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Estudios y perspectivas en turismo

versión On-line ISSN 1851-1732

Estud. perspect. tur. vol.21 no.4 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jul./ago. 2012

 

DOCUMENTOS DE BASE

La moralinización del turismo
Reflexiones críticas y visiones alternativas

José María Filgueiras Nodar*

Instituto de la Comunicación de la Universidad del Mar
Huatulco - México

* Licenciado en Filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela (España) y Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma del Estado  de Morelos (Cuernavaca - México). Master en Dirección y Administración de Empresas por Uniactiva-Escuela de Administración de Empresas (Málaga y Barcelona - España). Profesor-investigador de tiempo completo "Titular A" en la Universidad del Mar (Huatulco-México). Candidato a Investigador Nacional (Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, México). E-mail: jofilg@huatulco.umar.mx metralatam@hotmail.com


Resumen: Crear códigos éticos buscando una mejora en la calidad moral del turismo es un modus operandi inadecuado. Inspirándose básicamente en tal idea, este ensayo tiene los siguientes objetivos: (1) presentar la 'moralización del turismo', criticada por Jim Butcher; (2) cuestionar el principal aspecto negativo de la misma: que convierte en superficial la ética del turismo; (3) exponer que la actual eclosión de códigos contribuye a esa trivialización de la ética turística; y (4) presentar algunas alternativas interesantes a los códigos, como la 'ecología profunda' y la 'ecosofía-T' de Arne Naess, la 'ampliación del círculo' propuesta por Richard Rorty, y, por último, los métodos de razonamiento moral.

Palabras clave: Jim Butcher; Códigos éticos; Turismo; Razonamiento moral; Ecología profunda; Richard Rorty.

Abstract: Moralizing Tourism. Critical Thoughts and Alternative Views. Creating codes of ethics in the quest for an improvement on the moral quality of tourism is a wrong modus operandi. Inspired by that consideration, this paper has the following objectives: (1) introducing the 'moralisation of tourism', criticized by Jim Butcher; (2) questioning the main negative aspect of it: that it turns tourism ethics into something superficial; (3) setting out that the actual boom of codes of ethics contributes to trivializing tourism ethics; and (4) showing some interesting alternatives to codes of ethics, as Arne Naess´ 'deep ecology' and 'ecosophy-T', the 'expansion of the circle' proposed by Richard Rorty and, finally, moral reasoning methods.

Key words: Jim Butcher; Codes of ethics; Tourism; Moral reasoning; Deep ecology; Richard Rorty.


 

INTRODUCCIÓN: Butcher y la moralización del turismo

El punto de partida de este artículo es el denominado 'moralización del turismo' [moralisation of tourism], una expresión propuesta por Jim Butcher (2003) para aludir al nacimiento de una nueva forma de hacer turismo caracterizada por su preocupación (que en ocasiones llega al grado de obsesión) acerca del impacto que puede ejercer sobre los ecosistemas y las culturas receptoras, preocupación que llega al grado de hacer sentir culpables a muchos turistas por sus acciones. Se comenzará resumiendo la caracterización efectuada por Butcher (2003) del Nuevo Turismo Moral (NTM) quien se apoya en la idea de que el turismo de masas es dañino para el medio natural y para las culturas, y se presenta a sí mismo como mejor para los turistas [...] más iluminado, alentador del respeto por otras maneras de vivir y como una reflexión crítica sobre la propia sociedad desarrollada del turista (Butcher, 2003: 7). Para contextualizar adecuadamente las posteriores reflexiones sobre el NTM se quiere recordar, antes de proseguir, la tradicional caracterización de ética y moral según la cual ambas se relacionan del mismo modo que por ejemplo, biología y vida, o sociología y sociedad. De acuerdo con esta concepción la moral sería un conjunto de normas que regulan el comportamiento personal mientras que la ética se correspondería con una reflexión crítica sobre tales normas.

Butcher (2003) afirma que una de las características que pueden apreciarse a primera vista en el NTM es su carácter reactivo y crítico ante el turismo de masas. Así, los nuevos turistas morales ven a éste, además de destructivo para la ecología y la cultura, como homogeneizador y despreocupado por las diferencias culturales y carente de consideraciones morales o autolimitaciones -las reflexiones de Jiménez & Sosa (s/f) sobre temas como la patente de torso y la cultura del efebo pueden relacionarse directamente con semejante carencia. Frente a estos rasgos, el NTM aparece como sensible a las diferencias culturales y ambientales las cuales busca y ayuda a sostener "por motivos altruistas" (Butcher, 2003: 22) así como por la estima que le merecen. Tal aprecio por lo diferente hace que los nuevos turistas sean más sofisticados a nivel cultural: aprenden el lenguaje y las costumbres de las sociedades que los acogen y, a la hora de encontrarse con sus anfitriones, muestran un comportamiento cauteloso y sensible. Asimismo, el NTM trata de ser constructivo en sus relaciones con el ambiente y la cultura local a través de la compra de artesanías locales, la participación en proyectos sostenibles, la donación de dinero a ONG's, etc.

Según Butcher (2003: 49), el NTM no es un conjunto definido de productos o actividades [sino] una perspectiva fluida y moralista. Una perspectiva que se caracteriza por su inclinación a ver a los demás, y a uno mismo, como problemas potenciales para el medio ambiente y las culturas (Butcher, 2003: 49) y que es parte destacada de los objetivos de numerosas organizaciones gubernamentales (como el programa Agenda 21) y también de variadas ONG's (desde la Iglesia Católica hasta el Tourism Concern). Así pues, aunque posee importantes consecuencias de cara a la mercadotecnia, parece claro que su motivación principal es de orden ético. Concretamente, el NTM trata de promover una determinada perspectiva moral, que Butcher (2003:17) caracteriza como una "etiqueta" capaz de ser asumida por numerosos grupos de turistas e incluso por las grandes compañías. Entre las presuposiciones de dicha etiqueta se halla el individualismo (frente al turista masivo de épocas anteriores) y la de centrarse más en las poblaciones receptoras que en la propia. Otro elemento que Butcher destaca del NTM es su carácter fuertemente crítico con la Modernidad, como aparece de forma manifiesta en las críticas de John Urry (1990) o Maxine Feifer (1985). Asimismo, según Butcher, el NTM critica la falta de sostenibilidad del turismo y, debido a ello, apoya el ecoturismo, que entiende como una forma ética de hacer turismo.

