, el mensaje es contundente: la universidad estaba enferma y debía ser sanada. Ivanissevich y Guido no solo compartieron el mismo lapso temporal, uno al frente de la UNL y el otro al frente de la cartera de educación de Perón, sino que se encontraban unidos por un mismo sentipensar (Fals Borda, 1987; Moncayo, 2009): eran aliados en la gesta de que la universidad fuera la institución por antonomasia para materializar dicha regeneración moral, excluyendo la política de los claustros (como si esto fuera posible) y prescindiendo de los alardes de vanagloria atribuidos a los universitarios. En resumidas cuentas, el tan mentado lema peronista “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa” podría ser reformulado en estas palabras de Perón que Guido hace suyas en el discurso de asunción: “los estudiantes a estudiar, los docentes a enseñar”; como también lo afirmara el mismo Perón en mayo de 1947:

Las universidades solo existen para enseñar, aprender, realizar las actividades científicas adecuadas. Otros factores no deben intervenir en ella. Pretendemos eliminar totalmente la política de las universidades, no la política contraria para imponer la nuestra, sino toda la política, porque de lo contrario le haríamos un flaco servicio a la universidad. Queremos crear un clima de dedicación total a la función docente. (Perón, en Pis Diez, 2012, p. 51).

Aunque dicha búsqueda de regeneración no podría escindirse de la diatriba entre la preponderancia del reformismo en el estudiantado y el peronismo en la gestión de la universidad, de alguna manera, se ponía en juego “un intento de imponer un nuevo modelo de universidad, acorde a la etapa económica, social y política que se abría en el país” (Pis Diez, 2018, p. 68). Una regenerada universidad para los tiempos que corrían que, por cierto, esquiva al peronismo, debía reformarse de arriba hacia abajo, esto es, desde los cargos de gestión hacia los claustros. Por eso, para Ivanissevich Guido era, en última instancia, un aliado del peronismo, un arquetipo a seguir y quien debía llevar la batuta de este proceso de “sincronización universitaria con la realidad argentina, americana y universal”. Como se ve, el nacionalista Guido estaba en una encrucijada: entre culturas políticas de diversa raigambre -el reformismo y el americanismo- su palabra discurrió en torno a las cuatro notas que debía detentar la institución de educación superior para estar a tono con los cambios suscitados por el peronismo. Esas notas destacadas eran: argentinidad, americanidad, universalidad y movilización, las que repasaremos sucintamente para auscultar los sones de este afán compartido.

Sin embargo, antes de adentrarnos en el análisis del discurso de asunción, conviene realizar una breve puntualización. Una primera aproximación a la pieza oratoria indica que la insistencia retórica pulsó por superar la sola idea de la universidad como formadora de técnicos: buscaba consolidar paralelamente la formación moral y científica de los universitarios en consonancia con el proyecto político que el peronismo estaba desarrollando a nivel nacional. Esto es clave. Guido no piensa una universidad escindida del proyecto político general, sino como parte constitutiva de un todo, hace hincapié, de este modo, en la función social de la institución.

Asimismo, conviene destacar que en el discurso apeló a sus propios textos, reciclados. Fundamentalmente, tomó fragmentos de su polémica obra Redescubrimiento de América en el arte (1940) y reprodujo algunos de sus párrafos (en ocasiones, sin citar explícitamente esta obra publicada por la Facultad de Ciencias Matemáticas, Físico-Químicas y Naturales Aplicadas a la Industria de la UNL). Volvió a considerar nociones ampliamente analizadas en su bibliografía como su aversión al cosmopolitismo, la responsabilidad social de la universidad en la solución y el acompañamiento de los problemas actuales, la función moral de la universidad, la necesidad de una formación integral, sumados a los cuatro ejes transversales (o notas) citados ut supra. Este punto resulta de importancia porque viene a refrendar también que, en este aspecto, no hay hiatos, sino más bien continuidades en su producción escrituraria. Como se ve, todo un programa de cuño nacionalista para la universidad que venía perfilando desde entrada la década del veinte, no solo estrictamente en lo relativo a la función social de la institución, sino también en su modo de ver la arquitectura y la historia del arte americanas. En estas lides, como ya adelantamos, Guido no era un improvisado. Prueba de esto es el concepto de emancipación del que más adelante hablaremos. Pero también conviene tener en cuenta que la empresa intelectual, se funda en

una afirmación espiritualista; vinculada con el rechazo de las perspectivas positivistas y del ‘materialismo dominante, así como con una reconsideración de la herencia hispanoamericana basada en la idea de un ‘renacimiento del alma nacional’, que Rojas tomaba de los autores españoles de la generación del 98 (fundamentalmente de Unamuno, aunque también de Ganivet y Maeztu), en un gesto que tuvo sus correspondencias en otros países de América latina por las mismas fechas. (Pulfer, 2010).

De esta manera, el discurso de asunción radicaliza entonces nociones que ya había conceptualizado en otros registros al analizar el arte y la arquitectura americanos. Desde el punto de vista arquitectónico, con la anatematización de la producción arquitectónica ecléctica de raíz europea como expresión de una sociedad que perdió su memoria, se produjo el surgimiento del denominado movimiento neocolonial como forma de reencontrarla o, mejor aún, de refundarla apelando a un pasado indígena refuncionalizado que encarnaría la emancipación del arte y la arquitectura. Guido fue el exponente teórico más importante de esta vertiente neocolonial en Argentina y, desde la práctica proyectual concreta, tiene en su haber casas-manifiestos (Petrina, 2008) de esta inflexión del nacionalismo en arquitectura, como las ya mencionadas.

El término clave por antonomasia de su trayectoria intelectual es la fusión (euríndica) entre el sustrato indígena y el legado español: a través de esta expresión, Guido construyó no solo una herramienta teórica para explicar el proceso transculturador europeo/americano, sino también una proyección mitopoiética y, anclado en el por-venir, un horizonte de expectativa del arte y la arquitectura americanos (Antequera, 2020a), alejados del eclecticismo, la copia y el cosmopolitismo, esto, es emancipados.

Ahora bien, hechos estos devaneos, retomemos su discurso de asunción. Con respecto al primer eje citado en el discurso -argentinidad-, sostiene que la función social prioritaria de la universidad es resolver “los problemas de los argentinos”, aunque no precisa bien a cuáles se refiere. De esta forma apela, a una realidad telúrica cuya “magia nos ha permitido lograr esa singularidad en la geografía humana del mundo” (1948, p. 12), y cuyo arquetipo es -claro está- Martín Fierro. También entre el mythos y el logos, la gesta de nuestra independencia y el ideal sanmartiniano21 son, sin más, los “valores formativos” (p. 24) a propulsar para Guido. Este gesto de cimentación de una argentinidad basada en la obra literaria de José Hernández no es una novedad: pensemos solamente que ya había sido propuesto varios años antes por Leopoldo Lugones.

Paralelamente, expone que la función de la universidad comprende formar élites entre sus filas para contribuir con la visión universalista que debe tener esta institución de educación superior (1948, p. 25). Para este fin, discurre sobre un plano, el espiritual, y declara las raíces: la tradición cristiana legada desde la Conquista hispánica en América, los ideales de libertad y la inmigración, como ya había trabajado en el citado Redescubrimiento.... Como vemos, su interlocutor es claramente Ivanissevich. También el primer destinatario de la comunicación.

Y como si esto fuera poco, no se priva de dedicar un crítico párrafo de su discurso al cosmopolitismo22 -otro de sus desvelos teórico-críticos a juzgar por la iteración en su obra intelectual- para, en estos términos, oponer las nociones de argentinidad y cosmopolitismo portuario:

El cosmopolitismo gestó, sin lugar a dudas, ese clima de desautenticidad de lo nuestro […] Pero, especialmente Buenos Aires, extremó la medida de nuestra extranjerización. Las raíces profundas de nuestra argentinidad comenzaron a vacilar. Nuestro endeble federalismo político, espiritual y humano no fue suficiente para equilibrar esa expresión que yo he llamado portuaria, por saberla atada a las cien banderas del mundo. Era indispensable esa segunda y auténtica emancipación de que nos habla Ricardo Rojas en su Restauración nacionalista. La emancipación política la realizaron los hombres de Mayo. La emancipación económica la está cumpliendo admirablemente el gobierno que hoy dirige nuestros destinos. Nos falta la emancipación espiritual. Esta última libertad, la del espíritu, debe preocupar a las universidades. (Guido, 1948, p. 26-27).

Ahora bien, detengámonos en esta ristra de elementos puestos en diálogo. Curiosa serie la que establece el rector en torno a la tan mentada emancipación: Mayo-Rojas-peronismo, esto es, emancipación política, nacionalismo cultural -que se podría traducir según Guido en emancipación cultural y artística- y emancipación económica, respectivamente. Serie que, por otra parte, debía ser esclarecida, esto es, explicada, en el aquí y ahora de la universidad, institución que debía bregar por la regeneración en el plano espiritual, la última liberación requerida.

Sin lugar a duda, el problema de la emancipación también es un tópico recurrente a lo largo de todo su quehacer intelectual: en textos como Fusión hispanoindígena en la arquitectura colonial (1925), por ejemplo, al que le hemos dedicado varios trabajos (Antequera, 2019; 2020a), establece una concatenación entre arte euríndico (o fusional entre el sustrato indígena y el elemento europeo) y arte emancipado. Lo curioso ahora es que se posicione abierta y públicamente desde una nueva forma de entender la emancipación que comprende al peronismo o, quizás más atinado, que el peronismo vendría a encarnar.

