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Revista latinoamericana de filosofía

versão On-line ISSN 1852-7353

Rev. latinoam. filos. vol.49 no.1 Ciudad Autónoma de Buenos Aires jun. 2023

http://dx.doi.org/10.36446/rlf2023352 

Dossier

Pensar la bios en la autobiografía: elementos biológicos de la experiencia del yo

Thinking Bios in Autobiography: Biological Elements of the Experience of the Self

FACUNDO NAHUEL MARTÍN1 

1 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Instituto de Filosofía “Ezequiel de Olaso”. Universidad de Buenos Aires. Universidad Pedagógica Nacional

Resumen

Me propongo abordar algunas precondiciones biológicas del discurso autobiográfico. Seguiré algunas interrogaciones de John Paul Eakin sobre la interrelación primaria, previa al discurso retrospectivo, entre narrativa del yo, experiencia personal y cuerpo propio. Tres autores prestan especial atención a estas precondiciones materiales de la autobiografía: Stacy Alaimo, con su noción de “memorias materiales”; Catherine Malabou, con sus estudios sobre la relación entre filosofía y neurociencias; y Antonio Damasio, con su concepción estratificada y compleja del yo neuronal, que incluye un nivel autobiográfico. Voy a sostener que el imperativo de construir una identidad narrativa es existencial o vital antes que textual, y que surge de la experiencia encarnada, mediada neurofisiológicamente, de ser un yo.

Palabras clave: identidad personal; biología; autobiografía

Abstract

I intend to address the biological preconditions of autobiographical discourse. I will follow some questions by John Paul Eakin about the primary relation, prior to retrospective discourse, between the narrative of the self, personal experience and the body. Three authors pay special attention to these material preconditions of autobiography: Stacy Alaimo, with the notion of “material memories”; Catherine Malabou, with her studies on the relation between philosophy and neuroscience; and Antonio Damasio, with his stratified and complex conception of the neuronal self, which includes an autobiographical level. I will argue that the imperative to construct a narrative identity is existential or vital rather than textual, and that it arises from the neurophysiologically mediated, embodied experience of being a self.

Keywords: personal identity; biology; autobiography

Ahora hay yoes. Hubo un tiempo, hace millones (o miles de millones) de años, cuando no había ninguno, al menos ninguno en este planeta. Así que tiene que haber, como una cuestión de lógica, una historia real que contar sobre cómo llegaron a existir criaturas con yo

Daniel Dennett

1. Introducción: experiencia, cuerpo, narración

En su estudio sobre la referencia en autobiografía, John Paul Eakin (1992) elabora una tensión triple, una articulación de tres instancias, entre los problemas de la experiencia, el discurso y el cuerpo. Debate con algunas interpretaciones estructuralistas que, en la estela de Roland Barthes, niegan que la autobiografía tenga por referencia la experiencia vivenciada. Sostiene que la experiencia de vida de las personas tiene dimensiones autobiográficas intrínsecas y primarias. Vivir y narrar la propia historia son actividades correlativas. El texto autobiográfico, entonces, no habita un dominio autónomo completamente separado de la experiencia encarnada, porque esa propia experiencia es, en cierta forma, autobiográfica en primer lugar. Tiene una constitución narrativa. La articulación entre narratividad y experiencia se relaciona, a su vez, con la dimensión corporal de la autobiografía. Este discurso se refiere siempre a la vida del cuerpo propio, a una experiencia encarnada de la subjetividad irreductible a la mediación textual. Esa dimensión corporal está siempre presupuesta, implícita, en el discurso autobiográfico, incapaz de eludir la referencia al cuerpo propio, que es sede de la experiencia de vida y objeto de la articulación narrada. La autobiografía tiene una referencia extratextual esquiva, pero insoslayable, en el cuerpo. ¿Cómo aparece el cuerpo en la autobiografía? ¿Qué puntualizaciones no triviales pueden hacerse sobre la autobiografía desde una teoría de la subjetividad incorporada de base biológica? Voy a abordar estas preguntas desde tres consideraciones biológicamente informadas sobre las narrativas del yo en primera persona: las memorias materiales de la teórica feminista Stacy Alaimo, la plasticidad neuronal en la filósofa Catherine Malabou y el yo autobiográfico del neurólogo Antonio Damasio. Voy a proponer que una mirada biológica de la subjetividad encarnada ilumina las preguntas de Eakin sobre la relación entre discurso, experiencia y cuerpo. La experiencia corporal de los sujetos tiene dimensiones narrativas. Sin embargo, este carácter ya-narrativo de la experiencia subjetiva no implica un yo sustancial originario, unitario y continuo, que se pueda postular como fundamento del discurso. Por el contrario, el yo mediado biológicamente es vulnerable y codependiente (Alaimo); opaco para sí mismo y constituido por procesos inconscientes (Malabou); y complejo, estratificado y procesual (Damasio).

Una consideración sobre los aspectos biológicos de la autobiografía permite superar la dicotomía abstracta, unilateral, entre experiencia y narrativa. No hay, como veremos, una experiencia primaria inenarrable, no estructurada y vacía de determinaciones, de una parte; y un orden del discurso completamente ajeno a la experiencia, cerrado sobre sí mismo, que invente una narrativa del yo como puro artefacto del texto, de la otra. La experiencia del cuerpo propio es ya narrativa. En ella se delinea un yo material previo a la retrospectiva escrita. A lo largo del trabajo intentaré mostrar que el yo es un proceso relacional, emergente y narrativo, compuesto de múltiples estratos o niveles, donde los procesos homeostáticos básicos que sostienen la vida orgánica se articulan con los procesos sociales, las redes simbólicas y las interacciones ambientales para constituir la subjetividad incorporada y ampliada. El discurso autobiográfico agrega una articulación reflexiva a ese conjunto de procesos anidados cuya base es la historia del cuerpo propio. Es continuo con ellos, por lo que no hay una oposición abstracta entre experiencia primaria y narrativa autobiográfica.

En este apartado voy a precisar el problema a abordar en los términos planteados por Eakin. Touching the World es un estudio sobre la referencia en la autobiografía. El libro comienza con una discusión del discurso autobiográfico en el pensamieno de Roland Barthes, que (siempre según Eakin) mantiene dos tesis dispares pero correlativas. Por un lado, el discurso autobiográfico es autocontenido y no remite a nada externo; por el otro, al nivel del cuerpo y la experiencia, el flujo de la conciencia es continuo, inenarrable y no admite aprehensión discursiva. Entonces parece que la autobiografía se desgrana en una narrativa de dos sujetos, un sujeto intratextual, que es un mero “efecto del lenguaje”, y un sujeto de la experiencia encarnada o corporal, que “tiene existencia más allá del lenguaje y que el lenguaje fracasa en expresar” (Eakin 1992: 8).1 La autobiografía, entonces, sería un discurso de referencia perdida o imposible, una ficción retrospectiva cuyo objeto, la experiencia encarnada de la vida del yo, no sería recuperable en el dispositivo lingüístico de la narración.

Para Eakin, esta dualidad fuerte de experiencia y lenguaje, de vivencia encarnada y narratividad, fracasa a la hora de explicar la fidelidad pretendida del discurso autobiográfico:

¿Por qué, bien podríamos preguntarnos, si sus pretensiones de referencia han sido expuestas como una ilusión, la autobiografía como una especie de lectura y escritura continúa e incluso prospera? ¿Por qué no colapsamos simplemente la autobiografía en las otras literaturas de ficción y acabamos con ella? (1992: 27).

La autobiografía es un “arte referencial”, donde la invención convive con una pretensión de autenticidad o fidelidad a lo vivido. Esta pretensión de fidelidad no parece explicable en un marco dicotómico que opone vivencia incorporada y narración lingüística de manera tajante y excluyente.

