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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.15 no.2 Bernal jul./dic. 2011

 

OBITUARIO

David Viñas (1927-2011)

 

David Viñas nació en la ciudad de Buenos Aires el 28 de julio de 1927. Estudió, como suelen decir las solapas de varios de sus libros más recientes, "con curas y militares". Sus relatos acerca de su padre yrigoyenista, de su experiencia como monaguillo católico y de su deseo de iniciar la carrera militar -contados en múltiples reportajes y documentales- parecen ser el escenario contra el cual Viñas comenzará a construir, ya tempranamente, su propia historia. Antagonista de estos hechos de su infancia y juventud, ingresa en la esfera pública como un escritor, en la década de 1950.
Su producción de ficción, rápidamente, lo coloca entre los escritores más admirados y respetados de Buenos Aires. Nombro la ciudad de Buenos Aires porque me parece que no puede escindirse del relato de su vida, de la descripción de su historia. El Viñas inicial, nacido en la esquina de Talcahuano y Corrientes, el de la calle Viamonte, entre San Martín y Reconquista, de la década de 1950, el Viñas profesor de la Facultad de Filosofía y Letras en la década de 1980, en Marcelo T. de Alvear y Uriburu, o en la sede de 25 de Mayo, el habitué de la calle Corrientes y del bar La Paz hasta sus últimos días: Viñas y la ciudad de Buenos Aires parecen una dupla inexpugnable.
A partir de la década de 1950, Viñas publica novelas: Cayó sobre su rostro (1955), Los años despiadados (1956), Un dios cotidiano (1957), Los dueños de la tierra (1959), Dar la cara (1962), Las malas costumbres (1963), Hombres de a caballo (1967), Cosas concretas (1969) y Jauría (1971). Todos estos libros, de alguna manera, han sido leídos como una saga balzaciana que tensa la biografía privada y la historia política argentina. Lo que acompaña en esos años su trabajo de escritor es su protagonismo en una de las revistas más cautivantes de la cultura argentina: Contorno. Junto a otros jóvenes intelectuales que participaron de ese proyecto cultural de diez números, publicados entre 1953 y 1959, Viñas expone sus hipótesis y lecturas junto con su hermano Ismael Viñas, su esposa Adelaida Gigli, así como con Juan José Sebreli, Noé Jitrik, Adolfo Prieto, Rodolfo Kusch, Oscar Masotta, F. J. Solero, Regina Gibaja, León Rozitchner, Ramón Alcalde y Tulio Halperin Donghi. La crítica al liberalismo, verdadero pivote del grupo, fue definitoria y contundente pero no más que la confianza, la fascinación y el compromiso con que Viñas la establece a través de, en y por la literatura argentina.
El conjunto de su escritura de ficción y sus ensayos para Contorno van tramando la que va a ser, sin lugar a duda, la obra más acabada del intelectual escritor: Literatura argentina y realidad política, publicada por Jorge Álvarez en 1964. Es allí, sobre todo, donde Viñas irrumpe como un látigo: desconoce despiadadamente los aportes de la crítica inmanente que lo había precedido y propone nuevas lecturas de los autores más representativos de la literatura argentina. Sacrílego, agresivo, vengativo e incisivo -así le gustaba verse y posicionarse siempre-, proponía una nueva manera de leer, una nueva manera de pensar los clásicos, una nueva manera de problematizar aquello que aparecía como -él lo mostraba así-: inerte. El método y el arsenal conceptual sofisticado con que Viñas leía los textos literarios dándoles un significado social, cultural y político iba acompañado de otro elemento que articulaba su pensamiento: la escritura. Una prosa potente, enfática, ingeniosa, detallista, anclada en la metafísica de la materia, nos permitió a los lectores de ese libro remover viejos estándares de construcción de la crítica literaria argentina: leer de nuevo, leer de otra manera a los mismos, leer a otros.
Durante la última dictadura militar -ese rayo de fuego que se clava en toda biografía intelectual argentina del último tercio del siglo XX -, Viñas se exilia en España, Estados Unidos, Alemania y Dinamarca. Enseña y estudia, pero, a excepción de la novela Cuerpo a cuerpo, de 1979, nada de esa producción se construye como algo nuevo. La dictadura le deja el saldo de ese gran vacío intelectual y la herida más atroz: la muerte de dos hijos: María Adelaida Viñas y Lorenzo Ismael Viñas, secuestrados y desparecidos.
En algunos ejemplares de la Biblioteca del Instituto de Literatura Argentina pueden reconocerse sus subrayados en las páginas de los libros que leía. También están en algunos ejemplares de la colección Quesada de la Biblioteca del Instituto Iberoamericano de Berlín: guiones, tildados varios en los márgenes, anotaciones, signos de puntuación diversos, todos en birome. El vigor de esas marcas, el trazo impúdico, contundente, de ese lector parece querer borrar al intelectual exiliado, lejos de su ciudad, despojado de todo.
En 1983, Viñas regresa a la Argentina. Un conmovedor relato de Beatriz Sarlo lo muestra aterrizando en Ezeiza sin un peso. Viñas -cuenta Sarlo- vivió unas semanas en la oficina de la revista Punto de Vista y, por escalera, subió ocho pisos la cama que alguien le había prestado, mientras gritaba: "¡Allá vamos, como un Cristo!". Tenía entonces más de cincuenta años. En la década de 1980 Viñas se hace cargo de la cátedra de Literatura argentina de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y lo nombran además Director del Instituto de Literatura Argentina "Ricardo Rojas". El fruto de sus lecturas de exilio puede leerse en otro de sus ensayos más logrados: Indios, ejército y frontera, publicado por Siglo XXI en 1984.
El aporte de Viñas a la dramaturgia no es menor, no sólo como ensayista, donde destaca su lectura de Gregorio de Laferrere que enmarcó como un fenómeno titulado "la crisis de la ciudad liberal", "Grotesco, inmigración y fracaso" (1967) y Teatro rioplatense (1984), sino también como autor. Destacan Lisandro, Dorrego, Tupac Amaru. Su lectura de la práctica del viaje (con su tipología archi-citada en monografías, artículos y ponencias de congresos) como dispensadora de identidad y constructora de subjetividades (que se lee en Literatura argentina y realidad política pero también en De Sarmiento a Dios de 1998), se adelanta en mucho a los Estudios culturales, que determinan gran parte de la producción de quienes lo preceden. En los últimos años, Viñas volvió a publicar novelas: Prontuario (1993), Claudia conversa (1995) y Tartabul (2006).
Viñas fue un intelectual del siglo XX, y podría haberlo sido también, a su modo, del siglo XIX. Su prosa, absorbida, imitada -casi hasta al plagio- por la producción académica fue al mismo tiempo reacia a la academización.