También resulta digna de destacar la utilización de algunas de las mismas categorías que profiriera Perón en algunas de sus 29 comunicaciones a los estudiantes: por ejemplo, la crisis universitaria ligada a la crisis de la nación, la necesidad de excluir la política de los claustros, la perentoria necesidad de formar técnicos y hombres que estén al servicio de la nación, las metáforas médicas (universidad enferma, regeneración), el cumplimiento excluyente y exclusivo de enseñar y aprender para docentes y alumnos respectivamente, entre otros tópicos.

Estos posicionamientos públicos de Guido no fueron inocuos. En efecto, fueron algunas de las razones por las cuales no pudo estar al frente de la inauguración del Monumento Histórico Nacional a la Bandera: la Revolución Libertadora no le perdonaría esta notoria exposición y lo relegaría en los actos públicos y solemnes del 20 de junio de 1957. Quien había imaginado cada detalle, cada juntura de esa construcción monumental, infelizmente no pudo estar en la inauguración de su obra más trascendente.

Ahora bien, otro dato relevante se puede sumar a este entramado. El 19 de diciembre de 1949, atravesando casi un año y medio de gestión en el rectorado, en un acto con motivo de la creación de la cátedra de Defensa Nacional23 en la UNL, Guido pronunció las siguientes palabras que refrendan su poco estudiada adscripción al peronismo:

En el ancho de nuestra nacionalidad argentina, está la geografía humana, política y social de la nación. Las riquezas naturales, la realidad económica, la pujanza industrial, la selecta etnografía y la masa social de la patria. En lo político, desde el Triunvirato de Mayo hasta el federalismo y la consolidación nacional, y desde el liberalismo capitalista de fin de siglo hasta la actual Justicia Social, hemos logrado una excepcional experiencia política y económica que conviene esclarecer cada vez más universitariamente, para saber defenderla mejor. (Guido, 1949a, p. 10).

Más allá del tópico recurrente en su bibliografía, el cosmopolitismo, que, como esbozábamos más arriba, reúne en sí el peligro de la extranjerización y plantea la dicotomía ciudades puerto vs. el interior del país, en este párrafo de diciembre de 1949 así como también en el anterior de 1948 construye una muy interesante ristra: toma como punto inicial 1810 y como línea de fuga, el peronismo, esto es, el presente de la enunciación, “la revolución social de nuestra Patria” (Guido, 1949b, p. 8).

Sin embargo, cabe destacar que el nacionalismo cultural (Rojas, en esta serie) es para Guido la fase inferior (por anterior) del peronismo24. Según expresa, el peronismo vendría a traer la tan ansiada emancipación espiritual de la que ya venía hablando desde la década del veinte, aunque -como exponíamos más arriba-, en otros términos. Conviene resaltar que no es la primera vez que construye un mito de origen: basta reparar en el concepto de Eurindia acuñado por Rojas y refuncionalizado en sus textos. Guido insufló estas inquietudes, que pulsaban en pos de construir un arte y una arquitectura americanos cuya emancipación sentía perentoria y necesaria, durante toda su vida: su práctica profesional escrituraria y proyectual, su itinerario académico universitario, así como también su búsqueda como artista y sus desasosiegos como epistológrafo delatan estos intereses. La emancipación implica detestar la copia ramplona, las arquitecturas extranjerizantes y eclécticas (Guido, 2020), pero también denostar la falta de argentinidad encarnada en un cosmopolitismo de múltiples banderías25.

Ahora bien, este modo lineal de concebir los procesos como una sumatoria de fases encadenadas donde inexorablemente la emancipación estaría por darse remite a una concepción teleológica de la historia: es siempre en el futuro donde reposaría la emancipación a conquistar. Sin embargo, en este último discurso con motivo de la creación de la cátedra de Defensa Nacional, agrega un elemento más: la universidad debe convertirse en custodia del proceso político vigente, en una salvaguarda de los avances logrados y en una instancia productora de metatextualidades porque, según expresa, debe explicar los procesos de transformación social.

Retomemos una vez más el discurso de asunción al rectorado. Con respecto a la segunda nota -la americanidad-, propuesta como directriz en la gestión que estaba comenzando, Guido repara en que “América ha comenzado a pensar en sí misma y a tener fe en su adultez recién nacida” (1948, p. 29). Este ideal americanista hunde sus raíces en “la comunión de todos los pueblos de América” y “debe penetrar generosamente los claustros, para ejercer esta alta docencia de confraternidad continental” (p. 31). En efecto, “San Martín, el Santo de la Espada, llevó el ideal de emancipación americana desde el Atlántico hasta el Pacífico” (p. 31). Situados en un momento de segunda libertad “será imprescindible también la conjuración de todos los pueblos de América para alcanzar esa independencia espiritual” (p. 31)26.

En resumidas cuentas, la apuesta con respecto al americanismo en este discurso se podría resumir en “una didáctica ecuménica de universalidad tamizada por la esperanzada juventud de América”. Este aspecto concreto se podría vincular también con la propia reforma de 1918, teniendo en cuenta que remite a Sudamérica, al inicio, y a América, al final (deriva que nos llevaría a profundizar otro matiz de su vínculo con el reformismo). Este punto es quizás el que más relación tiene con el resto de su obra teórica y proyectual, fundamentalmente, como decíamos, la ligada a la concepción euríndica y, por esto, emancipatoria, del arte y la arquitectura (Antequera, 2020a; 2020b).

Universalidad, la tercera nota aludida en el discurso de asunción, no entra en colisión con la americanidad deseada, porque es entendida como ecumenismo, menos en un sentido religioso que cultural: “Las lastimaduras de la vieja Europa son también nuestras propias lastimaduras. Su alto magisterio debemos recordarlo siempre con gratitud de discípulos” (Guido, 1948, p. 32). Este cuadro de pensamiento se enriquece al reparar en que, si bien esa asimilación de la universalidad del conocimiento europeo se presenta como gratitud y admiración, no dejan de estar presente los dramas de la posguerra europea (que se vinculará como veremos en el apartado siguiente con la elección de Goya y el Aleijadinho) y que lo alientan a dar una solución por la vía espiritual mediante un (remozado) cristianismo que cure las heridas del resentimiento y de la desazón:

Después de algunos años de vida turbulenta, esta Universidad del Litoral inicia hoy la segunda etapa de su existencia, al amparo de la nueva Ley Universitaria. La primera etapa comenzó inmediatamente después de terminada la anterior Guerra Mundial. La segunda, hoy, después de esta gran guerra reciente. Ha pasado y está pasando, pues, nuestra Universidad por la dura prueba de dos posguerras, cuando el mundo sufre profundas vacilaciones en su dirección y en su destino. Es probable que esta incertidumbre de Occidente en reencontrarse a sí mismo, haya incidido profundamente en el mundo de la cultura y haya sido motivo de esa turbulencia de que habláramos. (Guido, 1948, p. 7).

Por su parte, la última nota destacada en su discurso de asunción -movilización- “significa disponerse a tomar las armas en defensa de la Patria” (p. 35). Esta idea de “nación en armas” está vinculada a

la necesidad de fortalecer al cuerpo nacional a través de uniformar a sus componentes ya que la aparición de diferencias, grietas y divergencias entre ellos, pone en peligro a la nacionalidad toda ¿Por qué? Por el peligro extranjero y la posibilidad de la 3° Guerra Mundial, perspectiva que estaba en la cabeza de quienes tenían las riendas del estado. (Riccono, 2015).

La pregnancia de una nueva conflagración internacional no dejó de formar parte del discurso político en esos años de los albores de la segunda posguerra (Georgieff, 2011). Asimismo, declama que sí están en peligro

el patrimonio cultural y los valores espirituales de la madura civilización europea ante el advenimiento de las masas agitadas por las banderas de la justicia social. Pareciera que el Viejo Mundo tuviera flaca capacidad para defenderlos frente al avance oriental. Por ello, debemos movilizarnos para proteger, americanizar y argentinizar ese patrimonio del saber y del sentir, que tanta grandeza dio a Occidente y ofrecerlo, universitariamente, a nuestro Gobierno que, en estos momentos, está realizando el gigantesco esfuerzo de consagrar esa justicia social, sin desmedro ni riesgo para nuestra argentinidad. Y en las movilizaciones como en las trincheras, no hay diferencias de clases, ni de ideologías políticas, ni de doctrinas sociales. Solamente son incompatibles: la traición, la deserción y la cobardía. La fraternidad cunde porque, junto al coraje, brilla refulgente un solo alto ideal: la defensa de la Patria. (Guido, 1948, p. 35).

Más adelante, apunta también que su gestión tenderá a consolidar puentes de entendimiento, diálogo y conciliación entre los claustros.

Recapitulando, podríamos decir entonces que vale la pena dirigir la mirada hacia estos discursos proferidos entre 1948 y 1949 para situar el pensamiento de este intelectual que, a la sazón, intentaba dar razones de su convencimiento: el peronismo resulta ser una nueva acepción emancipatoria y un eslabón en la cadena iniciada en la Semana de Mayo. Al jalonar la serie cuyos extremos son 1810 y el presente de la enunciación, Guido establece lazos de continuidad y no hiatos entre la emancipación política y la económica, en el terreno de las representaciones27. En clave programática, la gestión al frente de la UNL debía acompañar la justicia social y los cambios que se estaban viviendo a nivel nacional, para generar así la emancipación espiritual y moral, mediante la encarnadura de las notas de argentinidad, americanidad, universalidad y movilización. Los discursos públicos e institucionales que compartimos son piezas documentales únicas porque condensan el posicionamiento político de Guido frente al peronismo y, de este modo, contribuyen a mostrar nuevos aspectos en el palimpsesto de su itinerario intelectual. Dicho esto, avancemos ahora en otra dirección.