En el capítulo final, Eakin aborda el problema desde el punto de vista de la corporalidad autobiografiada. El cuerpo propio es el eslabón perdido que anuda las dimensiones narrativas y experienciales de la autobiografía. Este cuerpo es a la vez sujeto o sede de la experiencia de vida que se narra y objeto o referente de la narrativa textual. Esto, sin embargo, no significa que haya una identidad inmediata o una correlación transparente entre la experiencia vivida y la narración autobiográfica. Significa, más limitadamente, que la escritura autobiográfica se agrega, con todas sus mediaciones discursivas, a una experiencia siempre ya narrativa del propio cuerpo. Las dimensiones somáticas del yo soportan y atraviesan esa experiencia narrada. No hay una oposición binaria entre experiencia y narratividad, porque la experiencia primaria del yo es narrativa desde el punto de partida. (…) Hablé del yo como metáfora y de la autobiografía, en consecuencia, como metáfora de una metáfora. Nuestras asociaciones con la metáfora, sin embargo, nos impulsan con demasiada facilidad a entenderla en sentido estricto como un fenómeno exclusivamente lingüístico y literario. En este último capítulo quiero argumentar que las principales metáforas a gran escala de la autobiografía, el yo y su historia, juegan un papel principal en la conducción de la experiencia antes de que lleguen a servir, secundaria y derivativamente, como representaciones de la experiencia en los textos (Eakin 1992: 181, cursivas originales).

“El yo y su historia”, en otras palabras, no son meros constructos literarios. Con anterioridad a la escritura autobiográfica, operan como estructuras primarias que moldean la vivencia del sujeto. El yo narrativo es una dimensión de la experiencia vivida misma, que se plasma en el cuerpo antes del artificio literario que relata retrospectivamente. Esta perspectiva encarnada se pone de manifiesto cuando el organismo vivo es objeto explícito de la consideración autobiográfica. Eakin menciona dos ejemplos al respecto: el cuerpo intersex (entonces clasificado como hermafrodita) de Herculine Barbin, citado al pasar, y el caso de una lesión en la pierna del neurólogo Oliver Sacks, que es más desarrollado por el autor. Sacks narra la historia de una lesión neuromuscular severa e incapacitante, sufrida durante una expedición a las montañas, y su posterior recuperación. El yo, sostiene Sacks, es primaria y fundamentalmente un yo incorporado, que se experimenta a sí mismo permanentemente y reconfirma a cada paso un esquema proprioceptivo del cuerpo. La pérdida de sensibilidad en la pierna dañada no es un accidente externo a la biografía del yo, sino una afección íntima que inhiere en los estratos basales de la identidad subjetiva. “Las consecuencias de la muerte neurológica de la pierna de Sacks son, en consecuencia, directas y devastadoras para su sentido de identidad: la lesión ‘no es solo una lesión en mi músculo, sino una lesión en mí’” (Sacks citado por Eakin 1992: 185). La lenta recuperación del movimiento y la sensibilidad de la pierna implica una experiencia de restitución de la identidad, una lenta reconstrucción de una integridad yoica dañada por la lesión orgánica, lo que “confirma los fundamentos terrenales, corporales, de la yoidad” (íbid.).

El yo corporal, por lo general más presupuesto que tematizado explícitamente en el discurso autobiográfico, no puede remitirse al reino de la biología muda. No es un soporte mecánico externo a la identidad. Es un entramado de dimensiones narrativas y orgánicas interrelacionadas en el nivel de la experiencia primaria. El yo que se dibuja en esa interrelación no es una sustancia unitaria, estable y separada del entorno, pero tampoco es un producto disperso del texto o de los códigos lingüísticos. Se trata de una continuidad imaginada de la experiencia del propio cuerpo. Se refiere siempre a la vida del cuerpo en el tiempo, y depende de mecanismos neuronales relacionados con la memoria y la percepción interna. Eakin vuelve sobre algunos planteos de Sacks en torno a pacientes con lesiones neuronales graves, que obturan seriamente la memoria. Estos pacientes son verdaderos “sujetos humeanos”, incapaces de reconstruir narrativamente la propia experiencia o de darle un sentido de continuidad. Sus experiencias son “manojos de sensaciones” sin principio unificador (1992: 188). La terrible ausencia de una narrativa autorreferencial sobre la continuidad del cuerpo propio impide el reconocimiento de una subjetividad y una identidad personal en sentido pleno. La narratividad, por lo tanto, es una dimensión encarnada de la experiencia de la propia subjetividad desde el punto de partida. “Cada uno de nosotros construye y vive ‘una narrativa’, esa narrativa es nosotros, nuestra identidad” (Eakin 1992: 189). El acto de invención autobiográfico es más un imperativo existencial que un gesto literario. La experiencia de ser un cuerpo es intrínsecamente narrativa. Lo anterior, claro, no significa que el acto autobiográfico logre una recolección transparente, sin distorsiones, del pasado tal y como fue vivido. El acto de narrar la propia identidad se hace siempre en presente, y se despliega con los sesgos propios de la perspectiva temporal que asumimos cada vez. No nos narramos de la misma manera en la adolescencia que en la adultez, incluso cuando narramos los mismos hechos y las mismas experiencias pasadas. La mirada retrospectiva siempre estructura, ordena y totaliza lo pasado a la luz de episodios posteriores que modifican su significación y valencia. Pero ese proceso de estructuración no se da entre un flujo de la experiencia inenarrable y un acto literario de narrativización. Por el contrario, narramos nuestra vida como una función dinámica de la propia experiencia incorporada en primer lugar. Los sesgos, las omisiones y las perspectivas parciales del discurso autobiográfico son, por lo tanto, continuos con los sesgos existenciales de la identidad narrativa reconstruida cada vez en el acto primario de la vida.

El trabajo de Eakin dialoga con autores que enfatizan el carácter preinterpretado, ya-narrativo, de la construcción primaria de la identidad, como David Carr o Paul Ricoeur. El autor no profundiza más el vínculo triple entre experiencia, cuerpo y narrativa del yo. Es curioso, sin embargo, que su defensa del carácter ya-narrativo de la experiencia primaria del yo no parte de una consideración hermenéutica o fenomenológica, sino de un planteo neurológico, de base biológica. Para Eakin, la experiencia primaria es narrativa en cuanto concierne al organismo que soporta el yo. Las dimensiones narrativas, que son parte de la experiencia primaria del yo, y que constituyen su identidad, se montan sobre una dimensión básica de la experiencia del cuerpo propio, que tiene condiciones orgánicas tanto como fenomenológicas.

En los apartados que siguen voy a retomar la pregunta por la relación entre experiencia, cuerpo y narrativa del yo. Voy a sostener que el carácter narrativo de la identidad personal se construye sobre aspectos materiales del organismo humano. La subjetividad material es compleja, plural e internamente estratificada, así como externamente dependiente. Se constituye en una serie de relaciones sociales y ambientales, es parcialmente plástica y se vincula siempre con dimensiones básicas de la existencia biológica. La narratividad primaria que constituye al yo, sostendré, requiere una consideración filosófica articulada, que integre las dimensiones biológicas y las experienciales en la construcción de la experiencia de vida incorporada.

3. Alaimo: memorias materiales

La primera referencia que voy a analizar en este recorrido por las dimensiones biológicas del discurso autobiográfico es Stacy Alaimo. La autora reivindica una perspectiva “feminista materialista” que busca, desafiando al giro lingüístico, “traer lo material, en especial lo material del cuerpo humano y del mundo natural, al frente de la teoría y la práctica feminista” (Alaimo y Hekman 2008: 1). La teoría feminista busca, hace décadas, desandar algunas dicotomías fuertes del “pensamiento occidental”, que encierran una carga normativa implícita con marcas de género. Las oposiciones naturaleza/cultura, mente/cuerpo y sujeto/objeto tienen una relación no inocente con el par masculino/femenino, que articula relaciones de poder y opresión. En especial desde la teoría queer, ese binomio básico de las relaciones de género fue “productivamente desamarrado, disputado y redistribuido” (Alaimo y Hekman 2008: 2). Sin embargo, la teoría feminista mantuvo una oposición binaria todavía sin “desamarrar”: la dicotomía lenguaje/ realidad, expresada en otras como cultura/biología. La idea misma de un cuerpo real o material, con dimensiones biológicas, ha sido un punto “incómodo” en la teoría feminista.