De la moralización a la moralinización del turismo

The moralisation of tourism es una obra bien argumentada, con muchos elementos positivos. Es destacable, por ejemplo, cómo responsabiliza a las grandes compañías de muchos de los problemas éticos causados por el turismo, liberando así de preocupación a los turistas. Incluso se creen aprovechables algunos rasgos del concepto un tanto despreocupado de diversión que promueve. Evidentemente esto no quiere decir que todo lo que defiende la obra sea aceptable; Silva (2007), por ejemplo, ofrece una interesante crítica desde la antropología que saca a la luz algunos de los aspectos más débiles del libro. Se considera, en especial, que existe un punto en el cual la argumentación a pesar de ser tan persuasiva pierde gran parte de su solidez; para entender mejor cuál es este aspecto se hará uso de una comparación.
Supóngase que alguien escribe un libro argumentando que las feministas se exceden al narrar las condiciones negativas en que se encuentran las mujeres, así como su grado de discriminación, diciendo también que lo único que están logrando es hacer que los hombres se sientan culpables. En este caso, es probable que buena parte del público reaccionase diciendo que el autor exagera, que no se está refiriendo al mundo real, etc. A lo mejor, podría pensarse, en cincuenta o cien años que se precisa de esa clase de obras. Tal vez se necesite incluso un movimiento machista que defienda a los hombres o que promueva la igualdad, pero ahora en el sentido contrario tratando de favorecer a los maltratados hombres. Quizá eso sea cierto en un futuro pero por el momento en la situación actual tal obra o tal movimiento no tendría ningún sentido, obviamente porque las mujeres todavía se encuentran desfavorecidas en numerosos ámbitos.

Salvando las diferencias, así sucede con el turismo. Aunque haya personas, seguramente muchas, que en sus viajes han comenzado a preocuparse por las cuestiones éticas e incluso se han obsesionado con las mismas hasta el punto de sentirse culpables, la gran mayoría de la gente -a juzgar por los efectos negativos del turismo- sigue dejando de lado la ética cuando se va de vacaciones (responsabilizar a las empresas, como hace Butcher, no hace mella en la argumentación aquí defendida ya que son los individuos los que deciden usar o no los servicios de unas u otras de éstas). Estas reflexiones enmarcan el punto principal de desacuerdo con las tesis de Butcher en este ensayo: la cuestión que debería plantearse es si hoy por hoy el turismo necesita una dosis mayor o menor de ética; y la respuesta que se defiende aquí, una vez más a la luz de los impactos negativos que el turismo todavía está causando, es que se necesita de una dosis mucho mayor. Semejante necesidad se expresa de numerosas formas, las cuales proponen agendas de trabajo para diversos grupos: los estudiosos del turismo deben integrar más reflexiones de orden ético en sus campos de acción; las compañías deben tener en cuenta los efectos morales que se desprenden de sus decisiones; los turistas y prestadores de servicios turísticos, por supuesto, deben asumir su responsabilidad individual y actuar en consecuencia. El turismo necesita de más ética, no de menos, y esto debilita las consideraciones de Butcher.

Existe, sin embargo, una lectura de sus tesis que parece totalmente rescatable y que además es compatible con la crítica que se acaba de exponer. Así, se supondrá que Butcher está argumentando contra una concepción superficial de la ética turística de modo que sus críticas a la moralización del turismo no deben entenderse en un sentido absoluto (como críticas a la ética turística en su conjunto) sino restringidas a dicha concepción. Se cree que esta lectura permite entender mejor las críticas de Butcher al tiempo que deja intacto el reconocimiento de la necesidad de una mayor presencia de la ética en el sector turístico.

De ahora en adelante, teniendo como base el Diccionario de Real Academia de la Lengua Española que define el término 'moralina' como moralidad inoportuna, superficial o falsa (RAE, 2001), se denominará moralinización del turismo a esa trivialización de la ética turística criticada por Butcher. Lo primero que hay que preguntarse es si tal interpretación resulta descabellada o si, por el contrario, existen evidencias que le proporcionan apoyo, además de una primera, bastante contundente de naturaleza semántica: el término moralisation, utilizado por Butcher se refiere a esta insistencia superficial en un código moral particular (véase el sitio web thefreedictionary.com). Otro punto que podría servir de defensa a la lectura presentada aparece cuando Butcher se refiere a quienes critican ciertos aspectos del turismo o los alaban pero sin saber mucho del tema, o con creencias erróneas, etc. Por ejemplo, cuando hace referencia a quienes defienden el ecoturismo sin darse cuenta de los problemas que plantea. En estos casos parece que sus críticas no se dirigen tanto a una pretendida moralización del turismo sino a la superficialización de las concepciones sobre la ética turística. Butcher (2003: 2) ofrece también un tercer elemento de apoyo cuando declara en la introducción al libro que éste tiene como objetivo describir y criticar una etiqueta moralista que rodea a los actuales viajes por placer. Se cree que hablar de esa etiqueta es hablar de la trivialización de la ética turística y no necesariamente de la moralización del turismo. De entrada, porque comparar las normas morales con las normas de etiqueta es prácticamente una contradicción. Casi todos los tratados de ética comienzan por diferenciar las normas morales de otros conjuntos normativos, como los jurídicos o los de protocolo y etiqueta. La referencia de Butcher a esa "etiqueta" debe alertar de que, realmente, sus críticas no van dirigidas contra el hecho de que los turistas tomen en cuenta consideraciones de tipo moral o se preocupen más por la ética, sino contra la trivialidad de que hacen gala, en muchos casos, semejantes consideraciones.