Goya con el Aleijadinho

Luego de contextualizar el nacionalismo cultural de Guido a fines de la década del cuarenta, y de analizar el tópico de la emancipación político-económica a través de algunos discursos rectorales, conviene reparar ahora en la emancipación artística. El 30 de noviembre de 1948 -tan solo unos meses después de su asunción como rector- Guido e Ivanissevich se volvieron a encontrar cara a cara. El marco de la cita fue el Teatro Nacional Cervantes de la ciudad de Buenos Aires, con motivo de la clausura del Ciclo de Difusión Cultural en el Primer Salón de Artes Plásticas del Magisterio Nacional, auspiciado por el Consejo Nacional de Educación. En el más español de los teatros porteños -teatro que conocía muy bien porque, como ya dijimos, había montado junto a Rojas la tragedia Ollantay en 1939- describe y diagnostica en su intervención “la crisis del espíritu en el arte contemporáneo” (Guido, 1949, p. 5).

Una de las causas por él halladas es resumida en su discurso en estos términos:

la pantalla luminosa es la más notable revelación estética del siglo XX. Supera a todas las demás artes en docencia social. El cine llega a las masas y compite, en esa pedagogía formativa de los pueblos y de las costumbres, con las propias escuelas primarias, secundarias y hasta superiores y universitarias. (1949, p. 6).

Más adelante prosigue: “se ha avanzado en la forma -la nueva plástica cinematográfica- y se ha descendido en el contenido, asuntos y desenlaces sin ideales superiores”. En este marco, y por estos motivos, propone “actualizar arquetipos consagrados” (1949, p. 6) y por eso retoma las figuras tutelares de Goya y el Aleijadinho28, “que han dignificado la Historia del Arte, con sendas obras inmortales creadas bajo la invocación del espíritu” (p. 6).

En este sentido, conviene recordar primero que las imágenes, de alguna manera, son híbridos de arquetipo29 y fenómeno (Agamben en Antelo, 2015, p. 379). Sobre el encuentro decisivo del arquitecto con estas dos figuras fundamentales del siglo XVIII nos interesa entonces profundizar.

Si con anterioridad había esbozado que el Martín Fierro era el mito donde abrevar las fuentes vernáculas, ahora plantea que tanto el pintor zaragozano -que padecía sordera- como el escultor mineiro -que sufría de lepra- son los artistas faro en estos derroteros de superación del sufrimiento por la vía del arte. A modo de parteaguas, ve en ambas figuras supliciadas -atormentadas y dolientes, con sus capacidades físicas recortadas y en aflicción- la supremacía del espíritu. Según esta conferencia que luego se publicaría en 1949 con el título de Supremacía del espíritu en el arte, la sordera en el pintor aragonés y la lepra en el escultor mineiro propulsarían una “estética de lo torturado” cuyas imágenes se amplificarían constelacionalmente:

El extraordinario paralelismo entre ambos artistas geniales está en ese viraje brusco, en ese autodescubrimiento insólito, en ese renacimiento espiritual, acontecidos inmediatamente después de aquellos dramáticos episodios patológicos pocas veces igualados en la historia de los artistas atormentados. Goya liberándose de la hegemonía extranjera y académica y gritando, podríamos decir, la afirmación de su hispanidad eterna, con un nuevo arte humanizado, precursor del expresionismo. El Aleijadinho dando la espalda a la blandura rococó y afeminada del estilo a la moda decadente de su tiempo y expresionando [sic], revolucionariamente, la autenticidad social y telúrica de su América. (Guido, 1949, p. 8).

Ahora bien, ¿por qué elige esos dos artistas para explicar la emancipación y la preeminencia del espíritu en el arte? ¿Cuál es el uso que hace de esta tradición? Desde su niñez a su primera madurez, Goya vivió en carne propia el borbonismo extranjerizante que subestimaba lo vernáculo. No obstante, Goya se emancipó de la hegemonía extranjera al afirmar su hispanidad con un nuevo arte humanizado, donde aguafuertes incisivas, litografías populares, cuadros barrocos, fueron extraídos desde lo más íntimo del folklore español. “Son los fantasmas de su hispanidad replegada durante treinta años por la hegemonía borbónica” (Guido, 1949, p. 17). Sin condimentos olímpicos, sin pastoriles versallescas -sin arcadias, sin lo goyesco dorsiano30, podríamos precisar- se despierta el ideal vernáculo de lo torturado, la estética visionaria del gran arte social inspirado en la vida del pueblo (1949, p. 13). “Crea así la obra de arte más original, más extraordinaria, y más profunda de Europa, dentro de la estética de lo torturado” (p. 16). “La milagrosa tortura de su sordera despierta en Goya el genio de la raza” que “como erupción volcánica retenida durante treinta largos años, inunda la gigantesca y montañosa alma de Goya” (1949, p. 14). Retengamos este término: erupción.

De este modo, discurre en su conferencia por la biografía atormentada de Goya, realizando también un breve racconto en torno al contexto histórico. Ahora bien, podríamos preguntarnos, ¿contra quién está discutiendo en estas líneas? Aunque suene paradójico, está apuntando que la gramática acorde a los nuevos modos de expresar lo nacional -lo español en el caso de Goya- es esta suerte de “retorno a las raíces folklóricas” que en última instancia resulta ser la construcción de una versión: debe entenderse como una de las formas de la Modernidad ya que la operación de cimentación de una tradición servía para enfrentar el eclecticismo extranjerizante que tanto escozor, en cualquiera de sus vertientes, le provocaba. O, como expresa: “Goya reencuentra a su España después de su sordera. El Aleijadinho a su América después de la lepra” (p. 7). Conviene recordar además que Guido lee el período borbónico como uno de los amagos extranjerizantes más virulentos que sufrió España.

En Goya, la fusión estaría dada no ya como en América por el elemento indígena y el europeo que tantos ríos de tinta destinara a conceptualizar en las décadas del veinte y treinta (“En defensa de Eurindia” (1924); Eurindia en la arquitectura americana (1930), por citar solo dos), sino por la imbricación de “realidades tomísticas (Dios en las cosas del mundo) con panteísmos moriscos” (1949, p. 18) o bien la “fe católica torturada con astrolatrías gitanas” (1949, p. 18). Sin embargo, y sin olvidarnos que el concepto mismo de fusión anula la tensión porque asimila los dos elementos, el secreto de Goya que está puesto en juego en su discurso podría ser enunciado en estos términos: el drama espiritual de lo hispano en lo plebeyo, en lo popular, entre el templo católico y el aquelarre (Guido, 1949, p. 18).

El drama de Goya implica así una fuerza de contrastes entre el compromiso y la displicencia, entre el dominio de la luz y de la sombra. El subsuelo de lo torturado es traído al lienzo como una suerte de propia consolación, como rescoldo para su angustia hispanísima (Cfr. Guido, 1949, p. 14). Como vemos, en este punto también de emergencias, erupciones y emancipaciones he aquí otro subsuelo que emerge: esta vez no el scalabriniano de la patria sublevada de 194531, sino el de la madre patria que pulsa por salir a la superficie.

Si esta lectura arriesgada (de lo barroco) no es más que un uso particular de la tradición, es también otro modo de exponer su máquina mitopoiética: su voluntad fundadora de instituciones, de lecturas, y, por supuesto, de mitologías. Y en este sentido, constituye un modo de acometer las angustias de la posguerra. Si como expuso Bonnefoy (2004) en charla con Starobinski: “Goya percibió, en la época de las Luces, más que ningún otro creador en poesía o en pintura, incluso de manera visceral y angustiada, que Occidente había sido ese gran sueño, del que había que despertar”32, entonces Goya, despierto o dormido, es para Guido el envite hacia una nueva mitología para la posguerra. En efecto, los “Disparates” (Fig. 6), “Los desastres de la guerra” (Fig. 6), “Tauromaquia” y “Los Caprichos” -quizás “El sueño de la razón produce monstruos” es paradigmático en este sentido- portan los fantasmas de su hispanidad replegada por años a raíz del extranjerismo borbón dando lugar a una fusión entre fe cristiana y superstición: “cristos sangrantes y magos mudéjares, […] folcklore de hechicerías, aquelarres y presagios” (p. 17) se imbrican entre sí y se inmortalizan en sus grabados33. En ese entre-lugar que Guido bautiza como sobrenaturalismo fronterizo (p. 18), solo posible después de una sordera que lo confronta a Goya con su propio volcán interior (p. 14) -su erupción interior-, se vislumbra la supremacía del espíritu en el arte.

Fuente: Guido, 1949.

Figura 6 “Disparate ridículo”, serie de 22 grabados de Goya (izq.). “Los desastres de la guerra”, serie de 82 grabados (derecha y centro). Tanto la primera como la segunda ilustración aparecen en Supremacía…. 

Así las cosas, en otro pasaje de Supremacía…, se interesa por el Aleijadinho (apelativo de Antonio Francisco Lisboa, nacido en Ouro Preto en 1738 y muerto en 1814), el gran escultor leproso del siglo XVIII en el Brasil. “El caso del Aleijadinho es, aún, más notable que el de Goya, en lo referente a la influencia notable de una enfermedad en la evolución de la obra de un artista”, expresa (p. 19).

Cabe destacar que, de forma temprana, ya se había interesado por la obra del mineiro. Nos referimos en concreto a un pionero artículo publicado en 1930 en el periódico La Prensa y a una conferencia de 1937 que luego se cristalizó (como varias de sus otras intervenciones) en un breve opúsculo editado por la UNL, bajo el título de El Aleijadinho (1938). Guido se interesó por el proceso estético-patológico que encarna el “artista estropeadito”, mote que deviene del idioma portugués. Lo cautiva esa sublimación del dolor y de la tortura física por medio del arte. Hijo de una esclava negra, y en un contexto social de trinchera clasista y esclavista34, el escultor fue “el señalado del destino para crear la primera obra de arte auténticamente brasileña, como un escándalo estético frente a la hegemonía dictatorial del arte lusitano”, nos dice en 1938 (p. 13).