Producir un feminismo materialista significa, para estas autoras, enfrentarse a los límites del giro lingüístico y el “posmodernismo” como marcos teóricos productivos para el estudio de las formas del género y la subjetividad sexuada. Estos marcos enfrentan un impasse intelectual ante problemas del presente como el calentamiento global o la contaminación ambiental. Reducir estos problemas a construcciones de la performatividad discursiva es intelectualmente improductivo y políticamente improcedente. Ni el organismo sexuado, ni el medio ambiente natural, son meras superficies de inscripción inertes y pasivas, sobre las que se desplegarían sin resistencia las operaciones del lenguaje o la cultura. “Irónicamente, aunque ha habido una enorme efusión de estudios sobre ‘el cuerpo’ en los últimos veinte años, casi todo el trabajo en esta área se ha limitado al análisis de los discursos sobre el cuerpo” (Alaimo y Hekman 2008: 3, cursivas originales). Este modo de pensar desconoce las potencias activas y recalcitrantes, irreductibles a la inscripción lingüística, del cuerpo y su ambiente, o de la existencia material en general. Los estudios ambientales muestran que hay dimensiones situadas, históricas y contingentes de la vida incorporada en el entorno ambiental. La transformación, disrupción y modificación técnica del medio requiere formas de elucidación teórica y politización intensa que no pueden resolverse en marcos teóricos centrados en el discurso. Se abre entonces una dimensión política de la experiencia que remite a los aspectos frágiles, contingentes y vulnerables de la existencia orgánica y biológica de los seres humanos. La vida natural no es una superficie pasiva sobre la que la cultura o el discurso despliegan su acción. Tiene dimensiones activas, dinámicas y contingentes. “La naturaleza es más que una construcción social pasiva, y es en cambio una fuerza agencial que interactúa con y cambia los otros elementos” (Alaimo y Hekman 2008: 7). Se impone estudiar las interrelaciones situadas y disputadas de cultura, discurso, tecnología, biología y ambiente, sin privilegiar a uno de esos elementos por sobre los demás, y sin separar polos puramente activos de otros puramente pasivos en la mezcla.

En Bodily Natures (2010) Alaimo investiga el “yo material”, que no puede reducirse a dimensiones discursivas, pero tampoco es una unidad sustancial íntima, separada del contexto. Este yo “no puede ser desligado de redes que son simultáneamente económicas, políticas, culturales, científicas y sustanciales”; se encuentra en un “paisaje de incertidumbre” cuya materia es, fundamentalmente, ambiental (Alaimo 2010: 20). El yo material tiene una subjetividad extendida. No se constituye en la interioridad de la conciencia, pero tampoco es un artefacto del texto. Las redes que lo constituyen son simbólico-materiales, articulan prácticas, relaciones de poder, tecnología y medio ambiente.

En los Diarios del cáncer, Audre Lorde pone de relieve una narrativa de la salud ambiental centrada en el organismo. Se trata de una memoria material, donde el ejercicio feminista de sensibilización o concientización, centrado en la experiencia en primera persona como mujer negra, adquiere dimen siones viscerales e incorporadas explícitas. Estas dimensiones incorporadas, sin embargo, no se pueden reconstruir solamente en primera persona. Implican un doble descentramiento material del sujeto. Primero, el yo material es relacional, vulnerable y co-dependiente. Emerge de redes simbólico-materiales que lo atraviesan, pero también lo trascienden. Se constituye en una trama de relaciones e interdependencias biológicas y técnicas. Segundo, las memorias materiales exigen un juego de intercambio de perspectivas, que pone en diálogo la primera persona y sus vivencias, con un conocimiento científico y técnico sobre el organismo, que solo es posible en tercera persona. Es un yo encarnado con dimensiones orgánicas y biológicas opacas para la primera persona. El yo material se construye en las “interconexiones entre el cuerpo y el ambiente, que ponen al cáncer como un asunto de justicia feminista, antirracista y ambiental” (Alaimo 2010: 86). Inhiere en redes de interdependencia extendidas cuya sustancia es tanto biológica como intersubjetiva. Se trata de “relacionalidades vívidas” donde cuerpo y ambiente se interpenetran, y el organismo propio se revela como una entidad abierta, en continua interacción dinámica con el medio. Dada su base orgánica, las memorias materiales incluyen pero exceden la dimensión fenomenológica. Implican una ocupación autobiográfica con el conocimiento científico de tercera persona. Se fijan en aspectos de la experiencia personal cuyas condiciones de inteligibilidad no se dan en la experiencia misma. Esto reabre el debate sobre la experiencia en el feminismo, que remite a una clásica intervención de Joan Scott. En su artículo “The evidence of experience” (1991), Scott pone de relieve el carácter lingüístico, preconstituido discursivamente, de la “experiencia de las mujeres”.

La experiencia no es un sustrato transparente y originario de la subjetividad íntima, sino una forma de manifestación de mediaciones cultuales opacas, no siempre evidentes a la vivencia, constituidas por el discurso. Las memorias materiales radicalizan esta perspectiva en sentido materialista: se fijan en la mediación opaca de la existencia orgánica, y no solo del discurso. El organismo biológico precede, enmarca y explica en parte la experiencia subjetiva del cuerpo propio. Requiere un conocimiento de tercera persona que es irreductible a la experiencia.

[La memoria material] incorpora información científica y médica para dar sentido a la experiencia personal. Mientras que Joan Scott sostiene que la “experiencia” no puede entenderse separada de los discursos que constituyen los sujetos, haciendo así “la pregunta” “¿cómo analizar el lenguaje?” (34), en las memorias materiales, la pregunta se convierte en cómo entender la sustancia misma del yo. En otras palabras, las memorias materiales enfatizan que la experiencia personal no se puede considerar directamente, no solo porque el discurso da forma a la experiencia, sino también porque la comprensión del yo como una entidad material, transcorpórea y siempre emergente a menudo exige los conocimientos especializados de la ciencia (Alaimo 2010: 87, cursivas agregadas). El yo, como articulación emergente en una red de interdependencias materiales, no es transparente para sí mismo. Su sustancia excede la consideración fenomenológica. El ejercicio de la autobiografía, como se plasma en las memorias materiales, demanda en parte una explicación científico-natural de los procesos objetivos que constituyen al organismo biológico que sostiene al cuerpo experimentado. El yo de la autobiografía aparece, entonces, relacional, no idéntico a sí mismo, constituido por el mundo exterior, en una trama de relaciones en gran medida inconsciente. Esta condición relacional y opaca del yo es tanto material como simbólica, en un contexto histórico marcado por los riesgos ambientales, la contaminación y la disrupción técnica de las formas de vida heredadas. “El sentido de individualidad se transforma por el reconocimiento de que la sustancia misma del yo está interconectada con vastos sistemas biológicos, económicos e industriales que nunca pueden ser mapeados o comprendidos por completo” (Alaimo 2010: 95). El yo material intenta narrar, en clave autobiográfica, la vulnerabilidad del propio organismo, poniendo en relación la vivencia encarnada con el conocimiento objetivo, siempre limitado y falible, de la propia biología. Es un yo relacional, abierto al contexto y en parte opaco para sí mismo, inserto en mediaciones tanto discursivas como materiales.

