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Temas medievales

versión impresa ISSN 0327-5094

Temas mediev. vol.18  Buenos Aires ene./dic. 2010

 

VARIA

Sobre la vita de Cristina de Markyate (conclusión)

Nilda Guglielmi
(CONICET - Universidad de Buenos Aires)

Resumen: Concluimos en estas páginas la traducción de la Vita de Cristina de Markyate realizada sobre la versión latina editada por C.H. Talbot, The Life of Christina of Markyate. A twelfth century recluse, Oxford, Clarendon Press, 1959. La traducción que ofrecemos ha sido confrontada con la traducción al inglés realizada por el citado autor. Hemos tomado las notas de la misma edición, limitándolas a la identificación de personas y lugares. El mencionado texto ha comenzado a publicarse en el tomo 15-16 de Temas medievales, pp. 11-47 y proseguido en el tomo 17, pp. 181-206.

Palabras Clave: Hagiografía; Mujeres; Cristina de Markyate; Vita.

Sommaire: Nous concluons dans ces pages la traduction de la Vita de Christine de Markyate faite sur la versión latine éditée par C.H. Talbot, The Life of Christina of Markyate. A twelfth century recluse, Oxford, Clarendon Press, 1959. La traduction que nous offrons a été confrontée avec la taduction à l'anglais faite par cet auteur. Nous avons pris les notes de la même édition, tout en les limitant à l'identification des personnes et des lieux. Les chapitres préalables du texte en question ont apparu dans le tome 15-16 de Temas medievales, pp. 11-47 et dans le tome 17, pp. 181-206 de la même publication.

Mots-Clés: Hagiographie; Femmes; Christine de Markyate; Vita.

Summary: The following are the final pages of the translation of Christina of Markyates Vita. For our purpose we used the Latin version edited by C. H. Talbot, The Life of Christina of Markyate. A twelfth century recluse, Oxford, Clarendon Press, 1959. Our translation has been examined side by side with the English translation by C.H.Talbot. We have also used the footnotes of his edition, but only those helpful in identifying persons and places. The first two parts of the translation of the Vita have been published in Temas Medievales, vol. 15-16, pp. 11-47, and in vol 17, pp. 181-206.

Key Words: Hagiography; Women; Christina of Markyate; Vita.

Concluimos en estas páginas la traducción de la Vita de Cristina de Markyate realizada sobre la versión latina editada por C.H. Talbot, The Life of Christina of Markyate. A twelfth century recluse, Oxford, Clarendon Press, 1959. La versión que ofrecemos ha sido confrontada con la traducción al inglés realizada por el citado autor. Hemos tomado las notas de la misma edición, limitándolas a la identificación de personas y lugares. El mencionado texto ha comenzado a publicarse en el tomo 15-16 de Temas medievales, pp. 11-47 y continuado en el tomo 17, pp. 181-206.

Acerca de la virgen santa Teodora que también es llamada Cristina (conclusión)

