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Cuadernos de antropología social

versión On-line ISSN 1850-275X

Cuad. antropol. soc.  no.35 Buenos Aires ene./jul. 2012

 

CONFERENCIAS

 

Búsqueda y encuentro: modas, narrativas y algunos olvidos

 

Eduardo Luis Menéndez
Doctor de la Universidad de Buenos Aires, con orientación en Antropología Social. Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Correo Electrónico: emenendez1@yahoo.com.mx. Versión escrita de la conferencia pronunciada en el X Congreso Argentino de Antropología Social, organizado por el Instituto de Ciencias Antropológicas, el Departamento de Ciencias Antropológicas, la Maestría en Antropología Social y el Doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, conjuntamente con el Colegio de Graduados en Antropología de la República Argentina. Buenos Aires, del 29 de noviembre al 2 de diciembre de 2011

Para León Rozitchner

 


Resumen

Este texto analiza algunas tendencias teórico/metodológicas que dominan la producción antropológica actual, y que tienden a sesgar, ocultar o excluir procesos, problemas e incluso actores sociales, pese a que estos pueden ser decisivos para la comprensión, por lo menos, de ciertos aspectos de las realidades estudiadas. Se analiza especialmente la tendencia a no reflexionar -y menos incluir- sobre el papel de los presupuestos socioideológicos en el desarrollo de las investigaciones; así como a reducir la mayoría de los estudios a la descripción y análisis de las representaciones sociales, narrativas, discursos, "historias" y/o experiencias sin incluir la descripción y análisis de las prácticas, por no tomarlas en cuenta o por suponer explícita o tácitamente que las representaciones sociales, las narrativas o las experiencias equivalen a las prácticas. Por último se proponen varios criterios metodológicos que tal vez posibilitarían reducir el efecto negativo de las tendencias teórico/metodológicas analizadas.

Palabras clave: Metodología; Técnicas de investigación; Presupuestos socioideológicos; Representaciones sociales; Prácticas

Search and find: trends, narratives and some forgetfulness

Abstract

This text discusses some theoretical/methodological trends that dominate current anthropological production and which tend to bias, hide, or exclude processes, problems and even social actors in spite of the fact that these can be decisive for understanding, at least in certain aspects, the studied realities. It is specially analyzed the tendency to avoid reflecting on -or even to exclude - the role of social and ideological presumptions in the development of research; as well as the tendency to reduce the majority of the studies to the description and analysis of social representations, narratives, discourses, stories and/or experiences, excluding the description and analysis of practices because they are not taken into account or because it is explicitly or implicitly supposed that social representations, narratives and experiences are equivalent to practices. Finally we suggest several methodological criteria that might reduce the negative impact of the analyzed theoretical/methodological trends.

Keywords: Methodology; Research techniques; Social and ideological presumptions; Social representations; Practices

Procura e encontro: modas, narrativas e alguns esquecimentos

Resumo

Este texto analisa algumas tendências teórico/metodológicas que dominam a produção antropológica atual e que tendem a inclinar, esconder ou excluir processos, problemas, e mesmo atores sociais, embora eles possam ser decisivos para a compreensão de, pelo menos, determinados aspectos das realidades estudadas. É analisada, especialmente, a tendência a não refletir (e menos incluir) sobre o papel dos pressupostos socioideológicos no desenvolvimento das pesquisas. Também é analisada a tendência a reduzir a maioria dos estudos a descrições e analises de representações sociais, narrativas, discursos, "historias" e/ou experiências sem incluir a descrição e a analise das práticas, tanto por não considerar-las ou por supor explícita ou tacitamente que as representações sociais, as narrativas ou as experiências são equivalentes as praticas. Finalmente, este trabalho propõe vários critérios metodológicos que talvez possibilitariam reduzir o efeito negativo das tendências analisadas.

Palavras chave: Metodologia; Técnicas de investigação; Pressupostos socioideologicos; Representações sociais; Práticas


 

"He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias, vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la contara. Pero hay que escoger: vivir o contar."
La nause,Jean Paul Sartre.

En este trabajo trataré algunos problemas y haré algunas afirmaciones que, en gran medida, devienen de mi trayectoria como antropólogo. Más aún, voy a referirme a temas bastante conocidos, pero tratando de subrayar ciertos aspectos que, pese a que los asumimos teóricamente, solemos excluirlos de nuestras prácticas.

Fue a finales de la década de 1950 cuando aprendí algo que pasó a ser parte no sólo de mi bagaje intelectual sino -cuando pude- de mi forma de vida. En aquellos años descubrí, junto con otras/os compañeras/os, que para vivir necesitamos reproducir por lo menos parte del sistema en que vivimos, aun cuando lo cuestionemos e incluso aunque luchemos contra él. Esto no suponía renunciar a las críticas ni a las luchas, sino que implicaba la necesidad de asumir ese "descubrimiento" teórico en nuestra propia vida cotidiana. Fue este descubrimiento el que dio lugar a la creación de una de las frases paradigmáticas del sesenta y ocho, que proponía la necesidad de cambiar la vida, para que realmente cambiara la sociedad. Esa frase sintetizaba el descubrimiento de que todo sistema se mantiene y reproduce en gran medida a partir de lo que los sujetos y grupos hacemos para vivir nuestra cotidianidad. Y posiblemente fueron muchos los que durante los sesenta y parte de los setenta llevaron este "descubrimiento" hasta sus últimas consecuencias. Más aún, fue en esa época que asumí, más allá de que sea correcto o no, que las sociedades y los sujetos nos producimos y reproducimos a partir de lo que hacemos, más que a través de lo que decimos. Y me parece que casi todo lo que voy a describir a continuación tiene que ver con estos "descubrimientos", aunque analizados a través de ciertos problemas antropológicos.1

En los últimos años observo que, por lo menos respecto de ciertos procesos y problemas, los estudios antropológicos tienden a establecer conclusiones que pasan a ser asumidas como correctas, de tal manera que los estudios subsiguientes sobre esos procesos y problemas tienden en su mayoría a confirmar lo establecido, generándose una reiteración en los nuevos productos, que sólo agregan algunos matices a los procesos y problemas estudiados.

Considero que esta reiteración tiene que ver con varias características de las prácticas académicas y no académicas,2 pero especialmente ocurre porque nuestros estudios tienden a excluir ciertos procesos así como ciertos actores de la realidad que investigamos, y al no buscarlos no sólo no los encontramos, sino que tendemos a sesgar intencional y/o funcionalmente las realidades estudiadas.

Por lo cual, con respecto a los problemas a estudiar, necesitaríamos incluir la búsqueda intencional de ciertos procesos y de ciertos actores, pues si no lo hacemos, no los vamos a encontrar, por lo menos en nuestras investigaciones, aunque tal vez nos los tropecemos en la realidad de nuestras vidas.

