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Prismas

versión On-line ISSN 1852-0499

Prismas vol.15 no.2 Bernal jul./dic. 2011

 

DOSSIER: El siglo XIX de Tulio Halperin Donghi

El momento José Hernández

 

Roy Hora

Universidad Nacional de Quilmes / CONICET

 

José Hernández y sus mundos es un capítulo original dentro de la reflexión sobre la historia de los intelectuales decimonónicos que Tulio Halperin Donghi ha venido cultivando a lo largo de más de medio siglo. Puesto en el contexto de su producción sobre esta temática -una de las tantas a las que se ha abocado este excepcional historiador- un primer dato se impone de inmediato. Este extenso volumen publicado en 1985 constituye el único estudio sistemático que el autor de Una nación para el desierto argentino ha consagrado a un integrante del mundo letrado. A primera vista, esta elección resulta llamativa por cuanto la relevancia de una figura que el propio Halperin Donghi califica como "participante de segunda fila" de la vida pública de su tiempo no guarda proporción con la que atribuye a personajes de la talla de Mitre, Sarmiento o Alberdi, a los que ha dedicado estudios sin duda incisivos pero siempre breves, amén de acotados a aspectos específicos de sus ideas o su actuación. Este diagnóstico sobre la inferioridad del creador del Martín Fierro, que un par de décadas antes de la aparición de José Hernández podría haber sido cuestionado, no enfrentaba desafíos de consideración cuando este estudio fue concebido, a fines de la década de 1970. En efecto, para entonces muchos de los que en su momento habían imaginado a Hernández como una suerte de anti-Sarmiento (y al Martín Fierro como una respuesta al Facundo) se habían acallado o habían perdido el favor de parte considerable de su público, por lo que todo intento de volver sobre el significado de esta figura poseía un atractivo considerablemente menor que el que había alcanzado durante los años de apogeo del revisionismo histórico.
Sin embargo, basta una mirada al índice y a las abundantes notas al pie de José Hernández para que se ponga de relieve la primera de las razones que dan cuenta del interés de Halperin Donghi en la suerte de un personaje que siempre se movió en planos subalternos de la política y la cultura de su tiempo. Gracias al voluminoso archivo sobre la labor periodística y la vida pública de Hernández que Alejandro Losada generosamente puso a su disposición, por primera vez en largo tiempo Halperin Donghi pudo encarar una investigación apoyada sobre un amplio repertorio de fuentes primarias. En este sentido, pues, esta incursión en un género que hasta entonces no había cultivado, y al que tampoco regresaría, fue el camino a través del cual Halperin Donghi retomó un estilo de indagación en varios puntos similar al que caracterizó sus principales contribuciones de la década de 1960 -entre los que sobresale Revolución y guerra, publicado en 1972 pero concebido y elaborado en el decenio previo- antes de que su radicación en el hemisferio norte lo obligase a encarar proyectos sobre la base de recursos documentales más acotados.
La riqueza de este archivo, exhibida a cada paso y citada en las notas con una intensidad poco frecuente en los trabajos de este historiador, contribuye a explicar por qué José Hernández se aventura a través de más líneas de indagación de las que parecen recomendables desde el punto de vista de la elegancia de la narración. Más importante, sin embargo, es recordar que la complejidad del relato y la diversidad de planos de análisis presentes en esta biografía ponen de relieve uno de los aspectos más peculiares del modo en que Halperin Donghi aborda el estudio de las elites letradas y sus creaciones textuales. A partir de una perspectiva que coloca en el foco de su atención la historia política de los letrados, y que analiza en toda su complejidad las relaciones de los integrantes de esta categoría social con la esfera del poder, el autor de Una nación para el desierto argentino siempre orienta sus interrogantes de modo de entender, a la vez que el pensamiento y la acción de estas figuras polifacéticas, el campo más amplio en el que se despliegan las iniciativas de estos actores.
A la luz de esta perspectiva, que entiende a la historia intelectual como un punto privilegiado para la observación de fenómenos sociales más amplios antes que como un objeto de indagación autosuficiente, es posible detectar dos tópicos que concitan la atención de Halperin Donghi: el mundo del periodismo y el de la sociedad rural bonaerense. El primero es abordado a través del análisis del Hernández periodista. La minuciosa exploración de una carrera en la prensa que, se afirma, no tiene nada de original ni de brillante, le sirve a Halperin para reconstruir la compleja y zigzagueante trayectoria de Hernández dentro del universo de la publicística y de la política federal. De este examen surge un Hernández ubicado en las antípodas del héroe revisionista, tanto porque sus escritos no se elevan sobre "la norma común del periodismo del momento" como porque este "periodista del montón" una y otra vez aparece dispuesto a poner mansamente sus talentos al servicio de causas que no son las suyas, como el apoyo de los gobernantes correntinos a la Guerra del Paraguay.