4. Malabou: plasticidad neuronal e historia personal

El feminismo material de Alaimo abre una primera puerta para reconstruir las dimensiones biológicas de la autobiografía. Las memorias materiales se refieren a los procesos orgánicos que sostienen y enmarcan la experiencia vivenciada, pero que no pueden deducirse de ella ni son transparentes a la conciencia. Estas memorias ponen de manifiesto la opacidad fenomenológica del cuerpo viviente, que necesita narrarse su vida incorporando un conocimiento de tercera persona irreductible a la experiencia encarnada. En este apartado voy a continuar la interrogación sobre el yo material a partir de algunos pasajes del pensamiento de Catherine Malabou. La filósofa se dedicó por muchos años a estudiar la obra de Hegel, que interpretó a partir del concepto de plasticidad, en una lectura influenciada por Jacques Derrida. Hacia 2004 dio un vuelco neurocientífico a su trabajo, y ha producido tal vez el mayor cuerpo teórico relacionado con las neurociencias en la filosofía continental. Voy a detenerme en uno de sus varios libros sobre el problema: What Should We Do with Our Brain? (2008), donde sienta las bases de una filosofía de la subjetividad incorporada de base biológica. Propone una indagación sobre las dimensiones neuronales plásticas que subyacen a la historia personal del yo.

Malabou propone un encuentro entre filosofía y neurociencias mediante una analogía con el pensamiento de Marx. Parte de una cita, en verdad, apócrifa: “los seres humanos hacen su historia, pero no saben que la hacen” (2008: 1).2 Continuando con la cita apócrifa, Malabou sostiene que los seres humanos hacen su propio cerebro, pero no saben que lo hacen. La conciencia del cerebro, de sus procesos formativos, de su naturaleza tanto orgánica como biográfica, ha permanecido ajena al campo de la filosofía, al menos continental. En las últimas décadas, las neurociencias produjeron importantes descubrimientos empíricos sobre el cerebro humano, ligados al estudio de los neurotransmisores, al desarrollo de técnicas como la resonancia magnética o la tomografía computada, etc. Pero no ha habido una suficiente traducción del lenguaje neurocientífico al de la filosofía. Como resultado, el “hombre neuronal” del siglo XXI es todavía un extraño frente a su propio cerebro. Las preguntas normativamente cargadas sobre la identidad personal, que aparecen inevitablemente en el estudio neurológico de los seres humanos, no pueden ser respondidas solo por las ciencias. Requieren una perspectiva filosófica. A la vez, la reflexión filosófica sobre la subjetividad y la agencia no puede continuar en términos especulativos puros, ajenos a los cambios científicos. Se impone, entonces, preguntarnos qué deberíamos hacer con nuestro cerebro, o desarrollar una interrogación filosófica sobre el conocimiento neurocientífico acumulado en las últimas décadas.

El cerebro es objeto posible de una interrogación filosófica en virtud de su plasticidad. En términos biológicos amplios, la plasticidad es la capacidad del organismo para alterar sus propiedades y su comportamiento a partir de cambios en el ambiente. En términos neuronales, se refiere a la capacidad del sistema nervioso para modificarse y reestructurarse, creando nuevas conexiones y disposiciones a partir de la interacción con el medio. La plasticidad neuronal explica varias facultades de los humanos y otros animales, como la capacidad de aprendizaje o la modulación de la conducta a partir de la experiencia. Los seres humanos nos caracterizamos por una gran variabilidad de la conducta, tanto entre individuos como entre culturas. Esa variabilidad es posible gracias a la enorme plasticidad cerebral de la especie. El desarrollo del cerebro es en gran medida epigenético: no está completamente determinado por un “programa genético” heredado, sino que se modula de manera contingente a partir de la historia singular de cada organismo. El cerebro tiene una estructura y desarrollo cambiantes, individualizados y situados. Sus características dependen (dentro de límites) de la historia singular de cada organismo, por lo que presenta variaciones importantes entre culturas e individuos. Los seres humanos moldeamos nuestro cerebro a lo largo de la experiencia de vida. Malabou distingue cuatro instancias de plasticidad neuronal:

la plasticidad del desarrollo en el embrión y el niño, la plasticidad de la modulación sináptica en toda la vida del organismo, la plasticidad postlesional o capacidad de reparación de las neuronas dañadas y la plasticidad explosiva o la posibilidad de que el cerebro sufra pérdidas irreparables que aniquilen su forma total o parcialmente (2008: 4). El sistema nervioso es más plástico en etapas tempranas de desarrollo, pero retiene esta facultad a lo largo de toda su existencia. La eficacia sináptica, la rapidez y efectividad de ciertas conexiones neuronales, crece o decrece a partir de los hábitos y las experiencias repetidas de cada organismo. Esto explica que nuestros cuerpos pueden aprender nuevos conceptos y habilidades a lo largo de su existencia. El trabajo de aprendizaje, con sus componentes de hábito y entrenamiento, implica un reforzamiento de algunas conexiones neuronales en detrimento de otras. El incremento de eficacia de las sinapsis de uso frecuente explica un proceso de individuación neuronal que moldea la singularidad de cada cererbro. Un pianista y un matemático, por ejemplo, tienen cerebros (limitadamente) diferentes a partir del entrenamiento, la experiencia y la especialización. Ahora bien, este mecanismo de individuación histórica del cerebro no no concierne solo a las habilidades y oficios, sino a la identidad personal como tal. Pero obviamente no es solo el “oficio” o la “especialidad” de una persona lo que importa aquí. Está en juego toda la identidad del individuo: su pasado, su entorno, sus encuentros, sus actividades; en una palabra, la capacidad que tiene nuestro cerebro -todos los cerebros- para adaptarse, para incluir modificaciones, para recibir choques y para crear de nuevo a partir de esta misma recepción. Es precisamente porque, contrario a lo que normalmente pensamos, el cerebro no está ya hecho, que debemos preguntarnos qué debemos hacer con él, qué debemos hacer con esta plasticidad que nos hace, precisamente en el sentido de una obra: escultura, modelado, arquitectura (Malabou 2008: 7). En la modulación de las sinapsis nerviosas se pone en juego la interacción entre libertad y determinismo, entre la actividad autónoma del individuo, sus experiencias, y el programa genético heredado. Malabou propone un sistema de articulaciones entre filosofía y neurociencias, que habilita una reflexión sobre la posible autonomía personal del “hombre neuronal”. Este sistema de articulaciones conduce a un enriquecimiento recíproco, donde ni la filosofía, ni las neurociencias, quedan intactas. Por un lado, “la tesis de la continuidad entre lo neuronal y lo mental no puede, obviamente, ser un postulado estrictamente científico” (2008: 56). No es claro que se pueda probar empíricamente la correlación entre las propiedades fenomenológicas de la conciencia y las propiedades físicas del sistema nervioso central. La búsqueda de correlatos neuronales de la conciencia aparece como un postulado metateórico para un programa de investigación científica. Es una presunción ontológica supuesta en la investigación empírica. Al mismo tiempo, las ganancias explicativas de este programa de investigación neuronal son importantes, significativas y la filosofía no puede desconocerlas.

[Este programa] es indiscutiblemente, pensemos lo que pensemos, la expresión de un verdadero avance: nos ha permitido acercarnos a fenómenos como la memoria, la percepción, el aprendizaje -incluso a problemas psíquicos y conductuales- cada vez con mayor precisión y objetividad. De manera más general, constituye un nuevo acercamiento al sujeto al afirmar la existencia de un “yo neuronal” (Malabou 2008: 56).

El diálogo entre filosofía y neurociencias, en otras palabras, enriquece a las dos disciplinas. Del lado de las neurociencias, aporta una clarificación reflexiva al programa de búsqueda de correlatos neuronales de la conciencia subjetiva, con sus inevitables presunciones ontológicas, sus categorías implícitas, etc. Del lado de la filosofía, exige una reconsideración de la teoría del sujeto. Se trata de reconciliar el estudio filosófico de la subjetividad incorporada, con sus dimensiones agenciales y hasta hermenéuticas, con las ciencias biológicas, que se ocupan del organismo que subyace a y soporta la subjetividad.

