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Cuadernos del CILHA

versión On-line ISSN 1852-9615

Cuad. CILHA vol.12 no.1 Mendoza ene./jun. 2011

 

DOSSIER

Lo rioplatense en cuestión: el semanario Marcha y la integración (1955-1959)1

The "rioplantense" in question: The weekly Marcha and the integration (1955-1959)

 

Ximena Espeche

UBA/IDES-UNGS/CONICET, Argentina
ximena.espeche@gmail.com

Recibido: 16-I-2011
Aceptado: 20-III-2011

 


Resumen: La importancia de los "sucesos argentinos" para el semanario Marcha, y sobre todo para el país del que era oriundo, Uruguay, ha sido ya suficientemente reconocida (Vior, 2003; Rocca, 2006). Aquí me interesa detenerme, en un primer movimiento, en lo que para algunos colaboradores de la publicación el fin del peronismo habría abierto. Esto es, el recupero de las relaciones tanto de Argentina con Uruguay así como también entre sus intelectuales y, especialmente, en referencia a las posibilidades de una integración económica primero regional y luego latinoamericana. Es claro que lo que abrió fue una paradoja definida en torno de lo que llamo aquí la "cuestión rioplatense": la idea de que la caída del peronismo posibilitaría recuperar una histórica vinculación con Argentina servía al mismo tiempo de principal diferenciación entre las caracterizaciones culturales entre ambos países y, sobre todo, entre sus intelectuales. En un segundo movimiento, me interesa revisar si Marcha puede ser pensada como parte del circuito de publicaciones que colaboró en la reconfiguración del campo intelectual argentino después de la Revolución Libertadora.

Palabras clave: Río de la Plata; Marcha; Peronismo; Intelectuales; Integración.

Abstract: The importance of the "Argentine events" for the weekly March, and especially to the country they hailed from, Uruguay, has been sufficiently recognized (Vior, 2003; Rocca, 2006). Here I am interested in stopping, in a first move in what the end of Peronism have opened for some contributors of the publication. That is, the recovery of relations between Argentina and Uruguay as well as among intellectuals, especially regarding to the possibilities of regional economic integration first and then American. Clearly, what he opened was a paradox defined around what I call here the "question rioplatense": the idea that the Peronism fall would allow recover a historical links with Argentina at the same time served as principal distinction between the cultural characterizations between both countries, especially among intellectuals. In a second move, I'm interested to check if March can be thought as part of the circuit of publications contributed to the reshaping of Argentine intellectual field after the Liberating Revolution.

Key words: Río de la Plata; Marcha; Peronism; Intellectuals; Integration.


 

Introducción

Para el fundador del semanario Marcha (1939-1974), el abogado Carlos Quijano (1900-1984), la importancia del Río de la Plata como marco sobre el que recortar la posibilidad del desarrollo uruguayo y en particular el armado de una verdadera integración latinoamericana, fue fundamental. Esto es comprobable en una lectura rápida de muchos de los editoriales que dedicase al tema de la integración sub-continental (especialmente en torno de los proyectos de integraciones económicas). En este sentido, lo "rioplatense" era un punto sobre el que el semanario, a instancias de su director, tendió a detenerse en más de una ocasión2. Carlos Quijano había seguido desde bien temprano las propuestas de integración económica (europeas y latinoamericanas) teniendo en cuenta la importancia que éstas implicaban para la viabilidad (tanto económica como política de un país como Uruguay (Espeche, 2010). Sobre todo, la importancia regional de esas integraciones y, más aún, la atención que debía ponerse en un espacio geográfico que, según la propia institución del estado nación uruguayo, había dependido fuertemente de los vaivenes políticos y económicos de Argentina y Brasil3Marcha fue la tribuna con la que Quijano asumió la difusión y discusión en torno de la integración regional y de la importancia que ella tenía para el Uruguay. Desde este tópico, Quijano constituyó en la revista un espacio en el que discutir fuertemente contra la imagen de Uruguay como una excepción en América Latina (Espeche, 2010). El semanario, que fue estableciéndose como tribuna y arena intelectual para gran parte de la intelectualidad uruguaya de medio siglo veinte, y que se configuró en una de las principales arenas en torno de las discusiones sobre los problemas del Tercer Mundo en los años sesenta (Gilman, 1993; 2003), fue así en uno de los espacios privilegiados de argumentación sobre las complejidades de la integración latinoamericana.

A su vez, para dos de los más importantes críticos literarios uruguayos de la segunda mitad de siglo veinte, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama, quienes también dirigieron la sección "Literarias" de Marcha, la cuestión rioplatense funcionó como tópico sobre el que reflexionar acerca de la generación de intelectuales uruguayos de la que ambos participaron y a su vez nombraron como "generación del 45" y "generación crítica". En definitiva, fuera desde la "parte cultural" o de la "parte política" en la que el semanario pareció dividirse, la cuestión rioplatense (en política, en cultura) ponía en primer plano la relación histórica entre Uruguay y Argentina: era más que la cercanía entre ambos países, mejor aún, entre ambas capitales. Tal como lo sintetizara uno de los más estrechos colaboradores del semanario, el historiador de las ideas Arturo Ardao (1967),

Como ex-provincia del antiguo Virreinato del Río de la Plata que había sido tributaria de los centros de cultura transplatenses, debimos seguir contando por mucho tiempo, en las corrientes de ideas y en el campo de la educación, para la preparación de las clases ilustradas y el reclutamiento de los primeros elencos profesorales y profesionales, con material intelectual y el elemento humano que proporcionaba la Argentina (...) Es recién después de Caseros que se iniciará la verdadera bifurcación universitaria y cultural de los dos países del Plata.

El Río de la Plata unía y separaba según los objetivos que cada uno de estos autores tuviera a la hora de definir la función del semanario, los alcances de la crítica literaria, e incluso más, la construcción de una "cultura nacional", cuestiones todas sobre las que el semanario se autoproclamó como señero a lo largo de 35 años. De hecho, los "sucesos argentinos" fueron un tópico recurrente en una publicación que tenía entre sus ejes principales el latinoamericanismo y el antiimperialismo impulsados por Quijano, a su vez uno de los más importantes representantes del latinoamericanismo de los años veinte.

A continuación analizo la "cuestión rioplatense" en Marcha. Esto es, lo "rioplatense" como una posibilidad de integrar ambas orillas en aspectos comunes de su desarrollo (cultural, económico) y que paradojalmente también se verificaba como un punto sobre el que recortar las diferencias necesarias para determinan lo "uruguayo". La caída del peronismo hasta los albores de la Revolución Cubana constituyen un momento privilegiado en el que advertir el peso de la cuestión rioplatense en los análisis realizados desde Marcha del lugar de la cultura uruguaya en la región; la alimentación de diversas conexiones que hacían de la familia intelectual rioplatense un compendio de diferencias, similitudes, posibilidades y fracasos en la integración de un campo intelectual que excediera los marcos nacionales, marcos que justamente funcionaban poniendo lo "uruguayo" en tensión.