54. Hostigada de estas y otras maneras, la doncella de Cristo se sintió perturbada interiormente y temió que Dios la hubiera abandonado. No sabía qué hacer, donde volverse o dónde ir para escapar de las maquinaciones del demonio. Al final, se dio ánimos y tomó coraje por el recuerdo de las anteriores mercedes, entró en la iglesia y, bañada en lágrimas, como acostumbraba, se entregó a la suprema piedad. Pero, cuando recordó que Dios no deja pecado sin castigar, pensó si tantos y tan graves males no habrían vuelto sobre ella debido a su propia falta. Postrada en el suelo, elevada la mente, oró con fervor a Jesús porque mucho temía ser tentada [más allá de sus fuerzas] si el auxilio tardaba. Aunque Dios no permite que nadie sea tentado más allá de sus fuerzas [1 Cor. 10.13], ella insistió en sus oraciones y nada distrajo su atención. Y he aquí que, mientras así estaba, fue transportada al cielo y oyó (pero no con los oídos que yo conozco) las divinas palabras: "No te asustes por estas horribles tentaciones porque la llave de tu corazón está en mi mano y yo tengo la guarda de tu mente y de todo tu cuerpo. Nadie puede entrar sin mi voluntad". Inmediatamente, ella se sintió liberada de todos sus dolores como si nunca los hubiera sentido y -durante el resto de su vida- cuando era asaltada por la tentación o se sentía fatigada por el sufrimiento, se acordaba de la llave como confirmación de Dios a su doncella e, inmediatamente, experimentaba una divina consolación. Empero, la virgen de Cristo fue probada en el crisol de la pobreza, careciendo de aquellas cosas cuya falta acrecienta más que disminuye la virtud. Pues su amado y amante esposo, el Señor, no quiso dar una recompensa centuplicada por las cosas que ella había abandonado temiendo que las riquezas mundanas pudieran enfriar su amor espiritual. Ella, a su vez, no aceptaba de nadie lo que necesitaba a menos que hubiese sido movido por el amor espiritual y la santa piedad. Pero cuando Aquél que conocía sus secretos pensó que era oportuno ir en su ayuda en estos asuntos, esto es lo que dispuso.
55. Habitaba en los alrededores de esta ermita cierta persona noble y poderosa, una persona noble y poderosa versada en ambas clases de sabiduría, el abad Geoffrey de San Albano. Al comienzo de su prelacía, gobernó con gran rigor la casa que se le había encomendado y aumentó sus posesiones. Pero como la fortuna le sonrió merced al apoyo de parientes nobles, comenzó a mostrarse más arrogante de lo que convenía y a confiar más en su propio juicio que en el de sus monjes, cuyas religiosas deliberaciones él presidía. Este hombre no era conocido por la doncella de Cristo, excepto por la fama común. Ella nunca lo había visto ni había tenido familiaridad con él. Sin embargo, fue a través de este hombre que Dios se propuso proveer a las necesidades de ella y fue a través de Su Virgen que El decidió llevar a este hombre a una total conversión. Y así es como comenzó. El abad, en ese momento, había decidido llevar a cabo un proyecto
sin anuencia del capítulo y que sabía que no podía realizarse sin disgustar a su capítulo y sin ofender a Dios. Pero al ser un hombre muy seguro de sí, no era fácil disuadirlo de su propósito. Cuando se embarcó en su soberbio proyecto él, [como hacía] a menudo, se obstinó en apoyar su determinación. Su propósito, sin embargo, aún no se lo había comunicado a nadie.
56. En el monasterio de San Albano bajo [el gobierno] del mencionado abad, había vivido cierto hombre de gran autoridad que era conocido y amigo de la virgen de quien estamos hablando. Su nombre era Alveredo quien -siendo perfecto en todas las cosas- no había olvidado su vida [anterior] pero la había cambiado. Éste apareció a Cristina con forma visible llevando en su mano una vela encendida como cosa propia de un amigo de la luz y comenzó a decir esto: "El señor abad Geoffrey, sin consultar el capítulo, ha decidido realizar una acción (y explicó el asunto) que no deja de ser peligrosa, porque si él lleva a cabo esto ofendería a Dios. Te ruego que no le permitas hacer eso. Esta es la exhortación que yo traigo para ti de Dios. Y habiendo dicho esto, desapareció. Al pensar en ello, la virgen comenzó a considerar si debía o no cumplir el mandato. Si yo lo hago -dijo ella- tal vez él no me creerá. Pero si no lo hago, tengo miedo de incurrir en la ira de Dios". El temor de Dios venció sobre el temor al hombre. Ella llamó [entonces] a uno de sus más cercanos compañeros, le mandó decir al abad lo que había visto y oído y trató, como mejor pudo, de disuadirlo de su propósito. El se enfureció considerando el mensaje como algo sin sentido y despidió al hombre enviándolo a la virgen con la advertencia de que no confiara en sueños. Sin embargo, estaba asombrado de que la virgen pudiera conocer algo que estaba sólo en su mente. Cuando ella recibió el arrogante mensaje del abad recurrió a sus remedios habituales suplicando a Dios-por medio de ayunos, vigilias y oraciones- que puesto que ella no había podido persuadirlo, el abad pudiera ser desviado de su propósito por alguna otra persona. Dios no despreció los ruegos de su dilecta virgen. ¿Que más? Llegó la noche luego que el hombre ya mencionado hubiera decidido, en su orgullosa obstinación, llevar a cabo el asunto que había comenzado. Se
dirigió al lecho preparado para tomar algún descanso. Pero en la primera vigilia de la noche, vio muchas negras y horribles personas que lo rodeaban, lo arrojaban, lo sacaban del lecho, lo golpeaban, lo sofocaban y lo atormentaban de diversas maneras. Cuando ya estaba casi expirando, volviendo su mirada, vio al mencionado Alveredo, con ojos y rostro igualmente airados. Al principio ninguno habló al otro. Pero tomando coraje en medio de sus pruebas, el abad dijo: "Señor ¿qué deseas que yo haga?" A lo cual Alveredo replicó de manera airada: "Tú lo sabes bien. Tú recibiste un mensaje pero no abandonaste el mal propósito"."Santo Alveredo -gemía- santo Alveredo, ten piedad de mí. Yo no continuaré con mi mala resolución y desde ahora obedeceré sus mensajes [de Cristina] prontamente". Ante estas palabras, Alveredo se retiró y, como los torturadores también se retiraron, los tormentos cesaron.
57. A la mañana siguiente, él pensó que no habría que diferir [el asunto] puesto que los latigazos habían sido reales. Convocó aparte a aquellas personas del monasterio que eran de su confianza a quienes explicó detalladamente el asunto y prometió poner punto final a su proyecto. Todos ellos alababan a Dios, la santidad de la Virgen fue muy pregonada, sus advertencias y órdenes fueron observadas desde ese momento por el abad. Al recordar éste lo prometido -y no olvidando los latigazos- se apresuró a visitar a la servidora de Cristo reconociendo su deuda hacia ella por el mensaje y dándole gracias por su liberación. Prometió evitar todo lo prohibido y cumplir los mandatos de ella y ayudar a su convento en el futuro. Todo -decía él-, todos estos grandes hechos fueron producidos por Ti, ¡oh Cristo!, que difundes Tu gracia abundantemente y haces sobresalir a aquellos a quienes eliges. De tal manera, Tu virgen fue aliviada de su miseria exterior y Tu abad fue liberado del peso de sus perturbaciones interiores. Después, el hombre, a menudo, visitó a la servidora de Cristo, oyó sus exhortaciones, aceptó sus consejos, consultó con ella sus dudas, escapando del mal, tolerando sus reproches. Y como él era muy activo en los asuntos del siglo y no menos capaz en el cuidado de las almas, esto determinó mucha actividad que pareció perturbar, con mucha frecuencia,
la paz que él tanto había deseado. Esto lo fastidiaba; entonces él visitó a la servidora de Cristo para aconsejarse acerca de un lugar de refugio y recibió su respuesta como si fuera un oráculo divino, atento a las palabras del Evangelio: "No seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros" [Mateo, 10,20]. El había llegado desolado, regresó consolado. Se retiró a la sombra de Aquél a quien encuentran los amantes [Cant. 2.3] y, cuando se entibiaba el ardor del amor divino, lo alegró descubrir que, luego de hablar con Cristina, aumentaba su fervor.
58. La virgen Cristina -al ver que el corazón del abad estaba preparado para dar frutos y que, mediante la intervención de persona tan humilde como ella, había superado el mal y se había convertido en ejecutor de toda clase de bienes- sintió porél mucho afecto y lo amó con un extraordinario pero puro amor. Pues el Espíritu Santo la había preparado para que no conociera ni la afectara nada carnal. Su amor era mutuo pero diferente, de acuerdo a los distintos modos de santidad. El la apoyó en los asuntos exteriores, ella lo encomendaba a Dios, fervientemente, en sus santas oraciones. Ella era más cuidadosa con respecto aél que consigo misma y cuidaba de su salvación con tanto ahinco que -es asombroso decirlo- el abad no podía ofender a Dios ni en palabra ni en obra que ella no lo supiera, al instante, en su espíritu. Y no dejaba de reprobarlo duramente cuando estaba presente, al saber que durante su ausencia él había pecado, pensando que las heridas [provocadas por] un amigo [Cfr. Prov. 27.6] son mejores que las lisonjas de un enemigo. Esto aparecerá más claro a través del siguiente ejemplo [falta texto en el original].
59. Así, cuando él se veía impelido por la tentación del pecado, sabiendo que ella [siempre] estaba como presente, conociendo cuán escasamente algo se le escapaba, él repelía fácilmente la tentación con el escudo de la fe. Y como Dios azota a quien El recibe [como hijo] [Hebreos 12.6], azotó al abad con una grave enfermedad hasta llegar a punto de muerte. Y aunqueél no ponía su esperanza en los hombres, aún su esperanza
era firme en Dios a través del hombre, esto es a través de la doncella de Cristo, Cristina. Un remedio le quedaba y era grande, encomendarse a la doncella antes de morir. Así, él decidió invitarla. Se preparaban los emisarios, así como los caballos, para partir temprano al día siguiente. Nada de esto escapaba a Cristina. Antes de despuntar el día, uno de sus monjes, hombre grave y religioso, llegó hasta ella diciendo que debía visitar al abad que estaba enfermo. Ella dijo: "Yo sé que uno no debería ofrecer lirios sin motivo". Así, ella entró en su pequeña capilla y, llorando, oró a Dios, buscando una respuesta segura -tanto por la vista como por el oído- acerca de la salud del abad. Vistió una corta túnica sin mangas [?] como siempre que abandonaba el recinto cerrado de la ermita1. Ella salió fuera de la capilla... [falta texto] el muro y se sintió transportada sobre la cámara y vio a aquél -por quien ella había orado- sentado en el lugar con su cabeza sobre el báculo en el cual solía reclinarse a causa de su enfermedad. [Y ella vio] a los monjes del monasterio [de San Albano] ... y a dos monjas. A Margarita, la hermana de Cristina, una virgen de admirable simplicidad y rectitud y a Ada [?], a quien Margarita había solicitado como compañía para visitar a su madre, que habitaba en Westminster y [puesto que] al retorno de su viaje [quería] ver al abad que estaba agonizante. Y con gran alegría oyó la voz del abad diciendo: "¡Oh! Si Dios quisiera que nuestra señora Cristina conociera que estamos sentados juntos". "Estamos de acuerdo", respondieron los monjes. Vuelta en sí y luego de las plegarias matinales, [Cristina] rogó fervorosamente al Señor para que diera pronto y misericordioso alivio al abad. Sin dilación fueron escuchadas sus plegarias, el abad recuperó la salud, la alegría [volvió] a la comunidad y se conservó para la Iglesia un fiel servidor. El venerable hombre, al sentir que volvían sus fuerzas, deseó ofrecer sus respetos a la doncella. Luego del oficio de maitines envió a los emisarios. Y aunque él deseaba grandemente el consuelo de la compañía de la virgen, la razón prevaleció sobre el deseo. Al día siguiente, al amanecer, Margarita -a quien ya hemos mencionado- se dirigió al lugar en que habitaba su hermana. Luego de rezar el Benedicite, como es costumbre2, sin decir nada más, Cristina ordenó a su hermana que hiciera silencio y le relató en detalle cómo ella había visto al abad, lo que había oído de él y lo que habían dicho los presentes. Margarita -conocedora de que esto era verdad- se maravilló de este hecho y dio gracias a Dios, que obra través de sus santos. Luego de que el abad hubo recobrado la salud, no olvidando sus beneficios, volvió a su amada doncella deseando lograr provecho espiritual de su dulce conversación. Su deseo no se vio frustrado. Margarita llegó a él y contó al abad todo en detalle, cómo todas sus palabras habían sido reveladas al espíritu de su hermana Cristina y cómo ella había sabido todo por su intermedio.