5. Yo neuronal

Las neurociencias son importantes para la filosofía (y para el estudio filosófico de la autobiografía) porque modifican nuestra manera de entender la subjetividad, en el punto de transición entre la biología y la historia. El “yo sináptico” es el momento basal de esa transición, mediante la cual una entidad biológica se vuelve histórica en un proceso de autotransformación e incluso autonegación plástica. Las capas superiores de la identidad, que incluyen el yo autobiográfico (del que me ocuparé en el apartado siguiente), se montan sobre procesos de regulación orgánica básicos en los que es posible reconocer un protoyo que se refiere a la continuidad homeostática del organismo. Si las personas nos experimentamos como sujetos unitarios y continuos a lo largo de nuestra vida psíquica, y nuestra experiencia consciente no se desgrana en una sumatoria inconexa de vivencias puntuales sin relación, ello se debe primero al registro del rango homeostático del cuerpo.

“¿Cómo surge una persona con una personalidad coherente, un conjunto bastante estable de pensamientos, emociones y motivaciones? ¿Por qué los sistemas no aprenden cosas diferentes y atraen nuestros pensamientos, emociones y motivaciones en diferentes direcciones? ¿Qué es lo que los hace trabajar juntos, en lugar del hombre como una multitud ingobernable?” Es el “yo”, incontestablemente, lo que permite este agrupamiento y vinculación. (LeDoux citado por Malabou: 58).

La continuidad experiencial del yo, objeto de incontables discusiones en la historia de la filosofía, es también un problema de investigación neurológica. En este campo, se relaciona con patrones de continuidad orgánica. El protoyo se refiere al continuo mapeo cerebral del estado del organismo. Se construye sobre los elementos evolutivamente más arcaicos del sistema nervioso, que no están dirigidos a la percepción de objetos externos sino a la regulación de la homeostasis corporal. La continuidad del protoyo se relaciona con el limitado espectro de estados internos que tolera el organismo para funcionar: cierto rango de temperaturas, cierta concentración de iones, cierto umbral de acidez en el líquido extracelular, etc. El cerebro humano (como el de varios otros animales) mapea continuamente el estado del organismo, produciendo una continua evaluación del propio cuerpo en relación con un rango de patrones homeostáticos prescriptos por la funcionalidad biológica. La continuidad homeostática es, entonces, la piedra basal de la continuidad del yo.

Curiosamente, el protoyo es fundamentalmente inconsciente o no consciente. Remite a procesos de regulación orgánica que interactúan continuamente con el cerebro, pero que no son accesibles a la primera persona. Los procesos mentales de orden superior, signados por el acceso consciente, se erigen sobre el dinamismo básico de regulación inconsciente, pero vinculado con el sistema nervioso y las imágenes que este produce sobre el organismo. Los procesos mentales o psíquicos no accesibles a la consciencia empiezan en el mapeo del organismo, realizado por el cerebro al nivel del protoyo.

Para Malabou, en este punto aparece una discontinuidad en la agregación de mecanismos, que permite la transición de la naturaleza orgánica a la historia subjetiva. El pasaje de lo neuronal a la mente consciente, o la emergencia de una subjetividad reflexiva en la vida biológica, se produce por la interrupción dinámica de la continuidad homeostática del organismo. El yo consciente, capaz de un discurso autobiográfico, es posible porque el organismo es algo más que un patrón repetido de regulación homeostática. El punto de transición entre determinismo y libertad (Malabou 2008: 30) se da cuando el yo debe reconstituir su identidad frente a los cambios, los accidentes y las rupturas imprevistas producidas en la interacción con el entorno.

La plasticidad del yo, que supone que simultáneamente recibe y se da su propia forma, implica una escisión necesaria y la búsqueda de un equilibrio a partir de la presentación de la constancia (básicamente, la autobiografía) y la exposición de esta constancia a los accidentes, al exterior, a la alteridad en general (la identidad, para perdurar, debe paradójicamente alterarse o accidentalizarse) (Malabou 2008: 71).

El yo neuronal, en otras palabras, da lugar a un yo personal, con una identidad dinámica que se va formando en el proceso de la vida, porque la experiencia del sujeto no tiene continuidad plena. Se expone a accidentes, alteraciones y quiebres, al contacto con un afuera que no se explica en un programa genético y que no está predeterminado. La homeostasis orgánica es precondición de la creación dinámica de la identidad subjetiva, pero no la agota. La identidad de la persona surge por el proceso de reconstitución del yo ante la experiencia de lo negativo, ante los quiebres y accidentes que interrumpen la homeostasis en el intercambio con el medio. El sujeto personal es producto de una “negatividad orgánica”, de una reconstrucción ante rupturas. En el nivel del organismo, se produce una dialéctica de aniquilación y la reconstitución de la forma, un constante re-elaborar de los mapas cerebrales a partir de accidentes y novedades, que quiebran la continuidad homeostática y exigen una reconstrucción propiamente subjetiva de la identidad. De esa dialéctica de aniquilación y reconstitución surge la posibilidad de una personalidad autónoma, obligada a respetar las demandas de homeostasis del organismo, pero capaz de transformarse y alterarse a sí misma a partir de la experiencia vivida. “La conformación histórico- cultural del yo solo es posible en virtud de esta economía primaria y natural de la contradicción” (Malabou 2008: 72) que expone la identidad a quiebres, y por lo tanto a la necesidad de una reconstitución retrospectiva que emerge cada vez del encuentro con lo accidental, lo externo y lo contingente.

En resumen, para Malabou, el protoyo de orden sináptico es el proceso biológico básico sobre el que se construye la identidad personal. Remite al continuo mapeo que realiza el cerebro sobre el estado del cuerpo. Es un protoyo porque no genera imágenes conscientes. Se trata de un proceso neuronal-mental no consciente en virtud del cual el organismo produce un continuo registro de su situación interna, del estado de las vísceras, etc. Las formas “superiores” del yo, que emergen con la cultura simbólica y la conciencia autobiográfica, se basan en este proceso de regulación homeostática fundamental, pero lo exceden. Remiten a las rupturas de la continuidad homeostática producidas en el encuentro no predeterminado con el medio, y al trabajo (mediado simbólicamente) de reconstitución de la propia identidad en un proceso de autohistorización reflexiva. Estas formas superiores del yo suponen, por lo tanto, la síntesis de continuidad homeostática y ruptura accidentada. “La ‘cadena’ que lleva de la vida elemental a la autonomía de un yo libre, capaz no solo de integrar las perturbaciones que llegan del exterior sin disolverse, sino también de crearse a sí mismo a partir de ellas, de hacer su propia historia, es un movimiento lleno de turbulencia” (Malabu 2008: 75). Hay una discontinuidad en la continuidad, una negatividad natural de la vida del propio organismo, que hace posible la autonomía personal en el marco de los imperativos biológicos de regulación homeostática. La construcción de la identidad personal, desde una perspectiva informada biológicamente, es un proceso de “formación y explosión” del sistema nervioso, que se expone siempre a una tensión básica entre el imperativo de la homeostasis y el dinamismo del encuentro con lo accidental. La persona autónoma es el proceso de reconstrucción de la identidad en el encuentro con el accidente.

6. Damasio: historia de la mente y vida orgánica

A continuación voy a profundizar sobre la noción de protoyo, que Malabou toma del neurólogo Antonio Damasio. Me voy a concentrar en su libro Self comes to Mind (2010), posterior a la escritura de What Should We do with our Brain? (2008). En este libro, el investigador portugués desarrolla una teoría estratificada del yo cuyo nivel superior es, precisamente, autobiográfico. Sus ideas me permitirán volver a las preguntas de Eakin por el carácter autobiográfico de la experiencia primaria del cuerpo, anterior a la reconstrucción textual o discursiva. También voy a incluir algunas referencias al último libro de Damasio, Feeling and Knowing (2021), que clarifica algunos aspectos biológicos fundamentales de la existencia material de la subjetividad incorporada.