Esto no significa que todo lo que busquemos a través de un estudio vamos necesariamente a encontrarlo, sino que -y es lo que me interesa subrayar- considero que hay toda una serie de procesos que operan tanto en el nivel de los investigadores como de los sujetos y procesos a estudiar, que tienden a opacar o a excluir ciertas características de la realidad, que implican la necesidad de buscarlas intencionalmente, pues si no serán difíciles de registrar y por lo tanto de estudiar. Estos son procesos que "descubrieron", hace ya bastante tiempo, varias tendencias teórico/metodológicas, y en particular algunos de los llamados etnometodólogos, aunque pareciera que nos hemos olvidado de varias de sus propuestas más valiosas.

Voy a presentar un ejemplo para aclarar lo que estoy proponiendo. Como todos sabemos, en varios países de América Latina se han incrementado notablemente las violencias, así como los estudios sobre ellas. Estas investigaciones se realizan sobre muy diferentes procesos violentos así como sobre sus características, pero existe una característica que es muy escasamente tratada en la mayoría de las investigaciones realizadas sobre las violencias, y especialmente con respecto a la violencia más "dura" o por lo menos la más definitiva, es decir el homicidio. Y me refiero al hecho de que la mayoría de esas violencias se ejerce contra personas cercanas, lo cual sin embargo no se expresa en la mayoría de los estudios sobre los homicidios, pero tampoco en la mayoría de nuestras reflexiones sobre las violencias .

Y esta omisión ocurre pese a que sabemos, por lo menos desde hace medio siglo, que gran parte de los homicidios -y de la mayoría de las violencias- son llevados a cabo por familiares, por amigos, por compañeros de trabajo, por vecinos. Lo señalado, por supuesto, no niega que haya algún tipo de violencia cercana que es sumamente estudiado, y me refiero a la que los varones ejercemos contra las mujeres, sobre todo en determinadas etapas de la vida. Pero sin embargo no son casi estudiadas algunas de las más relevantes violencias cercanas, como son los infanticidios directos e indirectos o las violencias contra las ancianas y los ancianos pensadas en términos de género.

La escasa presencia de estudios antropológicos respecto de, por lo menos, algunas de las más importantes violencias cercanas, contrasta con el énfasis de nuestra disciplina en el estudio de la vida cotidiana, en la centralidad que lo local siempre ha tenido para nosotros, y no sólo en el pasado sino en la actualidad. Considero que, sobre todo desde 1920/1930, el trabajo antropológico se convirtió en un trabajo de lo local, se llame lo local comunidad, hospital, escuela o vecindario.3 Más aún, frente a las críticas generadas a finales de los cincuenta y sobre todo durante los sesenta contra una orientación que al centrarse en lo local no tomaba suficientemente en cuenta la determinación o sobredeterminación que ejercían sobre lo local los procesos y actores sociales no locales, la respuesta más inteligente fue reconocer la pertinencia de esos señalamientos, pero a partir de establecer la necesidad de encontrar y estudiar no sólo lo global en lo local, sino también lo local en lo global. Pero ocurre que, salvo excepciones, gran parte de las violencias cercanas -incluidos los homicidios- no las estudiamos ni las buscamos en el nivel local ni en el nivel global. Y esta omisión es particularmente grave en el caso de América Latina, dado que constituye la región más homicida del planeta.

Es decir, si no buscamos intencionalmente las violencias cercanas, por lo menos una parte significativa de ellas no serán encontradas, como podemos constatarlo en la mayoría de los estudios antropológicos sobre violencias. Ya sé que Picasso -y también los antropólogos que piensan su trabajo de campo en términos de una espontaneidad más o menos permanente- señaló que la cuestión no está en buscar sino en encontrar, lo cual no contradice lo que propongo, dado que pienso que el trabajo antropológico debe ser simultáneamente búsqueda y encuentro.

Por lo cual reitero que, si no buscamos intencionalmente ciertos aspectos de la realidad a estudiar, corremos dos peligros, primero omitir aspectos decisivos de la realidad estudiada. Y segundo reiterar lo ya sabido, sin establecer avances significativos en nuestro conocimiento.

Algunos puntos de partida metodológicos

Obviamente, la búsqueda intencional de procesos y actores sociales supone la necesaria aplicación de criterios metodológicos que eviten que toda investigación de este tipo se convierta en una confirmación de lo que ya sabíamos. Más aún, cuanto más comprometidos estamos en términos teóricos, ideológicos, políticos, pero también culturales, étnicos o de género con procesos, problemas y/o actores sociales, más necesitamos realizar este ejercicio de búsqueda intencional, dado que tendemos a omitir de la realidad no sólo los aspectos que cuestionan nuestra visión de la realidad, sino aquellos que omitimos por ser parte de nuestro "horizonte", como sostienen filósofos como Gadamer (1996).

Por lo tanto, la búsqueda intencional exige incluir toda una serie de criterios metodológicos que traten de controlar la tendencia a convertir el resultado de nuestras investigaciones en profecías autocumplidas, así como de potenciar el encuentro de los problemas, procesos y actores excluidos.

Lo primero a recordar es que todo investigador en función de su proceso de formación académica, de sus adhesiones teóricas e ideológicas, y también de su inserción en la vida cotidiana tiende a encarar sus problemas de investigación a través de presupuestos -en gran medida no concientes o por lo menos no reflexionados- que tendría la obligación metodológica de hacer emerger. Para ello debería aplicar toda una serie de dispositivos que posibiliten la ruptura y distanciamiento con sus propios presupuestos, para luego decidir reflexivamente incluirlos o no como parte del marco teórico/metodológico utilizado.

Si bien lo señalado está estipulado en manuales y cursos de metodología, sin embargo no solemos aplicarlo; forma parte de las nociones reconocidas metodológicamente, pero no instrumentadas prácticamente. Uno de los autores que con más insistencia subrayó la necesidad de hacer evidentes nuestros presupuestos ha sido Bourdieu (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1985), quien fue uno de los autores que más peso tuvo en Latinoamérica especialmente durante los ochenta y noventa. Pero ocurre que, con respecto a la necesidad de evidenciar nuestros presupuestos, de realizar una ruptura epistemológica respecto de ellos, nuestro autor incidió muy poco entre nosotros.

Bourdieu considera que si no conocemos nuestros propios habitus, no podremos manejar nuestros presupuestos académicos, como trató de demostrar a nivel personal cuando escribió una especie de autoanálisis en el cual trató de decirnos cómo se construyeron algunos de sus propios habitus, que me parece nunca lo abandonaron. Más aún, creo que la indignación activa que Bourdieu (1999) desarrolló sobre todo en los últimos quince años de su vida -y que es una de las facetas de su producción académica que más admiro- no puede entenderse, si no incluimos los habitus aprendidos/construidos por Bourdieu en su infancia bearnesa de clase baja.