Marcha en Montevideo

Es conocido el lugar central del semanario Marcha en el armado del campo intelectual uruguayo (Rocca, 1993; 2006; Gilman, 1993; 2002; De Armas y Garcé, 1997 entre otros). Marcha se constituyó en tribuna, escuela y arena intelectual en el Uruguay de medio siglo veinte pero, sobre todo, como espacio multiplicador de tópicos latinoamericanistas y antiimperialistas que -aunque tuviera presencia ya en sus comienzos- adquirió mayor relevancia luego de la Revolución Cubana (Gilman, 2002; 2003). En este sentido, ha sido considerada la escuela en la que se formó y que a su vez definió a la generación de críticos literarios auto-denominados como "generación del 45" o "generación crítica" tal como la nombraron Rodríguez Monegal y Rama respectivamente. Esa generación pareció constituirse en aquella que modificaría de raíz la lasitud y comodidad en que habían incurrido su antecesora dependiendo de las prebendas del Estado para la publicación y difusión de sus trabajos. Era una generación que derruiría el pasado construyendo un presente de actualizaciones estéticas y aggiornamientos profesionales: la crítica en todos sus planos tendría así su verdadero lugar y su más conspicua función, esto es, ir contra todo y para reconstruir todo (literatura, cine, artes plásticas, música)4. Era ir finalmente a la búsqueda y construcción de una cultura nacional en donde, como puede advertirse en un estudio de más largo alcance, ambos términos también fueron modificando sus sentidos con el correr del tiempo.

En este sentido, Rodríguez Monegal había definido en 1966 que el semanario debía ser entendido en rigor como una publicación que en realidad era "dos" (dos Marchas) dividida entre las "páginas de adelante" (de política) y las "páginas de atrás" (de cultura). Mucho tiempo después, Ardao especificaba de qué manera era necesario pensar mejor en "dos partes", y no "dos Marchas", sin las que el semanario no habría tenido identidad o fortaleza: era la "cultura" en "sentido amplio" lo que las unía5. Y la cultura entendida como el posicionamiento relativo a una forma de hacer crítica. Había un "centro de interés de la crítica" (Acosta, 2003: 123-161), un "centro" desde donde se podía hacer "pivote": crítica que tenía que estar necesariamente en cualquiera de los dos ámbitos. Ardao era quizá quien podía ser visto como conector entre ambas partes, a partir de sus estudios sobre historia cultural que harían ingresar políticamente -a través de las ideas filosóficas- a los autores que eran objeto de estudio de la "parte cultural", como José Enrique Rodó (Rocca, 2006: 129-130)6. La Revolución Cubana habría logrado -en especial bajo la mano férrea de Ángel Rama en la sección "Literarias"- la unión de esas dos partes, dos Marchas.

Montevideo era el centro desde donde se pivoteaba un mundoy Marcha se publicaba desde esa ciudad, capital del país. Ciudad no muy grande en un país pequeño, en Montevideo los recorridos impuestos por las distancias claramente visibles entre la modernidad cultural y el lugar de Uruguay en el sistema capitalista eran palpables. Marcha era posible en ese Uruguay y en ese Montevideo de entonces, y más aún en los álgidos 40 que habían traído a la ciudad, que se quería cosmopolita, el mundo en la figura de exilados españoles por la Guerra Civil -desde la actriz Margarita Xirgú al poeta Rafael Alberti-, de docentes argentinos como José Luis Romero -profesor de Historia en la recién creada Facultad de Humanidades en 1946- o Emilio Ravignani -a quien se le ofreció y aceptó la dirección del Instituto de Investigaciones Históricas en 1947-, cuando el peronismo hiciera del Río de la Plata -tal como irónicamente afirmara  Rodríguez Monegal (1956) en su ya famoso "El juicio a los parricidas"- lo que para algunos fue una "cortina de lata". También el historiador José Luis Romero disfrutó de la hospitalidad montevideana y su estela quedó grabada en los cursos y seminarios que dictó en la Universidad de la República (Zubillaga, 1994). Asimismo, Montevideo contó con la visita del antropólogo brasileño Gilberto Freyre, cuya obra divulgara tempranamente el abogado Eduardo J. Couture (Rocca, 2006: 28 y 69).

Era una ciudad que permitía espacios comunes y recorridos entrecruzados: graduados del Liceo Francés o del Instituto Alfredo Vázquez Acevedo que también -en general- seguían sus estudios universitarios en la carrera de abogacía (aunque, por ejemplo Ángel Rama o Rodríguez Monegal no fueran parte de esas camadas de abogados, o el escritor Mario Benedetti hubiera asistido en cambio al Colegio Alemán). Al mismo tiempo, en el micro-mundo de la Facultad de Derecho, y del Centro de Estudiantes de esa misma facultad, se vinculaban altos mandatarios, juristas, ensayistas, escritores, poetas, políticos. Pero, también, había otros espacios que los agrupaban: las mesas de café o las "ruedas" (los cafés eran el "Sorocabana", el "Tupí viejo" o el "Metro", por ejemplo)7. Los cafés como "punto de encuentro" pero también como espacios de "auto-reconocimiento" y "vidriera" eran en la Montevideo de mitad de siglo XX parajes comunes de la vida ciudadana; es decir, no sólo como centro de auto-definición intelectual. Eran, en otras palabras, también puntos de encuentro de una particular opinión pública, tal como lo serían las revistas del período y las redacciones de los diarios de la prensa grande (dependiente de alguno de los dos partidos tradicionales, Blanco y Colorado) o los puntos de encuentro para la redacción de los diarios de los partidos Comunista y Socialista8.

A lo largo de su extensa trayectoria el semanario tuvo secciones que fueron cambiando, como también cambiaron quienes las dirigían o colaboraban en ellas. Gran parte se adaptó al público que encontraba y que, al mismo tiempo, ayudó a formar. Marcha tuvo su "sección femenina" con consejos para cocina, modas, y comportamiento, que dejó de aparecer promediando los años 50.  Esa sección adelgazó de tal modo que se vio como ineficaz y poco coherente con un semanario que "acabará por asumir la paridad del público en un solo grupo no diferenciado por el género" (Gilman, 1995: 2882). Los comentarios deportivos -en especial sobre fútbol- sólo lo hicieron hasta mediados de la década de 1940. En definitiva, había un intercambio concreto entre el semanario y el público, y esta vinculación tenía además una sección, la destinada a las cartas de los lectores, que se mantuvo desde mediados de los años cincuenta y llegó a contar con más de dos páginas en los sesenta. Pero aquí me interesa especialmente enfatizar que en las secciones "culturales" es posible advertir cómo se volvía fundamental "activar" la cultura uruguaya, especialmente la literatura, en la que se detectaba un vacío generado por la falta de modernización en sus estilos creativos, así como por la lasitud clientelística en la dinámica de sus instituciones culturales.

De a poco, "Literarias" fue configurándose como un espacio para la divulgación y como una forma particular de militancia crítica: crear nuevos y más críticos lectores, poner las novedades literarias al alcance de la mano y renovar un canon que se advertía como perimido. También se analizaban críticamente los andamiajes de premios y subsidios estatales que terminaban por asegurar la reproducción de los beneficios de lo público en una política de clientelas (triste réplica de la política que cada vez más se manejaba entre los dos partidos mayoritarios). Estos diagnósticos sobre las alianzas entre creadores y Estado -en las que se denunciaba a generaciones anteriores-, y las matrices que proporcionaban soluciones consideradas practicables en un ámbito que cuidara tanto la validez de la iniciativa cuanto la calidad de los productos, fueron tempranamente objeto de atención por parte del escritor Juan Carlos Onetti (tanto en su política como primer secretario de redacción como en su columna "La piedra en el charco"), así como de Rodríguez Monegal o Rama.