Para Damasio, la mente consciente y la identidad personal se relacionan fundamentalmente con el fenómeno de la vida. Esta tesis trasciende la constatación trivial de que para tener conciencia es necesario estar vivo. Implica un programa de investigación y una dirección global para el estudio del yo, la agencia y la subjetividad. Estos fenómenos se constituyen en relación con la vida orgánica, que es su tema, contenido y preocupación fundamental. Para Damasio no hay una discontinuidad, una ruptura radical, entre los estratos “superiores” que caracterizan al yo consciente humano, mediado por el discurso y capaz de reflexión autobiográfica, y los procesos más básicos, compartidos con otros seres vivos, ligados al bienestar del organismo. Algunas propiedades características del yo consciente, como la conducta inteligente en relación al ambiente y la actividad dirigida a la propia conservación, aparecen en formas al menos elementales en todos los seres vivos.

Los organismos vivos se caracterizan, desde su origen, por formas de conducta inteligentes y sensibles al medio (Damasio 2021: 15). Estas formas básicas de respuesta inteligente se basan en competencias no explícitas, en la miríada de habilidades adecuadas al medio que mantienen al organismo como tal, y que son resultado de la selección natural. Para Damasio, la vida biológica implica siempre estructuras funcionales, adecuadas a fines y de tipo conativo. Sin apelar a tesis vitalistas, Damasio piensa la vida como la unidad de mecanismo y teleología. Los seres vivos son sistemas físicos que, en virtud de su estructura interna y su organización dinámica, intentan mantener la propia estructura. “La vida es inseparable de una meta aparente: su propio mantenimiento” (2021: 16). Antes de desarrollar sistemas nerviosos, y por lo tanto antes de tener mentes o consciencia, los sistemas vivos más antiguos se caracterizaban ya por una orientación dinámica, producto de su estructura física, dirigida hacia el sostenimiento de la propia forma o hacia la propia subsistencia. La conducta acorde a fines, en relación con un medio, orientada a mantener la propia estructura, propia de la vida como tal, es una precondición ontológica de las formas ulteriores de la subjetividad y la agencia. Estas formas ulteriores de la agencia, propias de la cultura simbólica y el yo consciente, se estructuran sobre la base de las formas más básicas de la actividad biológica y las competencias implícitas propias de la existencia orgánica.

En la historia evolutiva de la vida, los sistemas nerviosos agregaron competencias explícitas, mediadas por imágenes mentales, a las más antiguas competencias implícitas propias de todo organismo. Estos nuevos procesos, evolutivamente más tardíos, no implicaron cancelación ni ruptura radical de sus predecesores biológicos. La regulación de la conducta por imágenes mentales, basada en el desarrollo del sistema nervioso, se agrega a y enreda con los procesos previos de regulación inteligente, pero no explícita, de la conducta.

La mente no se relaciona solo con el sistema nervioso o el cerebro. Se vincula con todo el cuerpo, su ambiente, su conducta y sus necesidades vitales. Surgió sobre la base de las necesidades del organismo en relación dinámica con el ambiente. Es un fenómeno incorporado, activo y extendido, vinculado primero a las exigencias de la existencia orgánica, y solo secundariamente a la cognición o la representación de objetos. Las propiedades fenomenológicas de la mente, las imágenes que esta produce continuamente, se relacionan con las necesidades del organismo y su actividad en un ambiente relevante. Esto significa, también, que es necesario estudiar la mente desde el punto de vista de la unidad orgánica, vital y práctica entre el sistema nervioso, la totalidad del cuerpo, y el ambiente en que este existe.

Cualquier teoría que pase por alto el sistema nervioso para dar cuenta de la existencia de la mente y la conciencia está destinada al fracaso El sistema nervioso es el contribuyente fundamental para la realización de la mente, la conciencia y el razonamiento creativo que permiten. Pero cualquier teoría que se base exclusivamente en el sistema nervioso para dar cuenta de la mente y la conciencia también está condenada al fracaso (…) Lo que el cuerpo aporta al matrimonio con un sistema nervioso es su inteligencia biológica fundamental, la competencia no explícita que gobierna la vida a medida que cumple con las demandas homeostáticas y que finalmente se expresa en forma de sentimiento. El hecho de que, en buena parte, el sentimiento solo se realice plenamente gracias a los sistemas nerviosos, no cambia esta realidad fundamental.

Lo que los sistemas nerviosos aportan al matrimonio con el cuerpo es la posibilidad de hacer explícito el conocimiento (Damasio 2021: 20). Antes que la relación directa, aislada, cerebro-mente, Damasio nos propone pensar la mente como una propiedad del cerebro-en-todo-el-organismo, vinculada al ambiente y a las exigencias del sostenimiento de la vida. La mente es un emergente del cuerpo todo, en su relación activa y extendida con un medio relevante para la supervivencia orgánica. Emerge de la relación activa y selectiva que el organismo mantiene con su mundo circundante. Los seres vivos eran activos antes de poseer mentes, se organizaban de manera dinámica para mantener su propia estructura y forma en un medio. Los sistemas nerviosos evolucionaron sobre la base de esas formas primarias de actividad del organismo, y tienen en esas formas su contenido, soporte y direccionalidad fundamentales. El “tema” de la mente es, desde el origen, la vida y su mantenimiento, la tarea fundamental impuesta por la estructura autopreservadora del organismo.

7. Niveles del yo Pasemos ahora al estudio del yo. Contra las visiones naturalistas de tipo reduccionista o eliminativo, Damasio es inequívoco: el yo no es una ilusión, un epifenómeno ni un mero efecto superficial de procesos biológicos ciegos (2010: 17). Es un proceso de articulación o síntesis de imágenes mentales del organismo, dotadas de cierta unidad y continuidad, que tiene efectos retroactivos sobre la conducta. Cuando desarrolla un yo, el organismo modifica su comportamiento frente al medio. Por lo tanto, el yo no es un epifenómeno ni una ilusión: es una estructura dinámica real en cuanto posee poderes causales propios. El desarrollo del yo implica el pasaje de la mente en sentido más básico (presencia de imágenes, producidas por el cerebro, de estados internos del cuerpo y de objetos externos) a la consciencia propiamente dicha (mente con un “protagonista”, que agrega un sentimiento de propiedad sobre los estados mentales; Damasio 2010: 3). Esta concepción no niega el rol de la cultura y la historia en la construcción de la subjetividad. Trata, en cambio, de desarrollar una continuidad agregativa, anidada y llena de intercambios recíprocos entre biología y cultura, donde la aparición del lenguaje simbólico es fundamental para volver explícito y autorreflexivo el proceso de constitución de la mente consciente por el cerebro (Damasio 2010: 23).

La idea central del proyecto de investigación de Damasio es que “el cuerpo es el fundamento de la mente consciente” (2010: 26). El cerebro mapea continuamente los aspectos más estables de la función corporal, produciendo imágenes mentales del propio estado primero, y del mundo circundante después. La mente consciente tiene tres niveles agregativos, desarrollados sucesivamente en la historia evolutiva de los sistemas nerviosos: el protoyo, el yo nuclear y el yo autobiográfico.