60. Él tenía un profundo respeto por la doncella y vio en ella algo divino y extraordinario. A partir de ese momento, buscó su compañía con gran asiduidad, considerando que era poca la fatiga del viaje en comparación con el provecho que ganaba con el mismo. Sin embargo, alguna vez o nunca, se dirigía hacia ella sin hacérselo conocer de antemano informando de esto a uno de sus compañeros. Por tanto, cuando ella conoció que estaba haciendo un verdadero esfuerzo para ser más espiritual, se mostró con tanto celo respecto al abad que oraba constantemente por él con lágrimas para que, en la divina presencia, él fuera más considerado que ella misma. Y como Cristina admitió,él era una de las personas más queridas para ella, por quien podría rogar a Dios con tal devoción e insistentes plegarias. Por lo que, hecho esto, a menudo preveía los asaltos y trampas que los demonios preparaban y, por medio de insistentes plegarias, a menudo los desviaba de su amado (así ella solía llamarlo) y se esforzaba por llevarlo a un estado de paz.
61. En la mañana de Pentecostés, habiendo convocado a tres de las doncellas que vivían con ella (porque su creciente
reputación aumentaba el número de sus compañeras), ella predijo desde su corazón que su amado vendría ese día. Les dijo que pusieran todo en buen orden y que se condujeran devotamente, no fuera a ser que el amigo de devoción encontrara algo que le disgustara. Creyendo en lo que se les decía (ya que los acontecimientos pasados les habían dado confianza), ellas obedecieron a su señora. El abad tardó en llegar porque había decidido no decir a nadie de su visita de manera que, si fuera posible, Cristina no lo supiera. Se celebró la misa, no llegó ningún emisario de parte de abad. Las doncellas se miraban una a la otra sorprendidas por el retraso. Sólo una cosa era cierta. Que ella no las había engañado ni se había equivocado. De improviso, la llegada de un mensajero alegró a todos por el arribo del abad. El venerable hombre llegó y sostuvo una edificante conversación con la doncella. Mientras estaban hablando él dijo: "Esta vez sé que mi imprevista llegada os ha tomado de sorpresa". Ella llamó ante sí a su hermana Margarita quien conocía sus secretos y a las demás con quienes ella había hablado de estos asuntos y les ordenó que dijeran abiertamente lo que habían oído acerca de su visita. Ellas admitieron que era verdad, obedeciendo al amor por la verdad. Todos elevaron alabanzas al Señor y la gracia del Espíritu Santo se difundió muy abundantemente ese día. [Cfr. Rom., 5.5].
62. Ella vivió durante un largo tiempo en la ermita que nosotros conocemos antes de recibir del obispo la consagración de su virginal humildad y de su humilde virginidad. Muchas sabias y religiosas personas, lo mismo que familiares y amigos la alentaron para que se pusiera bajo la obediencia y para que confirmara sus votos por medio de una solemne consagración; consideraban que era apropiado que -puesto que ella había hecho voto de ser esposa de Cristo- este desposorio habría de destacarse por medio de la debida ceremonia. Ella dilataba esto, incierta sobre si debería permanecer en este lugar, ya que antes había pensado en retirarse a algún sitio distante, donde una ciudad ignorada pudiera proveerle un refugio escondido. Al fin, inspirada por Dios y persuadida por las frecuentes súplicas y la humilde dulzura del abad ya mencionado, dio su consentimiento
a esta sugerencia. Y así, en la fiesta de san Mateo3 de quien se dice que fue el primero que consagró vírgenes, la virgen de Cristo fue consagrada por Alexander, obispo de Lincoln4.
63. En el cuarto año de su profesión [de ella], en la 8ª de la Epifanía, el abad se vio perturbado por severos dolores y fiebre. Debido a su gran compasión, Dios dispuso golpear con azotes, para su beneficio, a quien, previamente, él había azotado para su castigo. Ella, que había sido el alivio de su grave enfermedad, estaba lejos del abad. Sin embargo, él envió un mensaje a su fiel patrona, pidiéndole que lo ayudara en esta crisis como lo había hecho en otras. Ella fue su refugio acostumbrado: postrado en el suelo, derramando lágrimas, clamando su corazón, sus plegarias fueron escuchadas por el Señor. Y la salud del hombre enfermo fue restaurada. Ella sintió en su espíritu la eficacia de sus plegarias; una voz llegó del cielo diciendo: "Debes saber que tu amado llegará a ti con alegría a verte en cinco días, a contar desde ahora". Era domingo. Salió rápidamente de la capilla [y] dijo al mensajero, quien estaba punto de partir: "Retorna tan pronto como puedas, cuando ambos alcancéis tal lugar en el día de retorno, di a tu señor de mi parte: 'Mañana piedras blancas serán arrojadas en la olla'". Este es un encantador proverbio que se emplea cuando el éxito está asegurado. Como si dijera:"En ese momento, cuando tu señor haya recobrado su salud, él se apresurará a venir hacia mí". Pero [el mensajero], convencido de la mala salud de su señor, contestó: "Señora, esto no puede ser. Porque él está sufriendo de alta fiebre, a veces, con escalofríos, al punto que casi no puede estar en el lecho, mucho menos cabalgar". "Ve -replicó ella- ve y asegúrate de su recuperación, haz lo que te he dicho. Pero, sobre todo, te ruego no decir una palabra hasta alcanzar el lugar que te he mencionado". El aceptó sus órdenes y, cuidando de no desobedecer, retornó ante su señor convaleciente pero no dijo nada acerca del viaje a realizar. Guardó secreto lo que había oído hasta que fue probado por los hechos. Temprano en la mañana del día que se había
anunciado, los caballos y los acompañantes estaban preparados y él se apresuró a llegar ante la doncella. [Cuando los viajeros] alcanzaron el punto antes mencionado, entonces, por fin [el emisario] dio el mensaje de Cristina a su señor. Este estaba estupefacto. "¿La doncella conocía -dijo- que mi recuperación sería tan súbita y que podría viajar en el día de hoy?" "Ella lo sabía" respondió [el emisario], conoció esto por medio de tales y tales signos". El prudente hombre, confirmando el presente por el pasado, conoció tanto la benevolencia del Salvador como que la doncella se había preocupado por él.
64. Una noche de Navidad -cuando ella estaba meditando profundamente durante los oficios matutinos sobre el gran nacimiento- se inflamó más y más por el deseo de verlo, como siempre que recordaba a su amado amigo. Y como ella, en cierta la medida, estaba más ansiosa por él que por sí misma, una voz le llegó diciendo: "¿Deseas ver a aquél por quien estás ansiosa y cómo está él?" Y cuando ella contestó: "Sí, lo quiero", [entonces] vio al abad Geoffrey (de él se estaba hablando) vestido con una capa roja, luciendo en su rostro no un simple candor sino un candor mezclado con rubor, expresando su rostro la belleza y la gloria. Ante esta visión, Cristina se alegró y durante un tiempo se mostró tan ligada a él que ningún motivo ni malicia podía impedir que lo llamara íntimo amigo, cuando la razón lo pidiera. Pero no todo sucedió sin la murmuración de lenguas rencorosas [Horacio, Epod. 5.47]. Pues eran muchos los que deseaban lograr una vida similar de santidad a la del abad y ganar un afecto semejante al que Cristina le prodigaba. Pero, al no obtener su favor, disimulaban su desilusión hablando mal de ella. Luego de dos días, es decir, en el tercer día luego de Navidad, Alexander -quien había sido el de subprior de la misma iglesia- la visitó. Interrogado acerca de ello, él replicó que el abad había vestido una capa blanca; [entonces] la doncella dijo:"Piensa bien si esto es verdad porque durante esa noche estuve allí y lo vi vestido con una capa roja". Entonces él respondió, con gran asombro, que esto era así y, devotamente, glorificó a Cristo en Cristina. Cómo había tenido esta visión (aunque ella bien lo sabía) nunca pudimos conocerlo por ella hasta el presente.
65. Desde ese momento, el abad apartó toda su expectación de las cosas mundanas y la fijó en Cristo; trabajó enérgicamente en lo que era útil, renunciando virilmente a las cosas de la Tierra y ansiando las del cielo. No obstante, ganó un consuelo con esto, pues al desdeñar el mundo él pudo gastar sus riquezas terrenales en los pobres de Cristo [Regula S. Benedicti, cap. 4]. En verdad, lejos de buscar una injusta ganancia, gastó sus justas posesiones en dignas donaciones. Lo que anteriormente había gastado en ostentación mundana, ahora trataba de darlo, tan poco ostentosamente como fuera posible, a eremitas, reclusos y otros que tuvieran necesidad para cumplir con la recomendación del apóstol "no teniendo nada y poseyendo todo" [2 Cor., 6.10]. Todo esto lo atribuyó a la gracia de Dios y a la solicitud de la doncella. Y se convirtió en un hombre tan diferente del que antes había sido que no hubiera podido ofender a Dios en lo más mínimo por toda la gloria mundana. Había una cosa queél deseaba conocer de la doncella, por qué consagración a la pureza o por qué prerrogativa de virtud tal gracia le había sido concedida que ella pudiera enseguida adivinar en su espíritu tanto los actos remotos como los ocultos. Cuando él habló de esto, ella le respondió: "Yo conozco todo sobre esto" y entonces le dijo detalladamente lo que él estaba por decir. Por lo que pensando mucho el asunto y dándole vueltas en su mente, él se preguntaba cómo podría averiguarlo. Porque si trataba esto con indiferencia temía que fuera negligencia, si lo hacía con audacia temía que fuera temeridad. Perplejo ante estos y similares problemas, él pasó días enteros hasta el anochecer y muchas noches, sin dormir.