Y sin embargo considero que esta tarea epistemológica no ha sido asumida por la inmensa mayoría de sus seguidores -por lo menos entre nosotros- pese a que es decisiva no para lograr una suerte de objetividad más o menos inmaculada, sino para tratar de manejar nuestros presupuestos, y no que los presupuestos nos manejen a nosotros.4

El segundo aspecto es complementario del anterior, y tiene que ver con lo planteado hace más de cincuenta años por Ernest Becker (1969), quien propuso que, por lo menos, la Antropología Social debería orientarse al estudio de lo obvio, es decir de lo que está ahí, de lo que es evidente, de lo que vemos pero no miramos. Más aún, que ocultamos, y por lo tanto no estudiamos. Lo cual supone esfuerzos no sólo epistemológicos sino también ideológicos cada vez mayores, dado que gran parte de la antropología que hacemos actualmente los latinoamericanos está dedicada al estudio de nosotros mismos, o si se prefiere de nuestras propias sociedades.

Becker sostenía además que, por ejemplo, solemos buscar lo político exclusivamente en lo político, pero que sería necesario buscar lo político a través de lo no político, es decir a través de la dimensión religiosa, o de los procesos de salud/enfermedad/atención, dado que a través de estas dimensiones podríamos observar con mayor transparencia aspectos de lo político, que no podemos observar en forma directa, dado que lo político puede ocultarnos los aspectos más obvios de lo político.5 Esta búsqueda de lo global en lo local y de lo político en lo no político traté de desarrollarla a través de diferentes procesos y problemas, y creo que uno de los procesos que me permitieron, por lo menos en parte, asumir la importancia metodológica de lo obvio, ha sido el estudio del proceso de autoatención. Considero que éste es uno de los procesos básicos para poder pensar una sociedad que desarrolle mecanismos sociales autogestivos, que pudieran funcionar como reales posibilidades alternativas con respecto a las formaciones capitalistas y a las denominadas incorrectamente socialistas de estado (Menéndez, 1983).

El tercer aspecto refiere a la necesidad de cuestionarnos sobre nuestra casi inevitable tendencia a ver la realidad a investigar a través de polarizaciones, que de entrada sesgan nuestras investigaciones. Y así nos polarizamos en términos de individuo/sociedad, cualitativo/estadístico, económicopolítico/simbólico, macro/microsocial, estructura/sujeto, o complementariamente nos diferenciamos en estructuralistas/antiestructuralistas, marxistas/antimarxistas, postmodernistas/ antiposmodernistas. Considero que a partir de problematizar la realidad, debemos decidir cuáles son nuestras aproximaciones teóricas, los niveles de análisis en los cuales describiremos la realidad a estudiar, así como si trabajamos con técnicas cualitativas o estadísticas o tal vez con la articulación de ambas. Y esto implica por lo menos dos procesos, asumir que puedo integrar teóricamente dos o más corrientes teóricas diferentes, como por ejemplo suelo hacer entre marxismo gramsciano e interaccionismo simbólico; y no definir a priori las técnicas que voy a utilizar, sino que sea el problema quien conduzca a seleccionar las técnicas potencialmente más eficaces para producir información estratégica.

Un cuarto aspecto tiene que ver con algo que señalé reiteradamente, y me refiero a la necesidad de problematizar la realidad a estudiar, para a través de ello establecer los núcleos centrales de los temas o procesos a investigar. Así como para ir más allá de las afirmaciones que dominan las explicaciones de un problema específico. En tanto investigadores necesitamos aprender a problematizar la realidad, lo que sobre todo supone aprender a formularle preguntas que vayan más allá de los interrogantes considerados "oficiales" para estudiar ciertas temáticas.

El quinto aspecto supone desarrollar capacidades artesanales tanto para manejar teorías, conceptos y técnicas, como también para tratar con los sujetos que estudiamos. Este aspecto supone además asumir con la mayor claridad posible lo que manejo y no manejo en términos teóricos y técnicos. En las últimas décadas, la Antropología no sólo trató de recuperar al actor sino al sujeto, sus emociones, sus afectos, sus enfermedades, sus sufrimientos, y a veces sus crueldades, lo que me parece bien. Y en función de ésta y de otras recuperaciones varios antropólogos recomenzaron a estudiar sujetos con problemas de salud mental a través de cuadros esquizoides o epilépticos, lo cual también me parece bien. Pero varios lo hicieron sin tener demasiada experiencia previa en el estudio de este tipo de padecimientos, lo cual, por lo menos, me parece preocupante. Y me parece preocupante por varias cuestiones comenzando con que al trabajar con padecimientos mentales estamos trabajando con sujetos que tienen estos problemas. Y dada mi propia experiencia considero que, por lo menos, una parte de los estudiosos de estos sujetos no sabrían qué hacer si se agudizan los cuadros esquizoides o si tiene un ataque de epilepsia alguno de los sujetos entrevistados.

La cuestión no está en si yo en tanto antropólogo sé o no sé hacer trabajo de campo, sino en si sé qué hacer con mis entrevistados si llegan a desencadenarse problemas como los señalados; más aun yo tendría que prever no sólo lo que puede ocurrir, sino qué hacer si se presentan ciertos problemas, que pueden además ser desencadenados, aunque no necesariamente, por el trabajo que estoy realizando con ellos. Yo asumo que las palabras tienen poder, pero no sólo las palabras del entrevistado, sino también las del entrevistador. Más aún, asumo que la ponderada espontaneidad antropológica puede ocultar la irresponsabilidad con que a veces hacemos trabajo de campo.

Alrededor de 1981 o 1982 yo estaba estudiando algunos aspectos del proceso de alcoholización en colonias de clase baja del sur de la ciudad de México, y a través de entrevistas comencé a observar la notable presencia de cirrosis hepática tanto en los discursos del personal de salud como de la población ("hígado picado").Y en función de ello -y por supuesto de nuestros objetivos de investigación/intervención- nos propusimos detectar cirrosis hepática no sólo en las entrevistas en profundidad sino en la encuesta que íbamos a aplicar a una muestra poblacional.

En esos días yo estaba realizando entrevistas a algunos de los más destacados especialistas en problemas relacionados con el consumo de alcohol, y entre ellos entrevisté al que en ese momento -y también en la actualidad- era uno de los más reconocidos especialistas en cirrosis hepática, y cuando le señalé mi intención de detectar cirrosis hepática en las comunidades a estudiar, me preguntó: ¿Y qué piensa hacer con los cirróticos detectados?

La pregunta apuntaba a varias cuestiones, de las cuales una era central para lo que estoy tratando de transmitir. ¿Qué pensábamos hacer si detectábamos cirróticos, dado que esta es una enfermedad que si no es detectada a tiempo se convierte en una enfermedad terminal, es decir los sujetos se mueren en unos pocos años? Pero si es detectada a tiempo, para que los sujetos no mueran, y prolonguen su vida con la mayor calidad posible, debe proveerse tratamiento médico, incluido para muchos la hospitalización. Y en ese momento en México eran muy pocas las unidades médicas que daban atención a cirróticos, y además estos servicios estaban saturados. Es decir, este tipo de situaciones debe contemplarse previamente cuando pienso trabajar con determinados actores, procesos y problemas, y no sólo para ser más eficaz en mi trabajo de campo, sino para asumir que pueden desencadenarse procesos y problemas que tengo que saber enfrentar y solucionar, dado que los sujetos entrevistados u observados constituyen no sólo mis informantes, sino mi primera prioridad en términos de derechos humanos .