El Aleijadinho es, a su modo de ver, el más grande artista americano del siglo XVIII: “coincide como expresión de aquella primera reconquista de lo americano frente a Europa […] con aquel momento del arte mestizo del siglo XVIII en Perú, Bolivia y México” (1938, p. 30).

Ante todo, podríamos decir que más allá de su cierta pregnancia hacia los artistas atormentados, le interesa del Aleijadinho el pasaje de una frondosidad ornamental (Fig. 7) hacia las monstruosidades de la estatuaria humanizada que produce el escultor. Es decir, le interesa el pathos de lo barroco y, como corolario, la redención. En ese viraje artístico que va del ornamento a la escultura antropomórfica se fragua también el itinerario vital del Aleijadinho: al traspasar los 45 años es sorprendido por la lepra y por la consecuente segregación social. Guido entiende que, dedicado fundamentalmente ahora a la escultura antropomórfica, el escultor “acomete la figura humana porque podía imprimir en el modelado del hombre el gemido de su raza y la esperanza de la libertad de América” (1949, p. 28). Sus monstruos extrahumanos (al decir del presbítero Engracia, primer crítico del Aleijadinho) cargaban el “feísmo” (p. 29) en esculturas de madera policromada o en piedra sabão, de tamaño natural (Fig. 8 y 9).

De este modo, veía en el artista y arquitecto criollo, un fantástico ejemplo de la potencia creadora de Eurindia, ese dispositivo fusional, propio del proceso acontecido entre los siglos XVII y XVIII en América Latina. El Aleijadinho era el símbolo del artista pautado por el deseo de salvación, fuerza inconsciente de su obra, que lo transformaba en fundador de una tradición específica en el arte americano.

El Aleijadinho introduce una suerte de sentido escultórico en la arquitectura jesuítica, movimentando sus masas merced a una dinámica se diría escultural-gigantesca. Plantas elípticas, bivalvas, fachadas movimentadas, torres circulares, guarnecidos, portadas, pilastras, cornisones, lejanamente transfigurados en el estilo de la metrópoli, pero transfigurados en manos de nuestro artista mulato. He aquí las novedades incorporadas por el maestro Aleijadinho. (Guido, 1938, p. 31)

Pero incluir al mulato Aleijadinho entre sus artistas preferidos era, decíamos, incluir el pathos, esa pregunta radical que confronta con el vacío. El volumen cuenta con diversas imágenes de: (la serie) Los profetas35; escultura en madera tallada y policromada36; y arquitectura y escultura decorativa en piedra37.

En pocas palabras, cabría entonces interrogarnos ahora: ¿cuál es el tiempo de una imagen, de estas imágenes que estamos poniendo en consideración? Si, como sabemos, en el escenario postautonómico ya no se debaten formas, sino fuerzas y esas fuerzas se llaman imágenes, esto es, enigmas en los que, de la superposición (el con) de la tradición y la ruptura, lo trágico y lo farsesco, surge lo nuevo (Antelo, 2015, p. 378), Guido verá tanto en Goya como en el Aleijadinho un anacronismo, esto es, la “participación temporal en la temporalidad, es decir, una hiper-temporalización, infinita y potencializada, del evento singular” (Antelo, 2015, p. 379). Razón por la cual, si la arqueología como única vía de acceso al presente, no es, sino una operación de regresión en el pasado para encontrar una posibilidad en el presente (Agamben, 2019), el gesto del arqueólogo Guido es siempre también (en) presente.

De alguna manera, también en este punto -Goya con el Aleijadinho- se puede vislumbrar que Guido está bregando por ese pasaje de lo escultórico y lo pictórico al archivo, de lo arquitectónico a lo arquitextual de reconstrucción de la diseminación (Antelo, 2008-2009, p. 13). No caben dudas que ciertos elementos del pasado se activan en ese pasaje y por eso, a esa parte del pasado que está siendo, que no deja de pasar la denominamos actualidad.

Sin embargo, conviene no olvidar que Guido también quiere ordenar la dispersión al intentar

una lectura radical de la antropomorfosis barroca para, a partir de allí, dar cuenta de la paradoja del ser nacional evaluado, al mismo tiempo, como local y occidental, es decir, como propio y como ajeno. Como lo otro apropiado y como lo propio enajenado. (Antelo, 2008-2009, p.13).

En la producción escultórica del mulato esto se puede observar cabalmente porque, en última instancia, Guido nos está recordando que lo propio (lo brasileño) es africano (Antelo, 2017). O lo que es lo mismo, que toda imagen presente es -sin más- arcaica.

Reflexiones finales

Quizás la historiadora Gabrielle M. Spiegel (2007, p. 89) tiene razón y escribimos de modo inconsciente, pero con determinación, nuestras obsesiones más íntimas. Los discursos, las conferencias y otros materiales que hemos puesto en consideración adquieren especial relevancia al haberse cumplido en 2021 seis décadas del fallecimiento del rosarino. En ocasiones, los textos, minimizados por ciertos mecanismos no siempre visibles de postergación, siguen un curioso derrotero para convertirse, finalmente, en objeto de estudio más o menos legitimado. Estos materiales coadyuvan así a profundizar en los recorridos de las ideas de un intelectual cargado de tensiones y con una multifacética trayectoria. Guido es un intelectual incómodo y polémico: en efecto, presenta -a semejanza del catalán Eugeni D’Ors (1881-1954) a quien lo une por cierto la reflexión sobre lo barroco- muchas aristas dignas de transitar para no clausurar su pensamiento. Si lo encasillamos como ecléctico o reaccionario, operación que -en última instancia- recortaría su potencia de contemporáneo en el sentido agambeniano, lo clausuramos.

Los materiales de archivo aportan datos para la construcción de su itinerario universitario, y, en un contexto más amplio, sirven para explorar un episodio poco transitado de la vida cultural argentina de la primera mitad del siglo veinte; un episodio que forja un posicionamiento público en más de un aspecto: los discursos pronunciados con motivo de su asunción al rectorado son piezas retóricas singulares ya que contienen su modo de situarse frente al peronismo como ningún otro de sus otros textos. Por eso revisten importancia para cartografiar los sentipensares del arquitecto.

Al leer las intervenciones de Perón en filigrana con los discursos de Guido, notamos que instalan -utilizando una metáfora musical- más que un contrapunto, un recitativo, porque enfatizan las inflexiones del habla de quien fuera tres veces presidente de la República Argentina. Dicho de otro modo: en sus discursos se pueden auscultar los mismos sones que en los de Perón, siguen una misma línea discursiva, repasan los mismos tópicos, utilizan las mismas frases. Por ende, estos textos de su paso por el rectorado de la UNL tienen un valor histórico inestimable: son documentos de carácter testimonial y, asimismo, materializan las líneas directrices de un plan de gestión universitaria. De esta manera, se constituyen en acicate y en instrumentos de gran versatilidad para analizar su paso por la gestión universitaria. A su vez, parten del mismo diagnóstico: la universidad es una institución enferma, la formación moral y científica de los universitarios debe ir en tándem con el proyecto político que el peronismo estaba desarrollando a nivel nacional, esto es, no debía permanecer indiferente al proyecto político general.

Pero Guido no resuelve sus tensiones: era un reformista que devino rector peronista; un arquitecto que, unido a Rojas por el nacionalismo cultural, se sentía impelido a construir un futuro anterior, un pasado que no deja de pasar, que se estaba actualizando en el presente de la enunciación: Eurindia. Y también, interpelado por la palabra de Perón, como intelectual forjador de un ordenamiento simbólico, brega por definir las notas de la universidad por-venir: argentinidad contra el cosmopolitismo; americanidad como lo entendió San Martín al libertar América; universalidad como didáctica ecuménica y movilización para cuidar el patrimonio cultural y los valores espirituales de la justicia social.

Estas piezas hilvanadas a los textos de carácter crítico-estético, analizados en la segunda parte de esta comunicación y que también fueron originalmente pronunciados como conferencias, nos muestran que no solo estos intereses basculaban en el mismo momento, sino que además fueron publicados en tándem por la misma institución universitaria. Son acaso dos caras de una misma moneda. Quizás podríamos pensar que, para Guido, Goya y el Aleijadinho son artistas que al emerger del subsuelo de lo torturado y del dolor, construyen la emancipación: Goya, liberándose de la hegemonía extranjera y académica y afirmando su hispanidad con un nuevo arte humanizado; el Aleijadinho, por su parte, dando la espalda a la moda de su tiempo afirmando la autenticidad social y telúrica de su América. O, en otros términos, podríamos apuntar que Goya redescubre España después de su sordera y el Aleijadinho reencuentra su América después de la lepra” (p. 30). En última instancia, solo resta decir que el peronismo vendría a realizar aquello tan ansiado que ya en el arte Goya y el Aleijadinho habían realizado.

Didi-Huberman (2013, p. 3) nos recuerda que “cada vez que intentamos construir una interpretación histórica -o una arqueología en el sentido de Michel Foucault-, debemos tener cuidado de no identificar el archivo del que disponemos, por muy proliferante que sea, con los hechos y los gestos de un mundo del que no nos entrega más que algunos vestigios”. En la mesa del montaje38 de la crítica (que escapa a las teleologías), esa cohabitación que implica el archivo de imágenes disyuntas y heteróclitas -Goya con el Aleijadinho- busca articular vestigios documentales -Guido con Ivanissevich, Guido con Perón-. Entre estos restos, entonces, intentamos montar escenas y trazar puentes y, de este modo, captar atisbos para exhumar la fuerza del anacronismo deliberado, al decir borgeano, que hace de Guido un contemporáneo, nuestro contemporáneo.