En los años 50, y hasta su clausura a manos de la dictadura uruguaya, en 1974, Marcha se constituyó además en punto ineludible del mapa político-cultural latinoamericano. Ese mapa tuvo entre otros debates a América Latina, a la revolución y al Tercer Mundo como objeto principal. Un dato no menor del peso que el semanario llegó a tener en el ámbito latinoamericano fue la carta que enviara Ernesto Guevara a Carlos Quijano, publicada el 12 de marzo de 1965: "El socialismo y el hombre en Cuba". Sólo a los efectos de desplegar algunos de los nombres que participaron con alguna nota en Marcha, o que fueron entrevistados, o que tuvieron unas palabras para algún redactor del semanario, o alguna nota que les hiciera responder a ella mediante una "Carta del Lector", por ejemplo, valga la pena recordar a José Figueres, Juan José Arévalo y Arturo Frondizi; o las colaboraciones de Salvador Allende, Jesús Silva Herzog, Pablo Neruda, Lázaro Cárdenas, Pierre Mendés-France, José María Arguedas, Augusto Roa Bastos, Hugh Thomas, Claude Julián, Octavio Paz, Juan Goytisolo. Todos ellos participaron en los especiales que se publicaran en el semanario con motivo de su vigésimo quinto aniversario, en 1964. Esas colaboraciones aparecían además bajo el título común de "El Uruguay del futuro", donde "los grandes problemas del país, del continente y del Tercer Mundo fueron detenidamente tratados" (Alfaro, 1984: 47).

Marcha constituye así un punto ineludible de la trama que ayudó a conformar, la de la necesidad de autoconocimiento regional y latinoamericano. Si entre los ejes principales del semanario se encontraban los del latinoamericanismo, este no podría ser comprendido sin una contraparte poderosa: el antiimperialismo y, en particular, la denuncia constante de la amenaza que representaba el panamericanismo para la libertad y el desarrollo sub-continentales.

La cuestión rioplatense

La relación entre Argentina y Uruguay fue durante el peronismo, para usar la expresión de Juan A. Oddone (2004), la de "vecinos en discordia". Así, "razones históricas y geográficas, divergencias políticas e ideológicas, alineaciones internacionales contrapuestas, disímil potencial económico y un marcado distanciamiento entre los respectivos gobernantes [Luis Batlle Berres y Juan Domingo Perón]" (Oddone, 2004: 49), la signaron en sus diferentes momentos9. El primer peronismo fue una etapa dominada por la desconfianza. Para Uruguay, el peronismo auguraba una amenaza de su independencia económica. La política regional argentina para organizar una concertación aduanera, el Bloque Austral, era interpretada como parte de los planes expansivos respaldados por el Tercer Reich en el marco de la Segunda Guerra Mundial. Los desafíos que el gobierno argentino había planteado a la hegemonía regional de los Estados Unidos en el Cono Sur ayudaban a otorgar verosimilitud a la imagen de la argentina como "imperial". Los documentos del Foreign Offce norteamericano exhumados por Oddone muestran cómo para los Estados Unidos el Uruguay parecía colaborar, con la adecuada ayuda norteamericana a obstaculizar el expansionismo argentino y doblegar así su política neutralista.

Entrados los años 50, las rispideces argentino-norteamericanas se destrabaron (en 1953 una serie de acuerdos hicieron ver la reconciliación mediante el ingreso al bloque hemisférico anticomunista); frente a esta nueva situación internacional, que con el fin de la guerra también dejó como saldo el entronizamiento de un nuevo liderazgo mundial y regional (el norteamericano frente al tradicional peso de Inglaterra), Uruguay tuvo que recomponerse en el nuevo escenario de las relaciones internacionales. La economía uruguaya había estado en completa coincidencia con los lineamientos de la política económica inglesa, con los que colaboraba en una situación de dependencia práctica: los productos uruguayos -principalmente los de la ganadería- eran comprados a tasas eficientes por el mercado inglés. Luego, e incluso después de la depresión de los años 30, y de la crisis económica mundial que ella había desatado, recuperaría su lugar en el mundo británico de la exportación de carnes. Mas no era sólo la economía la que marcaba esa dependencia práctica para Uruguay: lo inglés era una huella que podía verse en el "prestigio de un estilo de vida y cultura altamente apreciado" en el que, por ejemplo, "palabra de inglés equivalía a compromiso cumplido" (Oddone, 2004: 3). Pero cada vez más ese mundo británico se retiraba como referencia económica para Uruguay; Estados Unidos había salido de la guerra intacto y con la suficiente fortaleza para establecer criterios de intercambio en todo el orbe.

Durante el peronismo y el fin de la Segunda Guerra Mundial, Marcha siguió siempre fiel a su antiimperialismo y, sobre todo, a la denuncia de la avanzada panamericana; es decir, de la serie de acuerdos, conferencias y, en algunos casos, injerencias concretas en la economía, política o territorio latinoamericano por parte de los Estados Unidos para conformar su liderazgo regional. En este sentido, en las páginas del semanario, Quijano y sus colaboradores -que habían apoyado a los aliados en el marco de la Segunda Guerra- criticaban fuertemente la política norteamericana para con la Argentina. Menos porque ellos mismos apoyaran a Perón -todo lo contrario- que por la denuncia de una operación panamericana de largo alcance. La defensa de la democracia era un latiguillo que para los redactores políticos de Marcha no debía confundirse con la defensa tout court de cada una de las avanzadas norteamericanas en la región. Quizá el ejemplo más claro esté en la nota que enviara Julio Castro (1945) desde la Conferencia de Chapultepec, en México, en 194510. O, también, los editoriales del propio Quijano sobre los diferentes significados que podían advertirse en las menciones a la "democracia" no sólo por parte de Estados Unidos sino también por parte de la Argentina peronista: "Cualquier excusa es buena para denunciar la "democracia" imperial y la política de no neutralidad Argentina cuando el Eje está casi muerto (...) guerra al totalitarismo muerto y 'Gloria' al demócrata vivo -que por algo está vivo-. Que por algo está vivo, precisamente".

Las palabras de Quijano sintetizan perfectamente la distancia que tomaban los "redactores políticos" de Marcha respecto de los sentidos que asumía la democracia, y no sólo para los Estados Unidos y su interés panamericano en la región. Esto es, que los "neo-demócratas" en Argentina finalmente se pronunciaban contra el Eje pero impedían mitines contra el Eje. La Conferencia de Chapultepec mostraba la danza y contradanza de las relaciones internacionales y las disputas por los liderazgos regionales. (De hecho, el argentino Gregorio Selser (1945) publicaba en Marcha un artículo en el que denunciaba justamente el tipo de reconocimiento que el gobierno norteamericano daba al gobierno peronista una vez que éste se hubiese declarado a favor de los Aliados). Una vez que la "Revolución Libertadora" desbancase a Perón del poder, Quijano volvería sobre los sentidos de la democracia, y los alcances de una retórica que sólo la mencionaba en función de ocultar o trastocar sus verdaderos alcances.

La cuestión peronista había tenido numerosos seguimientos desde Marcha, y Quijano le dedicó en más de una oportunidad sus reflexiones11. Todas las secciones se hicieron eco del peronismo como "caso", y esto abarca mucho más que el ingreso del tema por el "Editorial" (en general bajo la pluma de Quijano): "Literarias", "Cine", "Cartas de Lectores")12. Pero aquí cabe una pequeña digresión: la coyuntura argentina era central justamente porque el peso de la coyuntura -en especial si se siguen los editoriales de Quijano- permitía hacer ingresar el "tema argentino" para reflexionar sobre Uruguay. Esto es, la referencia a los sucesos argentinos permitían estratégicamente una reflexión sobre los sucesos uruguayos, porque en ella se reponía en primer plano una lectura del pasado compartido y de específicas reinterpretaciones sobre los sentidos de la historia común entre ambos países: la importancia del Río de la Plata como región y de lo rioplatense como cuestión. Quijano (1956), por ejemplo, ponía el eje en Argentina -para pensar el presente uruguayo a la luz del pasado común- cuando analizó los fusilamientos llevados a cabo en José León Suárez (Provincia de Buenos Aires) luego del levantamiento del General Valle, que se negó a colaborar con la Revolución Libertadora13:

La Argentina tiene una larga tradición de fusilamientos. De fusilamientos y de asesinatos políticos. Pero era, al parecer, una vieja tradición (...) Los peronistas que durante tantos años hicieron escarnio de los derechos ajenos han de sentir y comprender por estas horas que sembraron vientos (...) Pero estos otros militares pundonorosos de hoy, catecúmenos y fideicomisarios de la democracia, dueños del poder y de la fuerza, dominados por el pánico y la venganza, no tardarán en ver también que la muerte trae a la muerte. Por el camino que llevó a Dorrego al fusilamiento, vinieron los años convulsionados y trágicos que se extienden hasta las postrimerías del siglo pasado (...) Deseamos de todo corazón equivocarnos. Por la Argentina a la que tan ligados nos sentimos. Por nuestro propio país, en el cual repercuten siempre los acontecimientos de la otra banda.

