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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.33 Buenos Aires ene./dic. 2011

 

ARTÍCULOS

Comentario a "Las representaciones del pasado. Historia y memoria"

 

Hugo Vezzetti

Universidad de Buenos Aires

 

Sólo puedo ofrecer algunos apuntes en torno a dos cuestiones que han sido mencionadas en la exposición de Alejandro Cattaruzza. Por un lado, la memoria como un dominio y foco de preguntas para la disciplina historiográfica. Por otro, la configuración particular que el tópico de la memoria social ha adquirido en la Argentina de la posdictadura.

I

Sobre lo primero, hay que destacar que la memoria social e histórica como dominio, objeto de saber, nace en cierto modo fuera de la disciplina. Por una parte, en el ensayo político que se pregunta por la nación. Es bien conocido el uso que hace Renan de la memoria en su ensayo. Y lo que dice finalmente es que una nación es sobre todo una formación de memoria y de creencias, depende de un compromiso de recuerdos y de olvidos. Y dice que a menudo los olvidos son más importantes que los recuerdos.1 Por otra parte, como dominio de saber, incluso académico, nace en la sociología o, si se quiere, entre la sociología y la psicología social, a partir de la obra de Maurice Halbwachs, en la primera posguerra.2 La pregunta era: ¿qué mantiene unida a una sociedad? Y nacía del fantasma de una sociedad desgarrada, anarquizada por distintas identidades y representaciones del pasado. El problema era la integración; y es fácil ver su alcance político, quizás en un sentido más defensivo que en la idea de Renan. Ese problema ya no era sólo el de la nación sino, en términos más generales, de comunidades y grupos que deben compartir un pasado para poder vivir un presente y proyectar un futuro. Lo importante es que en el surgimiento inicial de la memoria en relación con la historia, lo que domina no es el conocimiento del pasado, sino las funciones que la memoria puede o debe cumplir en el presente. Y hay que recordar que entre las condiciones históricas de esa preocupación por la memoria social y política estaba la guerra: la guerra franco-prusiana y la derrota, en el caso de Renan, y la Primera Guerra Mundial en el de Halbwachs.

Creo que la gran investigación de Pierre Nora sobre la historia y la memoria debe ponerse en relación con esa pregunta de Renan, o más bien con la crisis de ese paradigma que reunía, amasaba, la memoria política con el destino de la nación.3 Ya lo traté en mi último libro: la insistencia en los "lugares" de memoria revela que se ha perdido un lugar, un espacio unificado de sostén de la nación. Ahora bien, ese espacio, para Renan, era en gran medida una escena subjetiva: una formación de recuerdos y olvidos. Este énfasis en lo que debe construirse en los sujetos se advierte igualmente en la Argentina a fines del siglo XIX: se trataba de construir un sentimiento de la nacionalidad. No voy a desarrollar la diferencia entre concebir la nación como una formación de la memoria o como un sentimiento, pero en todo caso hay allí una noción organicista y a la vez psicológica o subjetiva, la idea del sostén de la nación en un sujeto unificado en la memoria o en el sentimiento.

Eso ha caído. Cuando Nora dice que "el pasado ya no es la garantía del porvenir" (en la cita de Cattaruzza) parece estar señalando la diferencia, la fractura -si se quiere- entre su tiempo y el tiempo de Renan. Pero hay algo más en esa idea de Renan: si bien la memoria era una materia social, construida por la comunidad, destacaba el papel reservado a los historiadores, o a esa figura de historiador o de intelectual que él encarnaba. Parece oportuno traer el problema a estas Jornadas que se plantean bajo el título "Los historiadores frente al Bicentenario". Renan establecía un modelo: debían cumplir un papel eminente en el magisterio social y político para ayudar a la sociedad a saber qué debía ser recordado y qué olvidado. Creo que esa figura de historiador operó como un ideal; y habría que ver qué pasó con ese ideal. En el enunciado de Nora se puede leer también cierta nostalgia y cierto pesar porque esa posición se pierde. Ya no constata sólo una fragmentación de lugares sino también de enunciadores; todos hablan sobre el pasado: los políticos, el periodismo, la TV, el cine, hasta los artistas de moda. Y los historiadores (algunos de ellos, por lo menos, los enunciadores en esa función eminente) se han devaluado junto con los relatos nacionales que contribuían a implantar.