Figura 7 Candelabro. 

Figura 8 Profeta Isaías de la serie “Los profetas”. 

Figura 9 Cristo 

Texto Anexo

Discurso de Ángel Guido, (1948). La nueva universidad. Universidad, 20 (fragmento)

Después de algunos años de vida turbulenta, esta Universidad del Litoral inicia hoy la segunda etapa de su existencia, al amparo de la nueva Ley Universitaria. La primera etapa comenzó inmediatamente después de terminada la anterior Guerra Mundial. La segunda, hoy, después de esta gran guerra reciente. Ha pasado y está pasando, pues, nuestra Universidad por la dura prueba de dos posguerras, cuando el mundo sufre profundas vacilaciones en su dirección y en su destino. Es probable que esta incertidumbre de Occidente en reencontrarse a sí mismo, haya incidido profundamente en el mundo de la cultura y haya sido motivo de esa turbulencia de que habláramos.

De cualquier manera, como balance de este cuarto de siglo pasado, podemos asegurar que, en la doble misión de la Universidad, de formar ‘técnicos’ y formar ‘hombres’, pudo cumplirse nada más que, discretamente, lo primero. No fue posible franquear esa trinchera de lo exclusivamente técnico, a pesar de que se desplazó nuestra Universidad, durante la vigencia de una doctrina formativa como la Reforma Universitaria.

En efecto, esta Reforma tan traída a cuento, nació con esa doble misión de robustecer la técnica y, además, formar la conducta del universitario para hacerlo permeable a las transformaciones sociales, tan decisivas en la hora presente.

Sin embargo, estos ideales reformistas, fueron traicionados, voluntaria o involuntariamente, a la vuelta de cada esquina39. En mi trabajo “Definición de la Reforma Universitaria”, publicado hace más de quince años, denunciaba esa desviación. Expliqué, entonces, el peligro que se corría al confundir los propósitos con los procedimientos, la finalidad con los medios para lograrla. La asistencia libre, la docencia paralela, el gobierno de profesores y alumnos, no debieron ser nada más que recursos o experimentos para lograr una finalidad concreta: la superación de la Universidad argentina hasta alcanzar el pulso de nuestro tiempo.

Si esta superación no se lograba, la Reforma verdadera aconsejaba acudir a otros medios, cambiándolos o suprimiendo aquellos recursos ensayados. Sin embargo, no fue así. Probablemente por indefinición de la misma, intencionada o candorosamente, se insistió en sostener aquella estructura temeraria con una tozudez inexplicable. Ni siquiera el ejemplo de las universidades norteamericanas -de recursos tan contrarios- hizo vacilar a quienes creyeron poseer el monopolio de la Reforma.

La verdad es que en lo docente y administrativo la Reforma proponía terminar con las camarillas y el privilegio, pero, lamentablemente, se incrementaron más.

En lo espiritual y argentino aconsejaba un repliegue hacia lo nuestro, denunciando nuestros propios problemas nacionales para atacarlos en su ‘funcionalidad regional’. Sin embargo, salvo excepciones honrosas, hubo que soportar una extranjerización exacerbada y los pocos limpiamente argentinistas, tuvimos que sufrir el degüello de nuestras ilusiones y buscar el repliegue en el libro, en la creación y en la cátedra, ya que era inútil todo esfuerzo y toda lucha.

En la orientación política -en el alto concepto de la palabra- nació la Reforma con un ideal bien claro de ‘justicia social’ para los argentinos. Pero también esa esperanza fue traicionada por el complejo exotista y extranjerizante que no ha desaparecido aún de nuestros claustros. En lugar de mirar hacia la Patria, se copiaron las extremas derechas y las extremas izquierdas del Viejo Mundo, dolorido y desesperado después de las dos guerras más grandes de la humanidad.

No fue eficaz, pues, nuestra Reforma porque, consciente o inconscientemente se la falseó y en ese plano inclinado del error fueron arrastrados hasta los más idealistas, los más patriotas y los más sinceros reformistas. La verdad fue que la tranquilidad espiritual indispensable para la creación en las Ciencias y en las Artes estuvo ausente en gran parte de ese cuarto de siglo de vida universitaria.

Las asambleas de estudiantes, los Consejos Directivos convertidos en tribunas partidarias y el clima de política de la calle traído a los claustros, conspiraron contra ese ambiente recoleto que se vive en las Universidades europeas y norteamericanas y que constituye el único medio favorable para la consagración al trabajo intelectual, a la investigación científica, a la creación artística. Es necesario confesar, con desilusión, que en sus claustros nunca pudo crearse ese ‘pathos’ de amor al libro como expresión del saber milenario, de admiración y gratitud hacia los maestros y genios de la sabiduría y del arte, de dignificación del espíritu y de exaltada unción hacia los arquetipos de nuestra nacionalidad. Y estos eran propósitos reformistas, ya que, en los últimos años anteriores a la Reforma, la universidad argentina no había logrado polarizar estos ideales de la cultura.

Pues bien, todo cuanto va dicho, por fortuna, va en camino de terminarse. La Ley Universitaria, a pesar de sus lagunas razonables, tiene el patriótico propósito de eliminar esas desviaciones lamentables. Su solo anuncio ya ha traído una tranquilidad relativa en los claustros universitarios.

En fin, señoras y señores, la Universidad argentina va en camino de serenarse y el momento es propicio para el trabajo constructivo. La hora es oportuna para iniciar la superación de nuestras universidades que actualmente son nada más que escuelas profesionales superiores. Nuestro ministro, el doctor Ivanissevich, lo ha dicho muy bien: “La universidad argentina no ha nacido aún. Por ahora no es más que un colegio superior para técnicos”. Es decir, un politécnico superior.

Efectivamente, a la universidad argentina se le presenta la ocasión de apuntar más alto. Deberá completar ese ‘técnico bárbaro’ de Ortega y Gasset, con el ‘técnico culto’. Hacer del técnico un hombre armonioso, para que sea un instrumento, práctica y espiritualmente útil, para la Patria y para el mundo.

El bosque tiende a desbrozarse de malezas y a la distancia se otea el camino a seguir. La universidad argentina ha entrado en un ciclo constructivo y ya se puede pensar firmemente, en su superación. Veamos un poco, en forma vertebrada, las ramificaciones troncales del destino de nuestra Universidad.

Argentinidad

Toda universidad auténtica se desplaza en dos corrientes paralelas. Una constante constituida por el saber milenario que, como dice Scheler, es troncal e indispensable. Y otra viva y presente, conforme a la realidad de nuestro tiempo. Desprenderse o desentenderse de cualquiera de estas corrientes es mutilar la esencia misma de la universidad. Por ello, comenzaremos por manifestar que nuestras universidades deberán ser, ante todo, argentinas. Es decir, para argentinos que debe resolver problemas argentinos.

Aquel saber milenario deberá acondicionarse a la realidad telúrica, histórica, económica, política y espiritual de la Patria, sí pretende formar universitarios de la gran Argentina de mañana.

La realidad telúrica es la de nuestro suelo, cuya magia nos ha permitido lograr esa singularidad en la geografía humana del mundo. El Martín Fierro quizás sea el arquetipo. En lo histórico somos una realidad presente, sustentada por una tradición imposible de desescamotear. La gesta de nuestra independencia y el ideal sanmartiniano, son valores formativos -conforme a la teoría filosófica de los valores- capaces de estar siempre en primer plano en la perspectiva histórica del hombre argentino.

En lo político y económico estamos presenciando el drama del mundo frente al advenimiento de las masas proletarias. Nuestro gobierno ha sabido resolver esa grave ecuación política y económica, providencialmente. El temerario avance de las masas de que nos hablan Ortega y Landsberg, que está haciendo vacilar hasta la propia cultura de Occidente en Europa, se está resolviendo entre nosotros exitosamente.

La universidad no puede echar en saco roto esta realidad tocante ni aducir incompatibilidad alguna. Antes, al contrario, la universidad argentina deberá formar élites entre sus filas, para contribuir con su serena sabiduría y su teleológica visión universalista, que la Patria arribe al mejor puerto del mundo, en estos momentos cruciales de su historia.

Finalmente, en lo espiritual, hay raíces demasiado hondas en nuestro pueblo y que deben ser advertidas por la universidad. Nuestra tradición cristiana, legada desde la Conquista hispánica de América, se acondicionó en nuestras pampas, en nuestras montañas y en nuestras riberas, demarcando señeramente nuestro destino espiritual. Luego, la Independencia la afianzó para siempre, ya que la incorporó a sus ideales de libertad en la epopeya del nacimiento de nuestra patria. Más adelante la inmigración latina, desde fin de siglo, matizó, pero no desvío ni en un ápice, el gesto vigoroso de este tronco de árbol cristiano de nuestros antepasados.

Pues bien, si la universidad argentina, en este nuevo ciclo de su historia, pretende ser un poco más que un politécnico superior, deberá inspirarse, ante todo, en esta realidad objetiva y subjetiva de nuestra Patria. Hemos vivido hasta estos últimos años, excesivamente asomados a lo exterior. A pesar que el Atlántico nos separa de Europa, hemos desplazado nuestros propios problemas nacionales para enfocarlos desde el ángulo físico y espiritual de un continente de excesiva madurez, olvidando nuestra propia juventud americana. El cosmopolitismo gestó, sin lugar a dudas, ese clima de desautenticidad de lo nuestro. Pero va esto dicho sin reproches. En otra ocasión lo expresé con estas palabras: “A pesar del dramatismo tremendo que adquiere la expresión americana, incapaz de manifestarse en su propia voz y circunscripta a una vida de escamoteado espíritu, se logra, sin embargo, una agilidad mental y captación espiritual notables. Una suerte de vigilia constante para la mejor interpretación de la vida integral europea”.