Aquí los acontecimientos repercuten y amplifican problemas que se ven en una línea temporal que aúna pasado (el período rosista, el fusilamiento de Dorrego, el peronismo) -presente (los fusilamientos de la Revolución Libertadora)- futuro (el desarrollo de los acontecimientos argentinos, las relaciones entre ambas orillas), no parecen implicar un lugar residual de Uruguay para con Argentina, sino el reconocimiento de una historia común. Quijano recortaba su propio hacer de intelectual (analizar y denunciar), y recortaba también un lugar de enunciación marcado por la duda sobre las "grandes palabras", como la "democracia" esgrimida por la Revolución Libertadora. Pero, sobre todo, insistía en el tema de la región, tal como lo haría en un editorial titulado "La Argentina y nosotros" (1956), donde lo rioplatense parecía estar signado por grandes esperanzas y también grandes peligros:

Con los parientes cercanos no se hacen convenios (...) En lo que respecta a nuestras relaciones con Argentina ha sido, por desgracia, una realidad. Nunca hemos celebrado con ella un tratado de comercio y todos los intentos fracasaron (...) La cuenca del Río de la Plata es, por muy diversas razones, una, aunque no lo queramos (...) ¿Cuáles son las comunes características de esta cuenca del Plata o, si se quiere, en forma más limitada, de este regionalismo rioplatense? Dejemos de lado, por cierto que sin negarle importancia, cuanto se relacionan con la historia, la raza, el idioma, para referirnos a las de signo económico.

Quijano se detenía en las posibilidades de un acuerdo cambiario, "el signo económico", donde parecía estar la puerta de entrada para la integración sub-continental. Por otra parte, la referencia a la fraternidad entre ambos países necesariamente reconocía el vínculo histórico (esto es, una historia compartida al menos hasta la Batalla de Caseros, pero también, que había incidido mucho en la formación de los intelectuales uruguayos), pero también había otra estela de problemas que estaban presentes aunque Quijano no los mencionara. El del "imperialismo" argentino era uno de ellos. Un ejemplo lo ilustra bien. A principios de 1957, la sección "Carta de Lectores" fue el escenario de una discusión sobre la "verdadera" nacionalidad del escritor Florencio Sánchez, nacido en el Uruguay y que había renovado el teatro platense a principios de siglo XX.

Un lector utilizaba el semanario como arena donde rebatir las afirmaciones de un artículo que había aparecido en otra publicación, El Plata, cuyo título era "Florencio Sánchez: dramaturgo porteño". Frente a ese gentilicio, el lector titulaba una contraofensiva de la siguiente manera "Florencio Sánchez y el imperialismo literario" (S£F, 1957); en ella aclaraba que "Todos sabemos que el teatro de la cuenca del Plata (ese temita de cuenca y del Plata a Usted le gusta en pila, Director) es teatro uruguayo y argentino". También el lector airado afirmaba que, además, podía hablarse de "teatro rioplatense al referirse a los países del Plata. Igual origen, idioma, costumbres, técnica de vida", pero que, y aquí estaba el nudo de la cuestión, "(...) algunos argentinos (...) han hecho y hacen imperialismo literario, remedados por (...) algunos uruguayos (...) que actúan de eco". Y el mismo lector remataba con "Es así como la intromisión conquistadora de una conciencia literaria, con despertar en el siglo XIX: lo bueno uruguayo, es platense. Lo bueno argentino, es argentino puro".

Si bien no me detendré en la discusión, sí entraré por esta cita a lo siguiente: la referencia a las posibles avanzadas argentinas sobre la cultura "rioplatense". Esos avances parecían duplicar en el ámbito de la "conciencia literaria" lo que sucedía respecto de la unidad que significaba el Río de la Plata. Quiero decir: que el avance argentino en la cultura traía a colación, aunque más no fuera en el ámbito de la identidad del análisis, los temores que habían estado presentes: el avance argentino sobre territorio uruguayo en los años del primer peronismo (otras amenazas surgirían de contemplar a ese otro "pariente", el Brasil). Lo interesante es aquí el uso del concepto de "imperialismo"; de este modo, el "imperialismo literario" de la Argentina para con el Uruguay era, para el lector que respondía airado, claramente visible en ese desvío por el que se hacía de un dramaturgo nacido en el Uruguay un dramaturgo "porteño". El lector denunciaba el imperialismo en la publicación que claramente era vista como el órgano más idóneo para realizar una denuncia de este tipo. Para ese lector también era visible que el director de Marcha tenía el "temita" de la Cuenca del Plata en un lugar destacado, y que se destacaba aun más de acuerdo con determinadas circunstancias. El "temita" de la Cuenca del Plata era, así, una cuestión que en las páginas del semanario se definía al mismo tiempo como amenaza y como esperanza.

La "cortina de lata" entre Montevideo y Buenos Aires

Para Rodríguez Monegal no había duda de que la caída del peronismo tendía de nuevo un puente entre las culturas de ambas orillas. Pero que, además, necesitaba de un guía para cruzarlo, que no escamoteara las diferencias y que potenciara los puntos de encuentro. Como director de la sección "Literarias" -y como el principal difusor y estudioso de la obra de Jorge Luis Borges- delineó una específica "República de las letras" de la que Marcha era el principal centro difusor. La metáfora del peronismo como una "cortina de lata" que finalmente se había caído le permitía establecer un panorama en el que dos generaciones separadas por ella se reencontraban para conocerse y analizarse mejor14. La metáfora volvía sobre la de la "cortina de hierro" que hacía de Berlín dos ciudades. Como analogía, le servía a Rodríguez Monegal para justificar en un mismo movimiento el análisis de sus contemporáneos de la otra orilla, para marcar diferencias entre ambas pero, también, para hacer de Buenos Aires "objeto" de análisis, y -tal como también lo muestran otros espacios al interior del mismo semanario- un "enclave" de la propia publicación15. Y, finalmente, para dar cuenta -apenas en la mención comparativa- de lo que distinguía a su propia generación "del 45".

Así, por ejemplo, diferenciaba el tipo de literatura y crítica producido en ambas orillas, y en un período temporal similar, que tiene además 1945 como punto de quiebre para la orilla occidental; esto es, la aparición del peronismo como parte-aguas y como el que permite "un nuevo sistema de vigencias", que hace "visible" lo que la generación anterior (que Rodríguez Monegal nombra como "del 25") no quería ver: una realidad específica, "lo que hizo posible a Perón"16.