66. En verdad, una noche él se vio a sí mismo sosteniendo una florida hierba en las manos, cuyo jugo era muy eficaz para alejar las enfermedades. Si él la retorcía con fuerza salía muy poco jugo pero si [lo hacía] con delicadeza y gentilmente, lograba lo que quería. A la mañana siguiente, se apresuró a acompañar a un hombre religioso, Evisando, quien le dijo que debía acercarse a ella no impulsivamente sino [de manera] gentil y con dulzura. Cosa que comprobamos luego muchas veces. Él contó todo esto a Cristina. Muy temprano a la mañana, luego de haber escuchado
misa, ella salió de la iglesia y se dirigió a un pequeño cercado próximo con flores y arrancó la primera flor que encontró, una camila [manzanilla]5. Y tomándola reverentemente en sus manos, se dirigió hacia el abad quien se aproximaba y, cuando estaba por saludarlo, le dijo: "¿Acaso ésta no es la flor, que tú viste en tu visión durante la noche?" Y le mostró la planta. Esto se lo había dicho una voz que le había llegado desde arriba. El abad y Evisando quedaron atónitos ante lo que oían, el primero contó su visión, ambos relataron su conversación de camino y glorificaron a Dios que revela a los pequeños lo que oculta a los sabios y prudentes [Mateo, 11.25]. De esta manera, Dios, en su misericordia, resolvió los problemas de quien inquiría e hizo a la virgen más digna de amor por parte del abad.
67. Luego de esto, ocurrió que su amado -estando sentado despierto en su lecho en las primeras horas de la mañana, pensando en ciertas cosas que podrían ser útiles y mirando hacia uno y otro lado- vio claramente (no era un sueño) vio claramente, vuelvo a decir, a la virgen de Cristo cerca de su cabeza como si estuviera ansiosa por ver cómo él se dirigía hacia Dios en sus más íntimos pensamientos. El la vio pero no pudo hablar con ella. Asombrado y lleno de alegría pasó el resto de la noche con provecho. A la mañana, cuando se levantó, hizo llamar a una pariente suya llamada Leticia, que en ese día habría de ir al eremitorio. Ella también llevaba la vida de monja. "Ve", dijo y dile a tu amada señora que su solicitud por mí es obvia. Porque mientras estaba despierto, vi que ella venía a visitarme la pasada noche" (y él mencionó el lugar, el tiempo y la hora). Él pensaba que Cristina no conocía nada de esto. Cuando Leticia llegó, ella comenzó a dar el mensaje a la doncella de Cristo. Y a la primera palabra ésta replicó: "No más". Y la virgen de sagrada memoria envió a buscar a su hermana Margarita (ella deseaba llamarla, por temor de que Leticia pudiera desconfiar) y le ordenó: "Di para que lo oiga Leticia lo que yo te dije temprano esta mañana acerca de este sueño". Y Margarita replicó:
"Tú sabes ciertamente que la noche pasada en tal lugar y hora su niña lo había visitado". De esta manera ella solía hablar de sí misma por humildad. Y agregó que si tal hecho hubiese tenido lugar en tiempos del bendito Gregorio hubiera debido ser preservado para la posteridad aun cuando fuera una cosa pequeña. Y dijo que no era pequeña sino admirable, digna de recuerdo para la posteridad. Al escuchar esto, la mencionada Leticia se sintió grandemente edificada, glorificó a Dios y a sus santos: "Este es un hecho del Señor y es admirable a nuestros ojos" [Mateo, 21.42].
68. De aquí en adelante el hombre misericordioso la visitó aun más a menudo, él gozaba de la conversación de la virgen, proveía a la casa y se convirtió en supervisor de sus asuntos materiales. Mientras él centraba su atención en proveer a la virgen de asistencia material, ella se esforzaba por enriquecer al hombre en virtud, rogando por él tan fervientemente en sus oraciones a Dios que mientras estaba ocupada en esto, ella no tenía noción de la presencia del hombre. Luego de recibir la eucaristía o durante la celebración de la misa (porque ella comulgaba en la mesa de Cristo tan frecuentemente como el abad celebraba los divinos misterios) ella caía en un rapto tal [Cfr. 2 Cor., 3.13] que, ignorando las cosas de la Tierra, sólo contemplaba la faz de su Creador. Conocedor de esto, el abad solía decir: "Muy grande es mi gloria aunque por momentos te olvidas de mi, tú das a conocer a Aquél cuya presencia es tan dulce que no te das cuenta que yo estoy presente".
69. Ahora la servidora de Cristo, disciplinando su mente con la vigilia, su cuerpo por medio de ayunos, asaltaba a Dios con plegarias y no cesaba hasta estar segura de la salvación de su amado. Dios escucha muy atentamente las oraciones de los puros de corazón e, inclusive, antes de ser invocado, dice "Escucho" [Isa., 65.24]. El resolvió mostrar esto en una visión. Cristina se vio sí misma en una especie de cámara, muy hermosa y odorífera junto a dos venerables y hermosos personajes que llevaban blancas vestiduras. De pie uno al lado del otro, no diferían ni por estatura ni por belleza. En sus hombros, una paloma mucho
más bella que otras parecía reposar. En el exterior, ella vio al abad tratando, sin éxito, de entrar. Enviando una señal con sus ojos y cabeza, él humildemente le suplicó que lo introdujera ante las personas que estaban a su lado en la presencia divina. La virgen no perdió tiempo en ir en ayuda de su amigo con sus plegarias habituales. Con toda la energía de que era capaz, con todo el amor que ella podía expresar, con toda la devoción que la movía, ella rogaba que el Señor tuviera misericordia de su amado. Sin demora, ella vio la paloma atravesar la cámara con un revoloteo de alas, haciendo las delicias del espectador con su inocente contemplación. Cuando ella vio esto, la servidora de Dios tomó coraje pero no desistió de sus plegarias hasta que vio al hombre mencionado ya poseyendo la paloma, ya siendo poseído por la paloma. Y cuando ella volvió en sí, entendió claramente que la paloma significaba la gracia del Espíritu Santo y que el abad, colmado por dicha gracia, sólo podía aspirar a las cosas supremas. Colmada de alegría por esto, ella lo amó y lo veneró como a un compañero y lo acogió en su pecho en un vínculo de santo afecto. ¿Quién podría describir las ansias, los suspiros, las lágrimas que ellos derramaban cuando se sentaban y discutían sobre asuntos celestes? ¿Quién podría decir con palabras hasta qué punto ellos despreciaban lo transitorio, hasta qué punto ellos anhelaban lo eterno? Pero no digo más, mi propósito es simplemente describir la sencilla vida de la virgen.
70. Cristina tenía tiene un hermano, Gregorio, monje de san Albano a quien ella quería con extraordinario afecto por el encanto de sus costumbres y la constancia de su fe. Sus parientes-a menos que se destacaran por su bondad e innata propensión a la santidad- recibían de ella poco afecto. Este Gregorio, pues -que, habiendo obtenido permiso de su abad, permaneció un corto tiempo con su hermana- solía oír mesa allí. Pero, aproximándose el día en que Dios había dispuesto arrebatarlo de los cuidados de este mundo, se apoderó de él la enfermedad que pondría fin a su vida. Su hermana, teniendo gran compasión de él (porque ella se destacaba por sobre todas las otras en esos días en el amor de lo bueno), recurrió a su remedio usual-la plegaria- y rogó a Dios que le revelara en su misericordia
qué planes tenía El en su mente para su hermano. El resultado de sus plegarias tardó en llegar pero su constancia nunca flaqueó aun cuando la salud desmejorada de su hermano parecía pronosticar la muerte. Ante esto, Cristina se entristeció más aún por causa de su hermano, insistió ante Cristo con ríos de lágrimas hasta que oyó una voz desde los cielos, diciendo estas palabras: "Ten la plena seguridad de que su Señora lo ama". Y luego de un breve intervalo, la misma voz agregó: "Y Ella también te ama". Convencida entonces de la muerte de su hermano y no menos convencida de que su propio tránsito no estaba lejano, dio gracias a Dios porque había merecido ser escuchada pero más aún porque ella se había enterado de que ambos podrían ser convocados por la Señora de las Señoras. Así, dirigiéndose a su hermano, ella le dio a entender que sería convocado por la Señora del cielo. Y ella agregó: "Si alguna noble y poderosa dama del mundo te llamara a su servicio mientras tú te encuentras en el siglo, tú deberías tener gran cuidado de aparecer grato a sus ojos. Pero si la Señora de los cielos te llama, realizarás sus mandatos con lo mejor de tu capacidad mientras puedas". Cuando Gregorio escuchó esto, creyendo que su muerte estaba cerca, se fortificó con los sacramentos de Cristo tanto más que estaba cierto que moriría. Y luego recibió el viático y [dispuso] todas aquellas cosas que conciernen al entierro para que estuvieran decentemente arregladas. Fue llevado inconsciente a la iglesia en presencia del abad y toda la comunidad del San Albano; rindió su último aliento no sin lágrimas de muchos dolientes. Lleno de esperanza rindió el último aliento. Así, murió según había vivido. Luego de muerto fue sepultado por sus hermanas Cristina y Margarita que estuvieron presentes en su entierro.
71. En el año en que Esteban fue elegido rey de Inglaterra (esto es, año 1136), él decidió -con la opinión de sabios consejeros- enviar embajadores al papa Inocencio II a Roma para obtener, de su suprema autoridad, la confirmación de su elección. Para el cumplimiento de esta embajada, el primero o entre los primeros, fue elegido el abad Geoffrey. Fue enviado a la corte del rey para recibir sus órdenes. El se dirigió ante la virgen para encomendarse a sus santas plegarias. Acudió al mandato del rey
aun ignorando la razón del mismo. Ella -más entristecida que de costumbre- dijo "Ve, ve con la gracia de Dios. Pero es seguro que este viaje no tendrá éxito. Porque yo no siento respecto a ti lo que solía en la presencia divina. El fue a la corte del rey, escuchó el decreto real sobre el asunto de la embajada y no se rehusó. El viaje fue penoso pero el motivo no era menos doloroso que el viaje. Volvió a su casa para preparar los gastos del viaje. Una vez más, él visitó su divino refugio y discutió la tarea que le había sido impuesta. Admitió su tristeza y derramó lágrimas como prueba de su pesar. Solicitó de ella dos vestimentas interiores no por placer sino para mitigar lo duro del viaje. Además, pidió que rogara a Dios muy fervientemente por él, para que Su voluntad en este asunto llegara a conocerse. Ella retornó a su amado recogimiento, bañado el rostro en lágrimas, su corazón perturbado con suspiros y, como ella continuamente orara día y noche, oyó una voz que llegaba a ella desde lo alto: "Mira el muro". Y ella miró, vio un muro en el cual estaba su amado amigo como si -vivo- lo hubieran fijado allí. "Mientras -continuó la voz- él esté firmemente fijado en él, la protección de Dios nunca lo abandonará. Pero las vestimentas que tú preparas para su comodidad, entrégalas tan pronto como sea posible a los pobres porque Cristo le dará un bienestar más agradable en su viaje". Segura de que esto era una divina promesa (porque ella no era ignorante en esa materia) trocó sus lágrimas en alegría, sus suspiros en devoción. Entretanto el venerable Thomas6 -a quien hemos mencionado antes y a quien el abad había enviado ante los mayores personajes del reino para ser liberado de la embajada- no se encontró con el rey pues éste se había ido a Roma. Al retornar de la corte, él [Thomas] aseguró a la virgen que no podría encontrarse razón para demorar la partida de su amado, todos eran de una misma opinión, que el abad debía cumplir las órdenes. Pero ella dijo "No tengas más dudas sobre este punto. Esto es lo que se me ha dicho y esto es lo que yo he visto". El le creyó puesto que conocía sus secretos y exclamó: "¿Por qué yo no lo sigo y lo persuado para que retorne?" "De ninguna manera" replicó la virgen. "Es cierto que él ha sido relevado de la carga del viaje. Pero lo mismo yo pienso que lo único lícito es que el favor del rey sea retribuido con una gracia divina". Así, regalando las prendas, ella cumplió la orden mientras El, reteniendo a su amado confirmó la promesa. Y ella consideró una pequeña pérdida el hecho de deshacerse del género tejido, tan largo como era, que había tejido la verdadera caridad7 en vista de que él fuera liberado de tan onerosa tarea.