Halperin Donghi no se detiene en este punto. También muestra que una comprensión cabal tanto de la carrera como de los textos periodísticos de Hernández depende de la reconstrucción del universo de la prensa política, en tanto ésta ofrece las grandes coordenadas y el marco en el que ambos cobran sentido. El libro dedica varios capítulos a esta exploración, analizando las características de las empresas y del público lector, la relación de los periódicos con los grupos políticos que los alientan y financian, los temas en debate y los que se ubican más allá de toda disputa, las visiones que los periodistas tenían de sí mismos y de su lugar en la vida pública. Al cabo de este recorrido, la retórica periodística, tantas veces concebida por los historiadores como una mera fuente de información, emerge desnaturalizada, esto es, restituida a su condición de género discursivo específico, dotado de ciertas reglas y producido por ciertos actores en un contexto particular. De hecho, este estudio pionero sobre la prensa política de la era de la Organización Nacional contribuyó decisivamente a otorgarle vuelo intelectual y legitimidad historiográfica a un campo de estudios en desarrollo desde entonces.
El otro aspecto que me interesa considerar en el marco de este comentario, aun más alejado del mundo de los intelectuales, se refiere al estudio de la sociedad rural bonaerense y, en particular, del lugar de sus figuras más encumbradas, los grandes terratenientes, en la vida política de la campaña y de la nación toda. Halperin Donghi lo encara como parte de su exploración del mundo de Martín Fierro, tema que domina la segunda parte del libro. Al fundar El Río de la Plata en 1869, Hernández buscó convertir a su periódico porteño en la voz de la campaña bonaerense. El análisis de la manera en que concibió esta tarea conduce a Halperin Donghi a analizar en qué puntos la visión de Hernández sobre los problemas de la sociedad rural era deudora de la que habían articulado los voceros del interés terrateniente y, más relevante, a evaluar la pertinencia misma de este conjunto de ideas para entender los rasgos básicos del orden existente en el distrito que constituía el motor de la economía argentina. Si el análisis de la prensa ofrecido por José Hernández ayudó a construir una nueva problemática para los estudios sobre la prensa, al encarar estas cuestiones Halperin Donghi se internó en un terreno bien transitado por la historiografía, y en el que él mismo ya había ofrecido importantes contribuciones, entre las que se destaca el ya mencionado Revolución y guerra. Allí Halperin Donghi concluyó que los cambios aportados por la independencia y la apertura al comercio atlántico habían resultado decisivos para la constitución de un nuevo orden social y productivo, pero también político, erigido en torno a la gran propiedad y a la elite terrateniente.
En José Hernández, Halperin Donghi no se limita a retomar esos argumentos de inspiración sarmientina con el propósito de fijar un marco contextual a la trayectoria de Hernández y de su alter ego Martín Fierro. Más bien, esta nueva incursión en el análisis del mundo rural pampeano le ofrece la ocasión para avanzar de manera decidida en la revisión de esa gran narrativa que él mismo había contribuido a establecer. Sus argumentos críticos se despliegan en dos direcciones. Por una parte, José Hernández toma distancia de la visión que concibe a la gran propiedad terrateniente como el eje fundamental del orden social y productivo pampeano, por cuanto afirma que la estancia debió coexistir con numerosas empresas pequeñas y medianas, cuyos titulares poseían un considerable grado de autonomía social y productiva. En segundo lugar, Halperin Donghi enfatiza la debilidad política de la elite rural, un grupo al que atribuye escasa capacidad para acotar el margen de acción de las fuerzas partidarias que competían por el control de un Estado dotado de un considerable grado de autonomía respecto de los grupos
económica y socialmente predominantes.
En este relato, pues, el actor que solía presentarse como el principal arquitecto de la sociedad decimonónica ha sido desalojado de su papel protagónico en el desarrollo histórico argentino. El abandono de esta mirada de fuerte impronta clasista no supuso sólo ni centralmente un reconocimiento de la especificidad de lo político, toda vez que Halperin Donghi siempre se había mostrado sensible a la complejidad de las mediaciones entre Estado y sociedad. Más importante, ella significó una notoria revalorización del papel del Estado como actor político y agente de cambio, un desplazamiento que constituye quizás la principal inflexión interpretativa en la obra de este singular historiador. Este giro, que comenzó a abrirse camino a fines de la década de 1970, en el curso de unos pocos años dio lugar a un notable conjunto de estudios estrechamente relacionados si no por su objeto, sí por su problemática. En efecto, Una nación para el desierto argentino (1980), Guerra y finanzas en los orígenes del estado argentino (1982) y José Hernández y sus mundos (1985) -las tres obras mayores de uno de los períodos más productivos de toda su trayectoria- exploran distintas dimensiones de la construcción, las características y la trayectoria del Estado, o tienen a estos fenómenos entre sus supuestos.