Pero, especialmente Buenos Aires, extremó la medida de nuestra extranjerización. Las raíces profundas de nuestra argentinidad comenzaron a vacilar. Nuestro endeble federalismo político, espiritual y humano, no fue suficiente para equilibrar esa expresión que yo he llamado portuaria, por saberla atacada a las cien banderas del mundo. Era indispensable esa segunda y auténtica emancipación que nos habla Ricardo Rojas en su Restauración nacionalista. La emancipación política la realizaron los hombres de mayo. La emancipación económica la está cumpliendo admirablemente el Gobierno que hoy dirige nuestros destinos. Nos falta la emancipación espiritual. Esta última libertad, la del espíritu, debe preocupar a las universidades. Sin imitarlas, por supuesto, debemos actualizar un poco las grandes universidades de Occidente que, desde la época medieval, iluminaron la cultura del mundo y cuyos propósitos no fueron, por supuesto, formar técnicos exclusivamente, sino hombres, en el sentido ancho de la palabra. Universidades como las de París, Bolonia, Salamanca, Oxford lograron ese armonioso connubio y la cultura occidental pudo ejercer ese alto magisterio que todavía persiste.

He aquí, pues, uno de los más grandes problemas de la universidad argentina. Debemos colocar en las alforjas del egresado algo más que la aptitud técnica. Deberá recibir conjuntamente con el diploma que lo habilita para el ejercicio de las profesiones liberales, también el espaldarazo de argentinidad. Solamente así, el médico, abogado, ingeniero, arquitecto, será un elemento eficaz y constructivo en esta Patria grande que todos soñamos.

Es en los claustros de nuestras universidades, jerarquizados por maestros de categoría moral y científica, donde podrá ejercerse esa didáctica superior que cada día la sentimos más indispensable en las comunidades modernas. Hoy más que nunca, con el advenimiento de las masas trabajadoras, es indispensable formar esas élites consejeras y directoras. Y ningún ambiente más propicio que las Universidades. Deben estas aportar su serenidad, su sabiduría y su alto juicio siempre argentino, a esas masas razonablemente convulsionadas y aventadas por el clima revolucionario de la justicia social.

Esta es una de las contribuciones que de inmediato habrá que poner en práctica para coadyuvar con el Superior Gobierno de la Nación que, en este momento histórico, ha evitado que fuéramos arrebatados por un extremismo desoccidentalizado y por ello, de grave riesgo para nuestro destino.

Universidad argentina, pues, formadora de técnicos y hombres argentinos, abocados a la solución de problemas argentinos y apuntando siempre hacia una Patria mejor.

Americanidad

Ya lo he dicho en otra ocasión: “Frente al desgarramiento de Europa, los pueblos de América se han apretado en una inusitada hermandad, más limpia y más sólida de lo que pudiera deducirse de la manida ‘buena vecindad’, demasiado protocolizada, por cierto”.

“Creo firmemente -dije hace algunos años- que en la trastienda de aquella bien intencionada ‘buena vecindad’, ha cundido de Norte a Sur y de Sur a Norte una corriente de honda y auténtica simpatía fraternal, frente a la desescamoteable realidad de la guerra que acabamos de soportar. Se diría que América ha comenzado a pensar en sí misma y a tener fe en su adultez recién nacida. Hay, efectivamente, una intensa emoción de gran expectativa, frente al presentimiento de ser señalada por el destino, como monitora de la cultura universal y defensora de la sabiduría y el espíritu que nos legara Occidente”.

“A mayor responsabilidad mayor urgencia en ajustar sus filas humanas, en reestimar sus propios valores, en sopesar su capacidad en ese flamante magisterio del mundo que la historia le ha de deparar en estos momentos cruciales de la humanidad. Y por ello, el Norte poderoso ha tendido la mano para recoger la moneda espiritual del Sur. Y el Sur le ha ofrecido -con esa hidalguía propia de su estirpe hispanoamericana- sin resentimientos, a pesar de que un imprudente acción económica anterior a la última guerra, había creado aquel complejo arielista del antimperialismo difícil de desplazar”.

“Pero, repito, por encima de este señalado complejo arielista y de aquella buena vecindad todavía impopular, la verdad es que toda América se ha sentido conmovida en una misma y densa emoción de ancha y limpia hermandad, frente a la grave responsabilidad de su destino”.

“Se me antoja que este momento tiene un perfil muy similar a aquél de los últimos años de la segunda mitad del siglo XVIII, guardando distancia, por supuesto, de tiempo y circunstancias históricas. Toda América fue casualmente en aquella centuria, una sola América. Un solo ideal vibraba desde el lacustre montañoso Norte y desde el Yucatán cálido, hasta las Pampas extendidas y la Patagonia frígida: el ideal de la Libertad. El sojuzgamiento por el europeo tenía ya su primera independencia visceral. Gestábase, cabalmente, lo que más tarde fue emancipación política o primera independencia. Era casualmente América, en aquel momento, una sola América frente a Europa y no la actual, aparcelada por razones no muy justificadas por cierto. Era la época de los comuneros, de las insurrecciones indígenas, de los rebeldes mestizos y también de los sofocados movimientos de emancipación. Y así como los primeros años del XIX, fueron los años decisivos para lograr existencializar aquella visceral independencia de América, se me antoja que, en estos momentos, después de más de un siglo, se está gestando la segunda y definitiva emancipación que todos soñamos”. Estos conceptos pertenecen a mi obra Redescubrimiento de América en el Arte, publicada hace varios años. La reciente asamblea panamericana de Bogotá, es un signo evidente de aquella esperanza.

Pues bien, en los claustros de nuestras universidades, debe ejercerse, de alguna forma, esta didáctica americanista. El conocimiento de la geografía humana y espiritual de América, hará más densa esa confraternidad. ‘Piú si conosce e piú si ama’, decía Leonardo.

Trataremos, pues, que este ideal americanista, sea una realidad en esta Universidad del Litoral. Oportunamente hemos de proponer soluciones prácticas para lograr tan noble propósito. No debemos olvidar que nuestra primera emancipación necesitó la comunión de todos los pueblos de América. Así lo entendió San Martín, el Santo de la Espada, llevando aquel ideal de emancipación americana desde el Atlántico hasta el Pacífico. En esta segunda Libertad, repito, será imprescindible, también, la conjuración de todos los pueblos de América para alcanzar esa independencia espiritual de que habláramos antes. La universidad argentina no debe echar en saco roto estas enseñanzas de la historia. El ideal americanista, debe penetrar generosamente en sus claustros, para ejercer esta alta docencia de confraternidad continental.

Universalidad

Este repliegue dentro de la frontera americana, no significa desentendimiento de lo ecuménico. Las lastimaduras de la vieja Europa son también nuestras propias lastimaduras. Su alto magisterio debemos recordarlo siempre con gratitud de discípulos.

Pero, en esta asimilación admirativa de aquellas enseñanzas que nos ponen en relación con la universalidad del conocimiento europeo, debemos proceder con prudencia.

Hace más de seis años a esta parte, en mi citada obra Redescubrimiento de América en el Arte, expresaba estos conceptos que me permito reproducir. “Tengo para mí -decía entonces- que Europa es un continente resentido. A pesar que pueda resolver prácticamente el problema económico de la posguerra, restará un saldo de resentimientos que solamente un gran movimiento espiritual -posiblemente de remozado cristianismo- podría bloquear. Pero con criterio realista, no creo preparado a aquel continente para tan gigantesca empresa. Ha calado muy hondo en Europa el desamor de hombre a hombre y no creo realizable, en aquel continente, esa suerte de socialismo cristiano o cristianismo socialista que se han propuesto las mentalidades europeas de más alta probidad intelectual y de más limpia conducta. Con angustiado dolor de discípulos americanos asistimos a este paréntesis trágico de Europa, la maestra cabal de nuestra cultura hasta hoy. Pero la historia marcha y la vida apremia. América dolorida y sin ingratitud ha comprendido hoy la gran responsabilidad de su destino”.

“América en efecto -no va en ello euforia americanista- podrá resolver aquel problema social sin resentimientos internacionales y por lo tanto con mejor predisposición cristiana”. Y terminaba con estas palabras: “Tengo fe que en la generosa tierra de nuestra América podrá fructificar aquel piadoso ideal de justicia social, para, después de realizado, lanzarlo por el mundo como un ejemplo de las creaciones más grandes de la humanidad”.

Estas palabras dichas entonces, fueron de esperanza. La historia ha corrido aceleradamente y aquella visión de futuro la vemos convertida hoy en realidad. Nuestra adultez ha comenzado. La conducta ecuménica, pues, deberá acomodarse a este ideal de emancipación espiritual de América. Conviene, entonces, interponer la prudencia a toda incorporación de universalidad.

En efecto, desde las universidades y centros de cultura extranjeros, nos llegan doctrinas filosóficas, sistemas políticos y plataformas estéticas que conviene recibir con juicio de inventario. No sería aventurado opinar que pueden ser muy bien, antídotos o exudaciones de un continente que lucha por rehabilitarse del gran pecado de no haber sabido defender, con dignidad, su patrimonio de cultura milenaria. Desde la perspectiva americana resultan monstruosas y diabólicas algunas concepciones biológicas, filosóficas, estéticas y sociales. Es probable que todas ellas sean manifestaciones extremas de una cultura vigorosa pero desesperada. Negar nuestra simpatía y nuestra adhesión en el dolor sería ingratitud. Pero, imitarla y contagiarse de esa misma desesperanza, sería temerario.

Mas, lo riesgoso es que esas voces y expresiones extremistas nos llegan a través de los medios de cultura más populares: el libro, la prensa, la radio, el cine. No debemos olvidar que estos son los instrumentos de mayor eficacia en la formación cultural de un pueblo. Compiten con éxito en docencia popular, lamentablemente, hasta con la misma universidad.