72. En el tercer año del reinado del mismo rey Esteban, el papa Inocencio II convocó un concilio general8. Cartas apostólicas que ordenaban esta convocatoria fueron despachadas a todos lados, incluida Inglaterra. En este momento, el legado romano Alberico de Ostia9 estaba celebrando un concilio. Cuando se recibió el mandato papal se generó una discusión general acerca de lo que debía hacerse. Y puesto que parecía peligroso que, en un momento en que la guerra era inminente, todos los prelados de Inglaterra abandonaran el país y realizaran la difícil travesía de los Alpes, algunos -y eran los más prudentes- fueron elegidos para constituir una embajada por sí y por los restantes. Entre elegidos, el primero fue el abad Geoffrey. El no hizo objeción a eso puesto que era querido en la corte papal y esperaba con placer volver a ver a sus viejos amigos. Sin embargo, él deseaba tener el consentimiento de la virgen. Porque pensaba que Cristina no cesaría de rogar a Dios sobre un asunto tan importante. Se dirigió a ella con alegre disposición de mente y le dijo que estaba siendo enviado a Roma por el problema que concernía a él y al reino. El no podía rehusarse, especialmente porque el mandato papal era urgente. Ella, como de costumbre, se mostró lenta en responder pero en su corazón ella no aprobaba el emprendimiento. Al fin, reprimiendo un suspiro, dijo: "Ve con el Señor porque yo estoy segura, que ya vayas o te quedes, la divina voluntad se cumplirá". Porque, es
tando yo en oración, vi una especie de recinto rodeado por altas empalizadas transparentes, se asemejaba a un claustro sin puertas ni ventanas pero era redondo y el césped del prado era más verde que el césped ordinario. Alegre por esto, te vi, causa de mi ansiedad, dentro del cercado, muy alegre y demostrando mucho placer. Y cuando yo me preguntaba cómo podrías salir, cavando o por otro medio, me fue dicho: 'Este cercado que tú ves tiene un solo portero, Dios. Y nadie puede salir a menos [que sea] por la divina intercesión'. De acuerdo a esto, fortalecida por la misericordia de Jesucristo, confío en que tú te mantendrás dentro de este cercado y te encontrarás impedido de partir de viaje". El, por su parte, se apresuró a ir a Oxford, donde se encontraba la corte del rey, [mientras] ella rogaba al Rey eterno acerca del mismo viaje. En la corte del rey y con el rey terreno se suscitaron discusiones acerca de la partida del abad. Con Dios y el Rey celestial, ella discutía cómo se podría impedir la partida del mismo hombre. Ella sabía que el amor vencería. Conocía el amor como supremo instrumento porque ella acostumbraba a orar a Dios sobre cada causa para [lograr] un justo resultado. Por la providencia divina, contrariamente al empeño de la mayoría, contrariamente también a las expectativas de cada uno, fueron enviadas cartas apostólicas al arzobispo de Canterbury, Teobaldo10, llamando de regreso al abad. Y él que anteriormente había sido destinado a partir de viaje ahora se unió a los otros que habían permanecido para discutir quién habría de ir. Y él debió admitir que el puro corazón de la virgen poseía más poder ante Dios que facciosas y solapadas intrigas de los poderosos del siglo.
73. En el mismo año, el mencionado rey Esteban, por la perversa instigación de algunos de sus favoritos, apresó a dos obispos que estaban adscriptos a la corte, llamados Roger de Salisbury y Alejandro de Lincoln11 porque él sospechaba que eran demasiado poderosos en inteligencia, castillos, riquezas
y parientes. Los apresó, los encarceló [circunstancia] que no correspondía su posición y estado eclesiástico. Por ello, [el rey] al ser interpelado por Teobaldo, arzobispo de Canterbury y por algunos de sus sufragantes, dio su palabra que podría responder al juicio de la Iglesia por esta captura. En el momento establecido se reunieron en Winchester12. Por un lado, se encontraba el rey con sus barones y seguidores, por el otro, el arzobispo, obispos y abades y casi toda Inglaterra con mucho clero para discutir tan importante asunto en presencia del legado romano, llamado Enrique, obispo de Winchester13. El rey fue citado con la promesa de someterse a sentencia pero rehusó a aceptar cualquier juzgamiento sobre esos asuntos a menos que fueran favorables para sí y para su partido. Se solicitó clemencia al rey pero éste rehusó; se lo amenazó con la censura eclesiástica pero fue despreciada. ¿Qué más? Resumiendo, los enemigos de la Iglesia intentaron provocar un cisma entre el rey y el clero. De improviso, el rey sintiendo que había sido superado por las maquinaciones de algunas personas -de enorme astucia- se vio compelido a apelar a Roma para evitar la sentencia de excomunión inmediata. Y cuando ambas partes hubieron acordado enviar representantes a Roma, el mencionado venerable abad Geoffrey fue elegido con algunos otros para sostener los derechos de la Iglesia, siendo juzgado, en opinión de todos, como el más capaz de preservar los derechos de la Iglesia. ¿Qué debería hacer? Rehusarse no correspondía. Aceptar era una tarea verdaderamente peligrosa. Porque el rey había amenazado con la confiscación de sus propiedades a todos aquellos que fueran a Roma para contestar su voluntad. Por un lado, [Geoffrey] percibió que, en su estado de salud, la tarea era superior a sus fuerzas. Por otra parte, si él emprendía el viaje, debía considerar el costo para ese pobre pueblo por cuyo cuidado material él había trabajado largamente. Sin embargo, le quedaba un consuelo bien fundado: buscar el divino consejo en estos asuntos. Porque a él no le interesaba, en lo más mínimo, colocar la gloria de este mundo por sobre la voluntad divina. Por tanto, se apresuró a ir hacia su dulce y conocido remedio, es decir, hacia la servidora de Nuestro Señor Cristo, Cristina. El le contó acerca de las órdenes [que había recibido] y del peligro [que implicaba] cumplirlas. El mendigó, suplicó, instó, en razón de la importancia del asunto, para que intercediera ante Dios lo más rápidamente posible e incitó a la virgen amiga con sus lágrimas. [Luego], el abad partió, solamente seguro de una cosa, el agobio del viaje. Ella, deplorando la situación en que se hallaba su amigo pero temiendo más por el peligro para el alma que para su cuerpo, invocó a Dios quien vigila todas estas cosas y por quien ella había abandonado todo. Mientras ella se encontraba, como de ordinario, en su prolongada plegaria, fue raptada en éxtasis y se vio a sí misma en la presencia de Su salvador. Ella lo vio a El, a quien ella amaba por sobre todos los demás, rodeado por sus brazos y estrechamente apretado contra su pecho. Pero mientras ella temía que, puesto que un hombre es más fuerte que una mujer,él podría liberarse de su asimiento, ella vio a Jesús, quien auxilia a sus elegidos, tomar sus manos con Su propia mano amada, no entrelazando los dedos sino uniéndolas una sobre otra. Peroéstas y aquéllas superpuestas y ligadas, no menos por la unión de las manos que por la fuerza de los brazos, sentía vigor para retener a su amado. Cuando ella se dio cuenta de esto, se alegró no poco, dio efusivas gracias con alegría, por un lado, porque ella supo que su amigo quedaba redimido de cuidado y también porque ella estaba en presencia de Su esposo y Señor. Todos aquellos que estaban siendo enviados fuera del país supieron que Geoffrey había sido liberado del difícil viaje.
74. Luego de algún tiempo, el abad fue llamado una vez más a la corte, ignorando lo que el rey deseaba. Al mismo tiempo, temía que el corazón del rey se hubiera vuelto contra él en razón de las intrigas y mentiras de los otros. Porque el rey estaba, a veces, más inclinado a creer a lisonjeros que a aquellos que decían la verdad. Pero, de camino, se desvió para encomendarse a las plegarias de la virgen. Cuando estaba apoyado por ella, él no temía las dificultades porque, de múltiples maneras,
había tenido muchas pruebas de su ayuda. Y así, mientras ellos estaban hablando (porque siempre hablaban primero sobre las cosas de Dios), el abad dijo: "Voy hacia la corte pero no sé nada sobre mi regreso porque temo la volubilidad del rey". Entonces era domingo. "¿Por qué tú estás perturbado?" dijo ella. "¿Por qué hesitas si el Omnipotente es tu protección?" Ve confiadamente, lo encontrarás favorable a ti y tú retornarás alegremente a mí el próximo jueves". El partió alegremente, llegó a la corte y todo sucedió como deseaba. Y el día antes mencionado volvió a visitar a su amiga para darle las gracias. No había podido venir antes aunque mucho lo hubiera deseado porque estaba muy ocupado en asuntos y [regresó cuando] ya no hubo razón para permanecer durante más tiempo.
75. Además, había otra cosa maravillosa en ella y por la que merecía ser venerada. A menudo, mientras estaba hablando, era raptada en éxtasis y hablaba de las cosas que el Espíritu Santo le mostraba. En tales momentos, ella no sentía ni sabía nada acerca de lo que se hacía o se decía a su alrededor. Cuando los asuntos por los cuales ella oraba fervientemente a Dios eran concedidos, recibía ciertos signos. A veces, ella vio a Eviano (aunque no en forma mortal) acariciando levemente su cara hasta la boca [de ella] con sus dedos índice y medio; en otras ocasiones, ella sentía una avecilla volando con leve aleteo dentro de su pecho. Pero, cuando su mente vagaba libremente, a veces ella veía una y, más a menudo, tres luces. Cualquiera de estas señales que ella viera, significaba que sus plegarias habían sido oídas. Pero estas visiones no eran imaginarias ni en sueños, ella las veía con la verdadera penetración de que gozan los místicos. Muy a menudo también, cuando ella dormía más profundamente que de ordinario, como resultado de largas vigilias o por estar exhausta físicamente, tan pronto como la hora de maitines se aproximaba, ella despertaba con mucha facilidad aunque resultaba difícil creer que alguien hubiera podido escuchar sonido alguno. Pero tan celosamente Cristo cuidaba de Su doncella que si alguien la molestaba, era castigado rápidamente, afligido por alguna dolencia. Así, hemos sabido que uno fue golpeado con ceguera, otro murió sin sacramentos, otros devorados por
la envidia, perdieron la reputación de santidad de que alguna vez habían gozado.