Rodríguez Monegal se ocupó en "El juicio..." de verificar que los montevideanos tenían una relación con la obra de mucha mayor profesionalización que los porteños. Un compromiso que se vinculaba a la técnica, a la comunicación y divulgación -formación de opinión, pero sobre todo de lectores- que los porteños parecían haber dominado bajo una profunda extensión del análisis político por sobre la creación artística. De este modo, a los porteños recienvenidos en la literatura y la crítica "no les interesa el valor literario en sí mismo: les interesa en relación con el mundo del que surge y en el que están insertos"; incluso a quienes les interesara lo anterior, lo hacían desde una formación erudita, y quizá sólo enfocados en el pasado argentino. En función de esto, una de las diferencias entre los críticos de ambas orillas era que los de la oriental conocían y hacían uso de las herramientas de la crítica y de la teoría, sin descuidar un estudio y revisión de la historia. En la orilla oriental, "el planteo revisionista (...) está hecho por quienes suman el ímpetu parricida y la formación erudita".

Esa "otra orilla" porteña funcionaba entonces como algo que se había "recuperado" para pensar una comunión intelectual, pero para pensarla realizando el análisis de sus componentes. El término "generación" y, luego, el de "parricidas", venía a disponer el juego de forma tal que fuera (o intentara ser) legible en todas sus facetas. Los "parricidas" le permitían mostrar en espejo la necesaria autonomía que debía dársele a la literatura, porque a esos parricidas "no les interesa el valor literario por sí mismo", y porque omitían en sus análisis "lo literario esencial". Estas marcas suponían una separación respecto del "concepto de la crítica tal como se la ejerce en esta orilla". Si para Rodríguez Monegal, una vez caída la "cortina de lata", la República de las Letras podía completarse con la generación de escritores argentinos, para Ángel Rama, lo que había que recordar ya después de 1959 era menos la República de las Letras que la posibilidad concreta de recuperar Argentina en tanto que partícipe de una unidad política-cultural. Allí, la mención de "rioplatense" adquiriría sentido estratégico (y con esto Rama reafirmaba los lineamientos del director del semanario): de la región al continente (Rama, 1972: 135).

De hecho, para Rama, el nombre elegido por Rodríguez Monegal era un problema. Mucho después de que éste último trabajase en los parricidas, llegó a afirmar que, por el contrario, "del 45" no ayudaba en nada: podía decir poco sobre procesos sociales y políticos. Y, en particular, no permitía ligar a esa generación con otras del resto del sub-continente, en especial, con la de Argentina. Lo que claramente hacía Rodríguez Monegal era plantar un espejo y separarse lo más que pudiera de él. En definitiva, del lado oriental del Río de la Plata quedaba una semblanza particular. Es decir, la del crítico literario que comprometido con su arte, erudito en su hacer, no dejaba de lado la historia o el presente; no hacía "panfletos". La Revolución Cubana haría que ese tipo de posicionamientos sufriera numerosos trastornos (Gilman, 2002). En el caso uruguayo, la conformación de Rama en el "hermeneuta de la hora" (Rocca, 2006) sintetiza bien las transformaciones de las que Rodríguez Monegal había quedado fuera.

"Buenos Aires" en Marcha

Marcha ya era en los años cincuenta muy conocida en Buenos Aires, y además, una lectura que hiciera hincapié en una de las secciones del semanario, "Cartas de Lectores", podría ver allí casi siempre alguna firma de alguno que otro lector porteño (Espeche, 2005). Según un estrecho colaborador de Marcha, en Buenos Aires se recibía de forma asidua (Alfaro, 1984). Tal como lo muestran una serie de entrevistas a ciertos intelectuales porteños, muchos de ellos la contaban como una publicación infaltable en sus vidas y sobre la que confirmaban el estilo "formador de opinión"17. Había sido una escuela y una tribuna intelectual para los escritores uruguayos, sobre todo los que residían en Montevideo. Muchos porteños confirmaban lo mismo para sí, tal como lo afirmara Tomás Eloy Martínez (1985), el oasis de Marcha no era un espejismo: "A fines de los años 50, las páginas culturales de la revista Marcha y de los diarios El País y El Día que se publicaban en Montevideo, se convirtieron en la única brújula de referencia crítica para los jóvenes creadores de la Argentina. Eran, en Buenos Aires, tiempos de confusión y desconcierto".

Buenos Aires y Argentina fueron el tema recurrente en las páginas de Marcha desde todas sus secciones. Una también rápida ojeada por las páginas del semanario entre los años 50 y 60 permite advertir las firmas de intelectuales argentinos discutiendo temas propios de las disputas del campo intelectual porteño en la arena siempre abierta y dispuesta del semanario montevideano. Los lectores porteños también hacían uso de Marcha. La Sección "Carta de lectores" por ejemplo, incluía cartas de argentinos denunciando las persecuciones primero del peronismo, luego de la revolución libertadora y, también, las diversas interpretaciones posibles para el hecho peronista (Espeche, 2005).

¿Esos tiempos de "confusión y desconcierto" a qué hacían referencia? Para quienes habían reputado en el antiperonismo en el período en que ese régimen estuvo al frente del poder, esa confusión y desconcierto había sido parte de la estela peronista que dominó la vida política y cultural entre 1946 y 1955. En efecto, Marcha fue un espacio privilegiado de denuncia de la censura del régimen peronista y también de discusiones en torno de lo que el peronismo significaba "realmente" tanto para Argentina como para Uruguay. ¿Era en efecto un muestreo de los totalitarismos que habían dominado la Europa que recientemente había concluido su segunda feroz guerra? ¿Era en realidad el inicio de una transformación social y política que la Revolución Libertadora había cortado de cuajo? Ese "hecho" una vez que la Revolución Libertadora lo desplazara violentamente del poder, obligó a un reacomodamiento tanto intelectual como político; era la disputa por la dirección política después del peronismo, y la dirección intelectual de cómo debía éste ser analizado y encuadrado (Altamirano, 2001a)18.

La caída del peronismo movilizó a quienes, en principio desde la universidad, como fueron muchos de quienes Rodríguez Monegal analizara en su "El juicio a los parricidas", catalogaron a las clases que ahora airadas salían a festejar la caída del peronismo bajo el mote de "clases morales". Desde 1955 en adelante el peronismo obligó a reorganizar la "cultura de izquierda". Además, gran parte de ella "se orientará a la búsqueda del encuentro del socialismo y nación o, dicho de otro modo, de un nacionalismo de izquierda, una idea que hacia 1960, dice Ismael Viñas, estaba en todos" (Altamirano, 2001b: 79). En este sentido es posible pensar que Marcha fue un espacio privilegiado para las acciones de esa reorganización. Marcha era algo más que una publicación para ser leída; allí se intervenía en polémicas que hacían de Buenos Aires y Montevideo en Marcha una misma "ciudad" (al menos así lo permite pensar el texto de Rodríguez Monegal y la sección "Buenos Aires", pero también las intervenciones de los intelectuales argentinos en ella).

Más allá de que los colaboradores argentinos fueran el paisaje cotidiano, en el marco de las corresponsalías internacionales del semanario, las firmas argentinas hacían algo más: usaban el semanario de tribuna. De hecho, sería imposible no considerar el modo en que los argentinos David o Ismael Viñas firmaban varios artículos. Ambos fundadores de la revista Contorno, que pretendía modificar el modo en que se hacía crítica literaria en el país, incluyendo entonces a la dimensión política como una infaltable versión de la cultura en un momento dado, hacían de Marcha una tribuna específica donde sentar y aclarar posiciones de las disputas propias del campo cultural porteño en el un espacio gráfico montevideano, que los recibía como hijos pródigos. Dos momentos ayudan a explorar esa relación: la breve polémica entre el caricaturista de Marcha y a la sazón corresponsal en Buenos Aires, Roberto, e Ismael Viñas por la actuación del historiador argentino José Luis Romero en la Sociedad Argentina de Escritores. Y, también, la carta que David Viñas (1958) le escribiera al crítico teatral J. J Carilla (quien había publicado en otro sitio una mala crítica a una obra de Viñas, Sara Golman).