Un sexto aspecto refiere a reconocer que la realidad a estudiar es casi siempre más compleja que lo que pensamos, y que en forma intencional o no reflexiva tendemos a simplificar los aspectos que nos interesan de ella. Más aún, solemos utilizar los conceptos no como instrumentos que nos orientan a pensar la realidad en términos teóricos, sino como si dichos conceptos fueran la realidad. Todo concepto constituye una construcción teórico/metodológica, que posibilita describir y analizar las realidades complejas, en la medida que asumamos que lo que estamos usando son justamente construcciones metodológicas.6

Uno de los aspectos de la realidad más complejos y que, por lo menos yo, tardé mucho tiempo en asumir, es que todo proceso puede ser ambivalente. Es decir que puede simultáneamente cumplir funciones positivas y tener consecuencias negativas, y no sólo en función de los diferentes actores sociales que están en relación, sino en función de un mismo actor social. Fue durante mis estudios sobre el proceso de alcoholización que descubrí que los usos del alcohol pueden servir para incrementar la sociabilidad de sujetos y grupos, al mismo tiempo que pueden acompañar algunas de las más frecuentes y letales violencias cercanas (Menéndez, 1990).

Y por último hay un aspecto, que retomaré al final de este trabajo, que refiere a que actualmente contamos con gran cantidad de investigación y de información casi para cualquier problema que nos interese estudiar, y sin embargo seguimos investigando y acumulando datos sobre esos problemas, que además no aportan demasiados datos y explicaciones nuevas y sobre todo estratégicas sobre ellos. Pero, además, la mayoría de esta producción se hace cada vez más en términos de especializaciones, y reiteradamente me pregunto no sólo por qué seguimos haciendo esto, sino cómo podríamos superar tal situación.7

 

Las modas y otras cuestiones

Si bien no voy a profundizar todos los aspectos señalados, me detendré en alguno que me interesa subrayar, como por ejemplo que toda investigación supone reconocer que el investigador que la realiza tiene presupuestos positivos y/o negativos respecto de los problemas y de los actores sociales a estudiar.

La existencia de presupuestos es intrínseca a toda investigación, pero tiene un peso especial en el trabajo antropológico dado el tipo de investigación personalizada que lo caracteriza (Devereux, 1977). Considero además que evidenciar los presupuestos constituye uno de los pasos decisivos en todo proyecto de investigación -y más aún de intervención- y por eso voy a presentar un caso que en gran medida involucra, por lo menos, a una parte de los latinoamericanos.

Nuestra disciplina ha subrayado el papel y la importancia de las relaciones y de los rituales sociales, los cuales no sólo han sido descriptos y analizados especialmente para los denominados pueblos originarios, sino que explícita o implícitamente han sido pensados positivamente ya sea en términos de identidad, pertenencia y/o funcionamiento. Y por ello, por lo menos desde la década de 1930, los antropólogos han estado preocupados por la desaparición o debilitamiento de relaciones y rituales sociales.

Dada la expansión del neoliberalismo, la profundización de las desigualdades socioeconómicas, el incremento de las violencias homicidas así como el énfasis en el individualismo, se ha planteado reiteradamente un proceso de disolución de relaciones y rituales sociales, que ha sido acompañado por la recuperación de conceptos como cohesión social, solidaridad, redes sociales, a través de propuestas que tratan de enfrentar, o por lo menos paliar, las consecuencias negativas del neoliberalismo sobre "el tejido social".8

El uso de estos conceptos -en su mayoría de origen durkheimiano- es frecuentemente acompañado de consideraciones negativas con respecto a países como los Estados Unidos, al considerarlos no sólo como los exponentes máximos de las políticas neoliberales, sino por haber desarrollado una sociedad fuertemente individualista, egoísta y competitiva que ha creado, o por lo menos desarrollado, representaciones y valores culturales e ideológicos así como prácticas sociales que expresan y a su vez fundamentan dicho individualismo egoísta y competitivo.

Esta imagen de los Estados Unidos tiene que ver, no cabe duda, con ciertos aspectos de dicha sociedad, pero que al ser pensados y manejados en forma uniforme tienden a excluir o a negar que los Estados Unidos han sido posiblemente el país que más ha impulsado ciertas formas de solidaridad, pero no sólo en términos teóricos sino sobre todo en términos prácticos. Los Estados Unidos son los inventores de los grupos de autoayuda, son los creadores de los bancos de horas gratuitos para la asistencia de problemas sociales comunitarios o personales. Ciertas disciplinas de dicho país son las que más han impulsado teórica y prácticamente la atención de problemas de todo tipo a través de la creación de redes sociales y de los sujetos o grupos sostén. Es el país que más Organizaciones No Gubernamentales (ONG), de todo color ideológico/étnico/género, ha construido para una enorme diversidad de problemas. Más aún, a partir de sus notables investigaciones, Robert Wuthnow (1996) concluyó que para más del 65% de la población norteamericana la solidaridad y los servicios de ayuda a los otros son tan importantes como la realización individual.

Y esta información -que solemos excluir aun cuando conozcamos por lo menos una parte de los datos que señalé- ¿cómo se relaciona con los presupuestos dominantes que tenemos sobre la sociedad estadounidense? ¿Cómo explicar que ciertas formas de solidaridad y de ayuda mutua, que además son en su mayoría gratuitas, han sido y siguen siendo creadas e impulsadas por la sociedad que constituye todavía la máxima expresión del desarrollo capitalista, así como su expresión más radical durante el neoliberalismo?

Necesitamos asumir que nuestros presupuestos, no sólo negativos sino positivos, tienen que ver con varios procesos, y entre ellos con nuestra tendencia a la homogeneización, aun cuando nos llenemos la boca con diferencias e interculturalidades. Tendemos a unificar y a homogeneizar la realidad por varias razones, y una de ellas tiene que ver con la existencia de presupuestos de muy diferente tipo a través de los cuales homogeneizamos la realidad no sólo para comprenderla, sino para actuar sobre ella. Los antropólogos latinoamericanos hemos tendido a ver a los pueblos originarios como una unidad; los hemos homogeneizado en relación con eso que llamamos Occidente, y de paso hemos homogeneizado Occidente. Pero en el caso de México ¿qué tiene que ver -por ejemplo- un maya yucateco con un maya tzotzil? Y en el caso de Europa occidental, ¿qué tiene que ver un calabrés de Cosenza con un sueco de Upsala? Y no debemos olvidar que a los calabreses, a los habitantes de la Basilicata, y en general a los italianos del sur, sus propios compatriotas los llamaron no sólo "terrones" (equivalente de "cabecita negra"), sino "los indios de aquí".