76. Pero en medio de todo esto, ¡oh Satanás! ¿estaban tus dardos embotados? Porque -perdida la esperanza de lastimar a Cristina- ¿te viste forzado -debido a Cristina- a perder la esperanza de corromper a otros? De ninguna manera. Una generación depravada y perversa14 -que acusó a Jesucristo de expulsar demonios en el nombre de Belzebú15, que despreciaba a los discípulos de Cristo porque habían aceptado mujeres con ellos16- esta misma generación, porque carecía de buen sentido, no pudo percibir el buen olor de Cristo17 derramado por Cristina porque no siente la fragancia quien carece de sano olfato pero sí percibe el humo. Por lo que, compelidos por su propia malicia, estimulados por la envidia del demonio, ellos emplearon su tiempo persiguiendo a Cristina, la amante de Cristo, con murmuraciones, acusaciones envenenadas, palabras llenas de aristas, tratando de infamar su buen nombre que ella había tratado, cuidadosamente, de ocultar a los hombres. Así, algunos de ellos la denominaron una soñadora, otros, una seductora de almas, otros, más moderadamente, una mujer experta en asuntos mundanos y, lo que era un regalo de Dios, ellos lo atribuían al ingenio mundanal. Otros, que no podían pensar nada mejor, expandían el rumor que ella estaba atraída por el abad con amor mundano. Así, aunque divididos entre ellos, cada uno la perseguía -fortificada como estaba por la protección de Jesucristo- de acuerdo a su propio demonio. Para todos estos había una sola satisfacción aunque fuese insultante, a saber, si ellos no podían desviar a la virgen de su senda, por lo menos harían que muchas gentes se escandalizaran de su falsedad. Y así como el buen olor de Cristo es vida para los buenos, así el perfume de Cristo es muerte para los malos18 pero el perfume
de Cristo permanece bueno en todas partes. En consecuencia, el pueblo común, que goza con todo lo inusual, fue asaltado por los rumores. De ahí en adelante, algunos que llevaban el hábito religioso fueron heridos por la lanza de la envidia. Algunos de ellos murmuraban sobre cosas que no eran ciertas ni verosímiles; otros trataban de velar sus ficciones con apariencia de verdad, de manera que se podía pensar que uno era Jerónimo y la otra, Paula19, no siendo ella virgen sino madre de una virgen. Antes que ellos llegaran a ser amigos espirituales, la bien conocida bondad del abad y la sagrada castidad de la doncella habían sido ensalzadas en muchas partes de Inglaterra. Pero cuando alcanzaron mutuo afecto en Cristo, que les había inspirado a ambos el mayor bien, el abad fue calumniado como si fuera un seductor y la doncella, una mujer perdida. Esto no sorprende porque el demonio, su enemigo, temía el provecho que ellos podrían lograr mutuamente y la creciente utilidad que su acción podría procurar a la Iglesia. Y así, el demonio deseaba que se considerara como causa de su caída aquello que era la causa de su extraordinario progreso. Pero todos estos intentos se volvieron en su contra. Pues muchas de las personas que se complacieron en manchar la reputación [de Cristina] volvieron (como nosotros mismos hemos visto) al camino de la verdad, confesaron su falta y obtuvieron perdón. Mientras que aquellos que habían representado la parte de falsos acusadores luego se transformaron en testigos de la verdad que residía en ella. A algunos de aquellos que ignoraban la verdad del asunto y estaban sumidos en la incertidumbre, Dios los hizo retornar a la verdad manifiesta. Acerca de esto puedo aducir un ejemplo.
77. En el monasterio de Bermondsey20 cerca de la ciudad de Londres había un hombre venerable por su modo de vida, un verdadero monje, viviendo de acuerdo al significado de su
nombre, Simón, que era sacristán de esa casa y se contaba entre los primeros de su monasterio por la santidad de su vida y era conspicuo por la probidad de sus costumbres. Este hombre tenía gran respeto por la virgen [Cristina] recientemente mencionada, cultivaba su amistad y hablaba con afecto de ella y, en virtud de su familiaridad, con gusto a menudo sentía que se derramaba en sí la gracia del Espíritu Santo. El era antagonista de quienes calumniaban y de los detractores a quienes silenciaba tan pronto como ellos abrían sus bocas para hablar. Pero como él sabía que Dios defiende las causas justas, decidió que le suplicaría puesto que es juez de pensamientos y deseos21 y que, conocedor de todos los secretos, le revelara la verdad sobre Cristina. Por esta razón, él abrumó su cuerpo con ayunos, su alma con vigilias y lágrimas. Dormía en el suelo desnudo y no habría de tener consuelo hasta que no recibiera alguna respuesta del Señor. Porque consideraba un crimen realizar falsas acusaciones contra Cristina y no podía creer que se engañase en su amor por ella. Por tanto, Dios deseó poner fin a sus perturbaciones y mostrarle, como amante de la verdad, la verdadera situación. Así un día -mientras el venerable Simón se encontraba en el altar celebrando misa atento a sus plegarias- vio, con sorpresa, a Cristina de pie cerca del altar. Él estaba absorto porque la virgen no podía haber salido de su celda y porque era imposible que mujer alguna fuera admitida cerca del altar. No sin asombro esperó el resultado de esto. Entonces ella dijo: "Puedes estar seguro de que mi carne está libre de corrupción". Y cuando dijo esto desapareció; lleno de gozo e incapaz de contener su alegría [Simón] concluyó la misa en el tiempo debido aunque no pudo poner un fin igualmente rápido a su afecto por la virgen. Habiendo encontrado uno de los monjes de San Albano, quien por casualidad había ido a Bermondsey en ese momento, él envió un mensaje a abad Geoffrey a través del mencionado monje diciéndole lo que había visto, lo que había oído y lo que conocía sobre el caso de Cristina. Esto lo dispuso Dios piadosa y justamente puesto que el monje era uno de aquellos que la habían calumniado. A través de este mensaje debía comprender lo que habría de sentir por Cristina. De tal manera, si él deseaba expandir falsos rumores acerca de ella en el futuro, no tendría dudas de que estaba actuando contra su conciencia y que podría ser castigado con la dura pena que corresponde a los maldicientes. Pero el venerable Simón no sabía que el monje fuese uno de ellos. Y cuando el abad recibió el mensaje de Simón dio gracias a Dios porque El, misericordiosamente, había revelado a los demás lo que él ya conocía.
78. Cristina, que no podía ser aplastada por la astucia del demonio habiéndolo ya vencido muchas veces por medio de su fe, pensaba qué nuevo ofrecimiento podría hacer a Dios con el fin de iluminar la oposición del abad y hacer que sus detractores-de quienes ella tenía piedad- desistieran de sus desvergonzadas acusaciones. Así la virgen -dotada de una luz que iluminaba sin consumirse- propuso ofrecer una vela como un don todos los domingos por la noche. El propósito fue autorizado por las hermanas que no conocían la razón de esto. Entonces era sábado. El demonio, irritado por la constancia de la virgen, que no podía perturbar interiormente con sus intentos, realizados por sí mismo o por sus seguidores, trató de asustarla asumiendo una monstruosa apariencia. Y así, a la noche siguiente, es decir en la madrugada del domingo, mientras Cristina estaba en el monasterio y mientras las otras [religiosas] se preparaban para maitines, vieron un cuerpo sin cabeza (el demonio había perdido su cabeza, ¡oh Dios!) sentado en el claustro cerca de la entrada de la iglesia. Ante esta visión (porque las mujeres son criaturas tímidas), se aterrorizaron y todas ellas cayeron sobre sus rostros a los pies de su señora. Tú hubieras podido ver una tratando de enterrarse en su pecho, otra cubriéndose con su velo, otra cayendo sobre sus rodillas, otra tratando de ocultarse en sus pies, otra ocultándose bajo un banco, otra tendiéndose en el suelo y temblando como si fuera la hora de su muerte. Para todas ellas había una vía de escape, tocar, si fuera posible, las vestiduras de Cristina. El demonio, no menos intrépido, irrumpió la iglesia. Ante la vista de este monstruo, la doncella de Cristo se asustó un poco pero tomando coraje se volvió al Señor y, por medio de
oraciones, expulsó al monstruoso fantasma. Pero después, durante algún tiempo, la invadió un horror más que común. Profundamente apesadumbrada por esto, ella dirigió sus plegarias y lamentos a Aquél en quien ella había colocado su fe temiendo que -si ella comenzaba a temer la apariciones monstruosas del demonio- podría ser abandonada por el Señor. Como ella continuaba orando sobre este tema, le fue dada esta respuesta: "Tus plegarias sobre estas cosas son innecesarias pero las plegarias por tu querido amigo, de que fuese iluminado con luz eterna, han sido concedidas. De igual modo, las espantosas imágenes y la envidia de sus detractores serán suprimidas en breve. Aunque el demonio se encolerice interiormente y hacia afuera afile las lenguas de tus detractores, no debes cesar de hacer el bien y abandonar la constancia en tiempos de dificultad".
79. Alentada por esta respuesta y alegre al mismo tiempo por la seguridad de la salvación del amigo, ella comenzó a examinar más a menudo y más profundamente en el interior de su corazón si alguien puede amar a otro más que a sí mismo, al menos en lo referido al amor de Dios. Y mientras ella estaba ocupada en esto, como estuviera orando un día más prolongadamente en su monasterio, sintió tal irresistible e imprevista alegría que no podía comprenderla y mucho menos describirla. Y alegre por esto durante algún tiempo, mientras estaba amorosamente comunicada con Dios (no con palabras sino en pensamiento) ella oyó esta voz en el santuario de su corazón: "Aquél a quien tú amas tanto por mi causa, por cuya salvación continúas implorando ¿crees que por mi causa sufriría la muerte?" Con un grito pero interior, con una gran oleada de sentimiento pero en silencio, ella replicó a su vez: "Por cierto,¡oh Señor!, deseo esto alegremente y si es Tu voluntad, yo podría incluso realizarlo gustosamente con mis propias manos. Pues si el mismo Abraham probó su fe en Ti sacrificando a su único hijo22 ¿si tú me lo ordenas cómo yo no lo sacrificaría? Especialmente cuando él (Abraham) estaba ligado a su hijo por medio
de un amor que aunque no opuesto al Tuyo era carnal mientras que la clase de amor que me ata a él, sólo Tú lo puedes entender. Porque ¿qué muerte es más gloriosa que la que es aceptada por amor al Creador? ¿Qué vida es más alegre que la que es honorablemente vivida bajo la influencia de la gracia? Así, mientras ella continuaba en esta mutua pero interior e inefablemente dulce comunicación con Dios, ella se sintió tocada en el costado derecho con un golpe ligero que no la lastimó, como si alguien le dijera: "¡Mira!". Y como ella mirara hacia el altar, vio a Jesús de pie junto al altar en actitud benigna y compasiva para con los pecadores. Y volviendo sus ojos, ella vio a su querido amigo -por quien ella estaba preocupada- de pie a su derecha, que era el lado izquierdo del Señor. Y cuando ellos se arrodillaron para orar, como la izquierda de la virgen era la derecha del Señor (porque ellos estaban enfrentados), temiendo que él estuviera a la izquierda del Señor, ella comenzó a pensar cómo él podría ser transferido considerando que era intolerable que su amado estuviera a Su izquierda mientras que ella estaba más cerca de Su derecha. Porque ella consideraba que el lado derecho de Dios era la posición más digna. Sin embargo, no deseaba estar ubicada por sobre su amado, quien se encontraba en plegaria sino ser transferida de algún otro modo. Movida por este deseo, ella comprendió inmediatamente que la derecha le pertenecía y que ella deseaba por sobre todas las cosas ser misericordiosa con él. Y así, entre los muchos temas edificantes que ellos discutían juntos, ella solía decir a su amigo que el amor de Dios era loúnico que una persona no debía colocar a otro delante de sí.