En el caso de Ismael Viñas (1956), este publicaba una nota discutiendo otra de Roberto que apareció bajo el título de "El caso Sábato y la libertad de prensa". Roberto había relatado allí una asamblea en la Facultad de Derecho a partir de la renuncia del escritor argentino Ernesto Sábato a la publicación Mundo argentino y "en defensa de la libertad de prensa"19. Roberto afirmaba que en esa asamblea se había comentado otra en la Sociedad Argentina de Escritores, presidida por el historiador e interventor de la Universidad de Buenos Aires, donde no se había tratado el caso Sábato. Y esto era preocupante justamente porque en el principal órgano de representación de los escritores, la censura a uno de ellos no había sido parte de la orden del día. Ismael Viñas le respondía explicándole y al mismo tiempo explicitando que Roberto probablemente ignorara los entretelones del caso por desconocer las "circunstancias argentinas".

Es interesante el modo en que Viñas reponía una "categorización" de "combatientes contra Perón", y del lugar ocupado por Romero. Es decir, el de un intelectual que no habría advertido -por ser un intelectual que "no ha entendido nunca demasiado bien nuestra realidad"- "lo que está en la calle", y que "ha creído de buena fe" que el combate contra el peronismo era contra el fascismo, y que no había advertido la "dualidad" que ese combate perfilaba del bando de, por ejemplo, órganos de prensa como el diario La Nación, un órgano eminentemente "reaccionario". Ismael Viñas entendía aunque no justificaba esa ceguera de Romero, y afirmaba que quizá este recién ahora advertía la complejidad del peronismo y del antiperonismo. Roberto le contestaba a Viñas, y enjuiciaba de nuevo a Romero diciéndole que su conocimiento era de primera mano, de alguien que siempre había estado cerca de los sucesos argentinos, y mucho más, que era un español republicano interesado por la unión latinoamericana.

Dos años después, la bajada que anunciaba la publicación de la carta de David Viñas aclaraba que éste había solicitado la publicación de la carta, que Viñas había sido colaborador del semanario y que, además, publicar la carta importaba porque "plantea cuestiones de interés general dentro de la literatura escénica"20. Viñas usaba la crítica a su obra de teatro como la excusa para discutir sobre el rol del intelectual, y sobre todo acerca de la hipocresía de la denuncia contra el peronismo y el "apoltronamiento" bajo las páginas del diario antiperonista La Nación; es decir, bajo uno de los representantes más acendrados de la derecha argentina.

Las intervenciones de los Viñas no eran en ese momento intervenciones solitarias. El semanario le había dedicado una sección entera a Buenos Aires en 1957, a cargo del argentino César Fernández Moreno. Era un enclave porteño en el semanario montevideano donde se publicaba la cartelera de teatro, cine, y exposiciones audiovisuales con las consiguientes reseñas; también con las infaltables columnas que anunciaban "los nuevos" autores argentinos y sus libros ("Fichero de nuevos autores argentinos"), o la historia de las revistas literarias en argentina (por ejemplo, Fernández Moreno, 1957: 6), o también las interpretaciones a cargo de Miguel Brascó (1957) sobre las conductas de los intelectuales argentinos, en particular a la relación entre Buenos Aires y las provincias, donde aquella quedaba muy mal parada. La posibilidad de convertirse en escritor canónico parecía sólo existir en la capital: Buenos Aires como reproductora de escritores que, si no eran porteños, quedaban enclaustrados en un "espíritu provinciano" y, quienes no, eran fagocitados así, sobreviven "a duras penas". Brasco ya había publicado en Marcha, fuera de la sección Buenos Aires, un artículo en el que discutía las apreciaciones del comunista Juan Carlos Portantiero (1957) sobre la generación de la que ambos eran parte (publicada en "Cuadernos de Cultura" ese año): "Una generación se da o no se da, según las coincidencias de actitud esencial sean electivas o abarcativas que un grupo suficientemente importante y numeroso de escritores trabaje en una dirección común, portando unas cuantas ideas semejantes hasta que logren impregnar el espíritu de su tiempo con un acento particular".

Para Brascó, entonces, la afirmación de Portantiero sobre las características de la nueva generación, esto es, la búsqueda del carácter nacional, era un lugar común. Y, a la vez, Brascó advertía sobre

La tendencia a endilgarnos a Martínez Estrada como maestro (...) El tema de los maestros de la nueva generación no es tan simple ni se puede limitar al repertorio de antecedentes nacionales. En todo caso, influencias mucho más generales e imprecisas la constituyen Borges, Macedonio Fernández, Arlt (...) considero sin embargo menos aventurado decir que nuestra generación aprendió a escribir leyendo a Macedonio Fernández y Borges que a pensar el país a través de Ezequiel Martínez Estrada.

Esto último discute las apreciaciones que, sobre esa misma generación, había hecho el mismo círculo contornista y, si se quiere, que había repetido Rodríguez Monegal en "El juicio a los parricidas". Es decir, ubicar al ensayista Ezequiel Martínez Estrada como el principal exponente de un linaje que los contornistas habrían recuperado, más allá de las fuertes desavenencias que tuvieran con él (de hecho, Contorno le dedicó el número 4, en 1954, a esas cercanías y lejanías). Frente a estas palabras, es difícil no considerar cómo en Marcha, ya fuera sea en la sección específica de "Buenos Aires" o no, los porteños tenían una tribuna considerada legítima y, sobre todo, leída.

Algunas conclusiones

Puede pensarse hasta qué punto en Marcha lo que se dio fue la configuración de una misma ciudad que simbólicamente había "recuperado" sus dos orillas. Al menos así lo afirmaba Rodríguez Monegal al analizar el peso del peronismo afirmando que la "cortina de lata" ya había caído. O, también, al modo en que lo había expuesto Quijano, era necesario tener en cuenta el ámbito "rioplatense" que posibilitaba, en un movimiento aglutinante de pasado-presente-futuro, dar cuenta del desarrollo posible del Uruguay. En esa mitad de siglo, de hecho, el Uruguay que había dependido de Inglaterra para mantener en equilibrio su balanza comercial empezaba a hacer crisis. El peso norteamericano en la región y los contrapesos que había hecho visibles en el armado de las relaciones internacionales con Argentina, daban cuenta visible que el Uruguay de la democracia y de la "avanzada panamericana" tenía al mismo tiempo serios problemas en comerciar productos que eran competitivos con los norteamericanos. Pero, sobre todo, lo que parecía instituirse como discurso hegemónico era que lo que sucedía en Uruguay era una crisis de tal tenor que tenía que remover todas las estructuras. Entre ellas, la que había sostenido la idea de que el país era "excepcional" o "modelo" en la región. En definitiva, lo que se puede advertir es la ambigüedad de "lo rioplatense": inclusivo y descriptivo, al mismo tiempo que un enunciado por el que marcar las diferencias entre Montevideo y Buenos Aires; Uruguay y Argentina. A la vez, para los intelectuales argentinos que utilizaron sus páginas como tribuna legítima de enunciación, el semanario era un espacio posible para esa cultura de izquierda que la caída del peronismo había puesto en crisis.