El protoyo se compone de los sentimientos primordiales que reflejan el estado del organismo a cada momento. Se produce en el tronco encefálico, el gran mediador entre el organismo y el cerebro. Damasio discute la tesis habitual según la cual la mente consciente emerge en la corteza cerebral. Considera que esta tesis refleja un sesgo intelectualista en la investigación (la corteza cerebral se activa en relación con operaciones cognitivas más complejas). Para Damasio, el nivel fundamental de la mente está en los sentimientos de placer y dolor, de bienestar y malestar, que son procesados principalmente por ese “traductor” de señales somáticas que es el tronco cerebral. La mente empieza, entonces, con el mapeo evaluativo del estado del cuerpo propio. Las dimensiones sentimentales, ligadas a la interocepción y dirigidas al cuerpo propio, son las más fundamentales de la mente consciente. El protoyo es mental, pero no consciente. Se relaciona con los procesos funcionales que mantienen vivo al organismo. El sustrato básico y no consciente de la subjetividad es, como dice también Malabou, la homeostasis, el estrecho rango de estados físicos y químicos bajo los cuales la vida puede persistir y florecer. “La vida es un estado precario, que solo es posible cuando en el interior del cuerpo se dan simultáneamente un gran número de condiciones” (Damasio 2010: 41). Cuando se sale del nice and narrow range de la regulación homeostática, se experimentan imágenes de malestar al nivel del protoyo. El protoyo es el sentimiento básico del propio cuerpo, la vivencia inmediata de estar vivo. Esa vivencia nunca es neutra, siempre tiene una carga valorativa o una valencia. El protoyo evalúa continuamente el estado del medio interior, de las vísceras y los parámetros químicos del organismo. Esos parámetros no se transparentan a la mente, pero se expresan en ella mediante la forma de malestar o bienestar. El cuerpo vivo es el tema, objeto y contenido fundamental de la mente y del cerebro. “Las neuronas son acerca de la vida y el mantenimiento de la vida” (Damasio 2010: 74). Hay una intencionalidad primaria del sistema nervioso, una direccionalidad de los procesos neuronales, que siempre se orientan al organismo propio.

El segundo nivel del yo es el yo nuclear. Se trata de un yo orientado a la acción, cuya intencionalidad es “acerca de una relación entre el organismo y el objeto” (Damasio 2010: 27). Surge como una modificación del protoyo en relación con objetos circundantes y acciones. Se relaciona con la atención y la capacidad de destacar ciertos objetos que afectan el estado del organismo. “El yo nuclear, entonces, se crea vinculando el protoyo modificado al objeto que causó la modificación, un objeto que ahora ha sido marcado por el sentimiento y realzado por la atención” (Damasio 2010: 156). El yo nuclear surge cuando el sistema nervioso empieza a relacionar los pulsos del protoyo (el mapeo de la homeostasis y el medio interior) con objetos externos, y articular esa relación con la acción y el movimiento. Es un yo activo, relacional, que conecta evaluaciones internas, objetos percibidos y disposiciones de la motilidad.

El tercer nivel del yo es autobiográfico. Se construye sobre la base del yo nuclear, en una jerarquía anidada de niveles. El yo autobiográfico surge del intento del cerebro y la mente por construir una narrativa integrada de los encuentros con objetos, y sus cargas sentimentales, a lo largo de la historia del organismo. “El yo autobiográfico ocurre cuando objetos en la propia biografía generan pulsos de yo nucelar que son, subsecuentemente, vinculados momentáneamente en patrones coherentes de escala amplia” (Damasio 2010: 139). Este “nivel superior” del yo tiene una estructura narrativa, basada en la memoria de varios pulsos de yo nuclear generados en encuentros con objetos marcados por sentimientos en la historia del organismo. El proceso de reconstrucción narrativa de la propia vida no siempre es consciente. En parte, el trabajo de recolección y reorganización autobiográfica lo hace el propio cerebro, a espaldas de la mente consciente. En parte, se hace en forma consciente y explícita.

El yo autobiográfico lleva una vida doble. Por un lado, puede ser manifiesto, conformando la mente consciente en su forma más grandiosa y humana; por el otro, puede permanecer latente, con su miríada de componentes esperando su turno para activarse. Esa otra vida del yo autobiográfico transcurre fuera de la pantalla, lejos del acceso consciente, y es posiblemente allí donde y cuando madura el yo, gracias a la paulatina sedimentación y reelaboración de la propia memoria. A medida que las experiencias vividas se reconstruyen y reproducen, ya sea en la reflexión consciente o en el procesamiento no consciente, su sustancia se vuelve a evaluar e inevitablemente se reorganiza (Damasio 2010:161).

Para Damasio, la memoria no es un archivo de imágenes mentales almacenadas. Sencillamente, el cerebro no tiene la “capacidad de carga” para almacenar mapas neuronales de los múltiples objetos con los que interactúa a lo largo de su vida. La memoria es, en cambio, un conjunto de programas disposicionales que permiten recrear imágenes mentales. Es una facultad subsidiaria de la imaginación, fundada en la capacidad del cerebro para producir activamente imágenes de objetos ausentes y simular estados internos espontáneamente. “El cerebro puede simular, dentro de regiones somatosensorias, ciertos estados corporales, como si estuvieran ocurriendo” (Damasio 2010: 83, cursivas originales). La memoria funciona cuando las áreas del cerebro encargadas del procesamiento de imágenes mentales se ponen a trabajar bajo el comando de otras regiones, que encierran programas disposicionales para recrear imágenes. La memoria funciona a partir de “zonas de divergencia-convergencia”, donde áreas del cerebro capaces de crear imágenes mentales se vinculan, y trabajan en conjunto, con áreas que encierran disposiciones o patrones de actividad. Lo que el cerebro “almacena”, en otras palabras, no son imágenes de los objetos y estados del organismo pasados, sino disposiciones o programas para recrear esas imágenes. La memoria es la ejecución de programas para el recuerdo, y no un stock de imágenes grabadas de eventos, estados internos u objetos del pasado.

Nosotros los humanos, y nuestros compañeros mamíferos, nunca tuvimos que microfilmar las varias y variadas imágenes y almacenarlas en archivos impresos; simplemente almacenamos una fórmula ágil para su reconstrucción y usamos la maquinaria de percepción existente para volver a ensamblarlos lo mejor que podemos. Siempre hemos sido posmodernos (Damasio 2010: 106).

El yo autobiográfico, con sus aspectos conscientes e inconscientes, no implica una imagen de sí permanente, siempre presente en la consciencia y constantemente actual. Solo el yo nuclear está “siempre online”, pero carece de identidad narrativa. La identidad narrativa se formula y reformula a lo largo de la vida, a medida que cambian las disposiciones de la memoria y se experimentan nuevas situaciones. Por eso el yo autobiográfico no es continuo: es una creación retrospectiva, que se hace cuando se activan las disposiciones de la memoria y se las pone a trabajar en un momento puntual de la vida, actualizando imágenes del pasado para producir una narrativa presente. Ese proceso de actualización, de reconstrucción narrativa de la propia identidad, se produce, paradójicamente, siempre en tiempo presente, en el marco del yo nuclear. El yo autobiográfico surge del intento del organismo por reconstruir, en ciertos momentos de la vida, la historia de sus interacciones con objetos, intentando una cimentación precaria, retrospectiva, de varios pulsos de yo nuclear de la experiencia pasada. La identidad autobiográfica es, entonces, producto del intento del organismo por reconstruir en el presente, en una narrativa coherente, una serie de imágenes relevantes (marcadas por sentimientos) de la propia historia. El yo autobiogáfico se produce cuando agregamos, a la vivencia continua del yo nuclear, el intento por recolectar varias imágenes del pasado y estructurarlas en una narrativa coherente formulada en tiempo presente.

Los tres niveles del yo, el protoyo, el yo nuclear y el yo autobiográfico, se relacionan con dimensiones neuronales de la vida orgánica. El protoyo mapea el estado interno del organismo en relación con una continuidad homeostática fundamental. El yo nuclear se relaciona con objetos marcados por sentimientos (destacados como relevantes), pero también con el movimiento y la acción. Se compone de pulsos de protoyo activados en relación con el ambiente y la motilidad. El yo autobiográfico, finalmente, se relaciona con las estructuras disposicionales de la memoria, y el intento del organismo por construir, en algunos momentos de su vida, imágenes retrospectivas de los encuentros pasados con objetos, con sus cargas sentimentales. Esta reconstrucción tiene estructura narrativa, pero no está operando continuamente en la conciencia. Se activa cuando varios pulsos de yo nuclear actualizan imágenes relevantes e intentan hilvanarlas en una narrativa consistente. La vivencia de ser un yo, en resumen, remite al sentimiento primordial y evaluativo del cuerpo propio, a la relación entre el cuerpo y los objetos circundantes en relación con la acción, y a la reconstrucción narrativa de la experiencia pasada actualizada en un momento dado de la vida. Estos tres niveles del yo se producen en estructuras cerebrales diferentes pero relacionadas, construidas en diferentes momentos de la historia evolutiva de nuestra especie, que operan juntas en una jerarquía anidada de mecanismos.

