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Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani

versión impresa ISSN 0524-9767

Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani  no.33 Buenos Aires ene./dic. 2011

 

ARTÍCULOS

Comentario a "Las crisis argentinas en perspectiva histórica", de Eduardo Míguez

 

Fernando Rocchi

Universidad Torcuato Di Tella

 

El artículo presentado por Eduardo Míguez nos brinda la oportunidad de analizar las crisis recurrentes sufridas por la Argentina desde una perspectiva de largo plazo, más abarcativa, más histórica. Por eso creo interesante tomar un concepto como el de ciclo, que se refiere a un período relativamente extenso en el que las crisis quedan subsumidas.

En la cuestión económica nos resulta útil el concepto de ciclo largo (o kondratieff), con sus dos o tres décadas de duración, como marco de los avatares de la economía argentina. Desde la incorporación argentina a la economía capitalista mundial, el primero de estos ciclos corresponde a 1848-1873, en el cual el país tiene un buen desempeño dentro de un mundo en que las tasas de crecimiento son altas. En el segundo de los ciclos (de 1873 a 1895), la economía argentina tiene un desempeño mediocre en un escenario mundial decididamente malo, como consecuencia de la crisis internacional de 1873 y de la generada por el propio país en 1890, aunque con momentos de alto crecimiento, como fue la década de 1880. El tercer ciclo corresponde a un muy buen desempeño del contexto internacional (de 1895 a 1929) interrumpido por la gran guerra y por episodios puntuales como las hiperinflaciones de Europa central. En ese período, la Argentina tuvo un desenvolvimiento económico especialmente bueno, aunque el impasse producido por la guerra mundial se sintió más que en el conjunto de la economía mundial. En el cuarto ciclo, que va desde el crack de 1929 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial, la economía argentina tuvo una performance mala en un mundo al que le iba mal. Es en el quinto ciclo, los años dorados de la segunda posguerra, el momento en el que comenzamos a sufrir una decadencia relativa respecto de la economía mundial: los plateados cincuenta fueron malos años para la Argentina, y los dorados años sesenta no brillaron tanto como en el resto del mundo, pero con un rezago de la década perdida que opacaron los logros alcanzados en el segundo período. En el sexto ciclo, que va de la crisis del petróleo de 1973 hasta los años noventa, a la economía argentina le fue estrepitosamente mal frente a un mundo al que le iba mal, lo que incrementó la tendencia hacia la divergencia de las economías más pujantes. El "rodrigazo" de 1975 fue devastador, seguido de los planes económicos más recesivos de que se tenga memoria, mientras la crisis de la deuda latinoamericana encontró al país como uno de los ejemplos de una nueva década perdida. La recuperación, con sus vaivenes, de la economía mundial a partir de los años noventa tuvo en la Argentina un desempeño mediocre, sentido desde la crisis del tequila hasta la de 2001-2002, que fue la peor de la historia desde 1890.

La conclusión es que entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX la economía argentina tendió a morigerar los efectos de una crisis internacional, mientras que a partir de entonces ha ocurrido el proceso inverso, por lo menos hasta la crisis de 2001. Y aquí habría que plantearse la pregunta que ha lanzado Pablo Gerchunoff sobre si la economía exportadora ha terminado con la clásica secuencia de stop and go que caracterizó buena parte del siglo XX.

El autor analiza también las crisis políticas, enfatizando su enfoque en el siglo XX. Crisis económicas y políticas no siempre son coincidentes, pero el grado de conflictividad política alcanzado a partir de 1930 colabora para que la economía revierta su tendencia de morigerar una crisis internacional al de agravarla. Las crisis políticas influyen sobre la economía, desde un golpe militar hasta unas elecciones de medio término en la etapa democrática, en un aspecto que el autor analiza de manera sugerente: el enfoque neoinstitucional.

La perspectiva dada por la combinación de ambas crisis y la tendencia a su agravamiento está íntimamente relacionada con otro punto tratado por el autor: la decadencia relativa de la economía argentina. Eduardo Míguez relaciona este tema con dos aspectos más puntuales de le historia económica argentina: los costos del federalismo fiscal y la falta de capital humano.

El federalismo fiscal resulta un punto conflictivo desde sus orígenes. La división del Partido Federal y el arreglo fiscal al que dio lugar la creación del peculiar Estado federal en la Argentina están en el origen de esa conflictividad. Recordemos que triunfa la nueva versión del federalismo que dejaba en manos de la nación la recolección de los impuestos en sus aduanas. Y que este triunfo se debió a la derrota de Buenos Aires frente a un país que la incluía como hermana mayor no tanto política sino más bien económicamente.

La ecuación alcanzada funcionó con relativo éxito mientras la mayor parte de los impuestos federales fueron indirectos, si bien para el autor los costos de una política de unidad nacional cuyo financiamiento fue caro pudieron haber llevado a obtener un resultado subóptimo que no incrementara la productividad de la inversión privada y sobre todo pública hasta el límite de su potencial, y que limitara el endeudamiento externo.

Hasta 1930 no se discutió la hegemonía que el Estado nacional tenía sobre el cobro de las tarifas aduaneras, aunque la recolección de impuestos internos generó las primeras discusiones sobre quién y cómo debía cobrarlos. El mayor conflicto surgió cuando, después de la crisis, la financiación del Estado central comenzó a recaer sobre los impuestos directos. El comienzo de un principio de mayor discusión se produjo al introducirse el concepto de coparticipación. Fue en 1934 cuando, por razones de emergencia y de una ingenua primera y única vez, el Estado nacional se ocuparía de recaudar un impuesto, como fue el aplicado a las rentas; comenzó un largo, tedioso y, sobre todo, conflictivo enfoque sobre lo que le correspondía a cada una de las partes. La imposibilidad de definir con claridad el tema de la coparticipación ha sido una de las enfermedades más graves que ha tenido la relación entre nación y provincias.

Respecto a la falta de capital humano, varias han sido las observaciones realizadas sobre tal hipótesis. Aquí se produciría una paradoja: a medida que Argentina mejora su capital humano tiende a profundizarse la divergencia económica respecto del mundo desarrollado. Cabría esperar que los esfuerzos realizados en educación en el período previo a 1930 rindieran sus frutos con una mejora en la productividad y no que ocurra lo contrario.

Siempre está la salida fácil del peronismo como Deus ex machina para encajar las respuestas en las preguntas presentadas. Pero esta explicación se ha mostrado insuficiente para expresar el estancamiento argentino. De allí que, siguiendo a Jorge Sabato, nos debamos concentrar en aquellas razones que explican tanto el bienestar como el malestar en la economía; en suma, una explicación de la crisis como causa del conflicto.

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