No sé si es posible y sobre todo si es conveniente establecer algún paralelo con los comienzos de la historiografía en la Argentina: ¿hubo un paradigma Renan en la Argentina? No lo digo sólo por la postulación de un sostén memorioso de la nación, sino también por esa idea constructiva del olvido: para Renan se trataba de olvidar las guerras internas y las matanzas recíprocas; y de recordar a los héroes y, destaco, los sufrimientos comunes. De inmediato, tratándose de esta celebración del Bicentenario, surge una pregunta, que obviamente yo no puedo responder: ¿tiene sentido, en la celebración de estos dos siglos, preguntarnos no tanto qué tenemos que recordar, sino más bien qué convendría olvidar? En fin, si se trataba de olvidar los agravios recíprocos, creo que en la Argentina, desde hace mucho, nadie ha querido ni quiere olvidar sobre todo eso, las guerras y las violencias recíprocas.

Y por supuesto, en ese legado está también la cuestión de la función y la responsabilidad de los historiadores en la formación y el movimiento de lo que José Luis Romero llamaba la "conciencia histórica", un término que vale la pena rescatar y poner en línea con las cuestiones de la memoria.

Quiero ser claro en un punto: no veo la ventaja de usar esa categoría de la memoria y de las políticas de la memoria hacia atrás, hacia las disputas sobre el pasado en el siglo XIX o en el Centenario. No me parece productivo retraducir en términos de memoria las disputas políticas de los años veinte o de los años cincuenta. Y sin embargo, habría que preguntarse, a partir de esa nueva problemática que -como dice Cattaruzza- nace en los años ochenta, en la transición de la dictadura a la democracia, qué arrastra y qué transforma de los modos en que se planteaba la relación entre el pasado y el presente en las luchas de sentido, luchas políticas finalmente, que poblaron la vida pública a lo largo del último siglo.

II

Con esto entro en el problema en la Argentina. En principio, me parece insuficiente focalizarlo en el tiempo corto de las obras y los autores, en el dominio historiográfico. Es cierto que los proyectos, las iniciativas, las obras, aparecen en los últimos quince años, pero esa producción depende de condiciones que se despliegan en un tiempo más largo. En principio, esa producción dependió de condiciones políticas, culturales y morales. Antes de llegar a la historiografía las producciones de la memoria han sido un asunto de interés público, que se ejercía en prácticas diversas, no sólo testimoniales, sino también políticas e intelectuales (en el ensayo, la novela, el cine), incluso ligadas al Estado o a la reconstrucción del Estado.

El Nunca más no es un libro de historia, y sin embargo, creo que no se ha escrito la historia del mismo modo después de esa obra. La voz de esos testimonios, de las demandas que transmiten (incluso y sobre todo las que se hacen en nombre de los que no podían testificar), de las responsabilidades y las obligaciones que dejan para el futuro, operan como un suelo o un trasfondo de cualquier investigación. El término memoria no está en el Nunca más (por lo menos en el "Prólogo" y las "Conclusiones"). Pero hay un "paradigma" del recordar:

Las grandes calamidades son siempre aleccionadoras, y sin duda el más terrible drama que en toda su historia sufrió la Nación durante el período que duró la dictadura militar iniciada en marzo de 1976 servirá para hacernos comprender que únicamente la democracia es capaz de preservar a un pueblo de semejante horror, que sólo ella puede mantener y salvar los sagrados y esenciales derechos de la criatura humana.4

Ese régimen de memoria se hacía en nombre de las víctimas y consagraba a la democracia como un nuevo fundamento de la nación.

No digo que haya sido la única condición, porque también hubo una producción nacida de la necesidad de revisar el pasado a la luz de la tragedia y del fracaso. Me refiero a ensayos históricos como el de Oscar Terán sobre "nuestros" años 1960: el nosotros implicado ya denunciaba un rasgo nuevo, inherente a la memoria, en la medida en que, como indicador de un sujeto real o virtual, se volcaba sobre la posición del autor y las condiciones de enunciación de su propia experiencia y la de su generación.5

En ese sentido, creo que esa acción de la memoria y las relaciones o las interferencias con la historiografía son más reveladoras cuando es explorada allí donde se ejerce de un modo silencioso, menos explícito. Es decir, no tanto en la bibliografía que se propone cumplir con un deber de memoria, construir la memoria, recuperarla, etc., sino más bien en una trama de relaciones, anticipaciones, préstamos, permutaciones, que se producen en ese terreno de la escritura en el que la historiografía se cruza con el ensayo o la producción literaria.