Ahora bien, estos ocultamientos y exclusiones de la realidad tienen que ver con otros procesos, incluido eso que llamamos modas. Desgraciadamente tengo demasiados años como para haber contemplado idas y venidas de teorías, conceptos e ideologías a nivel general y del campo académico en particular. Y desde estos movimientos más o menos oscilantes, uno de los procesos más frecuentes que he vivido es el de las modas teóricas, conceptuales, temáticas o simplemente terminológicas que constantemente se generan y difunden dentro -y por supuesto afuera- de las ciencias antropológicas y sociales.

Aclaro que el término moda no implica, para mí, consideraciones negativas ni tampoco positivas, sino que sólo quiere señalar que ciertos autores, conceptos, técnicas de investigación y/o teorías aparecen en un momento dado, se difunden, logran cierta hegemonía o simplemente uso, para luego desaparecer. Por supuesto que una parte de ellos permanece durante un tiempo relativamente amplio, sobre todo a través de revitalizaciones periódicas.

También supone reconocer un proceso complementario; es decir la existencia de autores, conceptos, técnicas y/o teorías que dejan de estar de moda, aunque casi indefectiblemente son reemplazados por algunos equivalentes. Las modas son en cierta medida la contraparte de los olvidos.

La moda supone un uso más o menos inmediato de conceptos y teorías así como de adhesiones ideológicas que convierten en intocables, por lo menos durante un tiempo, a determinados líderes políticos pero también a líderes académicos.9 El culto a la personalidad no sólo tiene que ver con Stalin y Hitler sino también con Marx, con Freud pero también con Foucault o con Geertz.

Las modas suponen que necesito conocer, estar enterado, y en muchos casos adoptar posiciones respecto de ciertos conceptos y ciertos autores que más o menos de golpe aparecen en nuestras vidas. La vida académica exige estar a la moda. No hace mucho un colega me señalaba la cantidad de trabajos antropológicos que en los últimos tiempos utilizan un lenguaje lacaniano, y el esfuerzo que tenía que hacer para entenderlos, y sobre todo aplicarlos, pero que tenía que hacerlo pues dentro de su medio de trabajo era decisivo el manejo de este lenguaje. Señalaba que este esfuerzo implicaba frecuentemente la lectura de materiales triviales que sin embargo debía leer, pues constituían parte de su vida académica y profesional.

Esta situación la he vivido por lo menos dos veces, primero cuando irrumpió el estructuralismo lingüístico en los cincuenta y sesenta, y más tarde con una parte de los autores incluidos dentro de las diferentes variantes post desarrolladas durante los ochenta y noventa. Y aclaro que lo que señalo no pretende cuestionar las propuestas lingüísticas, ni las lacanianas, ni las sucesivas propuestas post, sino subrayar el surgimiento constante aunque intermitente de autores, teorías y conceptos que se imponen en la vida académica.

Recuerdo que, por lo menos los antropólogos, nos caracterizamos por generar permanentemente conceptos que no sólo refieren a los mismos procesos sino que son muy similares entre sí, y esta tendencia la podemos observar a través de la cantidad de conceptos que, por ejemplo, tienen que ver con lo que Bourdieu llamó habitus, y de los cuales he detectado por lo menos doce. Personalmente sigo considerando que los conceptos de pauta ideal, pauta real y pauta construida formulados por Linton (1945) en los cuarenta y cincuenta son mucho más útiles para describir y analizar dinámicamente la realidad, que el concepto propuesto por Bourdieu, y por supuesto que otros conceptos similares.

Ahora bien, pienso que la mayoría de los antropólogos menores de cuarenta años conocen a Bourdieu, pero que no tienen mucha idea de quién fue Linton, y menos aún de los conceptos que formularon, no sólo este autor, sino por supuesto la mayoría de los antropólogos que no están de moda en la actualidad. Más aún, si bien la mayoría de los nuevos antropólogos pueden llegar a saber quién es Linton, sin embargo ya no utilizan sus conceptos ni teorías, pese a que podrían serles muy útiles.

Si bien la realidad cambia, una parte de los problemas centrales siguen siendo similares, aunque por supuesto con modificaciones, y por lo tanto al menos algunos de los conceptos que formularon los antropólogos previos y que desaparecieron de los contenidos académicos formativos, siguen sin embargo siendo idóneos, pero ya no están de moda. Y no están de moda, no tanto porque algunos de los conceptos e interpretaciones no tengan capacidad teórica y operativa, sino debido a los procesos de producción y reproducción tanto social como académica, cuyo núcleo es lo que llamo "presentismo", y que además es una de las características más notorias de las sociedades actuales.

Las modas cumplen por lo tanto un papel ambivalente, por una parte pueden excluir conceptos que tienen que ver con ciertos aspectos de la realidad como ocurrió durante los ochenta, noventa y aún en la actualidad con los conceptos clase social, imperialismo e ideología, los cuales dejaron de ser usados por el mundo académico, pero también por los medios de comunicación masiva. Y por otra, pueden cumplir un rol positivo al recuperar viejos temas y propuestas teóricas, así como antiguos conceptos y técnicas, pero actualizándolos, es decir aplicándolos a la descripción y análisis del presente.

Pero además, esta actualización cumple dos funciones relevantes: cada vez podemos conocer y utilizar menos, y sobre todo en profundidad, gran parte de lo que se produce en nuestras disciplinas, por lo cual la mayor parte de esta información está condenada a no ser consultada y menos aprehendida, y lo que las modas posibilitan es apropiarse actualizadamente, por lo menos, de una parte de ese conocimiento inabarcable. Pero además las modas implican el redescubrimiento de determinados problemas que necesitan ser conceptualizados y explicados desde el punto de vista actual, lo cual puede agregar aspectos no observados por las antiguas conceptualizaciones e interpretaciones.

Más aún, el olvido de los viejos conceptos y teorías puede ser un proceso necesario para redescubrir problemas, procesos y conceptos, y para revitalizarlos. Para reinventar no sólo conceptos sino formas de vida. El conocimiento histórico constituiría -como propuso Nietzsche- más un peso y una limitación, que una alternativa de vida, incluida la vida académica. Por eso el olvido posibilitaría no sólo el redescubrimiento, sino la apropiación -hacerlos míos- de los problemas y conceptos, lo cual le daría una fuerza ideológica que lo distanciaría de ciertas rutinas burocráticas que se desarrollan en la producción académica de conocimiento.

Ahora bien, la recuperación de algunos conceptos y autores suele ser producto del énfasis colocado en ciertos aspectos hasta entonces negados o excluidos de la realidad a estudiar, y que implican un cuestionamiento crítico del orden teórico dominante. Como todos sabemos, las teorías que recuperaron al actor cuestionaron las propuestas antropológicas que focalizaban sobre todo el estudio de regularidades denominadas patrones culturales, pautas sociales o habitus, y las cuestionaban a través de propuestas correctas y de exclusiones lamentables. Más aún, las tendencias antropológicas fueron cuestionadas en bloque, de tal manera que los culturalismos, funcionalismos, estructuralismos y marxismos tendieron no sólo a ser unificados sino excluidos. Y no cabe duda de que tanto la recuperación del actor como la crítica a las teorías que lo excluían o sólo lo pensaban como sujeto determinado, fueron necesarias. Pero este trabajo crítico no sólo redujo el papel de las estructuras y de la dimensión ideológica, sino que en muchos casos las eliminó. Condujo a que ciertas tendencias redujeran la realidad al actor social, quedando todo lo demás como "contexto".