Después de haber mostrado en qué medida la interpretación que se propone no carece de evidencias que la apoyan, el siguiente paso será mostrar que la actual eclosión de códigos éticos, tan extendida actualmente en el sector turístico, favorece esta trivialización de la ética turística a la que se ha venido haciendo referencia.

Los códigos y la moralinización

Antes de seguir, conviene especificar a qué se refiere la expresión 'códigos éticos'. Jacquie L'Etang (1992: 737) proporciona una buena caracterización del concepto: según esta autora, que escribe desde una perspectiva kantiana, un código ético es un conjunto bastante corto de principios éticos expresados en modo imperativo (pueden verse otras definiciones en De Michele, 1998: 17, o en Fennell & Malloy, 2007: 21; también resultan relevantes los comentarios de Wood & Rimmer, 2003: 183-185, no relacionados específicamente con el turismo). Fennell & Malloy (2007: 13) ubican a los códigos éticos entre otras expresiones manifiestas de la filosofía de una organización, como el credo organizacional, la visión y misión o las declaraciones de principios. De entre este conjunto, afirman apoyándose en el estudio de Wood & Rimmer (2003), los códigos son la forma predominante al menos en el ámbito occidental. Aunque su historia es larga y podría remontarse hasta el Código de Hammurabi, los códigos éticos alcanzan un papel protagónico en el mundo empresarial a partir de los años '70 del siglo XX, un momento en el cual se comienza a tomar conciencia de que las actividades de las empresas podían y debían ser juzgadas tomando como base otros criterios además de los económicos. En el ámbito del turismo existen hoy literalmente miles de códigos (Fennell & Malloy, 2007: 16); si bien la mayoría de los mismos generalmente se hallan vinculados con la práctica de actividades particulares: caza y pesca, ecoturismo, etc., también hay documentos, como el Código Ético Mundial para el Turismo que tratan de aplicarse a la actividad turística considerada como un todo.

En un interesante párrafo Fennell & Malloy proporcionan un resumen de algunas de las críticas (todas ellas razonables) de que han sido objeto los códigos éticos en el mundo de las organizaciones. Desde luego, los códigos éticos también tienen sus defensores. No obstante, se ha decidido no consignarlos aquí porque ninguno de ellos se refiere directamente al tema sobre el que se está discutiendo; más aun, bastantes de las defensas de los códigos así como los lineamientos que se dan para una adecuada implementación de los mismos parecen presuponer algunas de estas críticas. Por ello, se decidió enfocar la argumentación en cuestionamientos como las siguientes:

[Los códigos de ética] son esencialmente perogrulladas de relaciones públicas. Son dictados de la alta dirección que tienen pocos aportes de la gran mayoría de los trabajadores. Son demasiado vagos para resultar prácticos o demasiado específicos como para resultar útiles [...] No son ejecutables. Son paternalistas. Son demasiado negativos, demasiado idealistas y demasiado crípticos. Describen lo obvio en un ambiente en el cual lo que se requiere en realidad [...] es resolver las ambigüedades [...] A menos que un código juegue un papel obvio en el funcionamiento actual de una organización, lo más común es que se sospeche de ellos [...] Otro inconveniente es que son dejados en manos de gente que [...] puede no ser capaz de interpretarlos (Fennell & Malloy, 2007: 64).

Por su parte, el propio Butcher propone una interesante crítica de los códigos éticos que se desea consignar. En general, afirma, los códigos tratan de enfrentar los riesgos ambientales y culturales causados por el desarrollo actual de la actividad turística pero enfocándose en el nivel de la conducta individual. Después de analizar los documentos propuestos por varias ONG's en la órbita del NTM, Butcher comenta que, aunque los códigos se dirigen a los turistas, también pretenden llegar a los anfitriones: así, los turistas deben defender el estilo de vida de los locales aun en el caso de que éstos deseen abandonarlo. Butcher retoma entonces las conocidas reflexiones de Jost Krippendorf (1984) sobre la necesidad de una educación que permita el entendimiento entre turistas y anfitriones y comenta al respecto que asumir la necesidad de advertencias previas al viaje y hechas por escrito, como en el caso de los códigos de ética, parece presuponer que ambos grupos son incapaces de comunicarse y negociar sus diferencias.

Dado que los códigos de ética contienen muchos elementos de sentido común, Butcher se pregunta de dónde surge tal aparente necesidad de formalizar el sentido común lo cual, en su opinión, sirve para reconocer algo que ya se afirmó: la negociación y el contacto entre culturas, aun cuando se refiere a un evento tan prosaico como las vacaciones (Butcher, 2003: 72), son vistas como algo de enorme dificultad; algo, además, que se presta a la comisión de errores con terribles consecuencias y que por ello requiere de ayudas o muletas de tipo formal como los propios códigos. Cuando las ONG's o las empresas proponen sus códigos de ética, es decir sus particulares formalizaciones del sentido común, están atentando contra la soberanía individual (además de, cabría afirmar, contra el pluralismo moral señalado por numerosos pensadores como uno de los rasgos característicos de las sociedades contemporáneas). En cierto sentido  -señala Butcher (2003: 72)- los redactores de códigos tratan a los turistas y los viajeros como niños -incapaces de pensar y de actuar como adultos autónomos. A esto se le añade que además tratan generalmente a las poblaciones receptoras como víctimas sin siquiera realizar un mínimo análisis de los costos y beneficios que se desprenden del contacto entre anfitriones y turistas.