Las estrategias de unos y de otros, de uruguayos y argentinos, desde Marcha y sobre Marcha ayudan a reflexionar en torno del significado que tiene la conformación de redes intelectuales en los estudios literarios. Quizá ayude pensar ese sentido la imagen de que la red es, a fin de cuentas, una serie de agujeros atados con un hilo (Barnes, 2001). Las estrategias personales, las dinámicas grupales, las complejidades nacionales, regionales e internacionales no pueden quedar fuera a costa de armar una teleología de la red que pierda de vista el hilo y las manos que lo tejen. Los significados de lo rioplatense en las páginas de Marcha ayudan a mostrar esa complejidad.

Notas

1 Este trabajo revisita algunas ideas manejadas ya en otra instancia: en el informe final de beca Fondo Nacional de las Artes y, actualmente, en mi tesis doctoral, Uruguay 'latinoamericano'. Carlos Quijano, Alberto Methol Ferré y Carlos Real de Azúa: entre la crisis "estructural" y la cuestión de la viabilidad nacional (1958-1968). Ambos trabajos se encuentran inéditos.

2 La referencia era sobre el Río de la Plata o, también, sobre la Cuenca del Plata. En cualquier caso, lo que a Quijano le interesaba era especificar el interés que tenía para Uruguay ser parte de la Cuenca del Plata; es decir, una superficie de aproximadamente 3.200.000 km2, integrada por tres sistemas hidrográficos (del Río Paraná, Río Uruguay y Río Paraguay), y que comprendiendo territorios de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay tenía una población aproximada es más de 100.000.000 de habitantes. A la vez, lo "rioplatense" ponía en primer lugar la historia común que tenían Argentina y Uruguay, "hermanos" y "vecinos". Cuestión sobre la que volveré en breve.

3 Durante las primeras décadas del siglo XIX los estados nacionales eran -en general y en particular en el Río de la Plata- construcciones en progreso. El ejemplo de lo que luego será la República Oriental del Uruguay no es, entonces, único. A partir de 1811, momento en que desde la campaña y liderados por el caudillo rural José Gervasio Artigas, sectores de la elite y del bajo pueblo rural apoyaran la Junta instalada en Buenos Aires por la revolución de mayo de 1810, el armado del "Estado" que luego se formularía como "Oriental" tuvo numerosos vaivenes. En primer lugar, que Montevideo se alineara con la revolución triunfante en Buenos Aires. (Montevideo había sido creada tardíamente como parte de la colonización española de las tierras situadas al Norte del Río de la Plata y al Este del Río Paraná y tuvo hasta el fin de la colonia una jurisdicción limitada. El resto del territorio que hoy integra Uruguay ("la campaña") estuvo bajo jurisdicción de Buenos Aires o de Las Misiones). Luego, la presión que sobre Artigas hicieron las elites urbanas y rurales ante la avanzada de una revolución social, seguida por la invasión del imperio portugués de la Banda Oriental que lo llevó a su destierro en 1820 hacia el Paraguay. El territorio fue invadido por los portugueses en 1816 y se volvió "Provincia Cisplatina" del flamante imperio brasileño en 1823. Dos años más tarde, los "33 orientales" partieron desde Buenos Aires hacia la Banda Oriental para liberarla y reincorporarla ese mismo año a las Provincias Unidas. La operación resultó exitosa y condujo a la guerra entre Argentina y el ya imperio del Brasil por la soberanía de dicho territorio. Finalmente, tras la imposibilidad de los contendientes de decidir el conflicto a su favor, se firmó en 1828 una "Convención Preliminar de Paz", por la cual la Banda Oriental se transformaba en un Estado independiente garantizado por Brasil y Buenos Aires, con Inglaterra como veedor principal. En ese acuerdo, el nuevo Estado ya no podría ser anexado ni reclamado por ninguna de las dos ex colonias rivales y su espíritu anexionista. En 1830 se juró finalmente la Constitución, que sería vuelta a plebiscitar en numerosas ocasiones a lo largo de tres siglos. La concepción de "Estado tapón" proviene del análisis del origen de Uruguay como cuña imperial -inglesa- entre Argentina y Brasil.

4 Tanto Rama como Monegal habían publicado algunos textos relacionados tanto con la problemática "generacional" como con las funciones del escritor y del crítico en el Uruguay contemporáneo. Cada uno retomó esos primeros textos y los revisó y amplió en estudios, "biografías generacionales" (Rocca, 2004) posteriormente. El estudio de Rama se publicó en 1972. Rodríguez Monegal hizo lo propio en 1966. Rodríguez Monegal y Rama abjuraban cada uno del trabajo y perspectivas del otro. Rodríguez Monegal criticaba de esta manera el trabajo de Rama: "Es la guía de teléfonos del Uruguay. Es un libro brillante para leer, pero usted se encuentra con 780 escritores en Uruguay, y nadie se va a tomar en serio un libro crítico que hable de 780 escritores en dos o tres frases" (Roger Mirza, 1993). Rama, en La generación crítica, se distanciaba de Monegal y de la denominación que éste último había elegido para consignar una "misma" generación porque creía que esa denominación no permitiría comparaciones con la otra orilla. Entre estas desavenencias, los puntos de contacto a veces complejizan los proyectos y devuelven sutilezas a las distancias enunciativas (Ver, por ejemplo, Rocca, 2003 y 2006).

5 Pablo Rocca (2006) aclara que tanto Ardao, Quijano como Julio Castro constituían el equipo de "redactores políticos". De hecho, los tres habían participado conjuntamente en otras publicaciones que han sido analizadas como antecedentes del semanario: El Nacional (Quijano y Ardao) y Acción. Cabe aquí una aclaración: estas dos publicaciones se vinculaban directamente con la agrupación política fundada por Quijano en 1928, la Agrupación Nacionalista Demócrata Social (ANDS), mientras que Marcha fue un semanario planteado como no partidario aunque sí con intereses políticos.

6 El uruguayo Rodó había publicado en 1900 el ensayo Ariel. Allí proponía una condición de lo americano afincada en lo latino, en el espíritu (de allí esa referencia al shakesperano "Ariel" de La Tempestad), opuesto a lo sajón y a su "materialsimo" calibanesco. Y que, además, obtendría influencia tanto uruguaya como continental en la primera década del siglo XX y, ya entrados los años 20, sería tomado como bandera en el marco de las reformas universitarias. Mucho más adelante, esta división en dos en realidad parecía escanciar otra dentro de la sección cultural: la que concernía al ámbito de la cultura popular -con lo difícil que es una circunscripción de este concepto- y que ésa había estado poco menos que ausente (Remedi, 2003).

7"El que estaba destinado a transformarse con los años en sinónimo de café tradicional entre nosotros [el Sorocabana]  tuvo comienzos que no parecían augurarle ese destino. Surgió por iniciativa de una empresa -que contaba con capitales argentinos y brasileños- en el marco de la agresiva promoción del café llevada adelante por el Departamento Nacional del país norteño a través de una campaña mundial, cuyo objetivo fue colocar una cosecha sobredimensionada del aromático grano. Hasta el nombre tiene un origen brasileño: evoca a la ciudad de Sorocabá, en el área cafetera del Estado de San Pablo" (Michelena, 2003).