 

Las recuperaciones teóricas más o menos contradictorias

Y esto nos lleva a tratar otros aspectos relevantes, ya que toda una serie de recuperaciones no tienen que ver sólo con las modas y con los procesos señalados, sino con el paso a primer plano de dimensiones de la realidad que habían sido prácticamente ignoradas por el conjunto de las tendencias antropológicas, como ocurrió con el sujeto. Como sabemos, las diferentes corrientes antropológicas centraron sus intereses y objetivos en la cultura, en las estructuras, en la comunidad, en los grupos étnicos, y en menor medida en las clases sociales; y en las cuales el actor social era justamente la cultura, la estructura o las clases sociales.

Las tendencias teórico/prácticas que impulsaron las propuestas del actor como agente, se articularon en nuestra disciplina con las que simultáneamente subrayaban el peso de las diferencias y particularidades, que se desarrollaron sobre todo a partir de la década de 1970, y que se expresaron especialmente a través del reconocimiento de la mujer, del homosexual, del grupo étnico como entidades sociales que se diferenciaban dentro de la estructura social y/o de la cultura, buscando establecer no sólo un lugar propio y diferenciado sino proponiendo ejes de acción que posibilitaran lo que llamaron empoderamiento.

En una primera etapa, el actor como agente fue referido al género femenino o a los homosexuales en términos más o menos esencialistas, según lo cual la mujer era diferenciada del varón en términos de una mujer pensada de manera uniforme, y en la cual se perdían sus características de clase, de educación formal, de religión, y sólo permanecía como identidad definitoria el género. Pero además, era pensada casi exclusivamente respecto a una mujer que está en las etapas productiva y reproductiva de su vida, y de las cuales desaparecía, por ejemplo, la mujer anciana. Y lo mismo pasó con los otros actores sociales surgidos o reconstituidos a partir de los setenta, es decir se los pensó y utilizó en términos esencialistas, de los cuales -y lo subrayo- siguió siendo excluido el sujeto.

En un segundo momento, que se desarrolló sobre todo en ciertas corrientes norteamericanas post, los actores sociales comenzaron a ser pensados como sujetos caracterizados por su capacidad no sólo de diferenciarse sino de autoconstruirse, de autoarmarse, de reinventarse a partir de sí mismos, y esto en forma casi permanente (McLaren, 1998). Como señalé en alguno de mis textos, los sujetos pasaron a ser una especie de héroes sartreanos donde el contexto sólo interesaba para observar las acciones de los sujetos. Estas tendencias no sólo cuestionaron el papel y peso de las estructuras y de las culturas, sino que estas pasaron a ser consideradas básicamente como sostenes o excusas para el comportamiento de los sujetos (Menéndez, 2002).

Ahora bien, esto supuso el pasaje de concepciones en que los sujetos -cuando eran tomados en cuenta- sólo constituían simples expresiones de las estructuras a concepciones en que los sujetos podían hacer casi cualquier cosa que se les ocurriera en la medida que se empoderaran según algunos, pero que en otros casos ni siquiera requerían empoderarse. Lo que a su vez planteó un sujeto no sólo separado de su cultura, sino un sujeto sobre el cual la estructura y la cultura impactaban poco (Beck y Beck, 2003). Más aún, estos autores subrayan dos aspectos: que todo individuo quiere vivir su propia vida, y que el sujeto actual se caracteriza por elegir constantemente, de tal manera que cada vida constituiría una "aventura individual". Y posiblemente esto ocurra en el deseo de los sujetos, lo cual no implica que puedan elegir ni vivir como quieren, y menos aún que su vida sea tan diferente de la de los demás.

Leyendo a los Beck pareciera que existen infinitas maneras de ser individuo en la sociedad neoliberal actual, pero lamentablemente la realidad y las vidas son mucho más similares que los deseos de individualidad. Más aún, las condiciones que impone el neoliberalismo estarían generando un individuo caracterizado por su flexibilidad, provisoriedad, presentismo, caducidad de sus saberes, sensación de inutilidad que va más allá de cada individualidad (Sennett, 2006).

Paradójicamente las propuestas individualistas se desarrollan durante un período en que se expanden los niveles de pobreza así como las desigualdades socioeconómicas en forma amplia y permanente. Más aún, fueron años en que si bien se medía cada vez más la pobreza, no se estudiaban las posibilidades y mecanismos de empoderamiento de los pobres; así como pese a que se incrementaban las desigualdades sociales habíamos dejado de estudiar las clases sociales y sólo nos preocupaban las "diferencias". Eran épocas en que se trató de buscar e impulsar nuevos actores sociales como mujeres, gay, sujetos con VIH-sida, y también grupos étnicos, pero ignorando o secundarizando los procesos y categorías que incluyen diferentes particularidades como era el caso de las clases sociales.10

Pero en los setenta, ochenta y noventa ocurrieron toda una serie de hechos, que no digo que hayan pasado desapercibidos, sino que no fueron reflexionados en términos estructurales por los autores que colocaban la realidad casi exclusivamente en los sujetos. Los procesos evidenciaron que, por ejemplo, los sujetos frente al empeoramiento de su situación económica tendieron a desarrollar comportamientos muy similares y poco diferenciados entre sí, como migrar para encontrar posibilidades de trabajo. Esto es obvio, pero estas obviedades suelen ser excluidas por los autores que tienden a ver la realidad sólo a través de individuos.

En no más de diez años se produjo el más grande derrumbe demográfico que se conozca en los países de alto o mediano desarrollo socioeconómico, y que consistió en que en gran parte de los países de la todavía Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se redujo la esperanza de vida en once años, dado el notable incremento de las tasas de mortalidad en casi todas las edades y especialmente en varones (Leon et al., 1997; Social Science & Medicine, 1990). Más aún, los países soviéticos pasaron durante este periodo a ser los que tenían las más altas tasas de mortalidad por suicidio. De los diez países que a nivel mundial tenían las mayores tasas de suicidio, ocho formaban parte de la URSS, y seis se ubicaban en los primeros puestos de este lamentable ranking (Krug et al., 2002). La esperanza de vida de los varones pasó en Rusia de alrededor de 70 a 58 años de edad, mientras las mujeres mantuvieron una esperanza de vida de más de 70 años.