En última instancia, si se entiende correctamente la crítica de Butcher a los códigos de ética, tiene que ver con el hecho de que quitan libertad a los turistas en lugar de proporcionarles un mayor albedrío. Este hecho, se cree, conduce a discutir algo de mayor calado. No está claro si se trata de afirmar con Nietzsche (1972) que el imperativo categórico (y ciertas concepciones de la ética, como las que se desprenden de las nociones cristianas del pecado y el consiguiente castigo divino) huelen a sangre, a tortura y en última instancia a crueldad. Pero parecería que Nietzsche, como en tantas otras ocasiones, no hace sino expresar de forma algo exaltada una intuición perfectamente razonable. Los códigos éticos se encuentran formulados, generalmente desde una perspectiva deontológica (véase Malloy & Fennell, 1998). Las éticas deontológicas tienen una gran deuda con Kant y éste, a su vez, con el pietismo y toda la tradición cristiana que lo antecede; pese a su carácter caricaturesco esta incompleta genealogía ubica la discusión en el ámbito que, sin entrar en ulteriores detalles, podría caracterizarse como de éticas restrictivas, éticas que limitan la libertad. Se sabe que frente a éstas también existen corrientes que recuperan la noción de la ética como ars vivendi, apostando por una mayor libertad, por una apertura de las posibilidades de actuación (véase Filgueiras, 2008b). Teniendo en cuenta que el presente texto aboga por una mayor presencia de la ética en el sector turístico tal vez la discusión debiera plantearse en otros términos ¿qué posiciones éticas son capaces de hacer compatible una mayor libertad personal con un mejor comportamiento? Se regresará a esta pregunta después de presentar las grandes líneas de la propia crítica contra los códigos éticos.
Al respecto, se considera que la trivialización de la ética turística contra la que Butcher dirige sus argumentos está relacionada con (si es que no causada por) la actual eclosión de códigos éticos. Dado que no es fácil demostrar una relación semejante (y no es la intención de este texto, de naturaleza ensayística) se señalarán únicamente un par de ejemplos que se consideran destacados. Los dos se relacionan con el Código Ético Mundial para el Turismo (CEMT) (OMT, 1999), en la actualidad el principal punto de referencia a nivel mundial en lo que concierne a la ética turística. Más allá de las críticas que se le puedan plantear resulta indudable que el CEMT es un documento con numerosas virtudes, no siendo la menor de ellas su amplio grado de aceptación. De modo que, si se encuentra que este documento posee elementos propios de la moralinización del turismo, tal hallazgo daría verosimilitud a la argumentación aquí presentada. Para mantener esta indagación dentro de unos límites apropiados estará restringida a los aspectos de moralidad ambiental que aparecen en el CEMT, expresados fundamentalmente en el artículo tercero, titulado "El turismo, factor de desarrollo sostenible" así como en los apartados cuarto del artículo quinto y quinto del artículo primero. Desde luego, este es un buen momento para advertir que las reflexiones que aquí se expondrán podrían aplicarse con facilidad a otras áreas del turismo, muchas de las cuales también aparecen mencionadas en el CEMT, como los beneficios del turismo para las comunidades locales, o los impactos de las actividades turísticas sobre el patrimonio cultural de dichas comunidades. Aclarado este punto, se comenzará a exponer algunos aspectos de las consideraciones del CEMT sobre ética ambiental.

Un punto particularmente interesante, sin duda, es la decidida apuesta de este documento por el turismo de naturaleza y el ecoturismo, modalidades turísticas que se presentan en general como amigables con el entorno natural y los seres humanos que lo pueblan. Así, el apartado quinto del artículo tercero afirma que ambas modalidades se reconocen como formas de turismo particularmente enriquecedoras [...], siempre que respeten el patrimonio natural y la población local y se ajusten a la capacidad de ocupación de los lugares turísticos (OMT, 1999). A primera vista no habría mucho que objetar a dicha declaración de modo que ésta podría obtener un gran nivel de acuerdo entre diversos públicos. Sin embargo, es posible pensar de otra manera sobre este apartado. Se podría reparar, por ejemplo, en lo complejo que resulta definir el ecoturismo, un término del cual se suele destacar su polisemia. Si a esto se le añade que el turismo de naturaleza, según Goodwin (1996: 287) engloba todas las formas de turismo -turismo de masas, turismo de aventura, turismo de bajo impacto, ecoturismo- que usan recursos naturales en estado salvaje o poco desarrollado, la situación se vuelve todavía más confusa. Esta confusión provoca que resulte muy difícil tratar a ambas modalidades y, por tanto, evaluarlas moralmente como a una sola entidad. Usando las expresiones de Fennell (2008: 100) los más suaves ecoturistas de la línea suave [y los] más duros ecoturistas de la línea dura [son] mundos aparte, y este hecho hace que no puedan tratarse de la misma manera desde una perspectiva ética.

La segunda parte de la norma, quizá previendo esta clase de dificultades, añade dos condiciones más: (1) el respeto por el patrimonio y la población; y (2) el ajuste a la capacidad de carga (carrying capacity en el texto inglés del CEMT). En relación con la primera está claro que adentra la discusión en un terreno pantanoso a nivel hermenéutico puesto que existen numerosas formas de entender el concepto de respeto y los imperativos que se derivan del mismo. Con la segunda, además de problemas hermenéuticos difíciles de evitar, aparecen otros puramente técnicos. Si algo se ha aprendido de los debates sobre la capacidad de carga de un territorio es que ésta no es fácil de calcular. Ya a un nivel puramente ecológico o físico, son diversas las dificultades que aparecen para establecer la capacidad de carga; tales dificultades se hacen todavía mayores cuando se incluyen los aspectos sociales, por no hablar de los psicológicos o los estéticos. Esta problemática no sólo se manifiesta en los trabajos que intentan calcular la capacidad de carga turística de un territorio o establecer metodologías que conduzcan a un cálculo adecuado (véase por ejemplo Camino et al., 2007; Coccossis et al., 2002; López & López, 2007; Roig & Munar, 2003), sino que también ha sido objeto de diversas reflexiones teóricas (por ejemplo Echamendi, 2001; McCool & Lime, 2001).