Tengo para mí, que la universidad no debe desentenderse de estos problemas si es que pretende ponerse a tono con el pulso de nuestro tiempo.

De aquí que, en estos momentos históricos donde parece que se ha de cumplir aquello de la “Universidad del pueblo y para el pueblo”, conviene meditar sobre la forma práctica y prudente de llevar a lo popular esta didáctica ecuménica de universalidad tamizada por la esperanzada juventud de América.

Movilización

Señoras y señores: Me ha parecido oportuno terminar este discurso inaugural de Rector, con una palabra que es expresión de conducta. Y esta palabra es: movilización.

Movilización significa disponerse a tomar las armas en defensa de la Patria. La integridad territorial de la Nación no está en peligro. Pero sí lo están el patrimonio cultural y los valores espirituales de la madura civilización europea, ante el advenimiento de las masas agitadas por la bandera de la justicia social. Pareciera que el Viejo Mundo tuviera flaca capacidad para defenderlos frente al avance oriental. Por ello, debemos movilizarnos para proteger, americanizar y argentinizar ese patrimonio del saber y del sentir, que tanta grandeza dio a Occidente y ofrecerlo, universitariamente, a nuestro Gobierno que, en estos momentos, está realizando el gigantesco esfuerzo de consagrar esa justicia social, sin desmedro ni riesgo para nuestra argentinidad. Y en las movilizaciones como en las trincheras, no hay diferencias de clases, ni de ideologías políticas, ni de doctrinas sociales. Solamente son incompatibles: la traición, la deserción y la cobardía. La fraternidad cunde porque, junto al coraje, brilla refulgente un solo alto ideal: la defensa de la Patria.

Yo desearía trasladar ese clima de movilización a nuestra Universidad del Litoral. Desearía llevar a nuestros claustros, convulsionados por los acontecimientos que todos conocemos, ese estado de espíritu fraternal y constructivo. Hora es que desaparezcan de nuestros claustros los conflictos pequeños, los absurdos resentimientos, los rozamientos políticos, las posturas enconadas.

A los profesores que sean un poco más maestros y a los alumnos un poco más discípulos, para poder ser eficaces en esta movilización destinada a superar nuestra Universidad, elevándola a una categoría cultural, a una jerarquía espiritual y a una orientación social digna de una Universidad de nuestro tiempo. En estas horas de movilización, nada debe sobreponerse a los intereses superiores de la Patria.

Argentinidad, americanidad y universalidad dignamente controlada, es, para mí, la tríada hacia la cual debe apuntar la Universidad argentina, atrincherándose en su patrimonio de Ciencia, Cultura y Espíritu, en estos momentos de vacilaciones pronto la revolución social del mundo.

¡Que, en esta dramática etapa histórica de movilización, haya un propósito superior y siempre presente en nuestra conducta de universitarios: trabajar para una Argentina grande!

¡Ojalá pueda lograr, desde mi cargo de Rector, ese clima de conciliación y, ¡Dios mediante, traer esa indispensable serenidad a los espíritus, para que nuestra Universidad del Litoral, movilizada para un gran destino, cumpla su misión de alta argentinidad en estos momentos difíciles del mundo!

Ángel Guido

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1Será de próxima aparición el epistolario entre Ángel Guido y Ricardo Rojas, bajo el título Sirenas con charangos. El epistolario inédito de Ángel Guido a Ricardo Rojas (1925-1956), con prólogo de Raúl Antelo. Hemos realizado el estudio preliminar, las notas y las transcripciones. Las cartas forman parte del Instituto de Investigaciones del Museo Casa Ricardo Rojas (CABA). Para más información sugerimos consultar: Antequera (2019, 2020a, 2020b). En 2022, la archivista del Museo Casa Ricardo Rojas Elvira Ibarguren ha confeccionado el índice onomástico del epistolario de Ricardo Rojas, que se encuentra disponible en la página web del Museo y que contiene el listado de las correspondencias trocadas por Rojas con otros intelectuales, artistas, etc. Disponible en https://museorojas.cultura.gob.ar/noticia/conmemoracion-del-dia-de-la-cultura-nacional/

2En las piezas epistolares de Guido a Rojas correspondientes a 1939, el arquitecto discurre en torno a las maquettes hechas para la escenografía y en una carta fechada el 2 de agosto de ese mismo año felicita a su maestro por su gran éxito. También el antropólogo peruano Luis Valcárcel (1891-1987) recoge en sus Memorias impresiones de esta obra: “La noche del estreno fue impresionante ver el gran Teatro Colón lleno en todas sus localidades, inclusive el palco presidencial, donde podíamos distinguir la figura del Presidente de la República, Marcelo T. de Alvear. Asistieron también algunos Ministros de Estado y distinguidos representantes de la sociedad porteña. La presentación comenzó con el Himno al Sol, que fue recibido con entusiastas aplausos” (Valcárcel, 1981, p. 220).

3Las respuestas de Rojas se perdieron.

4La Universidad Nacional del Litoral fue creada por la Ley n.° 10861 el 17 de octubre de 1919. Su creación no solo se enmarca en el clima reformista de la época, sino que respondió a demandas estudiantiles que se venían efectuando desde principios de siglo y que tomaron nuevas fuerzas a la luz del movimiento cordobés de 1918 (Bertero y Larker, 2018; Rubinzal, 2022).

5El texto de la designación es el siguiente: “Visto: la renuncia que del cargo de Interventor den la Universidad Nacional del Litoral, formula el Dr. Edgardo María Hilaire Cháneton; y considerando: que es necesario proceder a la designación de Rector en la citada Universidad, conforme a las disposiciones establecidas por la ley número 13.031 sobre régimen universitario; que el señor Ángel Guido, Ingeniero civil y Arquitecto, titular de cátedras de su especialidad en dicha Universidad, reúne los requisitos exigidos por el art. 11 de la ley para desempeñar el mencionado cargo; Por ello, El presidente de la Nación Argentina decreta: Artículo 1: Acéptase la renuncia que del cargo de Interventor en la UNL, formula el Doctor Edgardo María Hilaire Cháneton (Clase 1913, D.M. 2, Matrícula nº 2.578.562) dándosele las gracias por los servicios prestados. Artículo 2: Dáse por terminada la intervención dispuesta por decreto nº 12.195 de fecha 30 de abril de 1946 en la UNL. Artículo 3: Desígnase Rector en la UNL por el término de tres (3) años, conforme a la facultad conferida por el Poder Ejecutivo por el art. 10 de la ley nº 13.031, al Ingeniero civil y Arquitecto D. Ángel Guido (Clase 1896, D.M. 33, Matrícula nº 2.134.219). Artículo 4: El presente decreto será refrendado por el señor Ministro Secretario de Estado en el Departamento de Justicia e Instrucción Pública. Artículo 5: Comuníquese, publíquese y anótese, dése a la Dirección General del Registro Nacional y archívese. PERÓN- Belisario Gache Pirán. Oscar Ivanissevich”.

6En la década del cincuenta, Guido se alejó críticamente de este movimiento. Prueba de esto es quizás su arriesgada novela La ciudad del puerto petrificado: el extraño caso de Pedro Orfanus (1954) bajo el seudónimo de Onir Asor (Nótese: rosarino, al revés). Esta afirmación amerita un trabajo crítico ulterior. Véase el texto de P. Montini (2014).

7A partir de una obra recientemente hallada —que Guido nunca había publicado— cuyo título es La casa del Maestro (2020), hemos podido conocer de primera mano, los pormenores en la elección de cada detalle de la casa de Rojas. Esta obra funciona como una metatextualidad que quiere explicar las elecciones ornamentales del inmueble.

8Su arriesgada diatriba contra Le Corbusier en el III Congreso Panamericano de Arquitectos (1927), reunido en Buenos Aires, fue quizás la más osada y la que más repercusiones tuvo (Antequera, 2020a).

9“Como lo analizó Eduardo Hourcade (1995), el modelo estuvo ideológicamente inspirado en las formulaciones euríndicas de Ricardo Rojas, que proponían la fusión de lo europeo y lo aborigen, lo americano y lo colonial en la construcción del Altar de la Patria. Su arquitectura procura establecer un pliegue monumental capaz de comunicar el presente homogéneo de la ciudad portuaria de Rosario con la diferencia y la singularidad de supasado nacional. El artefacto arquitectónico, elaborado por Ángel Guido, posee dimensiones importantes y es una de las pocas formas monumentales decididas a la bandera de un Estado Nacional” (Vera y Roldán, 2021).

10Para una caracterización de la revista Universidad de la UNL consultar: Escobar (2022).

11Para ahondar en el programa pedagógico americanista de Guido en otros niveles educativos más allá del universitario y seguir los derroteros institucionales que supo atravesar, conviene consultar el interesante trabajo de Welti (2019). Con respecto a las iniciativas culturales en las que participó, la Asociación Cultural El Círculo junto a su hermano, el artista plástico Alfredo Guido, es ciertamente digna de destacar (Fernández, 2003).

12Sugerimos consultar oportunamente los siguientes trabajos: Fiorucci (2011), Sigal (2002), Buchbinder (2005), Martínez del Sel y Riccono (2013), Girbal-Blacha (2005), Buchrucker (1987), entre otros. Para pensar los vínculos entre el primer peronismo y literatura: González (2015), Edwards (2014), Navascués (2017), Bracamonte (1996), entre otros.