80. Ocurrió una vez que cierta persona, un desconocido pero de rostro reverente, llegó a la celda de Cristina. Ella lo recibió con hospitalidad como hacía con todos, no preguntándole quién era ni él diciendo, en ese momento, quién era. El siguió su camino, dejando en su memoria una profunda impresión. Luego de cierto tiempo retornó una segunda vez, primero ofreció plegarias al Señor y luego se sentó para disfrutar de la conversación de Cristina. Mientras estaban hablando, ella experimentó un divino fervor que hizo que lo reconociera como un hombre fuera de lo común o [diferente] a hombres de mérito común. Grande
mente agradada por esto, ella lo incitó con bondadosa hospitalidad para que tomara alimento. El se sentó mientras ella y su hermana Margarita preparaban la comida. Cristina prestó más atención al hombre mientras Margarita estaba ocupada en lo concerniente a la preparación del alimento, de tal manera que era como si se viera a Jesús sentado entre Marta y María [Lucas 10,39-40]. Y entonces, cuando la mesa estuvo preparada, él acercó el pan a su boca y parecía comerlo. Pero si tú hubieras estado presente, hubieras podido advertir que más que comerlo lo saboreaba. Y cuando fue invitado a probar un poquito del pescado que se había colocado ante él, replicó que no era necesario tomar más de lo que podría mantener cuerpo y alma juntos. Y mientras las dos hermanas admiraban su hermoso rostro, su hermosa barba, su grave apariencia y sus bien ponderadas palabras, experimentaron tal alegría espiritual que sintieron que estaban ante un ángel más que ante un hombre. Si su virginal modestia lo hubiera permitido, ellas lo habrían invitado a permanecer. Pero él, después de impartir una bendición y despidiéndose de ellas, se alejó de las hermanas que sólo conocían su rostro. Por otro lado, era tan profunda la impresión que sus maneras habían dejado en sus corazones, les había infundido tanta suavidad que, a menudo, cuando ellas estaban hablando entre sí decían con suspiros que demostraban su afecto: "¡Oh si volviera nuestro peregrino! Si tan sólo pudiéramos gozar de su compañía una vez más. Si solamente pudiéramos contemplarlo y aprender de su grave y hermoso ejemplo. Con tales anhelos por este hombre, ellas, a menudo, estimulaban recíprocamente el deseo [de reencontrarlo]. Cristina, reflexionando sobre esta cosas, se preparó a sí misma para la llegada de la fiesta de Navidad, incierta hacia dónde la conduciría su deseo. En el día precedente a la vigilia de la fiesta, ella estuvo confinada en el lecho con una enfermedad y tanta era su debilidad que no fue capaz de ir a la iglesia. Al saber esto, dos monjes, hombres religiosos, llevado por su piedad, decidieron visitarla. Y mientras ellos estaban cantando las horas de la vigilia de Navidad a la virgen enferma, ella oyó y retuvo en su mente durante el resto del canto el versículo de la hora nona que especialmente alegra esta singular fiesta: "Hoy sabéis que viene el Señor y mañana veréis su gloria". Al reflexionar sobre el significado de este versículo, ella se alegró por el resto del día y, a la noche siguiente, pensamientos de este tipo comenzaron a rondar por su mente:"Oh, ¿a qué hora llegará el Señor? ¿Cómo llegará? ¿Quién lo verá cuando llegue? ¿Quién merecerá ver Su Gloria? ¿Cuánta será esta gloria? ¿Y cuán grande? ¿Cuánta y cuán grande será la gloria de aquellos que vean esto?" Al fijar su mente en semejantes deseos, confinada en el lecho por una severa enfermedad, ella se preparó con gran alegría para la hora de los maitines. Y en cuanto oyó los anuncios de la fiesta "Cristo ha nacido". [...] ella entendió que había sido invitada a la alegría de Su nacimiento. Su enfermedad desapareció y ella experimentó tal alegría espiritual que su mente no pudo pensar sino en cosas divinas. Y cuando los otros cantaron el himno "Te Deum laudamus", miró hacia lo alto y sintió como si hubiera sido llevada a la iglesia de San Albano y estuviera sobre los escalones del púlpito donde se leen las lecturas matutinas. Y mirando hacia abajo, hacia el coro, ella vio una persona en el medio del coro mirando con aprobación la reverente conducta de los monjes cantando. Su belleza excedía el poder y capacidad del hombre de describirla. En su cabeza llevaba una corona de oro incrustada con preciosas gemas que parecía exceder toda obra de pericia humana. En la parte superior había una cruz de oro de maravillosa factura, realizada no por manos humanas sino divinas. Pendientes sobre su cara, a uno y otro lado, había dos bandas o fajas ligadas a la corona, delicadas y relucientes y en la parte superior de las gemas se veía algo semejante a gotas de rocío. De tal guisa se mostró el hombre cuya belleza bastaba verla para que el hombre fuera amado. El era el más hermoso de los hijos de los hombres [Salmos 44,3]. Y cuando ella hubo contemplado esta belleza, se sintió, de alguna manera, como raptada a otro mundo. Pero si ella vio estas cosas estando en su cuerpo o fuera del mismo (Dios es su testigo) ella nunca lo supo [Cor., 12,3]. En la mañana del día de Navidad, cuando el momento de la procesión se acercaba, llegó hasta ella el mensaje que el amado peregrino había arribado. Cuando ella oyó esto, su alegría fue ilimitada y agregó fuego a las llamas de su deseo. Porque ella esperaba lograr no pequeño beneficio por intermedio de la persona de este peregrino. Aquel cuya presencia le había aportado tan dulce alivio. Ella ordenó que las puertas [se cerraran].
81. Así pues, el peregrino siguió la procesión; su modestia, el modo de andar, su grave expresión, su madura apariencia fueron muy observadas, ofreciendo, como se ha dicho, un ejemplo de grave comportamiento al coro de vírgenes; como dice la Escritura: "Te alabaré en medio de la gran asamblea" [Salmos, 34,18]. El peregrino tomó parte en la procesión, en la misa y en otras partes del servicio. Y cuando éstos terminaron, la virgen de Cristo, precediendo al resto, abandonó la iglesia de modo de ser la primera en saludar [al peregrino] cuando él saliera. No había otra salida excepto aquélla donde estaba Cristina. Comoél demoró, la virgen se mostró impaciente. Y cuando salieron todos los demás, ella dijo: "¿Dónde está el peregrino?" "Está orando en la iglesia" se le contestó. Impaciente por la tardanza, envió a algunas monjas para que lo llamaran. Pero ellas volvieron diciendo que no habían encontrado a nadie. La virgen algo sorprendida y perturbada, dijo: "¿Dónde está la llave de la puerta?" "Aquí está", dijo quien estaba encargada de ello."Desde el momento en que la misa comenzó, nadie salió, puesto que la puerta había sido cerrada y yo había guardado la llave". Además, nadie vio que él saliera de la iglesia. ¿Quién era, por consiguiente éste sino Nuestro Señor Jesucristo o un ángel? Porque aquél que apareció esa noche se mostró de tal guisa como El será visto en gloria. Porque esto es cómo esta gloria se nos aparece en esta vida presente, puesto que nosotros vemos esto solamente a través de un espejo [1 Cor., 13,2]. De allí que se diga que Dios habita en la oscuridad [Paralip 6,1; Pseudo Dionisio, De mystica Theologia, P.G. 1025-6] no porque habite en la oscuridad sino por que su luz, a causa de su brillo, nos enceguece a nosotros que estamos abrumados por el peso del cuerpo. En el día en que El deseó aparecer como un peregrino, de un hombre adulto... [el resto está perdido].
82. Sin embargo, nada falta a quienes temen a Dios [Salmos, 33,10] ni a aquéllos que lo aman de verdad. Observa ¡oh Señor!, tú buscaste la verdad en la interioridad y en los lugares ocultos les diste a conocer la sabiduría [Salmos 50,8]. Entreésos, tu servidora Cristina era preeminente que cuanto más ella se aproximaba a Ti en el verdadero amor, más claramente ella se podía penetrar en las cosas ocultas de Tu sabiduría con corazón puro. Además, Tú le diste el poder de conocer los secretos pensamientos de los hombres y ver aquellos que estaban lejos y deliberadamente ocultos como si estuvieran presentes. Esto se manifestó en lo siguiente. Una de sus doncellas estaba pensando en hacer algo secretamente y la doncella de Dios, sentada en otra casa, vio a través de las paredes y se lo prohibió diciendo: "no lo hagas, no lo hagas". La muchacha dijo: "¿Qué, señora?" Ella respondió: "Lo que estás pensando ahora". Pero yo no estaba pensando en nada que sea prohibido, dijo ella. Entonces Cristina la convocó y susurró en su oído lo que ella había visto que pensaba en su corazón. Al escuchar esto, la muchacha se ruborizó avergonzada y admitió que ella [la virgen] decía la verdad. Entonces ella rogó e imploró a Cristina por la salvación de su buen nombre que no lo dijera a nadie porque ella sería incapaz de soportar la vergüenza de lo que fuera revelado.
83. En otra ocasión, estando sentadas nosotras para comer con la doncella de Cristo, la misma muchacha colocó alimento en la mesa para que comiéramos. Y mientras comíamos, Cristina rehusó tocar [las viandas]. Y cuando nosotros le rogamos que tomara un poquito no lo consintió. Llamó a Godit, ya queéste era el nombre [de la doncella]. Cristina le preguntó en voz baja por respeto de los invitados si ella había preparado una ensalada con ingredientes prohibidos porque Cristina había insistido que, por cierto tiempo, ella no comería nada del jardín vecino porque el propietario, por avaricia, le había negado un ramito de perifollo cuando ella recientemente se lo había pedido. Por el momento, ella aceptó la ensalada pero rehusó gustar otro plato. Luego de la comida, fue probada la falta de la muchacha por el testimonio de quienes la habían visto. Y la muchacha
admitió que lo que habían comido había sido recogido del jardín prohibido.
84. Esta virgen [Cristina] tenía cierto amigo que la quería muchísimo. Por medio de un servidor ella le envió [ciertas cosas que le podían ser útiles]. Pero el servidor tomó algunas de ellas durante el viaje y las empleó para sus propios malignos propósitos. Cuando la doncella de Dios se enteró de esto en su espíritu lo enfrentó y lo regañó sin que ningún otro estuviera presente, limpiándolo de su falta.
85. Cristina tenía una hermana que, viviendo en el siglo, se llamaba Matilde. Mientras ella y su marido una noche se encontraban en el lecho en Huntingdon -donde ellos vivían-, Cristina en su celda los vio y oyó lo que conversaban, de manera que luego, cuando ellos fueron a visitarla, ella pudo decir exactamente todo lo que ellos habían dicho, en qué momento y dónde. Ambos, esposo y esposa me confesaron que todo había sucedido como ella dijo.
86. Los pensamientos de Cristina estaban dirigidos hacia su querido amigo el abad Geoffrey -a quien hemos mencionado anteriormente- día y noche. Ella estaba ocupada en sus intereses ayunando, vigilando, orando a Dios, a los ángeles y a otros santos en cielo y en Tierra suplicando la misericordia de Dios con humildes plegarias, con prudencia reprobándolo cuando sus acciones no eran rectas...