El CEMT tampoco toma en cuenta algunas de las críticas que ha recibido el ecoturismo en los últimos años. Así, algunos autores afirman que en el ecoturismo se produce una separación entre los turistas y la población local muy similar a las señaladas con respecto al turismo de sol y playa. Otra crítica común al ecoturismo es que a menudo se da un divorcio muy marcado entre los ideales que lo animan y los resultados que se producen efectivamente. Ross & Wall (1999), por ejemplo, afirman que el ecoturismo a menudo no logra a alcanzar los ideales (de conservación, educación, etc.) que en principio afirma perseguir. Boullón (1999), por su parte, se refiere al desequilibrio existente entre las intenciones y las acciones, entre las promesas del ecoturismo y las experiencias que realmente produce en el turista. Señalada como posible causa de este divorcio y ayudada desde luego por la comercialización y el espíritu de lucro que algunos autores consideran como incompatible con los objetivos ideales del ecoturismo, aparece una de las críticas más comunes: que el ecoturismo en muchas ocasiones acaba siendo mero greenwashing (véase una interesante discusión en esta línea, con relación a dos conocidos destinos latinoamericanos, en Rozzi et al., 2010).

Incluso aceptando que en la actualidad existen, como de hecho sucede, formas de hacer turismo que son respetuosas e incluso beneficiosas para el medio ambiente hay otras críticas que resultan de interés aquí. Una de ellas es la de quienes, por ejemplo, afirman que el inicio de las actividades ecoturísticas en un área puede provocar con el paso del tiempo que se vayan aceptando grupos mayores de turistas hasta convertirse en un destino masivo con las consecuencias indeseables por todos conocidas. Esta crítica no parece haberse tenido en cuenta por el CEMT: aún en el caso de que el ecoturismo en todas sus variedades fuera beneficioso per se para el medio, la posterior transformación en turismo masivo siempre conllevaría graves consecuencias. Relacionado con estas consideraciones también resulta pertinente un comentario de Jafari (2005: 43) sobre lo que él denomina 'plataforma adaptativa', en la cual agrupa, entre otras formas turísticas, el paraturismo, el turismo vital, el turismo sensitivo y por supuesto el turismo de naturaleza y el ecoturismo: aunque éstas fuesen maneras positivas de hacer turismo y no remedios parciales [...] no pueden acomodar el gran volumen turístico que se genera globalmente. Dado que el volumen turístico no puede ser recortado (Jafari, 2005: 43), la consecuencia más probable de esta situación es que muchas personas se verán obligadas a desplazarse a destinos masivos o, aún peor, a masificar destinos que hoy no tienen ese problema.

Otro de los ejes centrales del CEMT, al menos en lo que se refiere al tema que aquí se analiza, es el concepto de sustentabilidad. Este punto, se cree, podría suscitar mayores discusiones que el anterior. Por ello, lo único que se recordará ahora es que visto desde la ética ambiental el paradigma de la sustentabilidad es tan sólo una de las muchas posiciones alternativas que existen. Un recorrido mínimamente completo por el universo de la ética ambiental debería hacer referencia a otras muchas posiciones y corrientes, como el ecofeminismo o la ecología profunda. Aquí merecería la pena recalcar que no se está criticando el concepto de sustentabilidad, sino tan sólo mencionando que centrarse exclusivamente en el mismo resulta superficial al menos cuando se repara en la gama tan variada de posiciones éticas que existen al respecto.

Más allá de que las cuestiones mencionadas sean susceptibles de ulterior debate se cree que esta discusión ha servido para señalar dos aspectos en los cuales el CEMT podría ser acusado de no profundizar lo suficiente. Evidentemente tal profundización plantea grandes dificultades debido a la índole misma del documento. Al respecto, quizá uno de los principales puntos de apoyo para una crítica a los códigos sería que los propios defensores de éstos son, en muchas ocasiones, perfectamente conscientes de las limitaciones de ese enfoque por lo cual reconocen que existe una tarea por hacer, por ejemplo al nivel de la implementación, así como de la concientización y el conocimiento de los mismos por parte de los usuarios (véase p.ej. De Michele, 1998).

Se opina que no basta con haber señalado o ejemplificado la relación entre los códigos y la moralinización del turismo. Atendiendo a tal relación ahora será importante ver qué medios pueden utilizarse para contrarrestar dicha moralinización y así quizá abrir el camino a un turismo que verdaderamente sea más ético. A continuación, se explorarán algunas alternativas en esa línea. Para ello, se recordará una pregunta introducida arriba: ¿existe alguna concepción de la ética que pueda hacer compatible un mayor grado de libertad -o, expresado mejor: una expansión de las posibilidades de actuación humana- con lo que para abreviar (mucho) podría denominarse 'un comportamiento correcto'? Dado que la exposición se ha centrado en los aspectos de moralidad ambiental del CEMT, las respuestas también se referirán a esta problemática. Así, se introducirá en primer lugar una filosofía ambiental cuyas implicaciones morales parecen permitir una respuesta afirmativa a la pregunta que se acaba de proponer.