13Conviene apuntar que hemos tomado este término en el sentido en que Ernesto Laclau (1996) lo trabajó en su ya clásico libro Emancipación y diferencia, más precisamente en el primer capítulo titulado “Más allá de la emancipación”. Laclau analiza este concepto en torno a seis dimensiones inextricablemente vinculadas. Nos referimos a las dimensiones: dicotómica (la censura entre el momento emancipatorio y el orden social precedente), totalizante (la emancipación afecta todos los órdenes de la vida social), de transparencia (no hay lugar para relaciones de poder o de representación), preexistencia (de lo que debe ser emancipado respecto del acto emancipatorio, esto es, no hay emancipación sin opresión), de fundamento (si el acto emancipatorio es verdaderamente radical, operará al nivel del fundamento de lo social) y racionalista (en oposición a religioso).

14“Siempre fue [Beatriz] una antiperonista recalcitrante. Contaba que en un viaje que hizo en 1938 a Berlín junto con su padre, se hospedaron en un hotel donde estaba Perón, y fue testigo de que este asistía a los mitines de la SS. ‘Cierta mañana aparecieron todos los negocios de los judíos apedreados, con las vidrieras rotas. Mi padre me llevó a ver los destrozos y luego tomamos mate con Perón y otros militares argentinos, que parecían contentos por lo que había pasado”, declaró en un reportaje (Gorodischer en Mucci, 2015, p. 15)

15Teniendo en cuenta que excede las pretensiones de este artículo, pero para profundizar en esa trama de ideas que en los años treinta van corporizando las acciones públicas/institucionales/políticas tanto de Guido como de otros intelectuales, y que incluye el lugar dado a la cultura por la experiencia del antipersonalismo en la provincia, sugerimos consultar Virado a sepia. Educación y política en Santa Fe de los años treinta (2021) así como el artículo: “Legitimidades y usos del pasado en el antipersonalismo santafesino, (1937-1943)” (2020), ambos de Juan Cruz Giménez.

16Hemos transcripto el discurso en las páginas finales de esta comunicación.

17Para profundizar en el discurso crítico acerca de la universidad y las reformas, sugerimos consultar Castro (1998). Este autor retoma “el conflicto de las facultades de Kant” y lo retrabaja en clave de conflicto de las racionalidades, un conflicto entre los usos de la razón, entre un uso del conocimiento subordinado a los fines del Estado y un uso autónomo de la razón. Los postulados kantianos le sirven a Castro para poner de relieve el nexo entre filosofía de la universidad y filosofía de la historia y en qué modo las posibilidades de un pensamiento crítico acerca de la racionalidad técnica dependen de comprender el nexo entre estas y las crisis de filosofía de la historia.

18Ivanissevich, entre 1948 y 1950 fue secretario de Educación de Perón. A posteriori, al crearse el ministerio, pasó a ser ministro. Entre 1973 y 1974 volvió a ocupar dicho puesto en el gobierno.

19Como señalan B. Carrizo (2019) y S. Giménez (2019) el regeneracionismo es un componente de las culturas políticas que puede reconocerse en el radicalismo y que vuelve a tener presencia en los treinta. En el caso del texto de Giménez, resulta sumamente interesante la vinculación entre las identidades fundacionalistas y la tentación de no inclusión del actor otrora dominante (el otro excluido).

20En este sentido, “La palabra de Perón como vocero principal del gobierno en relación con la educación superior fue determinante para anticipar las medidas que su gobierno tomaba” (Riccono, 2015, p. 24).

21Para ubicar las representaciones de San Martín y el sanmartinismo como canon, desde los años treinta del siglo veinte, retomamos un párrafo de Amorebieta y Vera (2022): “la crisis política abierta en 1930 impactó fuertemente en el ‘zócalo de las representaciones históricas’, disolviendo ‘la homogeneidad que más o menos hasta entonces había caracterizado a la producción historiográfica local’. De esta forma, el quiebre ‘del orden constitucional del año 30, junto con muchos cambios en la vida social argentina, traería también aparejada una crisis de la percepción del pasado común. Inesperadamente, se habían encontrado los límites del progreso material y los límites del procesamiento de conflictos del orden político. Ambas rupturas tal vez requerían nuevas elaboraciones sobre el pasado, acaso un poco más a la medida de los nuevos protagonistas de la escena pública. En ese contexto se pueden ubicar tres acontecimientos relevantes, los cuales habrían sido expresión de las transformaciones ocurridas en “las modalidades de constitución de una imagen sanmartiniana en la memoria colectiva’: la edición en 1932 de Historia del Libertador General Don José de San Martín por José Pacífico Otero, la fundación en 1933 del Instituto Sanmartiniano, cuya sede sería el Círculo Militar; y, por otro lado, el anuncio en 1931 de El Santo de la Espada [de Ricardo Rojas], el cual sería publicado también en 1933”.

22Entre las preocupaciones de Guido que fulguran en las páginas de Fusión hispanoindígena… (1925), podemos advertir la tónica que lo impregna todo: la arquitectura es entendida como arte social, como “antena de los pueblos”. Guido pretende instaurar una arquitectura propiamente americana, tan alejada de la imitación como del eclecticismo y del cosmopolitismo.

23Conviene reparar que esta cátedra de instauró en otras universidades también. Por ejemplo, en la Universidad Nacional de La Plata se fundó en 1943 (Cfr. Pis Diez, 2018, p. 69).

24Cabe destacar que en un conocido relato titulado “La fiesta del monstruo” (de Bustos Domecq, seudónimo de Borges y Bioy) y que fue escrito en diciembre del 47, es decir, solo unos meses antes del discurso de 1948, estos dos escritores enhebran otra serie entre La refalosa de Hilario Ascasubi, “El matadero” de E. Echeverría y el peronismo, esto es, Rosas (1º tiranía) y Perón (2º tiranía).

25Esta afirmación de Guido sin dudas es tributaria de escribir desde una ciudad puerto, Rosario.

26Quedará para ulteriores trabajos profundizar en algunas articulaciones entre el peronismo y el nacionalismo, como, por ejemplo, el lugar de la autoridad, el sanmartinismo, la tradición católica y la “nación en armas”.

27Conviene reparar en que este aspecto es una construcción histórica del propio peronismo, al calor del revisionismo histórico, que aquí no se pretende abordar.

28Este segundo apartado es tributario de los debates y lineamientos del seminario “Goya plagia Didi-Huberman”, dictado por el Dr. Raúl Antelo en la Universidade Federal de Santa Catarina en 2018.

29Nos interesa tomar la acepción que propone Agamben en varios de sus textos e intervenciones. Por ejemplo, Agamben (2019) al utilizar como disparadora la filología de Karl Lachmann (1963).

30Ver la diferencia que establece Eugeni D’Ors (1946) entre Goya y lo goyesco.

31Nos referimos a este conocido texto de Raúl Scalabrini Ortiz (1973, p. 55).

32Traducción nuestra.

33Guido recoge en el volumen las siguientes reproducciones de Goya: “Los fusilamientos del 3 de mayo (óleo)”, “Los desastres de la guerra” (aguafuerte), “Tauromaquia” (litografía), “Disparate ridículo” (aguafuerte).

34Recordemos que el Aleijadinho vivía en Minas Gerais, donde el oro y los diamantes eran la codicia de los portugueses y regía la esclavitud para negros y mulatos.

35Esculturas en piedra: profetas Joel, Isaías, Jeremías, Daniel, Jonás, Baruc, Ezequiel, Abdías, Oseas, Amós, Habacuc.

36A saber: María Magdalena (detalle de un pasaje del Vía crucis); Cristo (Vía crucis del santuario de Congonhas do Campo); dos Apóstoles; Cristo en la escena del Huerto de los Olivos; Cristo en la prisión; escena de la Flagelación de Jesús; Cristo coronado de espinas (2); soldado romano en actitud de lacerar a Cristo; Cristo en el Vía crucis; Cristo en la Vía crucis, soldados romanos, María Magdalena y mujer de pueblo con un niño; escena de la Crucifixión.

37Iglesia de San Francisco de Ouro Preto; ángel del coronamiento de la pila bautismal de la iglesia de San Francisco de Asís; gran pila bautismal de la sacristía de San Francisco de Asís de Ouro Preto; púlpito en piedra monolítica, en detalle: Jesús predicando a los pescadores; portada en piedra de la iglesia de San Francisco de Ouro Preto; frontispicio de la iglesia del Carmen de São João del Rey (proyecto del Aleijadinho); portada en piedra de la iglesia del Carmen de São João del Rey; detalle de la portada en piedra de la iglesia de San Francisco en São João del Rey; portada en piedra de la iglesia del Buen Jesús de Mattozinhos de Congonhas do Campo; coronamiento de la portada de la iglesia de San Francisco en Marianna; portada en piedra de Nuestra Señora del Carmen en Ouro Preto.

38Dice Didi-Huberman (2013): “El montaje será precisamente una de las respuestas fundamentales a ese problema de construcción de la historicidad. Porque no está orientado sencillamente, el montaje escapa de las teleologías, hace visibles las supervivencias, los anacronismos, los encuentros de temporalidades contradictorias que afectan a cada objeto, cada acontecimiento, cada persona, cada gesto. Entonces, el historiador renuncia a contar ‘una historia’ pero, al hacerlo, consigue mostrar que la historia no es sin todas las complejidades del tiempo, todos los estratos de la arqueología, todos los punteados del destino”.

39El desencuentro entre peronismo y reformismo universitario hunde sus raíces en un triple orden de factores: el clivaje laicismo clericalismo, el impacto de la segunda guerra mundial sobre los alineamientos políticos culturales —división entre aliadófilos y partidarios del Eje— y en tercer lugar, las políticas universitarias llevadas adelante primero por el régimen de junio de 1943 y luego por el presidente electo, coronel Juan Domingo Perón (Tcach, 2019). También Pis Diez (2012).

Recibido: 22 de Diciembre de 2021; Aprobado: 22 de Noviembre de 2022

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