Pero además, este proceso sigue operando actualmente en gran parte de los países que pertenecieron a la URSS, y si bien se han propuesto explicaciones en términos de incremento del consumo de alcohol, de caída en la pobreza y de pérdida casi total o por lo menos notoria reducción de las protecciones brindadas por la seguridad social, no puede reducirse semejante derrumbe sólo a estos procesos.11

No cabe duda de que nos encontramos con una relación sujeto/estructura-cultura o si se prefiere ciudadanos soviéticos/URSS, que evidencia que la crisis ideológica y cultural de la URSS, y no sólo su desintegración como comunidad de naciones, impactó la vida de los sujetos; que no sólo la caída del gobierno dizquecomunista, sino que tanto la pérdida de poder a nivel mundial así como la quiebra de un proyecto socioideológico centrado en Rusia a niveles sobre todo imaginarios, operaron también sobre la quiebra de los sujetos. Estamos, por lo tanto, ante una articulación estructura/sujeto, donde no decimos que la estructura impone sus condiciones al sujeto, pero donde queda muy claro que los sujetos, por lo menos en este caso, no han impuesto sus deseos, acciones, proyectos o lo que fuere a la estructura.

Este proceso comenzó a ocurrir poco antes de la expansión del neoliberalismo, y sobre todo durante su expansión, que recordemos en términos académicos y en términos políticos fue un periodo en el que cohabitaban los adeptos al neoliberalismo y una parte de los que lo cuestionaban, pero que coincidían en su total rechazo no sólo del denominado "comunismo" sino también del papel central del estado. Era un periodo en el cual el nuevo descubrimiento del sujeto, el establecimiento de las desregulaciones que posibilitaban tanto el mayor desarrollo de la economía de mercado como el empoderamiento de los nuevos actores, constituían los objetivos a pensar y hacer, y que excluían de sus intereses procesos como las desigualdades socioeconómicas.

Y esto nos lleva a otra importante consideración metodológica, que refiere a que, por lo menos en determinadas situaciones, asistimos a las acciones de grupos y de procesos que no sólo son diferentes, sino que pueden ser antagónicas, pero que coinciden en impulsar similares objetivos aunque buscando consecuencias diferentes. Porque si hubo -y sigue habiendo- un actor que cuestionó ciertas estructuras e instituciones favorecidas entre los cincuenta y noventa por los denominados estados de bienestar, fueron los emprendedores empresarios y funcionarios del neoliberalismo que impulsaron la desregulación total de los mercados en nombre de la libertad de acción, y de sujetos libres que pudieran elegir, actuar, consumir libremente.

No es ninguna casualidad que la recuperación del sujeto coincida con la caída de los denominados socialismos reales y con el desarrollo del neoliberalismo. Así como que coincida con una crítica al poder del estado, pero también con que, por lo menos, una parte de ese poder, sea trasladado a los mercados sobre todo a través de la dictadura del capital financiero, y/o que pase a sectores de la sociedad civil a través del empoderamiento de los "nuevos" actores sociales.

No cabe duda de que la recuperación del sujeto y de los diversos actores sociales era necesaria, entre otras razones, como cuestionamiento a las acciones de los "socialismos" burocráticos y autoritarios; como una posibilidad de que nuevos actores se fueran convirtiendo en nuevos sujetos de la transformación social, así como instrumento de crítica, denuncia y modificación de las condiciones de poder y micropoder que justificaban, por ejemplo, no sólo la inferioridad sino el ejercicio de violencias contra las mujeres o la justificación de los denominados crímenes de odio. Pero tampoco cabe duda de que junto con estos aspectos, la recuperación del sujeto benefició la aplicación de políticas neoliberales especialmente por el capital financiero a nivel internacional y de cada país. Y es con estos procesos contradictorios y convergentes que tenemos no sólo que pensar sino que lidiar; y es a partir de asumir estas complejidades que podremos llegar a entender los procesos que estamos estudiando, y tal vez impulsar sus transformaciones.

Y para ello necesitamos observar en el caso señalado, lo que cada uno de los actores sociales ha logrado a través de sí mismo y de sus relaciones con los otros actores, pero sobre todo distinguir quiénes son los actores sociales que han impuesto su hegemonía, quiénes son los que ejercen su dominación, y qué relaciones de hegemonía/subalternidad, pero también de contrahegemonía o, por lo menos de resistencia, se han procesado. Y esto no sólo a nivel macrosocial, sino también microsocial, a través de las relaciones de género, de las relaciones médico/paciente, de las relaciones laborales.

 

De narrativas y complementaciones

En los últimos años he insistido sobre la existencia de ciertas tendencias antropológicas, que si bien venían desarrollándose más o menos lentamente por lo menos desde las décadas de los cincuenta y sesenta, es desde los setenta, y sobre todo durante los ochenta y noventa que pasan a primer plano en las ciencias sociales y antropológicas. De tal manera que nuestras disciplinas pasan durante el último lapso señalado a dedicarse a describir e interpretar representaciones sociales, discursos, narrativas, historias y/o experiencias. Y de hecho casi todos nos fuimos convirtiendo en narradores. Es un periodo en que casi no se habla de prácticas, porque no interesan o porque se da por sentado que los discursos y narrativas de los sujetos equivalen a sus prácticas. Es decir, se genera una representación académica explícita o tácita, donde domina el isomorfismo entre representaciones y prácticas.

Muy diversas tendencias contribuyeron al desarrollo y paso a primer plano de estas propuestas, una parte de las cuales son totalmente rescatables en términos no sólo teórico/metodológicos sino ideológico/políticos. Pero, nuevamente, la polarización teórico/ideológica condujo a que la recuperación no sólo del sujeto sino también de su testimonio hablado, se convirtiera en casi la única forma de describir y analizar la realidad, cuando sólo son parte de la descripción y análisis de la realidad. Ya he analizado en otros textos los aspectos positivos y negativos de este proceso que condujo a que nuestro trabajo antropológico se convirtiera en el estudio de las representaciones, las narrativas, los discursos, las historias y las experiencias de los sujetos y grupos con los cuales trabajamos, en la medida que suponemos, o directamente afirmamos, que equivalen a las prácticas. Y no cabe duda de que son prácticas, pero son básicamente prácticas lingüísticas (Menéndez, 2002, 2009).

Como sabemos, la mayoría de los antropólogos obtenemos en nuestros trabajos de campo información lograda casi exclusivamente de la palabra de los sujetos que entrevistamos, con los cuales hicimos un grupo focal, construimos una historia de vida o aplicamos una encuesta. Por lo tanto nuestras etnografías y nuestras explicaciones están basadas casi exclusivamente en lo que los sujetos nos cuentan.

Y ese material es importante y hasta decisivo cuando queremos estudiar, por ejemplo, los significados que los actores sociales dan a la pobreza o a la desigualdad social, así como a los padecimientos, a la atención médica recibida o al consumo de alcohol. Pero eso no quiere decir que estos significados correspondan realmente a los procesos que explican su pobreza o la desigualdad socioeconómica en que viven, así como tampoco implica que esos significados correspondan a lo que los sujetos hacen realmente con el consumo de alcohol o durante la atención médica. En consecuencia la mayor parte de la investigación socioantropológica no describe lo que los sujetos hacen, sino las representaciones, discursos, narrativas, historias o experiencias de lo que dicen que hacen. Más aún, frecuentemente tengo la impresión de que muchos colegas creen que cambiando las "narrativas" sobre el capitalismo -y tal vez sobre cualquier otro proceso actual- el capitalismo y nuestra vida cotidiana van a cambiar. Pero como señala Brooks -y también Wallerstein- lo extraordinario de los Ocupa Wall Street es que cambiaron la "narrativa" nacional pero subrayando el primero que todavía esa narrativa no se expresa en cambios reales en la vida cotidiana de los norteamericanos (Brooks, 2011).