La ecología profunda y la ecosofía-T

La ecología profunda es una posición defendida por autores como Warwick Fox (1995) o, especialmente, Arne Naess (1973; 1989; 2005) quien suele ser considerado como el fundador del movimiento. En su texto "The Shallow and the Deep, Long-Range Ecology Movement", este filósofo noruego trata de diferenciarse de las aproximaciones hasta entonces habituales en ecología, generalmente de carácter antropocéntrico y utilitario. Naess considera superficiales a estas propuestas frente a las cuales plantea una alternativa que nace del reconocimiento del valor intrínseco de todos los seres vivos. En el conocido "diagrama del delantal" [apron diagram] (Figura 1), Naess presenta una estructura de cuatro niveles: (N1) el nivel de las cosmovisiones que puede variar mucho de persona a persona; (N2) los ocho principios que guían la plataforma de la ecología profunda; (N3) el nivel de las hipótesis, sean normativas o referentes a los hechos; y, por último (N4), las decisiones y acciones concretas. Tal y como explica, el diagrama puede leerse en dos direcciones: avanzando de N1 hacia N4, expresa relaciones de derivación lógica; en sentido contrario, señala relaciones de justificación. Así, una determinada acción se desprende de una decisión concreta; a su vez, ésta se basa en una serie de hipótesis (referentes tanto a los hechos que deben tenerse en cuenta a la hora de tomar dicha decisión como a las normas capaces de guiar la misma); las hipótesis fácticas y normativas, por su parte, derivan de los ocho principios de la ecología profunda y éstos son compatibles con numerosas cosmovisiones privadas, las cuales pueden ser incluso incompatibles entre sí. Alguien podría defender los ocho principios basándose en una cosmovisión religiosa de corte budista mientras que otros podrían hacerlo desde el cristianismo, desde posiciones filosóficas como las de Heidegger o Espinosa, etc. Lo que resulta relevante para la ecología profunda es la aceptación de su plataforma de principios, y no la cosmovisión de la que éstos se derivan en cada caso.


Figura 1 : El diagrama del delantal
Fuente: Naess (2005: 63)

A pesar de que la ecología profunda ofrecería ya mucho material susceptible de utilizarse en esta argumentación, resulta mucho más interesante observar la cosmovisión personal de Arne Naess, es decir, el nivel N1 de su propio diagrama del delantal. Naess llama Ecosofía-T a dicha cosmovisión personal. Según Drengson (2005) el principio o norma básica que guía todo el pensamiento de Naess -en el cual se pueden hallar resonancias de Gandhi lo mismo que de Espinosa- es la autorrealización interpretada por él mismo en el marco de la distinción propia del budismo Mahayana entre el Yo individual, reducido y el Yo expansivo de los iluminados o Budas. De este primer principio se desprenden tres hipótesis básicas: (1) cuanto más autorrealizado se encuentre un ser mayor y más profundo será su grado de identificación con otros seres; (2) cuanto más alto sea el grado de autorrealización de un ser más dependerá éste de la autorrealización de otros para aumentar la suya; (3) la autorrealización completa de cualquier ser depende de la de todos los demás. Estas hipótesis le llevan a proponer una segunda norma, que demanda la autorrealización para todos los seres vivos.

Naess introduce la distinción espinosiana entre emociones activas y pasivas en este marco establecido al aceptar la autorrealización como principio de base. Las primeras, como la compasión, hacen ser más grandes a las personas ampliando su entorno de modo que se acercan a la meta de la autorrealización; las segundas, en cambio, alejan de ese camino. Un camino que, para Naess, implica también la necesidad de prácticas capaces de extender el ámbito del cuidado. Tales prácticas son parte del proceso (que Naess llama de 'maduración') a través del cual se logra amplificar al yo y la conciencia hasta el punto de la identificación con, por ejemplo, el lugar donde se vive y los seres que moran en él. Por su parte, semejante identificación hace que el bienestar de la persona dependa en gran medida del bienestar de lo que se tiene alrededor lo cual lleva a que se preocupe por el medio ambiente de forma espontánea y natural.

La propia vida de Naess ofrece numerosos ejemplos del modo en que este pensador fue capaz de extender su Yo en los términos mencionados hasta el punto de identificarse con su entorno. Drengson (2005) narra diversas anécdotas que muestran a Naess como un ser humano plenamente identificado con su entorno y, más aun, absolutamente consciente de su interrelación con el mismo: el bienestar del entorno era un constituyente ineludible de su propio bienestar. Por ello no necesitaba de ningún código ético que le enseñara cómo comportarse con el medio ambiente natural. Naess era capaz de compatibilizar una gran libertad de actuación con un buen comportamiento, sin requerir una ética restrictiva o limitaciones a su libertad.

Podría pensarse que este autor representa un caso excepcional y que, por tanto, su situación no resulta extrapolable a la de un turista cualquiera. En los siguientes apartados se tratará de enfrentar esta posible señalando un par de alternativas a la moralinización del turismo manifiesta en la mayor parte de los códigos éticos. La primera proviene de la obra de Richard Rorty.

El sentimentalismo moral

Uno de los elementos más destacados del pensamiento moral de este autor es el concepto de 'ampliación del círculo', fácilmente comprensible a través de un ejemplo. Supóngase que un familiar o amigo muy cercano se presenta en mitad de la noche diciendo que la policía lo persigue. La mayoría de las personas, afirma Rorty (1998), ayudarían al ser querido sin molestarse demasiado en conocer los detalles del caso, tal vez sin necesidad de averiguar si es culpable o inocente. En caso de que se tuviera que mentir acusando a otra persona para proteger al ser querido, afirma Rorty, pueden pasar varias cosas: si la otra persona es un extranjero o alguno de otra raza con quien en principio no se tiene nada en común no producirá malestar que la mentira haga que lo acusen a él; en cambio, sí se producirá cuando la persona acusada por nuestra culpa sea un vecino o alguien con quien se tiene alguna relación. Cuanto más cercana sea esta relación, peor será el malestar.

Estas consideraciones llevan a Rorty a proponer una hipótesis sobre el funcionamiento de la moral. Los seres humanos, afirma, organizan sus lealtades en círculos concéntricos desde el núcleo más básico (familia, amigos cercanos) -la lealtad a la cual es parte constituyente de la identidad personal- hasta entidades de mayor amplitud como el Estado hacia las cuales se siente una lealtad mucho más vaga, cuando no ninguna, lo que obliga a tomar medidas coercitivas para el cumplimiento de sus normas: en general, las madres cuidan a sus hijos sin que nadie se lo ordene aunque todo el mundo necesita algo de presión para pagar los impuestos. Resumiendo mucho su perspectiva (véanse exposiciones más detalladas en Rorty, 1991; 1998) el progreso moral llega con la construcción de comunidades más incluyentes, es decir, con la ampliación del círculo de las lealtades morales, de manera que no sólo abarque a la familia y amigos más íntimos sino que se extienda a otras personas (y, podría añadirse, al entorno natural y los seres que lo pueblan).