¿Cuáles son los problemas con el discurso o en la cultura (como se dice) de la memoria? Hay otra línea, también mencionada en la exposición de Cataruzza, otro hilo en la trama compleja de la historia y la memoria en el pensamiento contemporáneo que impacta mucho en la Argentina: el paradigma o la "metáfora" (Huyssen) del Holocausto.6 Allí aparece un tópico enteramente nuevo: el trauma histórico; la memoria de una comunidad ya no reside en algún relato fundador, heroico, generalmente épico, sino que es reemplazada por esa figura compacta y absolutizada del trauma, que con rapidez se pluraliza en los traumas de grupos diversos y enfrentados. Y lo que se advierte en estos años en el mundo es la acción de grupos nacionales o minorías en busca de las catástrofes sufridas por la acción de otros. El resultado es que cuanto más los grupos se focalizan en los crímenes sufridos, menos capaces o sensibles se muestran para indagar los crímenes cometidos.

Esa representación del pasado como trauma no es el "haber sufrido juntos" al que se refería Renan. En cierto sentido, es lo contrario, es lo que no puede compartirse con otros ni elaborarse, es lo contrario del duelo. La temporalidad del trauma no es la rememoración sino la repetición, que opera como sostén de identidad en los combates del presente (he discutido bastante el uso y abuso de la categoría de trauma en las representaciones del pasado, no voy a volver sobre eso). En ese sentido, suele operar como un ingrediente dinámico de la rememoración pero también como un obstáculo para una elaboración y un pensamiento sobre el pasado.

Para ser justo, en la Argentina creo que el paradigma del trauma ha operado menos en los historiadores que en otras áreas de las ciencias sociales, en la filosofía y las letras, sobre todo en el espacio discursivo de los estudios culturales. Y sin embargo, me parece que está pendiente una indagación sobre sus consecuencias para el saber histórico. Me refiero a las disputas en y por la historia, que por supuesto no han comenzado en estas últimas décadas pero adquieren nuevas formas. La historia no ha sido en la Argentina un territorio pacífico a lo largo del siglo XX, por lo menos. No tengo que recordar aquí las guerras de interpretación sobre el pasado que han tenido (siguen teniendo) bastante repercusión en el discurso público. Queda como una cuestión pendiente la indagación del impacto que han tenido, en estos últimos años, esas memorias implantadas del trauma o el "genocidio" (un término que responde al mismo patrón de representación) en las operaciones de la historia. ¿Qué relaciones se establecen entre la historia y las memorias reivindicativas, incluso militantes que buscan incorporarse y pelear también en el terreno historiográfico?

Como ven, tengo más preguntas que respuestas. No puedo desarrollarlo, pero querría apuntarlo como problema en este mapa de relaciones de las memorias y la historia: en ese territorio hay luchas, a veces incluso aires de guerra. Estoy seguro de que Cattaruzza no las desconoce pero creo que prefirió ofrecernos un panorama más pacificado.

Finalmente, esa dimensión de la memoria, nacida hace veinticinco años, antes que como un tema de investigación se ha constituido, en los años ochenta, en un sustrato central de la edificación de una idea, un proyecto de democracia; otro término que como el de memoria puede significar muchas cosas. Está presente en esa cita del Nunca más: las enseñanzas que podían extraerse de ese pasado ominoso dependían de un proyecto lanzado al porvenir. Es evidente que algo en ese proyecto y en ese primer consenso fracasó, o al menos viene acumulando fracasos. Y la crisis del consenso arrastra esa avalancha de reivindicaciones y combates de memoria sobre la escena presente.

Quiero terminar con una idea: la crisis de consenso es menos sobre el pasado que sobre el futuro. Puedo enunciarlo casi como un axioma: cuanto más se borra o se cierra el porvenir, más espacio hay para un vuelco de la conciencia histórica hacia representaciones congeladas del pasado, objetos de evocación, de nostalgia o de manipulación.

Notas

1 Ernest Renan, Qu'est-ce qu'une nation? [1882]. Disponible en línea: http://www.bmlisieux. com/archives/nation04.htm        [ Links ]

2 Maurice Halbwachs, Les cadres sociaux de la mémoire [1925], París, Albin Michel, 1994.         [ Links ]

3 Pierre Nora, "Entre mémoire et histoire. La problematique des lieux", en Lieux de mémoire, París, Gallimard, 1997, tomo 1.         [ Links ]

4 Nunca más. Informe de la CONADEP, Buenos Aires, Edudeba, 1984, p.11.         [ Links ]

5 Oscar Terán, Nuestros años sesentas, Buenos Aires, Puntosur, 1991.         [ Links ]

6 A. Huyssen, En busca del futuro perdido, México, Fondo de Cultura Económica, 2002.         [ Links ]

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