8. Conclusión: neurología e historia del yo moderno

A lo largo de este trabajo propuse un recorrido por algunas dimensiones biológicas de la experiencia del yo que son importantes para la consideración filosófica del discurso autobiográfico. Con Stacy Alaimo, sostuve que el yo es una entidad extendida y vinculada al ambiente. Su constitución no es solo simbólica, sino también material. El yo material implica una identidad relacional constituida en la propia biología, irreductible a mediaciones textuales. Con Catherine Malabou, propuse que la plasticidad neuronal es fundamental para explicar las bases biológicas del proceso de individuación subjetiva humana. La singularidad personal se construye sobre la base de los procesos plásticos en los que el sistema nervioso se expone a accidentes y cambios, pero va reconstruyendo su identidad interna a lo largo del tiempo. Ese proceso de exposición al accidente y reconstitución habilita el pasaje de la biología a la autonomía personal. Pero ese “pasaje” se realiza siempre en modulaciones cerebrales, sin romper con el sustrato biológico de la subjetividad. Finalmente, con Antonio Damasio, analicé tres niveles del yo neuronal, el último de los cuales es autobiográfico. Este estrato superior del yo se produce cuando el organismo recapitula la historia, cargada sentimentalmente, de sus encuentros con objetos del medio. Es una parte fundamental de la vivencia subjetiva de los seres humanos, y se actualiza en las zonas de convergencia-divergencia neuronales, que ponen en relación sistemas del cerebro capaces de crear espontáneamente imágenes con disposiciones almacenadas en la memoria.

Con la reposición de la base neuronal del yo narrativo, puedo volver sobre las consideraciones de Eakin: ¿es la forma narrativa exigida por el discurso autobiográfico? ¿o es una dimensión primaria de la experiencia de la vida y el cuerpo? La evidencia se inclina a favor de la segunda alternativa. “La autoinvención que tiene lugar en el acto autobiográfico” obedece a “un imperativo existencial” (Eakin 1994: 189), antes que a una estructura textual. La experiencia de ser un yo, con sus dimensiones incorporadas de base biológica, es narrativa en su estructura primaria. La identidad del yo es autobiográfica antes de que se escriba cualquier narración. Esto, claro, no implica que el yo autobiográfico sea una reconstrucción completa, carente de pérdida o sesgo, de la experiencia de vida. La identidad autobiográfica no implica una recolección transparente de la vida experimentada. De hecho, las imágenes sensoriales de lo que nos pasó a lo largo de la vida se han perdido para siempre. El sistema nervioso solo conserva disposiciones capaces de recrear esas imágenes en tiempo presente. La continuidad agregativa entre el protoyo, el yo nuclear y el yo autobiográfico no es carente de hiatos y rupturas, dadas por la vida accidentada del organismo. El nivel narrativo del yo se constituye por la actualización episódica de imágenes a partir de disposiciones de la memoria. Estas imágenes reconstruyen cada vez la continuidad de la vida en la imaginación. La continuidad evocada es una imaginación retroactiva, pero modula la conducta presente y los planes dirigidos al futuro. El yo autobiográfico es un work in progress, un esfuerzo constante por reconstruir la historia del propio cuerpo, hilando múltiples pulsos de yo nuclear desde una perspectiva presente orientada a la vida y la acción. El discurso autobiográfico, con sus particularidades textuales, se agrega al proceso constante de autobiografiarnos, que es parte de la vivencia incorporada de existir como sujetos. Esa vivencia primaria no implica una continuidad sin pérdida del yo que se rememora cada vez, con sus experiencias pasadas. Pero tampoco habilita una oposición abstracta entre discurso y experiencia de vida. Los sesgos narrativos son existenciales antes que textuales. Responden al hecho de que nos autobiografiamos de cuerpo presente, reactualizando imágenes pasadas desde disposiciones neuronales cargadas de sentimientos. El texto autobiográfico agrega las complicaciones del discurso escrito al proceso básico de recolección encarnada, realizado una y otra vez a lo largo de la vida, referido a la historia del propio cuerpo y sus encuentros imprevistos con el medio.

Voy a cerrar este trabajo con una aclaración sobre los múltiples estratos temporales que hacen posible un yo. Estas consideraciones se refieren a lo que podríamos llamar las precondiciones ónticas de la subjetividad incorporada, esto es, a los contextos de objetos determinados en cuyo marco cobra existencia y sentido la experiencia del yo. Estas precondiciones ónticas no se plasman en invariantes biológicas. Tienen modulaciones histórico-culturales. Como argumenta Charles Taylor en el famoso Sources of the Self (1989), el sentido de interioridad y reflexividad propio de la identidad moderna es históricamente determinado. No está presente en oras expresiones sociales y culturales (por ejemplo, no lo encontramos en la Grecia homérica). Las precondiciones óntico-objetivas de la identidad subjetiva se vinculan con transformaciones amplias de la modernidad histórica, como el surgimiento del Estado de derecho o la economía de la mercancía. No es la intención de este trabajo negar estas determinaciones históricas, sino enmarcarlas en una consideración materialista no reduccionista de base biológica. Como dice Daniel Dennett en la cita reproducida en el epígrafe, hay una historia real que contar sobre los yoes, su aparición y sus transformaciones a lo largo del tiempo. Existen varios estratos temporales en las precondiciones ónticas del yo, desde la biología hasta la historia social propiamente dicha. En este trabajo me ocupé de aspectos biológicos que subyacen a la identidad autobiográfica. Trabajos posteriores deberán indagar en la articulación entre historia y biología para construir una imagen más completa de la totalidad de precondiciones óntico-objetivas de la subjetividad incorporada.

De cara a esa reconstrucción más global pendiente, será importante tener en cuenta una perspectiva neurohistórica, que sea capaz de estudiar la interacción dinámica y los procesos de retroalimentación entre historia y cerebro. Como señala Daniel Lord Smail, “la neurohistoria asume que el cerebro humano y el sistema endocrino son plásticos y por lo tanto continuamente abiertos a influencias cultuales y de desarrollo” (2014: 113- 114). El yo autobiográfico, en otras palabras, puede haberse transformado profundamente con el surgimiento de la modernidad histórica, y esa transformación debió dejar marcas neurofisiológicas, reconstruibles a partir de cambios en la conducta y la experiencia reportada por las personas. La neurobiología humana es plástica, no se reduce a invariantes naturales rígidas. Luego, el cambio histórico-social tiene efectos de retorno sobre las complexiones situadas, contingentes, del sistema nervioso. El cerebro es un objeto legítimo de estudio histórico. Futuros trabajos deberán ocuparse de estudiar el solapamiento anidado de mecanismos históricos y neuronales en las fuentes biológicas y sociales del yo moderno. De momento, intenté mostrar que la experiencia subjetiva incorporada es autobiográfica en su factura primaria, en virtud de determinaciones biológicas que configuran la existencia material del yo.

Notas

1 A lo largo de todo el artículo, las citas referidas a ediciones en inglés son de traducción propia.

2 La referencia apócrifa podría ser una composición de dos expresiones efectivas de Marx. “Los hombres hacen su historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, en condiciones elegidas por ellos mismos”, que corresponde a El 18 Brumario de Luis Bonaparte (2003: 10), por una parte; “no lo saben, pero lo hacen”, que corresponde a El capital (2010: 90), por la otra.

Recibido: 26-08-2022

aceptado: 21-10-2022

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