Uno de los puntos más interesantes de la propuesta rortiana tiene que ver con el modo en que se lleva a cabo la 'ampliación del círculo'. Debido a diversas razones, producto probablemente de su lectura antirrepresentacionalista de la historia de la filosofía (véase Filgueiras, 2007), Rorty no confía en los tratados filosóficos ni tampoco en las leyes para realizar tal tarea. En su opinión es mucho más efectiva la literatura, término con el que engloba cosas como los reportajes periodísticos o el cine, además de la literatura propiamente dicha. Donde las leyes y los razonamientos no ayudan, dice Rorty, las novelas, los documentales y los poemas pueden jugar un papel decisivo precisamente porque se dirigen a los sentimientos (se trata de la educación sentimental, expresión que Rorty toma de Flaubert). Los ejemplos rortianos van siempre en esta línea tratando de mostrar el poder de la literatura a la hora de cambiar las conciencias y, por ende, de modificar con el paso del tiempo los modelos de sociedad. Así, en diversos lugares de su obra Rorty (1993: 191; 2000a: 71; 2000b: 237) se pregunta qué sucedió con la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos. Más allá de lo que cuenta la historia oficial, para Rorty hay una obra literaria que jugó un papel muy destacado en la contienda, se trata de La cabaña del tío Tom libro en el cual su autora Harriet Beecher Stowe narra las infaustas condiciones de vida de los esclavos negros en las plantaciones del Sur. De acuerdo con Rorty esta novela hizo que la gente tomara conciencia de dichas condiciones y simpatizara con la causa del abolicionismo lo cual a la larga fue determinante para el devenir de la guerra. Es fácil ver la cercanía de estas consideraciones rortianas, al menos en espíritu, con la amplificación del Yo señalada por Naess.

Una ventaja relativamente importante del sentimentalismo moral aparece cuando se repara en que las razones antropocéntricas para cuidar el medio ambiente natural, aunque están muy extendidas y tienen una gran utilidad, puede no llegar a convencer a todos. Si la idea de fondo es que cuidar el ambiente beneficia a uno mismo así como a la totalidad de los seres humanos fácilmente se puede pensar en personas que rechacen este tipo de argumentos con réplicas como yo ya estoy muy viejo, esos son problemas de los jóvenes, a mí que más me da..., y que por ello se comporten con el medio ambiente natural de manera indiferente o incluso hostil. Ante este público, los argumentos antropocéntricos difícilmente gozarían de la fuerza a la que se está acostumbrado. El elemento prudencial que implican dichos argumentos, así como cualquier estrategia de corte racional, no haría mella ante una defensa como la citada. En cambio, estas mismas personas cambiarían de manera radical su conducta en el caso de haber sido capaces de desarrollar sentimientos hacia el medio ambiente.

A pesar de ventajas como la que se acaba de mencionar y de ser mucho más fácil de alcanzar que la propuesta por Naess, esta alternativa no está exenta de dificultades que obstaculizan su puesta en práctica. La primera tiene que ver con que la 'educación sentimental' capaz de ampliar el círculo de las lealtades morales y parece ser un proceso lento que requiere de una gran inversión de tiempo (y probablemente dinero). Rorty equipara en ocasiones este proceso a la Bildung tan cara a los románticos y es sabido que esta clase de autoformación representa un difícil reto (véase Filgueiras, 2011, para una aplicación al turismo). Los sentimientos morales, al menos en las condiciones estándar (piénsese en los alumnos de una escuela de turismo) resultan difíciles de cultivar.

La segunda dificultad es específica de la ética ecológica; una clave de la educación sentimental es desarrollar empatía hacia personas o seres que se hallan fuera de la esfera primaria de lealtades de la persona. Esta tarea puede ser relativamente fácil de realizar cuando se trata de especies de animales no-humanos más o menos carismáticas como el koala o la ballena. Sin embargo, a medida que se pasa a considerar otras especies, entidades como un ecosistema o incluso la Tierra tomada como un todo parece que se vuelve más difícil el desarrollar lazos empáticos con las mismas. Estos dos obstáculos requerirían de mayor discusión, pero se cree que salta a la vista lo difícil que resulta superarlos. Ello legitima el preguntarse por alguna otra alternativa, más fácil de poner en acción.

Razonamiento moral

Esta segunda alternativa la constituyen precisamente los métodos de razonamiento moral, entendiendo por tal una actividad mental consciente que consiste en transformar la información dada [...] con miras a alcanzar un juicio moral (Fennell, 2006: 257). Dichos métodos surgen de un hecho innegable de la existencia humana, como es que en ésta continuamente se deben tomar decisiones. Entonces, la toma de decisiones éticas debe entenderse como un caso particular de esta toma de decisiones general. Al respecto, Guy (citado en Fennell, 2006: 257) define a la primera como el proceso de identificar un problema, generar alternativas y decidir entre éstas de modo que las alternativas seleccionadas maximicen los valores éticos más importantes al tiempo que alcanzan los objetivos pretendidos. Se trata de una caracterización consistente con las definiciones de la toma de decisión en otros ámbitos y que permitirá avanzar en el conocimiento de los métodos de razonamiento moral. Para ello la exposición se centrará en uno de estos métodos (puede verse una interesante panorámica de diversas alternativas en Fennell, 2006: 257-287), quizá el más conocido a la hora de analizar cuestiones de ética social. Se trata de la caja de Potter, en esencia una estructura como la presentada en la Figura 2.