La literatura argentina -escribía- se va justificando como la historia de un proyecto nacional, es decir, es el proceso que puede rastrearse a lo largo de un circuito pero que solo se verifica con nitidez en los momentos culminantes caracterizados por la densificación de un dato fundamental. ¿Pero cómo se reconocen esas emergencias? Por varios datos: por el pasaje de la cultura entendida como eternidad a la convicción de que es historia, por el tránsito de los escritores que interpretan a la literatura como tautología a los que se sienten sujetos de la historia. En forma similar, los mayores logros se definen por el desplazamiento del miedo hacia la responsabilidad cuando los escritores dejan de ser literatos para considerarse autores.

Los que fuimos sus alumnos en la década de 1980, en las aulas de Filosofía y Letras, nunca olvidaremos sus clases, que nos atravesaron como un trueno, en una universidad y un país que comenzaban su largo y complejo proceso de normalización democrática.
Viñas murió el jueves 10 de marzo de 2011. En esos días la ciudad se había puesto lluviosa y esquiva. Todos nosotros decidimos ir a la Biblioteca Nacional, el sábado a las cinco de la tarde, a un homenaje que operativamente organizaron Horacio González y María Pía López porque la familia había tomado la decisión de no hacer un velatorio. Éramos muchos o tal vez pocos, no podría precisarlo.Éramos quizá los suficientes. De modo que en lugar de un féretro y palmas de flores, había una estupenda foto de Viñas proyectada en powerpoint en la pantalla del auditorio de la Biblioteca y desfilaron allí alumnos, profesores, amigos y enemigos, escritores, editores, funcionarios, actrices, militantes, admiradores y lectores, quienes improvisaban palabras de despedida, por turno, en el escenario.
Aristóteles decía que los hombres no temen morir, temen no ser recordados.
Con David Viñas eso no va a suceder.

Claudia Torre

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