Más aún, los antropólogos usamos cada vez menos una de las pocas técnicas que permitirían describir y analizar prácticas, y además contrastarlas con las narrativas, y me refiero a la observación y especialmente a la observación participante. Considero, por lo tanto, decisivo analizar y discutir lo que significa que nuestros estudios no describan o describan muy poco lo que los sujetos hacen, y que estén basados en lo que los sujetos dicen que hacen.12

Al principio de este texto señalé dos hechos, primero que tenemos una gran cantidad de información respecto de la mayoría de los problemas y procesos centrales de nuestras sociedades. Y segundo, que gran parte de esa información está compartimentada, pues ha sido realizada desde determinadas disciplinas, subdisciplinas y especialidades que están estudiando los mismos o similares problemas o procesos, y que prácticamente nunca se ponen a hablar entre sí.

En síntesis considero que sobre muy diversos procesos y problemas, como pueden ser la pobreza, las violencias, o la situación de las juventudes en América Latina, sabemos muchas cosas por separado, pero pocas juntos, es decir sabemos pero sólo en términos especializados, y por eso no sólo carecemos de una visión holística de los problemas, sino que no podemos "ver" algunos de los principales núcleos teóricos y empíricos de los procesos que estudiamos.

Sería necesario establecer ejes problemáticos a través de los cuales articular las diferentes descripciones e interpretaciones que surgen de las especialidades antropológicas y no antropológicas; es decir, por ejemplo, tomar como eje las relaciones de hegemonía/subalternidad/contrahegemonía/resistencia que operan entre los saberes dominantes y los saberes populares, y observar cuáles son las características de esas relaciones que surgen de los estudios sobre educación, sobre religión, sobre los procesos de salud/enfermedad/ atención, etc., tratando de llegar a conclusiones conjuntas respecto de estas relaciones en términos de similitudes y diferencias.

Creo que tendríamos que hacer un esfuerzo de articulación de lo que hemos estado produciendo desde diferentes especialidades en forma separada,13 para entender, explicar, pero también para ayudar a modificar nuestras realidades.

 

Notas

1 Si bien en este texto frecuentemente hablo de la Antropología y de los antropólogos, mi referente básico es la Antropología Latinoamericana.

2 La reiteración tiene que ver también con objetivos ideológicos, ya que determinados estudios y acciones subrayan constantemente los mismos datos y las mismas interpretaciones tratando de estar presentes no sólo en la vida académica sino en los medios de comunicación masiva. Considero, por ejemplo, que la cantidad de estudios y acciones realizados con perspectiva de género, y que reiteran los mismos datos y propuestas tratan de sensibilizar la opinión pública, así como lograr modificaciones en los comportamientos y en la legislación. Si bien reconozco el papel positivo de estas reiteraciones, no obstante, si se rutinizan y no son reflexionadas, limitarán su posibilidad de eficacia ideológica.

3 Lo que estoy señalando no niega que en los últimos años se han desarrollado cada vez más estudios sobre las violencias en la escuelas o en los vecindarios, pero tomadas cada una de ellas en forma aislada, y no reflexionando sobre lo que caracteriza a varias de esas violencias, es decir que son "violencias cercanas".

4 Con especto a lo señalado hay por lo menos tres posiciones metodológicas: a) la positivista, según la cual un investigador en función de su formación y de la metodología científica que aplica, no tiene presupuestos; b) la propuesta tipo Heidegger/Gadamer, según la cual todo estudioso ve la realidad a través de su propio "horizonte" digamos cultural, y es dicho horizonte el que posibilita ver e interpretar la realidad de una manera particular. Es a partir de ese horizonte que puede generar sus principales aportes, y por lo tanto no debe excluirlo; y c) la tercera, que propone generar una ruptura epistemológica respecto al propio saber, tal como sostienen Bachelard o Bourdieu, para "observar" cuáles son mis presupuestos, cómo sesgan o no la realidad a estudiar, y decidir reflexivamente la inclusión o no de esos presupuestos.

5 Giovanni Berlinger sostenía que los procesos de salud/enfermedad podían constituirse en los principales "espías" de las contradicciones de un sistema.

6 Uno de los conceptos que desarrollé desde principios de los setenta y que acuñé a mediados de esa década, fue el de Modelo Médico Hegemónico, que tuvo una notable difusión. Y pese a que he insistido en que dicho modelo es una construcción metodológica, una parte de los que lo cuestionan, y también de los que lo usan, no lo manejan como modelo sino como realidad.

7 Existe toda otra serie de requisitos metodológicos que forman parte de mi marco teórico, y de los cuales sólo recupero el propuesto por Siegfred Nadel (1955), según el cual gran parte de las discusiones sobre las diferencias y relaciones entre lo teórico y aplicado suelen ser inútiles, dado que toda teoría tiende a ser usada por el propio autor, o por los que se apropian de ella.

8 Varios autores reivindican unilateralmente la cohesión social, sin asumir, como ya señalé, que los procesos pueden ser ambivalentes, y que la cohesión social puede tener consecuencias positivas, pero también negativas, inclusive simultáneamente. Se han olvidado no sólo de las propuestas de la teoría crítica, sino también de la "teoría del conflicto".

9 Por supuesto que intocables para sus seguidores.

10 La recuperación de la clase social supone repensar -y lo subrayo- sus posibilidades como realidad y como concepto en los viejos términos de clase en sí y clase para sí, que por otra parte deberían aplicarse a los "nuevos" sujetos sociales.

11 Autores como Beck y Beck-Gernsheim (2003) plantearían que este proceso corresponde a una etapa -o como se la quiera llamar- donde no se ha dado aún el proceso de individualización que caracterizaría a las sociedades capitalistas en su fase neoliberal, lo cual considero por lo menos dudoso. En éstos, como en otros autores, observamos una recuperación de la teoría de la secularización, de la cual la individualización sería uno de los principales indicadores.

12 Aclaro que no niego la importancia de trabajar con representaciones, narrativas, discursos y/o experiencias, sino que propongo la necesidad de incluir las prácticas a que se refieren esas representaciones, discursos, narrativas y experiencias, para trabajar con ambas. Reconozco además, los efectos decisivos que pueden tener las palabras, las cuales pueden generar miedo, alegría o adhesiones ideológicas o filosóficas, pero casi siempre como parte de prácticas sociales. Subrayo que nuestras propuestas no tienen que ver con concepciones conductistas ni con la denominada teoría de la acción, sino con orientaciones prácticas y práxicas.

13 A partir de este trabajo conjunto, podríamos detectar no sólo los procesos y problemas respecto de los cuales surgen concepciones y propuestas contradictorias o por lo menos conflictivas, sino también detectar cuáles son los procesos y problemas que están poco o nada estudiados.

 

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