 Figura 2: La caja de Potter
     
Fuente: Christians et al. (1987 : 3) 

De acuerdo con este método, para tomar una decisión moral hay que partir de una buena definición de la situación que establezca con claridad las circunstancias del caso de análisis así como los actores, las posibles vías de acción, etc. Posteriormente, se presentarán los valores (estéticos, morales, culturales, etc.) implicados en la situación y que pueden influir en la toma de decisiones. El tercer paso, de carácter propiamente normativo, consiste en analizar la situación desde la perspectiva suministrada por diversos principios éticos como la Regla de Oro, el Principio de Utilidad o el kantiano Imperativo Categórico. Este recorrido se completa con un análisis de las lealtades a diversos grupos (los turistas, los empleados, la sociedad, etc.) que aparecen en o son afectados por la situación. La caja permite que los problemas se analicen con profundidad puesto que el juicio o la elección que surge después del primer recorrido por los cuatro cuadrantes pueden estar sujetos a ulteriores análisis al hacérsele pasar otra vez por los mismos. Como afirman Christians et al. (1987: 5), la Caja de Potter es un ejercicio de ética social que no nos permite el lujo de hacer meros juegos mentales"; por el contrario, obliga a que las conclusiones se apeguen a las realidades concretas del caso en cuestión.

Con el uso de este método no se pretende resolver las cosas de un plumazo o zanjar la cuestión para siempre sin posibilidad de duda, cosas que todos quienes se dedican a la ética consideran prácticamente imposibles de lograr. Los objetivos de la caja de Potter son más modestos y por ello se cree más interesantes; al igual que otros métodos de razonamiento moral aspira únicamente a sacar conclusiones responsables que impliquen acciones justificables (Christians et al., 1987: 9).  El razonamiento moral, y con esto se da inicio a la explicación de sus ventajas, garantiza "que no se tomen decisiones morales a la ligera, sin haber reflexionado antes sobre ellas" (Filgueiras, 2008a). Además, estas reflexiones se adecuarán bien al pluralismo moral de gran parte de las sociedades actuales al permitir, por un lado, que los diferentes bienes en competencia tengan su oportunidad de defenderse y, por otro, que los diferentes principios, normas y códigos existentes, tengan también una oportunidad para iluminar diferentes situaciones.

La facilidad que reviste la implementación de métodos como los que se acaban de presentar puede verse como otra de sus ventajas. Su enseñanza puede adecuarse fácilmente al currículo de las licenciaturas en turismo, sea en asignaturas específicamente dedicadas a la ética del sector o en cualquiera que enfrente al alumno con la problemática propia de la actividad turística. En general, los métodos son intuitivos y se aprenden con la práctica. Cuestiones como los diferentes principios éticos que pueden introducirse en las reflexiones o las perspectivas desde las cuales abordar las mismas son aspectos que pueden aprenderse de un modo relativamente rápido, al menos a nivel introductorio, con el cual ya se puede funcionar. El entrenamiento posterior en su uso puede conseguir resultados impactantes.

REFLEXIONES FINALES

A lo largo de este artículo se ha tratado de sugerir que la confianza excesiva en los códigos éticos bien pudiera ser una de las causas detrás de la moralinización del turismo. Evidentemente, un análisis científico de esta sugerencia requeriría una serie de transformaciones encaminadas a convertirla en una hipótesis susceptible de tratamiento empírico. Sin embargo, esta no era la intención del artículo restringido voluntariamente a una perspectiva ensayística. Desde tal punto de vista se cree haber aportado las suficientes razones para otorgarle verosimilitud a la tesis defendida y, por ello, tal vez iniciar un debate sobre el tema.

El segundo aspecto que se quisiera destacar en estas consideraciones finales tiene que ver con las alternativas que han sido presentadas como posibles "antídotos" de la moralinización del turismo. Se considera al respecto que la reflexión sobre cualquiera de ellas conduce al tema de la educación turística, un área muy necesitada de nuevas ideas. En relación con la ética turística, un buen primer paso sería su introducción decidida en los planes de estudio de las Licenciaturas y también en los contenidos de los cursos de capacitación. En el primer caso se puede introducir a los alumnos de una manera general en el mundo de la ética explicando los conceptos generales y ciertos aspectos de su historia antes de pasar a los métodos de razonamiento moral y su aplicación a casos propios de la actividad turística. En el segundo, se debería enseñar a los prestadores de servicios turísticos (PST) los rudimentos de la utilización de dichos métodos centrándose ya en los dilemas morales que con mayor probabilidad pueden surgir durante el desempeño de sus tareas.

Desde luego quedaría pendiente el modo de hacer que el turista se comprometa con la ética turística de un modo no superficial. Al respecto se cree que los propios PST pueden ejercer una gran influencia sobre el comportamiento de los turistas, bien sea con declaraciones verbales, con el ejemplo de prácticas apropiadas o auxiliado por los medios educativos comunes. El que muchos turistas se interesen por los códigos éticos es un elemento favorable ya que éstos pueden utilizarse como puerta de entrada a un entendimiento más profundo de la ética. Por lo demás ya habrá quedado claro que por sí solos los códigos no parecen conducir a semejante entendimiento. Para finalizar, se quisiera recordar aquí una analogía propuesta por Thomas Jefferson y mucho antes por Jenofonte según los cuales la ética, al igual que los músculos, debe ejercitarse continuamente si se quiere que funcione bien. Tal reflexión puede aplicarse muy fácilmente al contexto de este ensayo: pensar que por seguir las indicaciones de un código nos comportaremos éticamente es tan ingenuo como confiar en que un par de flexiones cada mañana nos pondrán en buena forma.

Agradecimientos: Se agradece a Gastón García Flores su atenta lectura del texto, así como sus pertinentes comentarios.

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Recibido el 15 de noviembre de 2011
Correcciones recibidas el 14 de febrero de 2011
Aceptado el 20 de febrero de 2011
Arbitrado anónimamente

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