Habiendo situado a José Hernández en el marco de esta nueva problemática, vale la pena preguntarse cuál es la principal contribución de este libro al estudio del papel del Estado en el desarrollo histórico argentino. Sin duda, su mayor aporte se refiere al modo en que aborda el estudio de la relación entre el Estado y los sectores social y económicamente predominantes, en particular los de base rural. Una exploración cuidadosa de esta temática reclama más espacio del que este breve comentario puede asignarle. Con todo, vale la pena enfatizar un aspecto de la cuestión, referida al punto de vista (y en definitiva también a las motivaciones) a partir de los cuales Halperin Donghi encara aquí este proyecto. Así como en Una nación para el desierto argentino el ascenso del Estado central era concebido como el elemento que otorgaba inteligibilidad a la historia política del período que corre entre Caseros y el Ochenta, en José Hernández este proceso es visto desde la perspectiva de su impacto sobre la vida de un individuo. En Una nación, Halperin Donghi había descripto a Hernández como uno de los contemporáneos que más tempranamente y con mayor perspicacia había advertido que las formas de la disputa política se estaban transformando como consecuencia de la concentración de recursos de poder en el Estado. En José Hernández, ese elogio ya no volverá a prodigarse. En cambio, Halperin Donghi señala una larga lista de deficiencias en la comprensión de Hernández "del proceso en marcha", entre las cuales subraya, precisamente, su ignorancia ante "nada menos que el elemento esencial: ese avance hacia la primacía del Estado central", convertido en esos años en "el más importante de la ecuación política argentina". Esta ceguera es, a su juicio, la que lanza a Hernández a esa aventura insensata que es seguir a Ricardo López Jordán en su levantamiento contra el Estado central.
Se ha advertido que su identificación con esta causa sin futuro tal vez permita ver en Hernández, si no al héroe del federalismo popular querido por el revisionismo, sí en cambio algo distinto de esa figura reacia a asumir riesgos, y sólo movida por el deseo de ganarse un modesto reconocimiento entre sus contemporáneos, que nos describe Halperin Donghi a lo largo de las páginas de este libro. 1 La adhesión franca a una comunidad política a la que Hernández se mostró dispuesto a acompañar incluso en su momento de ocaso y desgracia, aun si ello conllevaba un elevado costo personal, tal vez nos diga algo sobre el federalismo y, más en general, sobre el poder movilizador de las ideologías políticas decimonónicas (un tema que este libro no aborda, y que sigue reclamando atención). Comprensiblemente, éste no es el camino elegido por un historiador más inclinado a la ironía que a la empatía. Empero, la amarga decepción de Halperin Donghi ante las limitaciones de Hernández para comprender las claves de su propio tiempo no le impidió reconocerle una "misteriosa grandeza". Y este juicio no puede desligarse del hecho de que, en su momento de mayor sufrimiento y derrota, cuando "el nuevo Leviatán" lo colocó entre sus víctimas y lo obligó a ver el mundo desde la perspectiva de los parias de la tierra, Hernández tuvo la entereza y la energía suficientes como para dar vida a ese monumento de nuestra cultura que es el Martín Fierro.
Hay, sin embargo, algo más. Reflexionando sobre las razones que lo llevaron a interesarse en Hernández, Halperin Donghi señaló que en el origen de su inquietud está "el descubrimiento del aspecto horrendo de la historia argentina, lo dura que puede ser la vida argentina con los que se ponen en disidencia total".2 Se advierte aquí una íntima conexión entre la suerte de Hernández y el temple con el que, durante los años de la última dictadura militar -una etapa que en el prólogo a este libro excepcional califica como "el momento más cruel de nuestra breve experiencia histórica"-, Halperin Donghi concibió el proyecto de recrear la trayectoria del autor del Martín Fierro. A la luz de este paralelismo, podría decirse que si, como argumenta Halperin Donghi, las desdichas de Hernández ofrecen la cifra de las de Fierro, el horror ante el espectáculo ofrecido por el nuevo Leviatán de terror y violencia que se erigió sobre los argentinos en la segunda mitad de la década de 1970 ofrece la cifra de la mirada de Halperin Donghi sobre Hernández, y nos sugiere el segundo motivo que (sumado al señalado al comienzo de este comentario) lo lanzó tras su huella. En este punto, pues, José Hernández es algo más que una prueba concluyente de la enorme productividad de la nueva perspectiva centrada en el Estado para pensar la Argentina que Halperin Donghi hizo suya en tiempos del terrorismo estatal. También se erige como el homenaje, no por indirecto menos conmovedor, de un gran historiador a los que, a veces incluso sin comprender del todo los motivos de sus desgracias, sufrieron en carne propia los rigores de esos años terribles.

Notas

1 María Teresa Gramuglio e Hilda Sabato, "De la biografía como forma de la historia", Punto de Vista, Año IX, Nº 26, 1987, p. 20.         [ Links ]

2 Entrevista a Tulio Halperin Donghi, en Roy Hora y Javier Trímboli, Pensar la Argentina. Los historiadores hablan de historia y política, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1994, p. 50.         [ Links ]

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