[Aquí concluye abruptamente la Vita].

Notas

1 Parece haberse omitido parte del texto.

2 La costumbre era que alguien dijera el Benedicite antes de iniciar una conversación. Tan pronto como el superior o quienquiera fuese aquel a quien se hablase, hubiera contestado dominus, la conversación podía comenzar.

3 21 de septiembre.

4 Consagrado el 22 de julio de 1123, † en 1148.

5 O Camelina sativa, es decir Oro de placer, una planta que produce un tipo de aceite.

6 Thomas no ha sido mencionado antes, podría ser que algo hubiera sido omitido.

7 Había enviado mitras y sandalias bordadas al papa Adriano.

8 Es decir, en 1139.

9 1138-1148.

10 Teobaldo, arzobispo de Canterbury, 8 de enero de 1139 hasta el 18 de abril de 1161.

11 24 de junio de 1139.

12 29 de agosto de 1139.

13 Enrique de Blois, obispo de Winchester, 17 de noviembre de 1129 a 8 de agosto de 1171.

14 Cfr. Mateo, 17,16.

15 Mateo, 12,24.

16 I Cor. 9,5.

17 2 Cor. 2,15.

18 2 Cor. 2,16

19 Una referencia a la relación entre san Jerónimo y santa Paula, ella viuda y madre de san Eustorquio. La santa presidía el convento de monjas fundado por san Jerónimo en Belén.

20 El monasterio cluniancense fundado por Aylwin Clid, un ciudadano de Londres en 1082.

21 Cf. Ps., 7,10.

22 Gen., 22,1-19.

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