8 Hay dos muy exhaustivos estudios relativos al peso de esa sociabilidad de café, que tienen a la ciudad del Londres diociechesco como uno de sus centros. Lewis Coser (1968) se detuvo, entre otros espacios, en el estudio de la sociabilidad de los café en la Londres de fines de siglo XVIII. En el caso particular de ese ámbito del café, marcó el modo en que se advertía la transformación de un tipo de opinión centrada en el ámbito privado (al estilo del salón francés) a otra que adquiría, justamente en lo público, su mayor razón de ser y legitimidad. Es claro que a Coser le interesó analizar el modo en que se llevó a cabo la conformación de diferentes "grupos" de intelectuales que se definieron alrededor de los espacios (del salón al café, del café a la revista, etc.), y en el estudio de las relaciones entre intelectuales y espacios explicitar las transformaciones en el mundo intelectual occidental desde fines del siglo XVIII al siglo XX. Terry Eagleton (1999) al mencionar el mundo de los cafés de esa misma Londres cita a Belljame quien afirmaba que a través de ellos se formaría una opinión pública con la que habría que contar después (más allá de que, tal como matiza Eagleton, cabría definir que el alcance de esa opinión pública era aún pequeño). La comparación con la Montevideo de mediados de siglo XX sería ociosa a menos que marcara lo siguiente: el ámbito del café quedó establecido como un tradicional punto de encuentro en ciertas ciudades que armó un particular ejercicio de la ciudadanía en la formación y reproducción de opinión pública.

9 Téngase en cuenta dos datos: el primero de ellos está marcado por la descomposición de las relaciones entre Argentina y Uruguay por un período de 15 años a causa de, entre otros, el apoyo prestado por el Uruguay a los exilados antiperonistas a través de su participación en emisiones de "Radio Colonia" y en otros medios masivos uruguayos, instando a derrocar el gobierno peronista; el otro, es una nota aparecida en Marcha aclarando que si ahora no se la encontraba en Buenos Aires fácilmente no era producto de la censura.

10 La conferencia se llevó a cabo, a instancias de México, entre el 21 de febrero y el 8 de marzo. México propuso intensificar la colaboración de los países miembros, y la participación de América en una organización mundial teniendo en cuenta el impulso que era necesario darle al sistema interamericano y a la solidaridad económica del continente. Recopilación Conferencias Internacionales Americanas, Acta de Chapultepec, OEA: en línea:http://biblio2.colmex.mx/coinam/coinam_2_suplemento_1945_1954/base2.htm. De los países invitados, el único que no tuvo representantes fue Argentina -justamente por las derivas de su propia política exterior durante el primer peronismo- aunque sí adhirió al Acta Final en abril de ese mismo año.

11 Para algunos pocos ejemplos ver Quijano, 1955; 1956a; 1956b; 1956c. Eduardo J. Vior (2003) afirmó en su momento que Quijano analizó "la evolución de la situación argentina, comentó a veces las políticas de Perón, pero no debatió sobre sus ideas (...) siempre estuvo convencido de la influencia de los procesos argentinos tenían sobre Uruguay". Me parece que, por el contrario, el debate estaba de hecho teniendo en cuenta el ímpetu demócrata con el que Quijano analizaba la vida política de estos países (sin descuidar nunca la crítica a las versiones de la democracia propiciadas por la avanzada panamericana en la región). Por otro lado, y tal como puede verse en la cita de un editorial de Quijano ("Estas manchas de sangre"), la cuestión era menos distinguir ideas de política que establecer los alcances de esa política.

12 Una crítica de cine a principios de 1957 ayuda a imaginar el alcance que había tenido el peronismo no sólo en la cinematografía argentina sino también en el armado de una serie de sentidos comunes antiperonistas, que en Marcha se discutían: "Vino la Revolución, pero antes, durante y después del silencio el cine argentino sigue siendo el mismo y se mantienen incólumes su afectación y palabrerío. En este segundo round de picana eléctrica se trata aproximadamente del mismo tema que en el primero (Los torturados, Alberto Du Bois, 1956). En general, este film repite el error del anterior, que consiste en eludir el proceso del apasionante drama político que constituyó el peronismo, y en no hacer mención a sus poco tranquilizadoras raíces, circunscribiéndolo a la famosa sección especial de la policía y a su repertorio de torturas. Para el cine argentino, el peronismo y la revolución se reducen a la picana eléctrica y banderitas. Y eso es una simplificación tan grotesca como pretender que la Revolución francesa fue sólo guillotina y Marsellesa. (...) (el film) muy cuidadoso, además, del terreno que pisa, deja bien sentado, que en la propia policía federal había muchos (...) que estaban contra las torturas (quizá también exista ahora un comisario Blanco que esté en contra de los fusilamientos).

13 Sobre esos fusilamientos, el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh escribiría su ya conocida obra Operación masacre.

14 El texto se publicó en cuatro números de Marcha a fines de 1955 y comienzos de 1956. Fue reeditado en Argentina ese mismo año. En el texto, Rodríguez Monegal hizo un relevamiento de la producción de los nuevos escritores-intelectuales porteños: Héctor A. Murena, Ismael y David Viñas, Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Kusch, León Rozitchner, Adolfo Prieto, Noé Jitrik, Ramón Alcalde, Juan José Sebreli, entre otros. Muchos estaban nucleados en torno de revistas tales como Contorno, Centro, Ciudad, Buenos Aires Literaria, Cero, y/o se agrupaban por ser estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

15  En efecto, en 1957 el argentino César Fernández Moreno dirigió la sección "Buenos Aires". Esta sección se nutría de las noticias de los movimientos culturales de la ciudad vecina en Marcha.

16  El antiperonismo fue una marca puntual de gran parte de la población uruguaya de la época, excediendo el posicionamiento del gobierno.

17 Gilman, Claudia, entrevistas inéditas. Sólo a modo de ejemplo, el periodista Rogelio García Lupo afirmaba que"Nadie había dato antes tanta importancia a la crítica de cine. Marcha amplió la cultura del cine club".

18 Altamirano estudia cómo, por ejemplo, si la revista argentina Sur con algarabía dedicaba a la caída del régimen todo un número, en el que el peronismo aparecía tanto como "irrealidad", "artificio" y "farsa", una "mezcla de fascismo y rosismo" (en el que se destacaban los textos de Victoria Ocampo y Jorge Luis Borges), otros actores definían que por el contrario, la llamada "Revolución Libertadora" sólo había traído, podría decirse, "la farsa" de una revolución. Era una contrarrevolución que -tal como lo juzgaban Rodolfo Puiggros y Jorge Abelardo Ramos- había detenido un movimiento de liberación antiimperialista. Pero también movilizó a quienes, en principio desde la universidad, catalogaron a las clases que ahora airadas salían a festejar la caída del peronismo bajo el mote de "clases morales" (esto es, el grupo nucleado bajo la revista Contorno; revista que además le dedicó el nro. 7-8 al análisis del peronismo). Con ellas no se podía estar aunque, en un principio, todos hubieran estimado cualquier virtud del peronismo como imposible. Altamirano, 2001: 10 y 37 respectivamente.

19 Roberto (seudónimo de Roberto Gómez) fue un español republicano exilado en Uruguay con motivo de la Guerra Civil española. En sus textos, varias veces enuncia la importancia de la unidad latinoamericana y, sobre todo, de que los uruguayos atiendan a los sucesos argentinos; esto lo aduce en función de una relación histórica entre ambos países. Asimismo, siguió de cerca el problema de las negociaciones por la extracción de petróleo (denunciando los acuerdos anteriores a la caída de Perón); las elecciones prometidas para terminar con la intervención de la Confederación General de Trabajadores (CGT) y los alargues de esas elecciones; la proscripción del peronismo en el llamado a elecciones; el ascenso de Frondizi como esperanza de la renovación política argentina. Entre otros textos, ver Roberto, 1956a y 1956b; 1957a; 1957b; 1957c; 1957d; 1957e y 1958a, 1958b, 1958c.

20 "El escritor argentino David Viñas nos solicita la publicación de la siguiente respuesta a J. Carilla. Viñas ha sido colaborador de Marcha; damos su carta por considerar que plantea cuestiones de interés general dentro de la literatura escénica, y no transcribimos la nota de Carilla ya que su contenido se desprende con la suficiente claridad de esta carta".

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